Al alba, Niall se levantó de su cama. Megan no le había permitido dormir al pie de la cabaña y sólo deseaba ir a ver a Gillian. Tras vestirse y desayunar sin muchas ganas, se marchó con Duncan a revisar el ganado. Le apeteciera o no, uno de los primeros pasos para retar a su guerrera mujer era alejarse de ella, y eso lo desconcertaba.
Aquella mañana, cuando Gillian se levantó, suspiró al pensar que nada más abrir la puerta allí estaría Niall con la mejor de sus sonrisas para desearle los buenos días. Por eso, se miró en el espejo, se atusó el pelo y, levantando la barbilla, abrió la puerta de la cabaña… Se quedó petrificada al no verlo sentado bajo el árbol. ¿Dónde estaba?
Sorprendida, sacó la cabeza por la puerta, y tras mirar a ambos lados y ver que él no aparecía, resopló molesta mientras caminaba hacia el castillo.
—Vaya…, hoy que me apetecía un trozo de fruta fresca, no está.
Cuando entró en la fortaleza, esperó encontrarlo sentado a la mesa junto a Duncan, pero tampoco estaba allí; aunque sí vio a Megan hablando con Kieran.
—Buenos días, preciosa —la saludó el hombre, levantándose para ir hasta ella—. ¿A qué se debe ese cejo tan fruncido?
—¡Oh, a nada!
—Ven, siéntate con nosotros —sugirió Megan—. Estábamos hablando de la fiesta que organizaré a Amanda para su cumpleaños. Vendrás, ¿verdad?
—Por supuesto.
Mirando a su alrededor, Gillian quiso preguntar por Niall, pero no quería dar a entender que lo echaba en falta; por ello, se sumó a la conversación y se sorprendió cuando Megan dijo:
—Duncan y Niall han ido a Dunvengan para reunirse con Jesse McLeod.
«¡Maldita sea!, ¿qué hace Niall allí?», se dijo molesta al pensar en Diane. Pero con rapidez recordó que ésta ya no vivía en el castillo.
—¿A qué han ido a Dunvengan?
—Jesse McLeod, por lo visto, tiene bonitos caballos, y Niall quiere elegir un potrillo blanco para regalárselo a Amanda por su cumpleaños. Ya sabes que Niall siente debilidad por las niñas —respondió Megan.
—Sí, es cierto —asintió Gillian, sonriendo.
Durante un buen rato, escuchó a Kieran y Megan hablar sobre Shelma, Johanna y un sinfín de personas, mientras ella estaba sumida en sus pensamientos.
—Bueno…, ahora que estamos los tres solos y el bruto de Niall no está —dijo Kieran—, Gillian, ¿qué vas a hacer? Anoche nos quedó muy claro a todos que la convivencia con tu tormentoso esposo es totalmente nefasta. ¿Volverás a Dunstaffnage, o te quedarás aquí?
Aquella pregunta la pilló totalmente desprevenida. Nunca había pensado alejarse de Duntulm, y mirando a Megan, que asentía con la cabeza, señaló:
—No sé. No he pensado nada.
—¡Oh, cariño! Anoche hablé muy seriamente con Duncan y Niall —le explicó Megan—. Y a ambos les pareció correcto que si tú quieres, te vengas a vivir con nosotros a Eilean Donan.
—¡¿Cómo?! —susurró Gillian con un hilo de voz.
Pero Megan, sin prestarle atención, continuó:
—Mira, Gillian, así no puedes continuar. No me parece bien que estés viviendo en esa cabaña tú sola, con el frío que hace y expuesta a peligros como el del ventanuco. Por ello, Duncan ha hablado muy seriamente con su hermano, y él ha accedido a que tú decidas si quieres continuar viviendo aquí o te trasladas a Eilean Donan con nosotros.
¿Marcharse de Duntulm? ¿Alejarse de Niall? Ella no quería nada de eso. Quería seguir viéndole cada mañana, cada tarde y cada noche, y saber que estaba bien. Aunque ciertamente la convivencia no era la mejor…
—Y el siguiente paso es intentar una separación amistosa —continuó Megan, haciendo que Gillian se atragantara—. Si Niall accede, podréis definitivamente separar vuestros destinos, y así ambos tendréis la ocasión de comenzar una nueva vida. Tú, con tu hijo, y él, con su clan.
Sin darle tiempo a pensar, Kieran, acercándose a ella dijo, dejándola sin palabras:
—Creo que es una excelente idea. Y si te parece bien, yo te puedo visitar; me encantan los niños y quizá tú y yo…
Levantándose como un resorte, Gillian gritó:
—No…, no te lo tomes a mal, Kieran, pero no quiero retomar mi vida con nadie, y en cuanto a irme a Eilean Donan, creo que ése es un tema que Niall y yo tendremos que hablar, y por lo que sé él…, él…
—¡Oh, cariño, tú por eso no te preocupes! Él aceptará lo que tú quieras.
Llevándose las manos a la boca, Gillian sintió una tremenda arcada. Sólo pensar en irse de aquel precioso lugar la enfermaba. Por ello, y sin darles tiempo a decir nada más, se disculpó y salió al exterior en busca de aire fresco. Lo necesitaba.
En el interior del castillo, Megan y Kieran sonrieron, y con un descaro increíble, la primera susurró:
—Confirmado. Gillian no se quiere marchar de aquí ¡ni muerta!
Durante todo el día, Gillian huyó de sus amigos. Se empeñaban una y otra vez en hablar de su marcha de Duntulm. Les escuchó hacer planes de fiestas, bailes y todo aquello que en su juventud le había encantado. Pero en esos momentos no quería nada de eso: necesitaba tranquilidad, paz, sosiego y que la dejaran vivir. Sólo necesitaba que le permitieran descansar para reponerse y comenzar a vivir.
Por la noche, cuando creía que le iba a explotar la cabeza, aparecieron Duncan y Niall. Gillian al ver a su marido saltó de la silla como llevaba tiempo sin hacer. Aquel pequeño gesto hizo que éste se emocionara, pero como si no la hubiera visto continuó hablando con su hermano.
—Hola, cariño —dijo Megan, corriendo a besar a su marido.
Duncan, con un afectuoso abrazo, la levantó y la besó. Aquello hizo que Gillian mirara hacia otro lado. Ver tan de cerca cómo el amor había triunfado no era lo que más le gustaba. Inconscientemente, miró a Niall, y al ver que éste bromeaba como un crío con Kieran deseó estrangularlo. ¿Por qué no la miraba?
Con rapidez, las hermanas gemelas de Gaela pusieron dos platos más para los recién llegados, y Niall, sentándose al lado de Gillian, comenzó a comer. Con el rabillo del ojo, ésta se percató de que él tenía bastante apetito, y eso la extrañó. Llevaba tiempo sin verlo comer así, y en especial, sin atosigarla para que comiera.
—Niall, hoy hemos hablado con Gillian sobre lo que anoche comentamos.
«No…, no…, nooooooooooooooo», pensó ella al escucharlo. ¿Por qué se empeñaban en seguir con aquello?
—¿Ah, sí? —asintió Niall, y mirándola, preguntó—: Bueno, Gillian, y tú ¿qué piensas? Entenderé perfectamente que desees marcharte con Megan y Duncan. Es más, conociéndote creo que eso realmente te haría feliz.
Dejando el tenedor sobre la mesa, Gillian los miró a todos y, con una falsa sonrisa, murmuró:
—Bueno, yo no había pensado en marcharme de aquí, pero si tú crees que…
Al ver su cara de desconcierto, Niall se alegró, pero fingiendo como nunca, afirmó con una maravillosa sonrisa:
—Gillian, yo sólo quiero lo mejor para ti. Y está visto que estar aquí conmigo no es lo que más te agrada. Por ello, si tú quieres, yo accederé a que te marches.
«¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!», se dijo. Estaba a punto de vomitar sobre la mesa.
—Creo que en vuestra situación es lo más sensato, Gillian —admitió Duncan—. Y estoy seguro de que tu hermano Axel lo aprobará y lo entenderá. No te preocupes por nada. Entre todos, lo solucionaremos.
«Pero si es que yo no quiero que solucionéis nada», pensó ella, que no sabía qué decir ni qué responder. Sólo quería salir corriendo de allí, meterse en su pequeña cabaña y atrancar la puerta. Pero les conocía y sabía que la echarían abajo hasta que ella decidiera irse con ellos. Con ojos asustados, miró a Niall en busca de ayuda, pero él continuaba comiendo como si nada.
Megan, percatándose de su estado, quiso meter más presión y, levantándose, dijo:
—Mira, cariño, no te martirices. Vente conmigo y no te preocupes por nada. Pasado mañana regresamos a Eilean Donan, y te aseguro que yo allí te haré la vida mucho más fácil de lo que la tienes aquí.
—Pero Niall…
Entonces, el highlander la miró y con gesto despreocupado dijo:
—En mí no pienses, mujer. Piensa en ti y en el bebé. Lo nuestro fue más que un error desde el principio, y tú lo sabes tan bien como yo.
«¿Un error? ¿Qué lo nuestro ha sido un error?», replicó, horrorizada.
—Sinceramente, Gillian —remató Niall—, creo que nos merecemos la oportunidad de poder retomar nuestras vidas. Tú te mereces un marido que te haga feliz, y yo una mujer que aguante mi mal humor.
Blanca como la cera, Gillian comenzó a ver puntitos negros a su alrededor y, levantándose, murmuró:
—Creo…, creo que me estoy mareando.
Con rapidez, Duncan tiró de su hermano para quitarle de en medio y empujó a Kieran para que acudiera en su auxilio. Éste la asió entre sus brazos y la llevó hasta un butacón. Megan, sin perder tiempo, le indicó a Niall que se calmara mientras abría una ventana para que entrara el fresco. Poco después, y al comprobar que Gillian volvía a coger color en el rostro, con una sonrisa encantadora miró a su cuñado para tranquilizarlo mientras él les observaba ceñudo desde la mesa.
—¡Oh, pobrecita! Se ha emocionado tanto por saber que todo te parece bien, Niall, que la pobre hasta se marea.
«¡Ay, Megan, que no…, que me estoy poniendo mala de pensar que me tengo que separar de Niall!», pensó Gillian. Pero éste seguía sentado a la mesa comiendo mientras Kieran le daba aire.
—¿Y cuándo decís que nos vamos? —preguntó con un hilo de voz.
—Mañana no, que es muy precipitado. Pero al alba de pasado mañana saldremos para Eilean Donan. —Emocionada como nunca, Megan la abrazó, y dándole un sonoro beso, dijo—: ¡Ay, Gillian!, ¡qué ilusión me hace que de nuevo vivamos juntas! Shelma se morirá de envidia.
«Y yo de pena».
El calor se hizo insoportable mientras aquéllos continuaban hablando sobre su vida.
Incrédula, Gillian los escuchó, mientras observaba a su marido tan tranquilo resolver la cuestión con su hermano. Luego, miró hacia sus guerreros, que comían en la mesa de al lado, y casi se puso a llorar al ver el gesto ceñudo y preocupado de esos hombres.
«Les importo más a los guerreros de mi marido que a él mismo», caviló. Pero levantándose muy pálida miró a Niall y susurró:
—Quiero…, necesito ir a descansar.
Él, con todos los músculos de su cuerpo agarrotados, contuvo la apetencia de cogerla en brazos, subirla a su habitación y contarle que todo era una mentira. Odiaba ver a Gillian en aquella situación. Pero tras cruzar una mirada con su cuñada, y ésta regañarle en silencio, ordenó mirando a uno de sus hombres:
—Donald, acompaña a tu señora a la cabaña. Necesita descansar.
El highlander, levantándose de la mesa tras asentir con la cabeza, abrió la puerta principal del castillo, y Gillian, farfullando un buenas noches, salió por ella.
En cuanto la mujer salió, Niall fue a hablar, pero Megan, con un movimiento de manos, le pidió silencio. Luego, se acercó hasta la puerta, se asomó y con una sonrisa vio cómo Gillian, parada a pocos pasos de ella, respiraba con dificultad.
—¿Os encontráis bien, señora? —le preguntó preocupado Donald.
Había escuchado lo que su laird y los otros se proponían, y no le hacía ninguna gracia. ¿Por qué su señora se tenía que marchar? Pero dispuesto a no meterse en algo que no era de su incumbencia calló.
Gillian, mirándolo con los ojos secos de tanto llorar, asintió, y tras pestañear un par de veces para quitarse el velo de las emociones que contenía, susurró:
—Donald, estoy bien; no te preocupes.
Megan vio como aquel enorme highlander acompañaba a su amiga y, volviéndose hacia un Niall furioso y a punto de explotar, dijo una vez vio salir al resto de los guerreros:
—Ahora puedes decir lo que quieras.
Como si hubieran soltado un mazazo contra ellos, Niall comenzó a gruñir y a quejarse de lo que había ocurrido allí:
—¡Por todos los santos, Megan!, ¿cómo puedes estar haciéndole esto a Gillian? Creía que la querías —bramó tan pálido y desencajado como su mujer.
—Y la quiero. Te lo aseguro. Y precisamente por eso le estoy haciendo esto. Conozco a Gillian y sé que sólo reacciona en casos extremos.
Pero Niall estaba horrorizado. Con sólo recordar cómo ella se había tambaleado mareada, el color ceniciento de su rostro y cómo su hermano Duncan lo había sujetado para que no la cogiera entre sus brazos se ponía enfermo.
Kieran decidió callar. Ver el gesto adusto de Niall le hizo presuponer que era mejor no intervenir en la conversación. Sin embargo Megan, dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias, se acercó a él y le susurró con cariño mientras le acariciaba su espesa cabellera:
—No te preocupes. La conozco y reaccionará.
—¿Y si no lo hace? —preguntó, desesperado.
—Lo hará —sentenció Megan, dispuesta a que esa historia no terminara así.
Aquella noche ni Niall ni Gillian pegaron ojo. Él, desde las almenas, observaba la cabaña donde estaba su mujer, mientras ella, en el interior, miraba el fuego sumida en un mar de confusiones.