57

Al alba, Gillian salió de la cabaña y se encontró de nuevo con que Niall no estaba.

Destrozada por la falta de estima de aquél, caminó hacia el castillo dispuesta a llenar su estómago, que le rugía. Al entrar en el comedor, lo encontró vacío. No había nadie. Todos dormían aún. Con delicadeza, se sentó en uno de los bancos y miró a su alrededor. Aquel salón estaba precioso, algo que meses atrás, cuando había llegado, era impensable. Con la vista cansada, recorrió piedra a piedra aquel majestuoso lugar, y sonrió al recordar cómo era a su llegada.

—¡Oh, milady!, no sabía que ya os habíais levantado —la saludó Susan al verla—. ¿Queréis que os traiga algo de desayuno?

—Sí, Susan, tengo una hambre atroz.

—En seguida vuelvo.

La mujer se marchó con rapidez hacia las cocinas y poco después apareció con un cuenco de leche y un plato con tortas de frutas.

El olor de la leche avivó su voraz apetito. Gillian comió con ganas, no una, ni dos, sino hasta seis tortas de fresa, mientras observaba a Susan recoger el salón. Instantes después, aparecieron Helena, Gaela y Rosemary.

—Buenos días, milady —saludaron las mujeres, caminando hacia ella.

—Buenos días.

Helena se paró frente a ella, mientras se retorcía las manos en un gesto nervioso.

—Milady, Aslam me dijo ayer que mañana al alba os marcharéis de Duntulm, ¿es cierto?

Gillian, sin poder articular palabra, se dedicó a asentir.

—Sé que no es normal que yo os lo pregunte, milady, pero ¿por qué? Aquí todos os queremos mucho. Nadie desea que os marchéis. Además, ¿qué vamos a hacer aquí sin vuestra compañía y vuestros consejos?

Temblándole el cuerpo, Gillian intentó sonreír.

—Helena, Rosemary, Gaela, yo también os voy a echar mucho de menos. Pero a veces las cosas no son como uno quiere y, simplemente, hay que aceptar el destino. Los motivos no hace falta que os los cuente. Sabéis que mi esposo y yo no nos entendemos, y aunque sea doloroso marcharme, es lo mejor para todos y en especial para el bebé que…

En ese momento, aparecieron Duncan y Megan en el salón, y las criadas, al ver como aquella mujer morena las miraba, inclinaron la cabeza y desaparecieron.

—Vaya…, parece que las he asustado —sonrió Megan, acercándose.

—No me extraña, cariño, las has mirado de una forma que es para asustarse —se mofó Duncan. Y mirando a Gillian, le preguntó—: ¿Sabes dónde está mi hermano?

Ella, con una sonrisa en los labios a pesar de que sus ojos permanecían serios, negó con la cabeza, y cogiendo una nueva torta de fresa, comenzó a mordisquearla. De pronto, se oyó un ruido de caballos y, tras mirar como la puerta de entrada se abría, apareció ante ellos una ofuscada Cris, seguida muy de cerca por su marido Brendan.

Megan y Duncan, sorprendidos por aquella entrada, los miraron, pero no dijeron nada.

La muchacha parecía muy enfadada y fue directamente hacia Gillian.

—¿Qué es eso que he oído de que te marchas de Duntulm? —gritó Cris, dando un manotazo en la mesa.

—Cariño…, cariño… —susurró Brendan, con gesto incómodo—. Contrólate. Todos nos están mirando.

La joven se volvió y dijo con rapidez:

—Duncan, Megan, encantada de volver a veros. Él es mi esposo, Brendan McDougall. —Y dicho eso, volviéndose de nuevo hacia una pálida Gillian, espetó—: No me lo puedo creer. ¿Por qué te vas de aquí?

—Pues porque…

En ese momento, apareció Niall con gesto cansado, y al entrar y ver a Cris y Brendan, sonrió.

—¡Qué agradable sorpresa!

—Hola, Niall —saludó Brendan, estrechándole la mano.

Pero Cris ni se movió ni lo saludó. Por ello, Niall se acercó a ella y le dijo en tono de mofa:

—¿Qué te ocurre? ¿A qué se debe esa mirada asesina?

La muchacha, con la más fiera de sus expresiones, se estiró para hablar con Niall y siseó:

—¿Cómo puedes permitir que Gillian se marche?

Niall, tras mirar a Gillian, que volvía a estar blanca como la cera, dijo acercándose a Cris mientras observaba a su cuñada Megan susurrarle algo a Brendan:

—Es decisión suya; yo no he dicho en ningún momento que se marche. Por lo tanto, si quieres enfadarte con alguien hazlo con ella.

Cris se volvió entonces hacia su amiga, que seguía sentada con una torta de fruta entre las manos.

—¿De verdad te marchas? —le preguntó después de acercarse a ella.

Gillian, viendo la tristeza en los ojos de Cris, y siendo testigo directo de cómo Niall sonreía a un Kieran que entraba por la puerta, asintió.

—Sí… Lo siento, pero yo…

—Muy bien. ¡Perfecto, Gillian! Que tengas un buen viaje —vociferó Cris, y dándose la vuelta, salió del salón con el mismo brío con el que había entrado.

Brendan, al ver a su mujer marcharse de aquella forma, se despidió de los presentes y corrió tras ella. Necesitaba contarle lo que Megan le había cuchicheado.

Gillian se levantó y corrió a la cabaña. Tenía que serenarse, o aquel maldito día que acababa de comenzar acabaría con ella.

A media tarde, todo el mundo parecía atareado en el castillo, y Niall desapareció.

Gillian, dispuesta a no seguir rumiando como una pava, empezó a recoger sus pertenencias y a meterlas en los baúles. Para ello, anduvo por toda la casa. En todas las estancias había algo suyo y no estaba dispuesta a dejarlo allí.

Por la noche, tras una cena que fue lo más tortuoso que Gillian había presenciado en su vida, cuando no pudo más, se marchó a la cabaña. Odiaba ver a las mujeres de Duntulm mirarla con tristeza y a sus guerreros con desesperación. Todos parecían alterados menos Niall, que sonreía como un patán conversando con Kieran y Duncan. Incluso Megan estaba feliz. Eso la martirizó.

Sentada en la cabaña, pensó mentalmente en sus pertenencias y recordó que en la habitación de su esposo había cosas de ella. Levantándose, se dirigió de nuevo al castillo, pero entró por las cocinas con precaución para no ver a nadie y subió al piso superior. Cuando llegó a la habitación de Niall, llamó con los nudillos, y nadie contestó.

Por ello, pensando que estaría vacía, entró y se quedó sin habla cuando vio a Niall tomando un baño frente al cálido hogar.

—¡Oh, disculpa! Volveré más tarde.

Sorprendido por aquella inesperada visita, Niall se tensó. ¿Qué hacía ella allí? ¿Querría hablar con él?

—Pasa, Gillian, no te preocupes —dijo intentando ser cordial.

Con la mirada fija en el suelo, murmuró:

—Sólo venía a recoger mis cosas, pero… mejor vuelvo luego.

No quería mirarlo. Sabía que si le miraba, no podría apartar sus ojos de él.

—¡Por todos los santos, Gillian! —protestó él—. Pasa y recoge lo que tengas que recoger, que a mí no me incomodas. Es más, piensa que no estoy aquí. Prometo no molestar.

Incapaz de salir por la puerta, Gillian la cerró y, sin mirarlo, anduvo hacia el pequeño armario con los nervios a flor de piel. Con la boca reseca por la visión de él con el pelo mojado hacia atrás, sacó un par de vestidos, y los dejó encima de la cama.

Luego, se agachó, abrió uno de sus baúles y comenzó a guardarlos.

Niall, desde su posición, la observaba en silencio. Cada movimiento de ella le hacía aletear el corazón. Deseaba a aquella pequeña bruja como nunca había deseado a una mujer, pero sabía que si intentaba hablar con ella o acercarse saldría de la habitación rápidamente. Por ello, se limitó a mirarla con detenimiento mientras una agonía interior se apoderaba a cada instante de él.

Incapaz de seguir sumergido en la bañera, se levantó y, cogiendo un paño ligero, se secó con brío, primero los brazos, después la espalda, continuó por el torso y, abochornado por el tamaño de su caliente miembro, finalmente se enrolló el paño en las caderas.

Gillian, sin respiración, oyó cómo Niall salía de la bañera y, cerrando los ojos, tragó con dificultad e imaginó cómo las gotitas le resbalarían por aquel cuerpo musculoso que tanto le gustaba. Como pudo, cerró el baúl y se puso en pie. Pero al darse la vuelta se encontró con Niall desnudo de cintura para arriba.

—Toma, esto es tuyo —dijo, dándole un guijarro que había encima del hogar—. Sé que le tienes cariño, pues era de tu madre.

Alargando la mano, Gillian lo cogió mientras le miraba la cicatriz que ella le había ocasionado tiempo atrás con la daga en el brazo.

—Gracias —musitó.

Niall, consciente del lugar donde ella miraba, se retiró con una sonrisa el pelo de la cara, y comentó:

—Siempre que me vea esta cicatriz, recordaré que me la hiciste tú. Incapaz de no sonreír, ella asintió.

—Sí…, y de verdad no sabes cuánto lo siento.

—¡Oh, no te preocupes! Es una señal de batalla como tantas otras que tengo. Aunque debo reconocer que siempre que la vea pensaré en ti.

Gillian no podía responder, sólo podía mirar y admirar aquel hombre que ante ella se cernía con todo su poderío varonil, y recordar los momentos vividos con él.

—Niall, siento mucho todo lo que ha pasado. Yo…

Al sentir que las fuerzas le flaqueaban, el highlander se dio la vuelta con rapidez para alejarse de ella, y pasándose una camisola color crudo por la cabeza, comenzó a vestirse.

—No hace falta que te disculpes, Gillian. Si alguien tiene aquí que disculparse soy yo, aunque ya no tiene sentido. —Al ver que ella lo miraba, prosiguió—: He de agradecerte los cambios que mi hogar ha sufrido gracias a ti. Esta habitación, por ejemplo. —Señaló hacia un lateral—. Ese tapiz, los cortinajes, las mesillas, todo lo que hay aquí es gracias a tu trabajo. Y aunque sólo sea por eso y por haber convertido Duntulm en un hogar he de darte las gracias, antes de que mañana te marches para comenzar una nueva vida que te haga feliz.

«¿Feliz, yo? Seré una desgraciada el resto de mis días», pensó.

—Tú también comenzarás una nueva vida.

—Sí, Gillian, lo intentaré —asintió, deseoso de gritarle que, sin ella, su vida y el castillo no tendrían sentido.

Mirándose las manos, Gillian, con dolor, se quitó el anillo que él le había regalado y, tendiéndoselo, dijo:

—Te devuelvo tu anillo. Quizá lo necesites en breve.

Ver como ella le devolvía aquel regalo que le había comprado con desesperación lo molestó, y mirándola con temeridad, murmuró:

—No, Gillian. Ese anillo lo compré para ti. Es tuyo. Nadie que no sea tú lo llevará. Por favor, considéralo un regalo, o un recuerdo por el tiempo que ha durado nuestra unión.

Tras ponérselo y sin que pudiera aguardar un segundo más, Gillian intentó pasar junto a él para salir de allí, pero él la sujetó del brazo para frenarla.

—Promete que serás feliz, Gata —le susurró al oído.

Con un sollozo en la garganta, ella alzó los ojos y asintió.

—Te lo prometo.

Durante unos instantes, ambos se miraron y se hablaron sin palabras, hasta que Niall la soltó, y ella con rapidez salió de la habitación.

Como si el aire le faltara en los pulmones, la joven corrió por la escalera y subió a las almenas. Necesitaba respirar. Necesitaba que el aire le diera en la cara. En definitiva, necesitaba a Niall. Sin que pudiera evitarlo, las lágrimas corrieron por sus mejillas como ríos descontrolados y, ocultándose en un lateral de las almenas, lloró en silencio, hasta que sintió que unos brazos fuertes la abrazaban. El vello se le puso de punta al escuchar la voz de Niall, que hundiéndole la boca en su cuello, le confesó:

—Te voy a añorar mucho, cariño.

Y entonces la besó. Le devoró los labios como únicamente él y su pasión sabían, y Gillian se sintió desfallecer. Instantes después, tras un desgarrado y último beso, Niall se marchó dejándola sola en las almenas, mientras las lágrimas le corrían descontroladamente por las mejillas y en su boca aún sentía su sabor.