59

Durante la primera parte del trayecto, Kieran intentó hacer sonreír a una turbada Gillian. Pero nada de lo que aquel simpático highlander decía le recomponía la desazón que su cuerpo sentía. Cuando pararon a comer, Gillian apenas probó bocado. No tenía hambre. Y cuando reanudaron la marcha, prefirió ir descansando en el carromato que le habían preparado.

Cuando Duncan vio que ella cerraba las cortinillas del carro, miró a su mujer y le preguntó:

—Megan, ¿estás segura de que Gillian reaccionará?

—Lo hará, Duncan, no te preocupes —observó Megan.

Pero cuando llegó el atardecer su seguridad comenzó a resquebrajarse. Cada vez estaban más lejos de Duntulm, y no parecía que Gillian reaccionara.

Tumbada en el interior de la carreta, Gillian miró su mano. En su dedo aún continuaba el anillo que Niall le había regalado y, mirando aquella piedra marrón, sollozó al recordar sus ojos. «¡Oh, Dios!, ayúdame. ¿Estoy haciendo lo correcto?».

Tras llorar durante un buen rato, finalmente murmuró:

—Basta ya…, no quiero llorar.

Regañándose por tanta sensiblería, suspiró y se sonó la nariz. Pero el pañuelo que llevaba estaba tan empapado que decidió coger otro seco. Al abrir la pequeña talega vio una pequeña bolsita de terciopelo negra. Sorprendida, la sacó y la abrió, y de ella, salió el anillo de su padre y una pequeña nota:

El anillo de nuestra boda siempre ha sido tuyo porque lo compré pensando en ti. Pero el anillo de tu padre sólo se merece llevarlo tu esposo. Por ello, te lo devuelvo, para que puedas entregárselo a la persona que creas que se merece tu amor.

Niall McRae

Con manos temblorosas, leyó una y otra vez la nota mientras sostenía el precioso anillo de boda de su padre. Aquel anillo era de Niall. Siempre lo había guardado para él y, de pronto, como si Dios y toda Escocia le hubieran aclarado las ideas, gritó:

—¡Maldito seas, McRae!

Sin tiempo que perder, Gillian abrió la tela de la carreta y silbó. La yegua apareció rápidamente. Con seguridad se asió a las crines del animal y montó, pero antes de que pudiera clavarle los talones y salir al galope, Megan la sujetó.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó.

Gillian, esbozando una sonrisa como llevaba tiempo sin hacer, la miró.

—Megan, no te enfades conmigo. Yo te quiero mucho y viviría contigo encantada en Eilean Donan o donde fuera, pero amo a Niall y quiero vivir con él. Adoro a ese highlander cabezón a quien le encanta hacerme enfadar, retarme y encolerizarme, pero es que no puedo vivir sin él, y por ello quiero regresar a mi hogar.

Dispuesta a pelear con Megan si hacía falta, Gillian la miró y se quedó estupefacta cuando ella sonrió.

—Ya era hora, Gillian. Llevo esperando este momento desde que partimos.

—¿¡Cómo!?

Pero Megan no le contestó y, tras darle un abrazo, dio un silbido y Duncan y Kieran cabalgaron hacia ellas.

—Cambio de planes. Regresamos a Duntulm —anunció Megan.

Kieran y Duncan miraron a una radiante Gillian, que se excusó:

—Lo siento, pero no puedo vivir sin él.

Duncan sonrió y Kieran, mirándola con mofa, añadió:

—Preciosa, ¿sabes que me has vuelto a romper el corazón?

Incorporándose en el caballo, Gillian le dio un beso en la mejilla y, con una espectacular sonrisa, le confesó:

—Lo siento, Kieran, pero el corazón que a mí me interesa arreglar está en Duntulm y por todos los dioses que lo voy a recuperar.

Después de que Duncan dio la orden, los hombres se pararon y, dando la vuelta a las carretas, comenzaron el viaje de regreso. Pero Gillian estaba ansiosa y, tras clavar los talones en Hada, comenzó a cabalgar como alma que lleva el diablo. Duncan intentó frenarla, pues no era bueno para una embarazada galopar así, pero nada en el mundo podía frenar la ansiedad de Gillian por llegar a su destino.

Casi había anochecido cuando al bajar una colina, Gillian se fijó en que a lo lejos un grupo de guerreros cabalgaba hacia ellos, y el corazón se le desbocó al reconocer al primero de ellos: ¡Niall!

Con las mejillas arreboladas y el cabello revuelto por el viento, Gillian llegó hasta ellos y, antes de que pudiera decir nada, su esposo, con una mirada penetrante, puso su caballo a su lado y cogiéndola por la nuca la arrolló con un maravilloso beso. Todos los highlanders gritaron y vitorearon.

Cuando por fin se separó de ella, murmuró:

—No, lo nuestro nunca fue un error. ¡Nunca!

Con el corazón latiéndole a mil, la joven negó:

—No…, no lo fue.

—Gillian, escúchame…

—No, McRae. Escúchame tú a mí —siseó, reaccionando para bajarse del caballo.

—Hum…, me encanta cuando me llamas McRae, fierecilla —se mofó Niall ante la mirada burlona de su hermano Duncan.

—¿Cómo se te ocurre decir que le entregue el anillo de mi padre a otro que no seas tú? ¿Te lo pedí yo ayer acaso?

—No.

Sacando el anillo de su pequeña talega se lo tendió.

—Póntelo ahora mismo.

—No.

—¿¡No!? ¿Por qué no?

—Porque primero quiero aclarar ciertas cosas contigo.

—¡Por todos los santos, McRae!, ¿todavía no te has dado cuenta de que tú eres el único al que yo quise, quiero y querré entregar mi amor y mi vida? —Al ver que él no respondía, Gillian, sin que le importaran todos los testigos que la oían, continuó—: Y en cuanto a mi hijo…

—Nuestro hijo, cariño…, nuestro hijo —corrigió él.

Aquellas simples palabras la emocionaron y no pudo continuar. Niall se aproximó a ella y le retiró un mechón de pelo pasándoselo tras la oreja.

—Eres mi vida, mi amor, mi luz y el mayor tesoro que tengo y tendré nunca. He sido un idiota, un egocéntrico y he estado a punto de perderte a ti y a nuestro hijo por mi comportamiento. Me he portado mal contigo cuando tú nos has traído a mi clan y a mí alegría, unión, fuerza y prosperidad. Y aunque esta mañana he dejado que te marcharas, y te he engañado con una mentira piadosa, ya iba a buscarte, cariño. —Ella sonrió, y él prosiguió—: Porque sin ti, sin tus enfrentamientos, tus sonrisas, tus retos, y tu amor no quiero vivir, Gata. Y sólo espero hacerte feliz el resto de tu vida para recompensarte el daño que te he hecho, cuando tú sólo merecías ser amada, querida y respetada.

—Me gusta saber que me quieres, Niall.

—Y mucho, cariño —añadió él.

—¡Oh, Dios! Me encanta cuando me llamas cariño —sonrió ella.

Divertido por la mueca que ella había hecho, susurró con amor:

—Pues te lo llamaré tanto que te cansarás de oírlo, porque te quiero, ¡cariño!

Los highlanders que los rodeaban los miraban con una media sonrisa en la boca.

Kieran le dio un codazo a Megan.

—¡Por todos los santos, Megan! —cuchicheó el hombre—. ¿Es necesario que se digan tantas palabras dulzonas y empalagosas?

Pero en vez de contestar ella, Duncan se le adelantó:

—¡Kieran!, el día en que te toque a ti serás aún peor, amigo.

—Lo dudo —se mofó él—. Yo no soy hombre de palabras azucaradas.

Megan se rió y mirándole añadió:

—¡Ay, Kieran!, el día en que tú te enamores, acabarás con el azúcar de toda Escocia.

Mientras todos reían, Duncan vio llegar las carretas. Y, sin parar, ordenó a sus hombres continuar hacia Duntulm con los baúles de su cuñada.

Con una sonrisa increíble, Gillian, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, sólo tenía ojos para su guapo marido y, tras darle un beso que le supo a amor puro y verdadero, le susurró:

—¿Te pondrás ahora el anillo para que todo el mundo sepa que eres mío?

—Por supuesto, Gata, pero aun sin anillo ya lo soy —repuso, poniéndoselo.

—¿Incluso cuando esté gorda por el bebé?

—Por supuesto.

Imaginársela con tripita y poder tocársela por las noches y abrazarla era algo que le volvía loco.

—¿Incluso aunque mi pelo no sea tan largo y bonito como cuando me conociste?

—Tu pelo es tan precioso como tú, cariño, lo lleves como lo lleves.

Tras aquellas palabras, Gillian se tiró a los brazos de un Niall que la asió con amor, mientras sus guerreros aplaudían con satisfacción porque la señora había regresado a su hogar.