2

La generación perdida se fragmenta:

Hemingway, Dos Passos y la desaparición de José Robles

«Amanece: me despierto temprano de repente al oír dos fuertes ruidos sordos. Empieza el bombardeo, seguido de inmediato por un estrépito: casas desplomándose de golpe con la fuerza de un muro de agua, voces en el vestíbulo, puertas que se abren, voces hablando a gritos, más voces mientras el bombardeo prosigue». Josie Herbst estaba aterrorizada, le temblaban las manos mientras trataba de encontrar su ropa. Se dio por vencida, se cubrió con una bata y salió al pasillo en el que, en medio de la oscuridad, se arremolinaban otros huéspedes. Todavía estaba medio oscuro y los parranderos del hotel Florida habían dormido poco cuando, a las seis de la mañana del jueves 22 de abril de 1937, les despertó un bombardeo de artillería. Solo unas pocas horas antes había terminado su habitual jarana nocturna por una malhumorada queja de Antoine de Saint-Exupéry, el corresponsal del diario L’Intransigeant de París. Según Tom Delmer, «a medida que la gente fue saliendo de sus habitaciones para buscar protección en el sótano, fueron quedando al descubierto toda clase de relaciones, entre ellas la de Ernest [Hemingway] con Martha [Gellhorn]». Martha iba «en pijama, despeinada, con un abrigo encima» e intentando poner buena cara a las malas circunstancias. Josie la vio con Virginia Cowles «yendo al cuarto trasero del rincón entre carcajadas pícaras».

Saliendo de las habitaciones de los corresponsales y los brigadistas internacionales se escabullían decenas de prostitutas «chillando con voces estridentes como pájaros», según escribió Martha en su diario. Despierto por el ruido, John Dos Passos decidió afeitarse primero porque «un hombre se siente seguro afeitándose, olisqueando el leve y acostumbrado aroma del jabón de afeitar habitual». Salió con su albornoz de cuadros y vio aparecer a hombres y mujeres «en diferentes estadios de desnudez» arrastrando maletas y colchones hacia los cuartos traseros. Uno de los camareros del restaurante salía de una habitación tras otra con el brazo en torno a «una joven distinta que se reía nerviosamente o gimoteaba. Gran exhibición de despeinados y lencería». Bastante ofendida porque nadie reparara en ella, una Josie con muy poco estilo regresó a su habitación y se vistió cuidadosamente empezando por unos calcetines rojos. Cuando reapareció, Ernest Hemingway le preguntó cómo estaba. Al descubrir que casi se había quedado sin voz, dijo solo «bien» en un tono ligero, aunque se dijo para sí: «Pero no vine aquí a morir como una rata en una ratonera». «Las bombas parecen arremeter directamente contra la habitación. Parece que están arrancando la fachada del hotel. En cualquier momento se espera un alarido terrible y ver caer piedras y yeso».

Pese al caos, los huéspedes ofrecieron una demostración de serenidad mientras duró el bombardeo. Hemingway se mostraba «fanfarrón y jovial». Dos Passos volvió a meterse en la cama durante una hora y luego apareció completamente vestido, «muy sereno y descansado»; Saint-Exupéry («aparece un caballero francés con un pijama azul») se plantó en lo alto de las escaleras con una cesta de pomelos y hacía una reverencia a todas las mujeres que pasaban mientras preguntaba: «Voulez vous une pamplemousse, Madame?». Finalmente, la acción combinada del torero ayudante de Hemingway, Sidney Franklin, Claud Cockburn y Josie Herbst consiguió poner en marcha el café. El bombardeo continuaba sin cesar y las explosiones del exterior sonaban como si se produjeran en el interior del hotel: «Grandes obuses alemanes de seis pulgadas destrozaban literalmente la calle, arrancaban el pavimento». El apunte garabateado y desordenado del diario de Josie recogía las tentativas de los corresponsales de implantar algún tipo de normalidad en medio de lo que parecía su destrucción inminente:

El francés de los pomelos reapareció vestido de traje pero con más pomelos, apremiando sin cesar a las más adormiladas y aturdidas huéspedes, por lo general bien educadas, a que se movilizaran. Coburn [sic.], Klein, el francés, Dos y yo tomamos café en la habitación de Coburn [sic.]. Preparativos: 2 tostadas compartidas con los bordes quemados, el pan desmigado se resiste y el café bebido se agradece. Bombardeo pam, pam. Vamos a habitación de H. Las chicas se han ido. Las chicas [profesionales] se aglomeran en los vestíbulos. Cuando el bombardeo amaina, parece que 60 putas salen de una habitación. Más café en la habitación de Hem y después otra tanda más[1].

Cuando terminó el bombardeo, uno tras otro, Hemingway, Willie Forrest, Dos Passos, Josie Herbst y los demás corresponsales, salieron a merodear para ver los daños de la plaza de Callao. En ese momento, el sol abrasaba y ya había obreros arreglando el pavimento. Josie regresó al hotel y vio que casi había vuelto a la normalidad, aunque parecía lúgubre bajo la deslumbrante luz del exterior y tenía una gruesa capa de polvo gris sobre todo el mobiliario. Tras mantener bajo control sus emociones durante la espeluznante experiencia matutina, todo el mundo estaba ahora susceptible y en vilo. Hemingway hablaba con Cockburn pero, al ver a Josie, le preguntó por qué rezongaba tanto. Ella contestó que estaba cansada y que no le apetecía seguir jugando a ser exploradora. Aquello dio pie a que Hemingway la invitara a su habitación para tomar una copa. Mientras estaban por allí alguien irrumpió de forma espectacular, según recordaba Josie casi de pasada cuando escribió en su diario aquella noche: «Entra Dos. Se ha enterado: Robles ejecutado. Quiere investigar. Discute con Hem. los riesgos de que Dos investigue. R. mala persona sometida a juicio justo; revela secretos militares»[2].

Las dos líneas de este críptico apunte del diario contienen el esqueleto de una historia sobre la que correrían ríos de tinta durante los setenta años posteriores. En dicha historia participaban John Dos Passos, Ernest Hemingway, Martha Gellhorn y Josephine Herbst, todos ellos estrellas de diferente relevancia en el firmamento literario estadounidense. Con sus muchos cabos sueltos, lo ocurrido acabaría por considerarse la última gota, cuando no el elemento clave, de la ruptura de una de las amistades literarias más famosas de Estados Unidos, la de Hemingway y Dos Passos. Más recientemente, ha sido aceptada y esgrimida como «prueba» de que la República española, de la que los cuatro fueron entusiastas incondicionales, se había convertido sencillamente en un reducto del estalinismo más brutal[3]. Sin embargo, a pesar de todo esto, en el corazón de esta historia había un personaje central cuyo papel continúa siendo un enigma: Robles, el hombre de cuya muerte acababa de ser informado Dos Passos.

José Robles Pazos era el traductor de las novelas de John Dos Passos al español. El joven escritor estadounidense había conocido a este español alto y moreno de diecinueve años la mañana de un domingo de 1916 en un tren que iba de Madrid a Toledo, y juntos visitaron los tesoros artísticos de la ciudad. Dos Passos quedó embelesado por la visión cínica que Robles tenía de la vida y le admiraba porque era «un hombre con una mentalidad poderosa, escéptica e inquisitiva». Se hicieron muy buenos amigos. Robles se estableció más adelante en Estados Unidos y enseñó literatura española en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. En 1936, como hacía todos los años, llevó a su familia a pasar el verano a España[4]. Aunque Robles procedía de una familia monárquica reaccionaria, cuando estalló la Guerra Civil decidió quedarse y trabajar para la República. La mayoría de los comentaristas del caso siguen a John Dos Passos cuando afirma que, dado que Robles sabía ruso, fue reclutado como intérprete del general Vladimir Gorev, agregado militar soviético y responsable en el país del GRU (siglas del Glavnoe Razvedyvate’lnoe Upravlenie, el Servicio de Inteligencia Militar Soviético), que llegó a Madrid a finales de agosto de 1936. A Robles se le otorgó el rango de teniente coronel y una considerable responsabilidad en el seno del Ministerio de la Guerra[5]. Louis Fischer, que gozaba de acceso a los más altos niveles tanto del ministerio como de los rusos destinados allí, se refería a Robles como el «asesor» de Gorev. Creía que «Gorev confiaba en él. Robles tenía un rostro sincero y delicado, una cara amable, y parecía el típico idealista desinteresado». También recordaba que cuando el agregado militar estadounidense, el coronel Stephen O. Fuqua, llegó al ministerio para obtener información actualizada sobre la situación militar, «Gorev ordenó a Robles que le atendiera»[6].

El hecho de que a Robles le asignaran un puesto tan delicado como el de intérprete del jefe en España de la inteligencia militar soviética y le otorgaran un rango tan elevado, resulta extremadamente desconcertante y sin duda significativo. Al fin y al cabo, el grupito inicial de rusos de alto rango había llegado acompañado de unos veinticinco intérpretes absolutamente leales, y seguramente no tenía por qué reclutar intérpretes en el país. En el transcurso de la guerra fueron enviados a España más de doscientos intérpretes rusos. Por lo general, no eran ni suficientes en número ni, en algunos casos, hablaban español con la suficiente fluidez. Sin embargo, Moscú insistía con intransigencia en que solo se permitiera trabajar como intérpretes a los nacidos en la URSS o a los comunistas extranjeros leales formados en dicho país, especialmente en el caso de los asesores de más alto nivel. Como esto significaba excluir del grupo de potenciales intérpretes a prácticamente todos los españoles, el hecho de que Robles fuera designado intérprete del comisario jefe de la GRU era, cuando menos, bastante poco probable. Gorev disponía de todos los intérpretes que necesitaba dentro de la plantilla del GRU. Al principio ocupó el puesto Paulina Abramson y después Emma Wolf, que era una capitana del GRU[7]. Fuera lo que fuese lo que Robles hacía para los rusos, casi con total seguridad no era ejercer de intérprete.

Según su amigo íntimo, el novelista Francisco Ayala, en la época en que fue detenido, Robles sí que trabajaba como traductor en el departamento de mensajes cifrados de la Embajada de Rusia[8]. Si ya tiene poco sentido que los rusos situaran en un cargo tan delicado y de tanta responsabilidad como el de intérprete del comisario jefe de la GRU a alguien que en teoría era solo un académico prorrepublicano procedente de una universidad estadounidense, tiene aún menos sentido que se otorgara a una persona así acceso a los libros de claves soviéticos. ¿Por qué iban a ofrecerle alguno de esos dos puestos a un hombre como Robles, que al parecer había aprendido ruso para poder leer novelas del siglo XIX en su lengua original pero no había vivido jamás en Rusia y ni siquiera había estado allí de visita? Podría darse el caso, como sugiere Fischer, de que Robles fuera valioso por tratarse de un individuo muy presentable que hablaba un inglés excelente[9]. Sin embargo, dejando al margen el detalle de que Gorev también hablaba inglés, la posible utilidad de Robles como anglófono no resuelve la cuestión de su «fiabilidad» política para los rusos. Y menos aún resuelve el todavía más misterioso asunto de su rango. Muchos comunistas absolutamente leales que sobresalieron en el campo de batalla tuvieron que esperar meses antes de ser ascendidos. Para que Robles se encontrara en semejante situación, era necesario que contara con muchas más credenciales comunistas de lo que hasta el momento se le suponían. Lo que es mucho más probable es que Robles fuera un oficial de enlace entre el general Miaja, el ministro republicano de la Guerra, y Gorev (en su calidad de agregado militar soviético). Así opinaba el agregado militar estadounidense, el coronel Stephen Fuqua, quien describió a Robles como «un socialista muy ardiente con inclinaciones comunistas»[10]. Eso, como es lógico, le habría dado acceso a un material extremadamente delicado. De hecho, dado que la situación internacional obligaba a la República a restar importancia a su dependencia de la ayuda soviética, todo conocimiento de las actividades rusas era delicado.

Otro misterio acerca de José Robles era su relación con su hermano menor. El joven capitán Ramón Robles Pazos, de treinta y siete años, era un oficial del Ejército conservador, incluso reaccionario, que había forjado su carrera en el brutal Ejército de África colonial. En 1936, formaba parte del personal docente de la Academia de Infantería alojada en el Alcázar de Toledo[11]. Al estallar la guerra se encontraba en Madrid, y el 21 de julio trató de unirse a sus camaradas, que habían secundado la rebelión y se habían atrincherado en el alcázar. Fue detenido en Getafe, al sur de la capital, y llevado a una checa del paseo de las Delicias de Madrid. Tras permanecer detenido únicamente unas horas, le pusieron en libertad con la orden de presentarse en el Ministerio de la Guerra. El hecho de que no hubiera permanecido encarcelado o no hubiera sido fusilado era algo extremadamente inusual, a menos que su rápida liberación se debiera a la intervención de su hermano José. Si fue así, ello indicaría, o bien que José ya gozaba de una extraordinaria influencia en los primeros días de la guerra, o bien que convenció de algún modo a los captores de Ramón de que él podría convertirlo a la causa republicana. A continuación, Ramón sobrevivió tres meses en Madrid pese a que continuaba negándose a servir a la República. Esto vuelve a indicar el ejercicio de una influencia considerable por parte de alguien, es de suponer que de José.

Sin embargo, un inevitable efecto colateral fue el aumento de ciertas sospechas en torno a José Robles por proteger a un traidor declarado. Ramón volvió a ser detenido el 16 de octubre de 1936 acusado de negarse a prestar servicio militar para la República y fue encarcelado en la cárcel Modelo. Permaneció allí durante la evacuación y posterior matanza de presos derechistas del 7 de noviembre. Las víctimas principales de aquella operación fueron oficiales del Ejército que querían unirse a los rebeldes, cuya conquista de Madrid se suponía inminente. Pero Ramón quedó indemne. Esta curiosa historia solo puede explicarse atendiendo al tipo de influencia que podría ejercer alguien con poder en el Ministerio de la Guerra, alguien como José Robles. El 17 de noviembre trasladaron a Ramón a la prisión próxima a la plaza de toros de Las Ventas, donde permaneció hasta su juicio, el 26 de enero de 1937, por «desafección al régimen». Como, según parece, se retractó de su negativa a servir en las fuerzas republicanas, fue puesto en «libertad provisional».

Era inevitable que la venturosa existencia de Ramón Robles levantara sospechas de que su hermano José estaba en contacto con la Quinta Columna franquista. Los rusos veían la calamitosa situación de la República con cierta paranoia, impresionados por el grado de desorganización e incluso traición en las más altas esferas del Ejército y la administración. Dadas las continuas acciones de sabotaje de los quintacolumnistas rebeldes en Madrid, era un asunto al que ellos y los incipientes servicios de seguridad de la propia República eran enormemente sensibles. En consecuencia, aunque las sospechas fueran falsas, al proteger a su hermano, José Robles ponía su propia vida en peligro. El más leve indicio de que jugaba a dos bandas habría bastado para que el NKVD (Comisariado Popular de Asuntos Internos) le eliminara, y eso explicaría sin duda su detención en diciembre[12]. A Dos Passos le dirían posteriormente que Robles murió a manos de una «sección especial». Esta podría haber sido una unidad conocida como «Brigada Especial», que se había creado en España con la colaboración del departamento del NKVD llamado Administración de Operaciones Especiales. Uno de sus principales agentes era el lituano hispanohablante de veintitrés años Iosif Romualdovich Grigulevich, que más tarde participaría en los primeros intentos de asesinar a Trotsky. Una de las actividades de la Brigada Especial era erradicar la Quinta Columna[13].

De hecho, José llevaba un mes en prisión cuando Ramón consiguió que le liberaran retirando su oposición a servir a la República. Sin embargo, lejos de unirse al Ejército Popular como había jurado hacer, el 28 de enero de 1937 Ramón se refugió en la Embajada de Chile hasta que, tres semanas después, consiguió trasladarse a la Embajada de Francia, en la que permaneció hasta enero de 1938. Luego, con la ayuda de las autoridades francesas, logró ser evacuado a Francia. La deserción de Ramón no debió de ayudar mucho en el caso de José y es fácil que incrementara las sospechas sobre la naturaleza de los contactos entre ambos hermanos. En el mejor de los casos, tal vez a Ramón solo le impulsara el deseo de llegar por fin a la zona rebelde. En el peor, sin embargo, puede que se viera obligado a esconderse en las embajadas chilena y francesa por miedo a que, si interrogaban a José, este revelara la verdadera naturaleza de dichos contactos. Ciertamente, no hay nada en la carrera posterior de Ramón que haga pensar que sus conversaciones con José giraban en torno a la ayuda a la República. Tras algunas aventuras extremadamente complicadas, llegó a la zona rebelde, procedente de Francia, en mayo de 1938. Una vez realizada la investigación habitual sobre sus actividades en zona republicana, fue incorporado a las fuerzas nacionalistas con el rango de comandante, un ascenso con efecto retroactivo desde el 10 de diciembre de 1936. Dado que había servido en África, se le entregó el mando de una unidad de mercenarios marroquíes (Fuerzas Regulares Indígenas). Otras investigaciones posteriores de su función en el seno de la República arrojaron informes favorables de los quintacolumnistas acerca de su compromiso absoluto con la causa rebelde («Manifiestan conocer al mismo, constándoles que es persona de ideas completamente afectas al Movimiento Nacional»). Se le ascendió a teniente coronel y fue condecorado en varias ocasiones. En 1942 combatió en Rusia como voluntario de la División Azul, las fuerzas enviadas por Franco para ayudar a Hitler. A partir de entonces, gozó de una carrera militar destacada y fue ascendido a general de brigada en 1952 y a general en 1957, y al más alto rango del Ejército español, el de teniente general, en 1961[14].

El hecho de que José Robles hubiera podido tener algo que ocultar acerca de sus vínculos con su hermano puede inferirse a partir de dos cartas que escribió en el otoño de 1936. Dichas cartas, dirigidas a su amigo y jefe del departamento de la Universidad Johns Hopkins, el doctor Henry Carrington Lancaster, hacen pensar que su lealtad a la República no era toda la que Dos Passos y otros comentaristas posteriores han dado por supuesto. Ambas estaban escritas en francés, lo cual puede no ser relevante, dado que la especialidad de Lancaster era el francés. Pero, por otra parte, resulta extraño, dado que Lancaster era estadounidense y Robles hablaba inglés con absoluta fluidez. Por consiguiente, es posible que con el mero hecho de escribir a Lancaster en francés Robles estuviera enviándole algún mensaje convenido con anterioridad. Ambas cartas fueron enviadas desde el cuartel general ruso en el hotel Palace.

En la primera, sin fecha pero con matasellos del 20 de octubre de 1936, Robles dejaba bastante claro que quería marcharse.

Lo único que me hace falta en este momento es una carta tuya, escrita en papel con membrete, diciendo que necesitas que vuelva tan pronto como sea posible. No necesito dinero, pero sería prudente depositar mi cheque en el National City Bank de Nueva York. Tiene una sucursal aquí. Creo que podría suceder cualquier cosa. Mi esposa ya no está aquí y es posible que en determinado momento yo tenga que marcharme. Esa es la razón por la que me gustaría poder disponer de algo de dinero. Hasta pronto. ¡¡Tendré tantas cosas que contarte!!

La segunda, también sin fecha y de la que no nos ha quedado el sobre, manifestaba con más rotundidad aún los deseos de Robles de marcharse:

Ojalá fuera yo el que llegara en lugar de esta carta, pero por el momento no hay salida. En todo caso, no creas las exageraciones de la propaganda fascista. Aquí estamos bien y las cosas se arreglarán. Espero que mi caso se resuelva dentro de unos cuantos días. Te escribiré pronto, pero probablemente no desde Madrid. Gracias por tu preocupación, pero no tengo problemas económicos. No necesitamos el cheque. Más adelante te diré adónde enviarlo. Pese a la situación, ocupo el tiempo con las fichas del M. L. N. [Modern Language Notes]. Te las daré[15].

Sin la fecha de la segunda carta es imposible saber si fue escrita antes o después de su detención. La insinuación de que su siguiente carta no provendría de Madrid indica que la carta debió de ser escrita a finales de octubre o principios de noviembre, justo antes de la evacuación del gobierno a Valencia. En ese caso, la expresión «que mi caso se resuelva» significaría que Robles esperaba autorización para dejar el Ministerio de la Guerra y el servicio a los rusos. En el improbable caso de que la carta fuera escrita en una fecha posterior a su detención, la expresión se referiría a su arresto e implicaría que no creía que corriera verdadero riesgo, sino que era víctima de un simple malentendido que sería capaz de esclarecer. Sin embargo, es mucho más probable que fuera escrita antes, dado que fue enviada desde el hotel Palace y que todavía estaba en situación de poder ocuparse preparando el material para una publicación académica.

Cuando el gobierno se trasladó a Valencia, Gorev permaneció en Madrid durante todo el asedio, pero Robles formó parte del personal evacuado y no tardó en convertirse en miembro asiduo de la tertulia del famoso café Salón Ideal. Un día de principios de diciembre, le dijo al agregado militar estadounidense, el coronel Stephen Fuqua, que «tenía que marcharse de Madrid porque lo perseguía algún ignorante que lo había denunciado». Es poco probable que así fuera, y más bien parece que el propio Robles se estaba preparando el terreno ante una posible denuncia. Otro asiduo del Salón Ideal era el novelista Francisco Ayala. «Cierto día» (Ayala no menciona la fecha en sus memorias), Robles no apareció después de comer, como solía hacer. Aquella misma noche muchos vieron ir frenéticamente de un café a otro, preguntando si alguien había visto a su marido, a la mujer de Robles, una mujer menuda y morena llamada Márgara Fernández de Villegas, acompañada por sus dos hijos. Según parece, un grupo de hombres de paisano lo había detenido la noche anterior en su propia casa. Se cree que les acompañó sin replicar. En la Embajada soviética le dijeron a Márgara que nadie sabía nada. Sin embargo, muy pronto descubrió que le habían acusado de traición y le habían llevado a la cárcel de Extranjeros que se encontraba a orillas del río Turia. Allí consiguió visitarle en dos ocasiones y le dijo a la hija de ambos que se paseara por la acera de la calle para que él pudiera verla. El propio Robles le dijo que no se preocupara, que se había producido un malentendido y que pronto se aclararían las cosas[16].

Las visitas debieron de producirse después del 6 de enero de 1937, puesto que aquel día el hijo de Robles, Francisco (Coco), escribió a Henry Lancaster, amigo de su padre y jefe del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad Johns Hopkins:

A causa de un malentendido y quizá por sentimientos personales de individuos con los que trabajaba, mi padre, José Robles, ha sufrido un contratiempo muy desagradable. En su momento trabajó en el Ministerio de la Guerra y, más recientemente, en la Junta de Defensa de Madrid. Debido a los planes de determinadas personas se vio obligado a venir a Valencia, donde se puso a trabajar para la Embajada soviética. Allí fue detenido siguiendo órdenes procedentes de Madrid. Nadie, ni siquiera el ministro de Gobernación o la Embajada soviética, ha sido capaz de encontrar una razón concreta para su ridícula detención. Ya lleva detenido casi un mes.

Esto situaría la fecha de la detención un par de días antes o después del 9 de diciembre. Como la familia se estaba quedando sin dinero, a continuación Coco solicitaba ayuda económica de la universidad y añadía que le enviaran lo que pudieran de forma que fuera innecesaria la firma de José Robles: «Está incomunicado. No hemos podido entrar en contacto con él de ningún modo»[17].

En Valencia corrían todo tipo de rumores sobre la desaparición de Robles. Algunos decían que había sido detenido acusado de espionaje y fusilado en la Embajada soviética. De todas las razones aducidas sobre su misteriosa muerte, a la que más crédito se otorgaba era a la de que, en una conversación de café, había dejado escapar algún dato militar reservado que solo habría podido saber a través de su acceso privilegiado a telegramas en clave. Eso es lo que creía Ayala, y Louis Fischer también oyó esos mismos rumores. De hecho, la singular combinación de acceso a la jerarquía rusa en España y a los más altos cargos del gobierno español por parte de Fischer confieren cierta credibilidad a sus comentarios sobre el caso, redactados después de que rompiera todos sus vínculos con el comunismo. Fischer escribió:

No fue fusilado por el gobierno, y ni siquiera sé si fue fusilado, pero desapareció por aquella época sin dejar rastro. La gente afirmaba que lo habían sacado clandestinamente de España contra su voluntad para llevarlo en barco a Rusia. Los rumores decían que había hablado demasiado y que había revelado secretos militares en algún café de Madrid. Si aquello hubiera quedado demostrado, podría haber supuesto su devolución al gobierno español para ser juzgado, pero no hubiera bastado para «darle el paseo»[18].

Louis Fischer no tenía por costumbre reproducir rumores simplemente para rellenar páginas. Hacía gala de una estricta ética periodística, además de contactos muy importantes. Dichos contactos le hablaban sin inhibiciones porque confiaban en que jamás revelaría más de aquello con lo que ellos se encontraran cómodos. Por tanto, este pasaje adquiere considerable relevancia. Su aseveración de que el gobierno español no estaba implicado tiene cierto peso. Era amigo íntimo de varios ministros, entre ellos Julio Álvarez del Vayo, que en aquel momento era ministro de Estado y comisario jefe para la Guerra. Si coincidimos con Fischer en que el gobierno republicano quedaba descartado como sospechoso, la indicación de que Robles fue asesinado por los rusos es doblemente significativa. Unida a la sospecha de que, para alcanzar la posición que ocupaba, Robles necesitó estrechos contactos con los servicios de seguridad rusos, podría explicar bastante bien por qué, en esta etapa relativamente temprana de la guerra, no tuvieron ningún reparo en eliminarlo. Dicho de otro modo, le consideraban uno de los suyos y no un mero empleado español. Las preguntas sobre Robles planteadas por el autor a un hasta entonces amable miembro del equipo de Gorev de aquella época, que era intérprete del GRU durante la Guerra Civil y que estaba al tanto del caso, toparon con una brusca negativa a realizar declaraciones.

Lo que acabaría por dar notoriedad al caso Robles fue el interés que se tomó en él John Dos Passos. Dos Passos llegó a España el 8 de abril de 1937, en un viaje que posteriormente describió como «típico de la confusión de los liberales estadounidenses bienintencionados que tratan de ser útiles para el mundo». Desde el estallido de la guerra había trabajado con «varios amigos» para hallar formas de persuadir a la administración Roosevelt de que levantara el embargo con el que impedía a la República española comprar armas. Habiéndose decidido que un documental sobre la Guerra Civil contribuiría a que la opinión pública respaldara la campaña, ahora iba camino de Madrid, donde pretendía encontrarse con Ernest Hemingway y el director holandés Joris Ivens para rodar la película Tierra de España. Dos Passos pretendía que Pepe Robles fuera su primera escala: «Sabía que, con sus conocimientos y su buen gusto, sería el hombre más útil que había en España para los fines de nuestro documental». Al llegar a Valencia se dirigió a la oficina de prensa de la calle Campaneros. En la esquina de una calle cercana, el periodista estadounidense Griffin Barry le presentó a Dos Passos a Kate Mangan, quien le recordaba como «amarillo, pequeño y con gafas»[19].

Según recordaría Dos Passos mucho después, cuando llegó a la oficina de prensa y empezó a preguntar por Robles, «los rostros adoptaban una extraña expresión de apuro. Tras el apuro había miedo. Nadie me dijo dónde podía encontrarle. Cuando por fin hallé a su esposa, me lo contó. Lo había detenido una u otra sección secreta y le retenían en espera de juicio». Márgara le pidió que tratara de averiguar lo que le había sucedido a su marido utilizando su influencia como novelista de fama internacional identificado con la causa de la República. Empezó a hacer preguntas en un esfuerzo por descubrir de qué había sido acusado Robles. Si hubiera sido la Brigada Especial de Grigulevich la que había detenido a Robles o alguna otra sección de la policía secreta, ya fuera rusa o española, ninguno de los funcionarios a los que visitó lo habría sabido. Sin embargo, Dos Passos consideraba que su ignorancia era solo fingida y, por tanto, profundamente siniestra: «Otra vez la decepción, la mirada de miedo, el temor por sus vidas en los rostros de los funcionarios republicanos». Tratando de valerse de una historia con la que engatusarle, «la impresión general que los superiores de Valencia trataron de ofrecer era que, si Robles estaba muerto, había sido debido al secuestro y fusilamiento por anarquistas “incontrolados”»[20].

No mucho después de la detención de Robles, en algún momento de enero, su familia había sido desalojada de su apartamento, algo que parecía lejos de ser una coincidencia. En una Valencia atestada de gente, Robles disponía de un piso decente únicamente debido a su rango militar y a su cargo en el Ministerio de la Guerra. Para pagar el alquiler del sórdido apartamento al que tuvieron que mudarse, Coco Robles había conseguido empleo en la oficina de prensa. Márgara le dijo a Dos Passos que la última vez que había visto a su marido había sido «en manos de un grupo comunista de la policía secreta de Valencia» a finales de enero de 1937[21]. A continuación, Robles fue trasladado desde la cárcel a orillas del Turia a Madrid, donde presumiblemente fue ejecutado. El 9 de abril, al día siguiente de que Dos Passos llegara a Valencia, a Coco le dijeron que su padre estaba muerto. Su informante era su jefe inmediato en la oficina de prensa y propaganda, Liston Oak, el responsable del boletín diario de noticias en lengua inglesa. Oak, sombrío y obsesivo, era miembro del Partido Comunista estadounidense, pero estaba desarrollando cierta simpatía hacia el antiestalinista POUM[22]. Quienes trabajaban con Coco en la oficina de prensa quedaron horrorizados por las noticias sobre su padre. En aquella época, quien más expresó su indignación fue la categórica estadounidense Milly Bennett. Una colega inglesa, Kate Mangan, intentó explicar posteriormente en sus memorias qué le había sucedido a Robles: «Se había visto “implicado” en un tema de máximo secreto. Lo que le sucedió nunca dejó de ser un misterio, era inexplicable, pero se filtró pese a los esfuerzos por acallarlo realizados por parte de nuestros amigos comunistas»[23].

Por irónico que resulte, uno de «nuestros amigos comunistas» que no solo no acalló el asunto, sino que fue decisivo a la hora de darle notoriedad, fue aquel compungido manojo de nervios y contradicciones políticas: Liston Oak. Su papel en el caso Robles y el posterior distanciamiento entre Dos Passos y Hemingway fue considerable. Procedía en primera instancia de su contacto con Coco Robles y, por lo tanto, con Dos Passos. Cuando Dos Passos fue a la oficina de prensa el 9 de abril y Coco Robles le contó lo que había dicho Oak sobre la muerte de su padre, ambos decidieron creer que se trataba de un mero rumor. De hecho, Coco, su hermana y su madre seguirían creyendo durante bastante tiempo que José Robles estaba vivo. El 20 de abril Coco escribió a Henry Lancaster para informarle: «De mi padre no hay noticias concluyentes. Hay quien dice incluso que está en libertad y en uno de los frentes de Madrid. No me inclino a creerlo. Todo este asunto sigue envuelto en un gran misterio. No sabemos qué pensar ni qué es lo próximo que tenemos que esperar». Luego, a finales de abril o principios de mayo, Maurice Coindreau se enteró por Márgara de que «durante más de un mes no ha tenido noticias de su marido, de quien ella cree que todavía está en Madrid, aunque no puede comprender por qué no se comunica con ella». Coindreau era el padrino de la hija de Robles, Margarita (Miggie), y el traductor al francés de Dos Passos. Nada menos que el 17 de julio Coco escribió al doctor Lancaster diciendo que todavía seguían sin noticias de su padre[24].

Entretanto, el 9 de abril, Dos Passos quedó profundamente afectado al encontrar a Márgara exhausta, con el rostro demacrado y viviendo en un bloque de pisos sórdido y mugriento, y al escuchar su desesperada petición de que tratara de averiguar qué le había sucedido a José. En su calidad de visitante extranjero distinguido, Dos Passos se alojaba en el hotel Colón, que había sido rebautizado como «Casa de Cultura» y se reservaba para los intelectuales, artistas y escritores desplazados o de visita. En el lugar se le conocía como «Casa de los Sabios», aunque Kate Mangan la consideraba «una especie de zoo para intelectuales»[25]. Ya de regreso en Estados Unidos, Dos Passos escribió que volvió a su habitación y dio vueltas a lo que le había contado Márgara.

Es noche serena en la Casa de los Sabios. Tumbado en la cama es difícil no pensar en lo que uno había oído durante el día acerca de unas vidas atrapadas en un enredo, de unos prisioneros hacinados en habitaciones viciadas a la espera de ser interrogados, de una mujer con hijos apenas capaz de pagar por un piso barato y sin ventilación mientras espera a su marido. Le han dicho que no es nada, que solo se lo llevaron para interrogarle, que deben esclarecerse ciertos asuntos, que es tiempo de guerra, que no hay por qué alarmarse. Pero han pasado los días, los meses, y ninguna noticia. La cola en la comisaría, las llamadas a amigos influyentes, el terror que paulatinamente va rompiendo en pedazos a la mujer.

A continuación imaginaba lo que le había sucedido a su amigo:

Y el hombre que camina resuelto para ser juzgado en un consejo de guerra por su propio bando. El tono coloquial del procedimiento. Una broma o una sonrisa que vuelve a permitir que la sangre fluya por las venas con facilidad, pero el paulatino y gélido reconocimiento del centenar de modos en que un hombre puede ser culpable, el comentario que dejaste caer en un café y que alguien anotó, la carta que escribiste el año pasado, la frase que garabateaste en un bloc de notas, el hecho de que tu primo milite en las filas del enemigo, y el extraño sonido que tus propias palabras producen en tus oídos cuando se citan al leer los cargos. Te ponen un cigarrillo en la mano y sales andando al patio para enfrentarte a seis hombres que no has visto jamás. Apuntan. Esperan la orden. Disparan[26].

Aquellas palabras fueron escritas meses después. En aquel momento, Dos Passos todavía no estaba seguro del destino de su amigo, pero temía lo peor. Aprovechándose de su fama, había ido al Ministerio de Estado y había solicitado ver al propio ministro. Sus artículos posteriores dejan ver que, si bien se había presentado sin cita previa, le disgustó que le dijeran que el ministro no podía recibirle hasta el día siguiente. Julio Álvarez del Vayo, el ministro de Estado y responsable máximo de la maquinaria de prensa y propaganda, era en realidad un hombre increíblemente ocupado. El gobierno estaba sumido en unas considerables divergencias internas. La República luchaba por defender su vida, sus fuerzas estaban exhaustas tras las batallas del Jarama y Guadalajara, y se enfrentaba a un ataque masivo en el País Vasco. Del Vayo era comisario de Guerra además de ministro de Estado. En su condición de ministro tenía que abordar el problema más difícil de la República: la política de no intervención de los gobiernos británico y francés que la privaban de la posibilidad de comprar armas con las que defenderse. Inevitablemente, no lo dejó todo para ver a Dos Passos, pero, pese a sus miles de ocupaciones, Álvarez del Vayo se las arregló para sacar tiempo y verle al día siguiente. En cuanto a lo ocurrido con Robles, «manifestó ignorancia y apatía». No resultaba sorprendente y casi con certeza era la verdad. Sin embargo, prometió tratar de averiguar lo que había sucedido[27]. Aunque Dos Passos nunca perdonaría a Álvarez del Vayo por lo que él consideró desaires y ambigüedad por su parte, no hay razones para pensar que el ministro de Estado tuviera que saber algo acerca del destino de un funcionario que trabajaba en el Ministerio de la Guerra con el representante del GRU ruso.

A partir de entonces, Dos Passos fue a Madrid para trabajar en la película Tierra de España y, si era posible, proseguir con sus investigaciones sobre el destino de Robles. Para hacerlo, se benefició de dos ventajas: su fama como novelista aclamado en todo el mundo y su conocimiento previo del jefe del contraespionaje republicano (el comisario general de Investigación y Vigilancia), Pepe Quintanilla. Conocía a Pepe a través de su hermano Luis, un célebre artista republicano y uno de sus amigos más antiguos y cercanos en España. Pepe y Luis eran también buenos amigos de Hemingway, que iba a sentirse tremendamente contrariado por los esfuerzos de Dos Passos para averiguar lo que le había sucedido a Robles. Puede que hubiera cierta tensión entre ambos acerca de la orientación que debía adoptarse en Tierra de España. Hemingway prefería centrarse en los logros militares de la República, mientras que Dos Passos deseaba subrayar más el sufrimiento de la gente de a pie y las esperanzas despertadas por la revolución social. Sin embargo, esa no fue la gota que colmó el vaso. Es más probable que Dos Passos empezara a sentirse incómodo y a desconfiar de la creciente influencia de los comunistas en el seno de la República en sus esfuerzos por imponer el orden. Por el contrario, Hemingway consideraba que sus actividades representaban una contribución esencial para organizar un esfuerzo bélico eficaz.

Cuando Dos Passos llegó al hotel Florida de Madrid, todo lo que hacía y decía parecía provocar el desprecio de Hemingway. No había conseguido llevar nada de comida. Hubo también cierta fricción derivada del hecho de que Dos Passos y su esposa Katy fueran amigos íntimos de la esposa de Hemingway, Pauline. Dos Passos no podía disimular su incomodidad al ver que Ernest mantenía una ostensible aventura amorosa con Martha Gellhorn[28]. En su descripción tenuemente novelada, Dos Passos escribió de Martha lo siguiente: «No cabe duda de que a ella no le gusta Jay [Dos Passos] más de lo que ella le gusta a él»[29]. Su amiga común, Josephine Herbst, sería una observadora privilegiada de la ruptura de la relación entre Hemingway y Dos Passos. En su diario anotó que Hemingway solía realizar comentarios peyorativos sobre la esposa de Dos Passos, Katy, irritado por que fuera tan buena amiga de Pauline. Su enfado también se reflejaba en las quejas de que Dos Passos «no tenía agallas» y «no tenía cojones»[30].

Con el fin de explicar la fricción entre ambos, Josephine Herbst escribió posteriormente que Hemingway estaba decidido a ser «el cronista de guerra de su época» y que «parecía suscribir de forma ingenua los aspectos más simples de las ideologías vigentes en el mismo instante en que Dos Passos las ponía imperiosamente en entredicho». También podía ser que, como se hacía pasar cada vez más por un sabio veterano de guerra, le molestaba que Dos Passos supiera qué pocos combates había presenciado en realidad. O quizá simplemente estaba enfadado porque Dos Passos no compartía su puro disfrute de la guerra. Josie señalaba que había en Hemingway «una especie de derroche de magnificencia en el Florida, una generosidad crepitante cuya cara oculta era cierta especie de mezquindad. Era roñoso con sus sentimientos hacia cualquiera que quebrantara su código, aun cuando fuera brutal; pero es justo decir que Hemingway no fue nunca otra cosa que fiel al código que estableció para sí mismo». De todos modos, no se trataba solo de que Dos Passos fuera lo menos parecido a un ser ostentosamente machista. Más bien, el asunto clave era la irritación de Hemingway por las insistentes preguntas de su amigo sobre Robles. Josie podía percibir cómo crecía la irritación entre ambos: «Hemingway estaba preocupado porque Dos Passos hacía preguntas incisivas y, en caso de persistir, podía meter en problemas a todo el mundo. “Al fin y al cabo —advertía él—, esto es una guerra”», mientras que Dos Passos se negaba a creer que su amigo pudiera ser un traidor[31].

En su versión novelada, Dos Passos aporta el aroma de sus discrepancias sobre Robles. George Elbert Warner (el personaje inspirado en Hemingway) preguntaba al héroe (Jay Pignatelli) por qué parecía preocupado: «Si es por la desaparición de ese profesor compañero tuyo, no lo pienses … Todos los días desaparece alguien». En cuanto Sidney Franklin (en la novela, Cookie) abandonaba la habitación, Hemingway gritaba al oído de Jay: «No metas las narices en ese asunto de Echevarría [Robles] … ni siquiera delante de Cookie. Cookie es el tipo más recto del mundo, pero podrían emborracharlo una noche. La Quinta Columna está por todas partes. Imagínate que tu querido doctor se largó y se pasó al otro bando». Cuando Jay replicó diciendo que la lealtad de Echevarría/Robles era inquebrantable, la novia de Warner, Hilda Glendower (Martha Gellhorn), supuestamente intervino «como una ráfaga de aire frío» diciendo: «Tus preguntas ya nos han causado suficientes problemas»[32].

Aparte de Century’s Ebb, la fuente más utilizada sobre las discrepancias entre Dos Passos y Hemingway acerca de Robles es el relato autobiográfico de Josephine Herbst The Starched Blue Sky of Spain, aunque su diario inédito contiene importantísimas discrepancias con su libro. Josie Herbst había llegado a Valencia aproximadamente una semana antes que Dos Passos. No había ido a España como corresponsal plenamente acreditada de algún periódico, sino que, según su biógrafa, Elinor Langer, dada su condición de izquierdista de toda la vida, Josie quería poder vivir los acontecimientos revolucionarios en primera fila. Según Stephen Koch, era una agente de confianza de la Komintern y «había sido enviada a España para contribuir a supervisar y controlar a las estrellas literarias norteamericanas de Madrid». Con ese fin, afirmaba Koch, la había invitado «la oficina de propaganda de la República» para hacer programas de radio. Es muy improbable que ella ejerciera la siniestra función que le atribuye Koch. De hecho, sus apuntes personales no revelan el menor interés por las posiciones políticas de ninguno de los que aparecen. Sin embargo, ciertamente hizo al menos un programa de radio «desde un profundo sótano de Madrid». También es cierto que había partido hacia España precipitadamente, sin haber conseguido recibir ningún encargo firme de periódico alguno, sino con poco más que las manifestaciones vagas del interés de los directores de las revistas, según las cuales estaban encantados de examinar artículos que tuvieran «interés humano» u ofrecieran «la perspectiva de las mujeres». Sin embargo, parece que escribió a Otto Katz, a quien había visto brevemente en París años atrás, para informarle de su viaje y para pedirle consejo acerca de cómo llegar a España. Su esposa, Ilse, le contestó ofreciéndose a ayudar a Josie en caso de dificultad[33].

Por tanto, pese a su falta de credenciales periodísticas, pero gracias a su fama de escritora, entonces todavía vigente aunque hoy un tanto olvidada, se le facilitó una carta de presentación para Álvarez del Vayo en la oficina de prensa republicana de París, la Agence Espagne de Otto Katz. Si es que ciertamente la recibió en Valencia, Álvarez del Vayo debió de desviarla rápidamente a la oficina de prensa. Allí no se le proporcionó nada que pudiera acercarse al trato privilegiado que podría haber esperado si era realmente una importante agente de la Komintern en una misión respaldada personalmente por el ministro de Estado. En realidad, la hicieron esperar como correspondía a alguien sin credenciales periodísticas adecuadas. La corresponsal se quejaba: «En la oficina de prensa me habían asegurado que podría ir a muchos sitios, pero quedé relegada durante días preguntándome ¿adónde voy?»[34].

En la narración autobiográfica publicada sobre su experiencia en España, afirma que alguien le dijo con carácter estrictamente confidencial que Robles había sido fusilado por espía. No dice quién se lo contó. Koch ha señalado que la «autoridad» en cuestión era Julio Álvarez del Vayo, que supuestamente recibió a Herbst para mantener una larga conversación cuando ella le entregó su carta de presentación de la Agence Espagne, si bien no hay pruebas de ello. De hecho, Josephine Herbst no dice que se lo revelara ninguna autoridad. Sin embargo, en una carta dirigida a Bruce Bliven del New Republic, escribió: «Mi informante no era un “simpatizador comunista estadounidense” sino una persona española con gran responsabilidad [añadido a mano] y me dijeron que había trabajado en el Ministerio de la Guerra. Además, se han encontrado documentos en su poder que demuestran, o parecen demostrar, que estaba íntimamente relacionado con el bando franquista». Esto descartaría a Liston Oak, a quien habría conocido cuando visitó la oficina de prensa para concertar su traslado a Madrid. Por otro lado, hacía pensar en Constancia de la Mora, a quien casi con total seguridad conocía también. Quienquiera que fuese su informante, le dijo que debía jurar guardar el secreto del mismo modo que alguien «de más arriba» le había hecho jurar el secreto a él. Por sí solo, esto descarta a Álvarez del Vayo, puesto que la única persona «de más arriba» para el ministro de Estado era el presidente Francisco Largo Caballero, y es inconcebible que este anticomunista con nobles principios morales estuviera implicado en el encubrimiento de un aparente asesinato de los rusos. La razón de todo este secretismo era, según le dijeron a Herbst, que las autoridades «empezaban a preocuparse por el afán de Dos Passos y temían que pudiera ponerse en contra de ellos si descubría la verdad, confiaban en impedir que averiguara nada mientras estaba en España». Esto convierte en mucho más probable que la información naciera en la oficina de prensa. Por otra parte, no explica por qué decírselo a Josie aumentaba las posibilidades de alejar la noticia de Dos Passos[35].

Una vez en Madrid, las autoridades militares de la capital le extendieron a Josie un salvoconducto fechado el 3 de abril de 1937[36]. Dado que Dos Passos no llegó a Valencia hasta el 8 de abril, esto significaría que ella había indagado acerca de Robles aproximadamente una semana antes de su llegada. Como sugiere Elinor Langer, tal vez Josie preguntara de manera inocente por Robles simplemente porque Dos Passos le había dado su nombre como el de alguien a quien debía conocer. En su narración publicada, su informante decidió descargar sobre Josie el peso de las investigaciones de las autoridades acerca de Dos Passos y el caso Robles solo porque, según le dijeron, se sabía que Dos Passos era un viejo amigo de ella. Si el informante era Constancia de la Mora, sin duda quien podría haberle hablado de esa amistad era Liston Oak, un camarada izquierdista estadounidense y conocido común de Dos Passos y Josie. Pero, por muy amigos que fueran, ni en su versión publicada ni en la inédita recogía Josie haberle hablado a Dos Passos sobre el caso, si bien es extremadamente improbable que él no le hubiera confiado sus inquietudes sobre Robles.

Todas las descripciones posteriores del caso Robles y de su perjudicial impacto sobre la amistad entre Hemingway y Dos Passos han seguido el ejemplo de la descripción de Josephine Herbst publicada en 1960. Esa versión dice lo siguiente: a pesar de que había jurado mantener el secreto, Josie decidió contárselo a Hemingway. Ella dice que él sacó el tema primero, después del bombardeo de artillería tan espeluznante que sacudió el hotel Florida al amanecer del 22 de abril. Justo después de que ella le hablara con brusquedad, cansada e irritada, y dijera que no le apetecía seguir siendo una exploradora, él la invitó a su habitación para tomar un coñac, no tanto para consolarla como para instarle a que le dijera a Dos Passos que dejara de remover el caso Robles: «Aquello iba a despertar sospechas sobre todos nosotros y a meternos en problemas. Esto es una guerra». Él la informó de que Pepe Quintanilla, el «jefe de la Sección de Justicia», ya le había dicho a Dos Passos que Robles todavía vivía y que tendría un juicio justo. A continuación dijo que Quintanilla era «un tipo fenomenal» y que ella debería conocerle. Al principio ella estaba un tanto cohibida por la promesa que había hecho de mantener el secreto, y algo indignada por el miedo de Hemingway a que las insistentes preguntas de Dos Passos estuvieran alimentando el malestar entre los huéspedes del hotel Florida. Sin embargo, ante la desenvuelta confidencia de Hemingway acerca del buen final del caso Robles, ella soltó por fin lo que sabía.

Herbst se retrata a sí misma indignada por lo que parecía demostrar la ambigüedad de Pepe Quintanilla, aunque sus recuerdos podrían estar influidos por un encuentro posterior con él: «No podía creer que Quintanilla fuera tan buen tipo si era capaz de mantener a Dos Passos en una angustiosa ignorancia o si las pruebas eran tan contundentes como para no admitir contradicción. Yo sentía que había que decírselo a Dos, no porque él pudiera hacer recaer sobre nosotros algún peligro, sino porque ese hombre estaba muerto». Por tanto, reveló que Robles había sido fusilado por espía: «Quintanilla tendría que habérselo dicho a Dos Passos». Al oír esto, según parece, a Hemingway no le costó aceptar que Robles era un espía fascista. Josie insistía en que se le dijera a Dos Passos de tal modo que la información no pareciera proceder de ella y urdió una solución bastante peregrina y tortuosa para salvaguardar su promesa de mantener silencio, si bien apenas se parece a la idea cruel y siniestra que imaginó Stephen Koch en su libro sobre el tema. Herbst propuso que Ernest le transmitiera la mala noticia, pero que dijera únicamente que se lo había dicho «alguien de Valencia que estaba de paso por allí pero cuyo nombre no debía revelar». Hemingway, que se contentó con admitirlo sin poner en cuestión que Robles fuera culpable de espionaje, aceptó aparentemente «con demasiada presteza; no creo que dudara ni un instante de que Robles era culpable si Quintanilla lo decía». Y tenían una oportunidad inminente de decirle a Dos Passos lo que habían planeado, porque aquel mismo día todos los corresponsales iban a asistir a una comida de celebración en el cuartel general de la XV Brigada Internacional[37].

Ahora bien, se da efectivamente el caso de que en la mañana del 22 de abril, cuando se afeitaba con tranquilidad y parecía estar muy descansado, Dos Passos todavía alimentaba la esperanza de que Robles estuviera vivo. Había hecho preguntas en la Embajada de Estados Unidos y le habían dicho que Robles había sido visto con vida por el agregado militar estadounidense, el coronel Stephen Fuqua, el 26 de marzo[38]. No obstante, a media mañana del 22 de abril quedaban pocas esperanzas. El encuentro entre Josie y Hemingway en torno a una copa de coñac no se produjo tal como se describe en The Starched Blue Sky of Spain. Lo que Josie escribió en su diario en aquella época tiene mucho más sentido: «Entra Dos. Se ha enterado: Robles ejecutado. Quiere investigar. Discute con Hem los riesgos de que Dos investigue. R. mala persona con juicio justo; revela secretos militares». Por consiguiente, no hubo necesidad de una trama tortuosa para resolver cómo decirle a Dos Passos que Robles estaba muerto. Por otra parte, sí que había necesidad de explicarle por qué había sucedido, para con ello evitar quizá que siguiera removiéndolo todo. Es razonable suponer que Dos Passos dejó la habitación cuando Josie y Hemingway empezaron a discutir los «riesgos de que Dos investigue». Si Hemingway estaba en lo cierto y Robles era una «mala persona», había tenido un juicio justo y había sido declarado culpable de revelar secretos militares, entonces eso era lo que había que decirle a Dos Passos. En una carta escrita en junio de 1939, Herbst le contaba a Bruce Bliven, del New Republic: «Siempre me ha parecido, igual que me lo pareció entonces, que era un trágico error no proporcionarle a Dos las pruebas que hubiera sobre el caso y sobre la muerte»[39]. Esto no indica que ella quisiera que le dijeran que Robles estaba muerto (al fin y al cabo él ya lo sabía), sino que le informaran del proceso que había desembocado en su arresto y ejecución.

Aquel mismo día, la prolongada comida festiva tuvo lugar en un castillo que en otro tiempo había pertenecido al duque de Tovar, cerca de El Escorial. La fiesta se convocaba para celebrar la incorporación de la XV Brigada Internacional al Ejército republicano. Fue allí donde iban a decírselo a Dos Passos. Pero ¿decirle qué? Él ya sabía que Robles había muerto, pero no en qué circunstancias. Es muy probable que su informante de aquella mañana fuera Pepe Quintanilla. En calidad de comisario general de Investigación y Vigilancia, él era una de las poquísimas personas cuya posición le permitía saber lo que había sucedido e incluso conocer la existencia de Grigulevich y de la Brigada Especial. Además, y como hermano del amigo íntimo de Dos Passos Luis Quintanilla, Pepe era la única persona enterada dispuesta a hablar con él. En 1939, Dos Passos escribió que, apesadumbrado, «el entonces jefe del servicio de contraespionaje republicano» (Pepe Quintanilla) le había hablado de la muerte de Robles a manos de una «sección especial». En su novela posterior, Dos Passos se inventa una fiesta en la que Juanito Posada (Pepe Quintanilla) le dice: «Han fusilado a ese hombre». Cuando Jay Pignatelli (Dos Passos) pregunta por qué, Juanito Posada contesta: «¿Quién sabe? Vivimos unos tiempos terribles. Para superarlos, no tenemos más remedio que ser terribles»[40]. Aunque el momento y el lugar son diferentes en la novela, no hay duda de que fue Pepe el que reveló que Robles había sido fusilado y que lo hizo la mañana del 22 de abril. El tono en la explicación de Pepe de que se sabe muy poco hace pensar en cierto deseo de herir a Dos Passos lo menos posible. Años más tarde, Luis Quintanilla le dijo a un amigo de Nueva York que Robles había sido detenido porque se sabía que había facilitado información confidencial a la Quinta Columna. Para amortiguar el golpe, Pepe se abstuvo de contarle a Dos Passos que su amigo era un espía fascista. Eso es seguramente lo que Josie Herbst y Hemingway decidieron contarle. Si había algo que lograra que Dos Passos dejara de hacer preguntas delicadas y poner en evidencia tanto a sí mismo como a ellos, sin duda sería eso[41].

Fuera lo que fuese lo que Hemingway dijo a Dos Passos, se cree que lo hizo de la forma más brusca y menos delicada posible. Según su biógrafo, Townsend Ludington, Dos Passos quedó muy afligido por «los modales ásperos y el hermetismo, que le parecieron una especie de traición»[42]. Lo que sucedió aquel día en la fiesta de la XV Brigada se ha considerado de forma extendida la culminación de la ruptura de la relación entre Hemingway y Dos Passos. De hecho, Dos Passos escribió en su novela: «La fiesta de la XV Brigada me rompió el corazón». Pero en la descripción de los hechos que escribió en aquel momento, «The Fiesta at the Fifteenth Brigade», no hacía ninguna mención a ningún encontronazo con Hemingway. Tampoco lo hace Josephine Herbst en su diario, donde únicamente dice que él y Dos Passos se sentaron juntos en la comida. En la versión publicada, Herbst refiere solo la agitación de Dos Passos ante el hecho de que Hemingway no revelara la identidad de ese «alguien de Valencia que estaba de paso». Obviamente, no podía porque ese «alguien» era una invención de Josie. Sin embargo, en la carta que le envió a Bruce Bliven en 1939 escribió: «Debería recordarse que Dos odiaba todo tipo de guerra y que en Madrid no solo sufrió por el destino de su amigo, sino por la actitud de determinadas personas que vivían al margen de la guerra y que parecían tomársela como un deporte. Le daba mucho asco».

Según Stephen Koch, lo que Josie y Hemingway planearon hacer en el almuerzo de la Brigada Internacional era humillar públicamente a Dos Passos, ponerle en evidencia en público como amigo de un espía fascista: «Ella le había facilitado silenciosa y discretamente el arma precisa que sabía que buscaba. Y luego, igual de silenciosa y discretamente, le había mostrado cómo emplearla»[43]. No hay pruebas de ningún tipo que justifiquen esta afirmación. Lo que quiera que Hemingway dijera a Dos Passos, se lo dijo con tranquilidad mientras conversaban. No hay ninguna mención a esta malicia en ninguna de las versiones de Josie. Y hay buenas razones para pensar que, si hubiera habido malicia premeditada, ella lo habría manifestado así en su diario, porque Josie Herbst no estaba exenta de una cara desagradable, aunque no se centraba en los enemigos de la Komintern sino en las mujeres más guapas que recibían más atenciones que ella. Mientras esperaba el coche para ir al almuerzo, miró a la atractiva Martha Gellhorn con aversión: «Las putas insistentes como M. lo consiguen casi todo con lo que tienen. No en la cabeza, en las bragas. Juega a todo. Lo consigue todo. Nunca dice el nombre de nadie. Estúpida lengua insustancial». Cuando llegaron a la fiesta, dirigió su veneno hacia María Teresa León, la sensual esposa rubia del poeta Rafael Alberti que era el centro de toda la atención masculina: «Marie T., con broche y pendientes de coral, pañuelo, muy enérgica y exuberante». A Josie le irritaba ver a María Teresa, gorjeando trivialidades como un pajarillo cantor, rodeada de hombres que la admiraban. El hecho de que le prestaran menos atención a ella que a la hermosa y famosa mujer, es con diferencia la mayor preocupación plasmada en la descripción que hace Josie de la fiesta[44].

El papel que desempeñó Quintanilla en el caso Robles se limitó casi con toda seguridad a informar a Dos Passos de la ejecución y a proporcionarle una versión aséptica de cómo se había producido. Sin embargo, parece que por asociación ha adquirido cierta aura de culpabilidad en el asunto. Esta imagen de Pepe Quintanilla como monstruo que encarnaba los servicios de seguridad republicanos procede de las descripciones que hacen Josie Herbst y Virginia Cowles de una comida con él y con Hemingway ocurrida el 28 de abril. Debido al relato publicado por Josie, y también a que Hemingway le retratara como Antonio, el jefe de seguridad «de labios finos» en el segundo acto de La Quinta Columna, Quintanilla se consagró, según las palabras de Carlos Baker, como «el verdugo de labios finos de Madrid». Una semana después de la fiesta de la XV Brigada, Hemingway, Virginia Cowles y Josephine Herbst estaban comiendo en el restaurante del hotel Gran Vía. Virginia se fijó en «un hombre de aspecto meticuloso vestido de gris perla de la cabeza a los pies. Tenía la frente alta y los dedos largos de un intelectual, y llevaba unas gafas de concha que le conferían un aire reflexivo. Al reparar en su interés, Hemingway no pudo resistir alardear de sus contactos y su conocimiento de los entresijos y dijo con dramatismo: “Ese es el jefe de los verdugos de Madrid”, e invitó a Pepe a sumarse a ellos. Lo hizo con la condición de que le dejaran pagar otra jarra de vino».

Pepe les obsequió con historias de los primeros días de la guerra, cuando los imprudentes madrileños habían tomado al asalto el cuartel de la Montaña en el que los rebeldes se habían hecho fuertes. Mientras Quintanilla hablaba, empezaron a llover obuses y él contaba con frialdad las explosiones mientras servía vino, una, hablaba, después, dos, tres, cuatro… Antes de que llegara a diez, empezó a respirarse el miedo en el ambiente. A medida que el vino fue corriendo con mayor libertad, Pepe siguió contando, ahora enrojecido y cada vez más borracho. Sin embargo, cuando Hemingway presionó a Pepe para que hablara de la lucha contra la Quinta Columna, el ambiente se volvió aún más tenso. Hemingway sonreía y a las mujeres se les ponían los pelos de punta mientras él les hablaba de un oficial que se lo hizo encima «acurrucado en un rincón» y después «tuvieron que sacarlo a la calle y fusilarlo como a un perro». Sin embargo, cuando dos soldados y una joven caminaban del brazo por el medio de la calle en dirección al lugar del que procedían las bombas, un frenético Quintanilla trató de detenerlos con preocupación.

Cuando Hemingway dijo que quería regresar porque estaba preocupado por «la rubia» (Martha), Quintanilla no quiso escuchar e insistió en que esperaran a que pasara el peligro. Pidió coñac y empezó a flirtear escandalosamente con Virginia, cosa que no consiguió granjearle el cariño de Josie, que se preguntaba agriamente cómo conseguía la señorita Cowles bajar hasta el restaurante desde el Florida por una Gran Vía llena de escombros esparcidos con unos tacones tan altos. Quintanilla decía que se iba a divorciar de su esposa, que se iba a casar con Virginia y que su esposa cocinaría. En aquel momento, todos se rieron; pero, retrospectivamente, Virginia Cowles solo recordaba lo que ella consideró que era el sadismo de «sus ojos brillantes de color marrón veteado». Cuando abandonaron el restaurante, Hemingway le dijo a la mujer: «Recuérdalo bien: él es mío». Así enseñaba sus cartas, revelando que consideraba a Pepe una presa con la que alardear de su posición privilegiada a la vez que una fuente de información exclusiva, e incluso su personaje en un relato corto o en una obra de teatro. Posteriormente utilizó la conversación sobre la muerte de los derechistas en su obra La Quinta Columna, en la que caracterizó a Pepe como «Antonio»[45].

Este espeluznante almuerzo tuvo lugar después de que un afligido Dos Passos hubiera abandonado Madrid. Pasó algún tiempo en Fuentidueña del Tajo, un pueblo en el que quería rodar un proyecto de regadío para el documental Tierra de España. Luego volvió una vez más a Valencia para decirle a Márgara Fernández de Villegas lo que había averiguado y tratar en vano de obtener algunas respuestas de Julio Álvarez del Vayo. El ministro seguía sin saber nada, pero al menos prometió obtener un certificado de defunción para que Márgara pudiera cobrar el seguro de vida de José[46]. El hecho de que no cumpliera su promesa abrió una herida en Dos Passos que tardaría años en cicatrizar. Sin embargo, en una carta a Claude Bowers de la época, comentaba: «Como no ha llegado nada de Del Vayo imagino que se ha olvidado del tema. Lo cierto es que lleva tantas cosas entre manos que no me extraña que se olvide de los insignificantes detalles personales»[47]. Lo que ocurrió fue que destituyeron a Del Vayo como ministro de Estado a mediados de mayo de 1937 y fue incapaz de cumplir su promesa. Si Dos Passos informó a Márgara Fernández de Villegas de lo que le habían dicho, ni ella ni sus hijos decidieron creerle. Las cartas escritas por Coco muestran que siguieron manteniendo la esperanza durante más de dos meses y medio después de la marcha de España de Dos Passos. A finales de abril, Dos Passos partió hacia Francia, deteniéndose en el camino unos cuantos días en Barcelona.

Quien también estaba en la capital catalana era Liston Oak, que llevaba algún tiempo tratando de deshacerse de su empleo de Valencia aduciendo problemas de salud. En abril había pasado una temporada en Madrid, donde hizo averiguaciones sobre la posibilidad de abrir allí un despacho. Fue fotografiado en dicha ciudad con Hemingway y Virginia Cowles a mediados de abril. Dada la camaradería reinante entre los corresponsales del hotel Florida, es muy probable que viera también a Dos Passos. Nervioso por los continuos bombardeos, regresó a Valencia. Se quedó allí lo bastante como para recoger sus pertenencias y partir hacia Barcelona diciéndole a su jefa, Constancia de la Mora, que se trataba solo de una breve visita. No está claro si planeó quedarse allí dada su creciente simpatía hacia el POUM o si ya tenía la intención de regresar a Estados Unidos. En la oficina de prensa de Valencia tardaron varias semanas en descubrir que no volvería[48].

En Barcelona, Dos Passos visitó el cuartel general del POUM y habló con Juan Andrade y Andreu Nin[49]. Según su relato novelado, en el vestíbulo de su hotel también se topó con George Orwell,

un inglés larguirucho con el brazo en cabestrillo. Llevaba un uniforme gastado. En una gorra extranjera apretada y caída hacia un lado se apelmazaba una abundante mata de pelo negro ondulado. Su rostro alargado con arrugas muy marcadas en las mejillas se distinguía por un par de ojos negros excepcionalmente rasgados. Ofrecían una mirada a la lejanía, como los ojos de un marinero … Una extraordinaria actitud de relajación se posó sobre él cuando se dio cuenta de que hablaba con un hombre sincero. En todas las semanas transcurridas desde que aterrizara en aquella horrenda Casa de la Cultura de Valencia no se había atrevido a hablar con franqueza a nadie. Al principio tenía miedo de decir algo que pudiera poner en peligro sus oportunidades de sacar del país a Ramón [José Robles] de forma clandestina, y después tenía miedo de que alguna palabra suya mal interpretada pudiera entorpecer la posibilidad de que Amparo [Márgara] se marchara con los niños[50].

Aunque su idea de sacar clandestinamente de España a José Robles y a su familia era absolutamente inventada, no hay razón alguna para dudar de que Dos Passos se encontró con Orwell. Este dato se confirma en otros lugares, si bien deberíamos señalar que, en la novela, él sitúa este encuentro durante las Jornadas de Mayo, fecha en que en realidad él ya había abandonado Barcelona. Dieciocho años más tarde, en su relato de los hechos, Dos Passos escribió en términos similares acerca de Orwell:

Su rostro tenía un aspecto demacrado por la enfermedad. Supongo que ya padecía la tuberculosis que posteriormente acabaría con su vida. Parecía inexpresivamente agotado. No hablamos mucho rato, pero recuerdo la sensación de calma, de alivio de la tensión que sentía al estar hablando por fin con un hombre sincero. Los funcionarios con los que había hablado las semanas anteriores eran en su mayoría unos papanatas, o se engañaban a sí mismos, o trataban, a conciencia, de ocultarme la verdad[51].

El drama en torno al caso Robles se vio intensificado una vez más por Liston Oak. Una noche, este visitó a Dos Passos en su hotel de Barcelona y le afirmó que huía de los servicios de seguridad después de haber sido acusado de trotskista. Es más que probable que Oak hubiera acabado por sentirse incómodo por las posibles consecuencias de su salida furtiva del Partido Comunista estadounidense para aproximarse al antiestalinista POUM. Aquello sin duda guardaba relación con sus continuas quejas acerca de su salud. Sin embargo, esto guarda cierta distancia con la aseveración hecha por Koch de que «Liston también estaba enfermo del espíritu. En lo más hondo de su alma había un hedor a miedo y a odio»[52]. Quizá Liston Oak estaba «enfermo de pánico», pero dramatizaba las circunstancias de su paulatino alejamiento del servicio de prensa republicano cuando decía que se había salvado por los pelos gracias a que descubrió que habían informado de que era políticamente inestable. Lo que en realidad sucedió es que había ido a Barcelona y había entrado en contacto con Andreu Nin, el dirigente del POUM. A finales de abril escribió un artículo en el que mencionaba su reunión con Nin y simpatizaba con el punto de vista del POUM según el cual la guerra no podía ganarse si se aplastaba la revolución. El artículo fue escrito antes de los Sucesos de Mayo de 1937 y la desaparición de Nin, pero no se publicaría en Londres hasta más adelante, a mediados de mayo. George Orwell lo leyó en el hospital tres semanas más tarde y le pareció «muy bueno y muy ponderado»[53]. Al haber trabajado en la sección de lengua inglesa de la oficina de prensa de la República, a Oak no pudo habérsele escapado que la publicación del artículo se consideraría un acto de subversión, dada la oposición del POUM a la política del gobierno de conceder prioridad al esfuerzo de guerra antes que a la revolución.

En todo caso, es posible que, una vez en Barcelona, al ya timorato Oak le hubiera sorprendido el espanto a causa de algún encuentro casual con un agente ruso al que había conocido en Nueva York con el nombre de George Mink. En realidad se llamaba Mink Djhordis y había nacido en Lituania. Se decía que estuvo estrechamente ligado a Solomon Abramovich Lozovsky, el jefe de la Profintern, la internacional sindical soviética. Según los testimonios ofrecidos en el Comité de Actividades Antiamericanas, era un funcionario en activo al servicio de la inteligencia militar soviética. Pese a que Mink era taxista en Filadelfia y absolutamente ajeno a los asuntos navales, Lozovsky había utilizado su influencia para ascenderlo a un puesto importante en el Sindicato Industrial de Trabajadores de la Marina. Fue detenido en Copenhague en 1935 y encarcelado durante dieciocho meses cuando la policía descubrió material de espionaje en su habitación. También se le vinculaba con asesinatos políticos en Alemania y España. Se ha sugerido que fue uno de los asesinos del desertor soviético Ignace Reiss en Suiza[54]. Mink, que no conocía el giro de Oak hacia el comunismo antiestalinista, le invitó a tomar una copa y le informó de que, al cabo de pocos días, los comunistas planeaban emprender acciones contra el POUM y los anarquistas de Barcelona. Oak, ya nervioso, entró en la fase de pánico y dio por hecho que él se encontraría entre los perseguidos[55].

Atendiendo a las súplicas atemorizadas de Oak, Dos Passos le cobijó en su habitación de hotel y después lo sacó de España en calidad de «secretario personal». En Century’s Ebb, Dos Passos retrata a Oak como «Don Carp» («Don Quejica» y «Don Capo»), lo cual hace pensar tanto en sus incesantes lamentaciones como en el hecho de que había en él algo sospechoso. En esa versión escribió: «Pensé que Carp era un miembro recalcitrante del partido, pero resultaba que el pobre se había asociado con algún disidente de Wisconsin»[56]. De vuelta en Valencia, Kate Mangan escribió que «se había filtrado que Liston estaba confraternizando con el POUM en Barcelona. Se marchó poco antes de la rebelión de mayo en aquella ciudad, un tanto apurado, según teníamos entendido, porque la policía le seguía la pista. Fue mucho después cuando supimos por informaciones llegadas de Estados Unidos que había hecho una virulenta propaganda escrita y verbal contra la República española y la guerra, y que utilizó su posición de “empleado en un puesto de responsabilidad en el gobierno” para otorgar autoridad a sus afirmaciones». Puede que Kate se refiriese a la información procedente de Kitty Bowler, que el 22 de junio escribió a Tom Wintringham diciendo que a un amigo izquierdista de Nueva York le habían llegado noticias del «asunto Liston»[57].

Que Oak escribiera un artículo favorable al POUM en circunstancias de guerra hizo sin duda muy difícil que mantuviera su empleo en la oficina de prensa de Valencia. Incluso podría haber llamado la atención de la policía secreta. Sin embargo, la idea de Koch de que Oak temía que el NKVD utilizara su «escuadrón de élite para asesinatos de extranjeros, la Oficina de Operaciones Especiales», para perseguirle sin cesar hasta los confines de la Tierra no concuerda con el hecho de que, al regresar a Estados Unidos, Oak siguiera publicando numerosos artículos proanarquistas y a favor del POUM que contenían críticas feroces a la política comunista. Hasta el propio Trotsky citaba de forma bastante menos que favorable las críticas de Oak hacia Stalin en un artículo titulado «Stalinism and Bolshevism», escrito el 28 de agosto de 1937. En otros lugares, como en un artículo titulado «Their Morals and Ours», Trotsky escribió que «hasta hace poco Liston Oak gozó de tanta confianza de la Komintern que esta le encargó la dirección de la propaganda de la España republicana en lengua inglesa. Como es lógico, aquello no supuso ningún obstáculo para que, una vez hubo renunciado a su puesto, renunciara igualmente al abecedario marxista»[58]. Lo más sorprendente de todo es que, a pesar de ser un hombre aterrorizado por los sicarios rusos en general y por George Mink en particular, en uno de sus artículos posteriores escribió: «Conocí a George Mink, un comunista estadounidense que presumía de haber intervenido en la organización de la GPU española y que me ofreció un empleo: señalar a los camaradas “indignos de confianza” que entraban en España para luchar contra el fascismo, como los miembros del Partido Laborista Independiente británico (ILP) y del Partido Socialista estadounidense»[59].

Una vez cruzada la frontera española, Oak y Dos Passos continuaron su viaje a Estados Unidos. Mientras Dos Passos y su esposa esperaban el tren que enlazaba con el barco, Hemingway acudió a la estación para despedirlos. El placer que estos sintieron ante este inesperado privilegio se enfrió enseguida cuando vieron que «su rostro era un nubarrón». Hemingway le preguntó qué tenía previsto hacer con el asunto Robles, a lo que Dos Passos contestó: «Diré la verdad tal como la veo. Ahora mismo tengo que ordenar mis ideas. Vosotros intentáis creer que se trata de un caso aislado. No es así». Cuando Hemingway intentó aducir las circunstancias de la guerra, Dos Passos preguntó: «¿Qué sentido tiene librar una guerra para defender las libertades civiles si destruyes las libertades civiles en el proceso?». Un Hemingway enfurecido bramó: «¡A la mierda las libertades civiles! ¿Estás con nosotros o contra nosotros?». Cuando Dos Passos se encogió de hombros, Hemingway levantó el puño como si fuera a golpearle y le amenazó diciendo: «Esta gente sabe cómo convertirte en agua pasada. Les he visto hacerlo. No les costaría nada repetir lo que ya han hecho». Katy contestó: «¿Por qué, Ernest? No he oído en mi vida una canallada tan oportunista como esa». Si eso no terminó del todo con una gran amistad, sí fue el principio del final[60].

Cuando Dos Passos llegó finalmente a Nueva York, vio a Maurice Coindreau y le dijo lo que creía que le había sucedido a su amigo. Coindreau escribió a Henry Lancaster, el jefe del departamento de Robles en la Universidad Johns Hopkins:

Las noticias que me dio son infinitamente lamentables y absolutamente ciertas, puesto que él mismo estuvo en Valencia y en Madrid y recabó esta información de primera mano. José Robles fue fusilado en algún momento del invierno. La última vez que Márgara le vio fue en enero, en la cárcel. (Por tanto, con independencia de la cantidad de negativas que envíe el gobierno, miente con todo descaro). Él le dijo que iban a trasladarlo a Madrid. Jamás volvió a saber de él desde entonces. Dos Passos no pudo averiguar si fue fusilado en Valencia o en Madrid, si fue juzgado o simplemente ejecutado.

Por asombroso que resulte, la carta terminaba con la siguiente petición:

¿Serías tan amable de no mencionar a nadie que fue Dos Passos quién dio la noticia? Tiene muchos contactos en el Partido Comunista y podría meterse en problemas si se enteraran de que ha revelado lo que ha hecho el gobierno español con un catedrático estadounidense que jamás en su vida se había interesado lo más mínimo por la política, ni de un bando ni de otro[61].

Parece como si la desdeñosa advertencia de Hemingway hubiera surtido efecto. Durante la primavera y el verano de 1937, Márgara estuvo desolada y enferma. Cuando finalmente aceptó que José estaba muerto, escribió a Esther Crooks, una amiga de Baltimore: «Me siento tan aplastada y tan triste que a duras penas vivo. Me he quedado como un ser lamentablemente incompleto, incapaz ya de hacer nada». A su dolor se sumaba la preocupación por su situación económica y la necesidad de obtener un certificado de defunción con el propósito de cobrar el seguro de vida de José. Márgara escribió a la señorita Crooks sobre la situación en que se encontraba: «Hasta ahora, como en lo ocurrido no ha intervenido el gobierno, todo sigue envuelto en el mayor misterio. Nadie puede justificar lo ocurrido ni nadie quiere confesar una equivocación. La situación interna es tan complicada, tan cambiante y tan compleja que hasta que esto haya terminado va a ser difícil conseguir nada»[62].

Curiosamente, pese a la ejecución de Robles, su familia continuó siendo fiel a la República y se quedó en España, aun cuando para ellos habría sido relativamente fácil volver a Estados Unidos. En cartas dirigidas a Esther Crooks y Henry Lancaster, Márgara dejaba claro que no culpaba a la República. Según escribió a la señorita Crooks: «La cosa es tan incomprensible todavía para nosotros que yo a veces creo que va a llegar el momento del despertar de esta pesadilla. No sabemos todavía nada en concreto de lo ocurrido, salvo el hecho de que el gobierno no ha tenido nada que ver con el asunto. El odio o una fatal equivocación parecen la única explicación. Y había trabajado tanto y con tanto entusiasmo por la causa». También escribió en términos similares a Henry Lancaster: «Para nosotros todo ha sido incomprensible. Su lealtad al gobierno era absoluta. Lo ha dado y lo ha arriesgado todo, por ayudar a una causa, para nosotros tan justa, con tal generosidad que solamente una fatal equivocación o acaso una venganza personal puedan ser la única explicación». Coco siguió trabajando en la oficina de prensa de Valencia y Miggie trabajaba en un laboratorio fotográfico para el Ministerio de Propaganda. Y, cuando hubo recuperado las fuerzas, Márgara también empezó a trabajar en la oficina de prensa[63].

No mucho después de que Dos Passos abandonara España, la oficina de prensa recibió la visita de Elliott Paul, el novelista estadounidense que acababa de terminar su libro sobre la represión en Ibiza. Constancia de la Mora asignó a Coco Robles la tarea de acompañarle de viaje a Madrid. Aquel novelista de mediana edad y el joven se hicieron buenos amigos durante el viaje. En una de sus conversaciones nocturnas sobre literatura, Elliott Paul nombró a Dos Passos y dijo: «No sé qué le ha pasado a Dos Passos. Le vi en París y ya ni siquiera se interesa por España; dice que no le importa. No habla más que de cierta historia acerca de un amigo suyo fusilado por espía, un profesor colega suyo de la Johns Hopkins». Con inmensa tristeza, pero también con marcada firmeza, Coco contestó: «Espero que eso no le haga perder al señor Dos Passos su interés por la lucha contra el fascismo en España. El hombre al que se refería era mi padre»[64].

Coco se trasladó con el resto del personal de la oficina de prensa cuando la capital fue desplazada de Valencia a Barcelona en noviembre de 1937. Había tratado de ingresar voluntariamente en el Ejército republicano en varias ocasiones, mintiendo para ello sobre su edad. En 1938 lo consiguió por fin. Se alistó en una unidad de guerrilleros, fue apresado en su primera misión y pasó muchos años en una cárcel franquista. Su hermana Miggie ingresó en el movimiento Juventudes Socialistas Unificadas y participó en las visitas para levantar la moral de las unidades de las Brigadas Internacionales en el frente de batalla y en una gira propagandística por Estados Unidos. Cuando el gobierno se trasladó de Valencia a Barcelona, Márgara Villegas también pasó a trabajar en la oficina de prensa con Coco y Constancia de la Mora. La familia Robles trabó amistad no solo con Constancia, sino también con Julio Álvarez del Vayo, pese a la reiterada creencia de que este último había mentido deliberadamente acerca del destino de José Robles. Márgara solía tomar el té con Luisi, la esposa suiza de Álvarez del Vayo, y con María Mijailova, la exesposa de Juan Negrín, que era rusa.

Ignacio Martínez de Pisón ha sugerido que las atenciones de Álvarez del Vayo hacia aquella familia nacían de la culpa. Sin embargo, es perfectamente posible que no supiera con exactitud qué le había sucedido a Robles: si había sido detenido, encarcelado y ejecutado por una sección especial bajo el mando de los rusos, y menos aún si había sido la unidad a las órdenes de Grigulevich. Es también posible, por supuesto, que congeniara con la familia precisamente porque había sido incapaz de hacer algo para impedir el asesinato de Robles, lo cual no tiene por qué significar que fuera cómplice del mismo. También se ha sugerido que las acciones tanto de Coco como de Miggie nacían del deseo de demostrar de algún modo, mediante su lealtad a la República, que su padre era inocente. Tal vez, pero también podrían hacerse otras interpretaciones. Las cartas de Márgara a Esther Crooks y a Henry Lancaster dejan claro que la familia estaba convencida de que lo que le había sucedido a José Robles no tenía absolutamente nada que ver con Constancia de la Mora o con Julio Álvarez del Vayo. Hay muchas posibilidades de que llegaran a temer que hubiera razones fundadas para las medidas tomadas contra Robles. A propósito de eso, Constancia escribió: «Lo que no podía perdonar Dos Passos, podían comprenderlo la esposa y los dos hijos de aquel hombre». Kate Mangan, que trabajaba con Coco, le recordaba «triturado y maltrecho, tan apenado que jamás hablaba de ello». Josie Herbst escribió en 1939: «Algunos meses después del fusilamiento de Robles vi a su hijo en Valencia a mi salida de España. Estaba en la oficina de prensa y propaganda de Rubio y me consta que ya creía, o decía creer, en las pruebas que inculpaban a su padre». El compromiso colectivo de la familia con la República permaneció firme, cosa que habría sido de todo punto inexplicable si hubieran guardado algún rencor a Álvarez del Vayo o a algún otro prominente político republicano[65].

Paradójicamente, cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial tras el ataque a Pearl Harbor, a Josie Herbst se le adjudicó un empleo en Washington en la Oficina del Coordinador de Información, una agencia de inteligencia y propaganda semiindependiente dirigida por el coronel William J. Donovan. Su trabajo consistía en elaborar guiones de radio para retransmisiones propagandísticas hacia Alemania. Sin embargo, muy pronto apareció en la pantalla de radar del Comité de Actividades Antiamericanas, que investigaba sobre la idoneidad de quienes contribuían a los esfuerzos de guerra. Se criticaba a muchos antifascistas por su apoyo a la República española, y de la noche a la mañana, el 21 de mayo de 1942 fue destituida de su puesto. Las circunstancias continúan siendo un misterio. La investigaba el FBI, como a la mayor parte de la gente que, igual que ella, tenía acceso a información confidencial. Se elaboró un amplio informe basándose en una serie de comentarios contradictorios procedentes de diferentes fuentes, entre ellas, una particularmente virulenta de una amiga de Josie, la novelista Katherine Anne Porter. Llegado el momento, se descubriría que el falso testimonio de Porter no era el problema. En realidad, el informe final del FBI limpiaba el nombre de Herbst de antiamericanismo. Se descubriría que la habían echado siguiendo instrucciones de Bill Donovan debido a sus anteriores simpatías hacia la Unión Soviética y a su apoyo a la República española. Sus colegas protestaron contra los «métodos autoritarios» y el modo antidemocrático en que se le había negado la oportunidad de defenderse[66]. En tiempos de guerra, en una democracia sucedían este tipo de cosas, algo que olvidaron quienes se escandalizaron por el trato dispensado a Liston Oak, cuya traición a la República española superaba con creces cualquier cosa que hubiera hecho Josie Herbst.

Dos Passos mantuvo el contacto con Márgara Villegas y trató de hacer lo que pudo por la familia, sobre todo en lo relativo a intentar cobrar el seguro de vida de Robles. Según parece, le dio muchas vueltas a la cuestión y fue claramente una de las cosas que le inclinó aún más hacia la derecha. En un principio era prudente con lo que escribía sobre el caso Robles, como podía esperarse a la luz de la advertencia que hizo a Maurice Coindreau para que mantuviera su nombre al margen de toda discusión pública del mismo. No obstante, sí escribió un artículo titulado «Farewell to Europe» («Adiós a Europa») en el que presentaba a los comunistas de España aplastando las libertades individuales y locales con «una maquinaria de poder tremendamente eficaz y despiadada». Se publicó en julio de 1937 en la revista Common Sense y suscitó airadas respuestas críticas de algunos de sus amigos. Los seis meses siguientes fueron testigos de cómo la posición anticomunista de Dos Passos se volvía más explícita. En diciembre de 1937 publicó otro artículo en Common Sense titulado «The Comunist Party and the War Spirit: A Letter to a Friend Who Is Probably a Party Member» («El Partido Comunista y el espíritu de guerra: carta a un amigo que probablemente esté afiliado»). En él iba más allá de su feroz orientación antisoviética general para formular críticas frontales al gobierno republicano español. Se refería a la «voluntad de gobernar» y a la «intolerancia ciega» del Partido Comunista y pasaba a afirmar que, «cuando obtuvo poder, se dispuso a eliminar físicamente o de cualquier otro modo a todos los hombres con posibilidades de liderazgo que no estuvieran dispuestos a ponerse a sus órdenes»[67].

Durante el año siguiente, en permanente escasez de dinero, decidió recopilar algunos artículos ya publicados más algunas obras recientes, todas ellas sobre España. El libro resultante, Viajes de entreguerras, contenía material en el que aparecían de forma anónima Robles y Márgara Villegas, respectivamente, como «el hombre que caminaba resuelto para ser juzgado en consejo de guerra por su propio bando» y «la mujer» que esperaba a su marido. También ofrecía una descripción de la fiesta de la XV Brigada, en la que no mencionaba la conversación que mantuvo con Hemingway, pero sí describía al general «Walter» formado en la URSS, el polaco Karol Swierczewski, que posteriormente sería retratado como «Goltz» en Por quién doblan las campanas, de Hemingway[68]. Quien manifestó la indignación más feroz fue Hemingway, que envió un cable desde un trasatlántico:

Cuando decidas traicionar por dinero mientras tipos mejores que tú siguen combatiendo, hay una guerra con la que siempre podrás mercadear en algún sitio, pero si incorporas tus andanzas en un libro, por favor comprueba y averigua que Walter es polaco, no ruso STOP Entretanto agradeceríamos un pago simbólico por alguno de los préstamos que has utilizado en la famosa trilogía de éxito saludos Hem.

El telegrama iba seguido de una carta en la que, tras disculparse por el tono «baboso» del cable, manifestaba su indignación por algunos detalles del libro y por los artículos de Dos Passos que efectivamente acusaban al gobierno republicano español de Juan Negrín de ser títere de los rusos:

El único problema de esto, Dos, es que Walter es polaco. Igual que Lukácz era húngaro, Petrov búlgaro, Hans alemán, Copis yugoslavo, etcétera. Lo siento, Dos, pero no conociste a ningún general ruso. La única razón que se me ocurre para que ataques, por dinero, al bando en el que se supone que siempre estuviste es un deseo irreprimible de contar la verdad. Así que, ¿por qué no contar la verdad? La cuestión es que no encuentras la verdad en diez días ni en tres semanas, y esta guerra lleva mucho tiempo alejada de la dirección de los comunistas[69].

Como no podía ser de otro modo, tuvo que pasar una década para que Dos Passos y Hemingway se reconciliaran en La Habana en septiembre de 1948. Antes, se encontraron en 1938 en Nueva York en la casa de un amigo común, Gerald Murphy. Tras una conversación con Hemingway en la terraza, Dos Passos entró en la casa y le dijo a Murphy: «Durante mucho tiempo crees que tienes un amigo y luego resulta que no lo tienes»[70]. Dos Passos siguió culpando a Álvarez del Vayo de no ayudarle a averiguar el destino de Robles. Sin embargo, no se manifestó explícitamente en público sobre el caso hasta julio de 1939, cuando escribió una descripción bastante comedida en forma de carta al New Republic en respuesta a una reseña muy negativa firmada por el crítico Malcolm Cowley de su novela The Adventures of a Young Man. En ella, Cowley afirmaba que Robles había sido detenido por espía fascista debido a pruebas condenatorias. La respuesta de Dos Passos dejaba ver que todavía se aferraba a lo que Pepe Quintanilla le había dicho y también escribió:

Simplemente, es muy probable que Robles, igual que muchos otros que eran conscientes de la sinceridad de sus propósitos, fuera víctima de una artimaña. Por una parte, mantuvo varias entrevistas con su hermano, que estaba preso en Madrid, para tratar de convencerlo de que se uniera al Ejército leal. Mi impresión es que la artimaña en su caso obtuvo la fuerza necesaria para urdirse porque los agentes secretos rusos creían que Robles sabía demasiado sobre las relaciones entre el Ministerio de la Guerra español y el Kremlin, y aquello, desde su muy singular punto de vista, no era políticamente seguro. Como suele suceder en estos casos, es probable que influyeran las animadversiones personales y las enemistades sociales.

Dos Passos envió una copia al editor de la antiestalinista Partisan Review, el crítico radical Dwight Macdonald, acompañada de una carta en la que decía: «En buena medida subestimé el estúpido modo en que Del Vayo me mintió sobre la forma en que murió Robles»[71].

Con el paso de los años, las opiniones de Dos Passos se volvieron aún más inflexibles. A mediados de la década de 1950 se había desplazado mucho más a la derecha. En 1956 publicó una selección de artículos con un comentario. Cuando escribía sobre el asunto Robles, presentaba a los rusos como los atroces conquistadores de la República española. Describió que sus indagaciones sobre la desaparición de su amigo suscitaban «la decepción, la mirada de miedo, el pánico por sus propias vidas», lo cual era sin duda una exageración. Escribió que había guardado silencio a su regreso de España a Estados Unidos porque «uno no quería ayudar al enemigo, sumarse a la inmensa propaganda contra la República española fomentada por tantos intereses distintos»[72]. En el clima de la Guerra Fría parece haber olvidado que le pidió a Maurice Coindreau que no dijera nada sobre su participación en el asunto Robles para que no se deteriorara su relación con el Partido Comunista. No era sincero al afirmar que había permanecido en silencio para no dañar a la República española. En su obsesión por preservar su reputación de integridad y discreción, también parece haber olvidado sus artículos de la revista Common Sense y de Viajes de entreguerras. En la década de 1970, ya no había ningún tipo de miramientos. En su novela Century’s Ebb da rienda suelta a su ira contra Hemingway, Martha Gellhorn, Sidney Franklin y Julio Álvarez del Vayo, al que retrata como «Juan Hernández del Río»[73]. Sin embargo, algunos años antes, mientras participaba en la campaña presidencial de 1964 del senador Barry Goldwater, Dos Passos le dijo a uno de sus camaradas empleados en la campaña, que era español y se preocupaba mucho por la Guerra Civil, lo que le habían dicho en aquella época, quizá en la fiesta de la XV Brigada. Contó que, en realidad, habían detenido a Robles con un sobre que estaba a punto de entregar a la Quinta Columna y que contenía información confidencial sobre la ayuda rusa a la República. Aquello, como es lógico, jamás se reflejó en ninguna de las declaraciones públicas de Dos Passos. En la misma línea, a principios de los años sesenta, Gustav Regler, mucho después de haberse vuelto contra el Partido Comunista, le dijo a Josephine Herbst que Robles era «una manzana podrida»[74].