La noche se les echó encima. Como la lluvia era copiosa, al final habían decidido no levantar el campamento.
Los niños revoloteaban alrededor de la mesa y tuvo que ser Megan quien, enfadándose, logró sentar a los tres pequeños, que no paraban. Cris hablaba con Shelma cuando vio aparecer a su hermana Diane que, sin saludar a nadie, se sentó a la improvisada mesa.
—Es increíble el cambio que están experimentando tus guerreros, Niall —le dijo riendo Shelma, que observaba a algunos de aquéllos.
—¡Qué apuestos son! —cuchicheó Megan, sentándose mientras veía a Aslam pasear con Helena y sus hijos.
Niall todavía no se había repuesto de la impresión que había tenido cuando había ido con Ewen hasta ellos y los había encontrado sin sus barbas ni su rudo aspecto feroz. De pronto, su ejército de barbudos se estaba convirtiendo en un puñado de highlanders preocupados por su aspecto personal.
Cuando Niall preguntó el motivo de aquel cambio y Donald le explicó que se debía a los sabios consejos de su mujer, blasfemó. Finalmente, no obstante, acabó sonriendo.
—Creo con sinceridad, querido cuñado, que Duntulm se te llenará de mujeres —le aseguró Megan—. Cuando muchas de las mozas casaderas que conozco los vean, ¡la de bodas que se van a celebrar!
—Y la de niños que nacerán —se mofó Duncan, haciéndole sonreír.
—¡Por todos los santos! —exclamó Cris al fijarse de nuevo en el guerrero—, Donald es muy agraciado. Quién podría haber dicho que bajo toda esa montaña de pelo aparecería un joven tan varonil.
—En efecto… —asintió Lolach—. Antes os conocían como el ejército de los salvajes y ahora os conocerán como el ejército de los pimpollos.
—Mientras no pierdan su hombría me da igual su aspecto —apostilló Niall, molesto al ver que no aparecía Gillian. ¿Dónde estaba?
—Será un clan muy hermoso, comandado por un laird muy apuesto. Estoy segura de que vayan donde vayan calentarán muchos corazones —añadió Diane, consiguiendo que todos la miraran.
Megan, sorprendida por la desfachatez de la joven, soltó sin que pudiera evitarlo:
—¡Oh, sí!, desde luego Gillian tiene razones para estar contentísima. Tener un esposo tan guapo y enamorado de ella, y un ejército de hombres tan apuestos, que darían su vida, es como para que se te caliente el corazón, ¿no crees, Diane?
Pese a sentirse irritada por cómo aquélla había dejado claro ante todos que Niall era de Gillian, Diane no respondió.
Duncan y Niall se miraron y sonrieron. Megan defendía como nadie a su gente, y Gillian era su gente.
—Por cierto, ¿dónde está Gillian? —preguntó Cris, extrañada de no verla allí.
—No la he visto en toda la tarde —respondió Shelma, sentándose a la mesa.
—Es verdad, tras regresar empapada con Amanda no la he vuelto a ver —aseguró Megan.
Niall, que llevaba rato pensando lo mismo, miró a Ewen.
—Ve a mi tienda y dile a mi querida esposa que la estamos esperando —le ordenó.
El highlander se marchó rápidamente. Niall, para disimular su impaciencia por verla, bebió de su copa. Pocos instantes después regresó Ewen.
—Señor, su esposa me ha dicho que no se encuentra bien, que la disculpéis.
Megan cruzó una mirada con su hermana y, levantándose, puso en un plato un poco de pan y queso.
—Le llevaré algo de comer.
Duncan la detuvo y, mirando a su hermano, dijo:
—Niall, deberías llevar algo de comer a tu esposa, ¿no crees?
Molesto por cómo todos lo miraban, y en especial por la sonrisita tonta de su buen amigo Lolach, cogió el plato que su cuñada le tendía y se marchó.
Malhumorado, se dirigió hacia donde estaba su mujer. A aquella caprichosa le gustaba llamar la atención, pero él la trataría como se merecía. No obstante, al acercarse a la tienda y verla tan oscura, se sorprendió. Gillian odiaba la oscuridad. Abriendo la tela, entró, y cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, la vio. Se acercó a ella y le dio con el pie en lo que él presuponía el trasero.
—Gillian, tesorito, ¿qué te pasa?
—Tengo mucho frío —respondió con un hilo de voz.
—Mujer, eres tan torpe que no resistirás mucho en mis tierras. —Ella murmuró algo que él no entendió—. Dices que Diane es débil por clavarse una espinita en un dedo y lloriquear. Pero ¿qué deben de pensar mis hombres al ver que tú, la Retadora, estás medio muerta por tener frío?
—Déjame en paz, Niall —gruñó ella sin fuerzas.
Pero él no quería dejarla en paz. Quería oírla, y continuó:
—Por cierto, esposa, cuando desees proponer cambios entre mis hombres, me gustaría que antes lo hablaras conmigo.
Ella no respondió.
—¡Maldita sea, Gillian! ¿Cómo se te ocurre ordenarles que se conviertan en bellos adonis cuando lo que yo preciso son guerreros fieros que den miedo? ¿Acaso no sabes que necesito highlanders aterradores para defender mis tierras?
Al ver que ella callaba, se extrañó, así que volvió a atacar:
—Nunca imaginé que fueras tan débil por un poquito de frío.
—No lo soy.
—¡Oh, sí, sí que lo eres! No intentes negarlo, niñita malcriada. Sinceramente, creo que estás montando un nuevo numerito de los tuyos porque aún estás dolida por las palabras que hoy te he dedicado. Asúmelo, Gillian.
En vano, esperó durante unos segundos alguna contestación.
—¿Estás escuchándome?
—Sí…, sí…
Dado el bajo tono de sus respuestas, finalmente dijo:
—Debes comer. Te he traído un poco de pan y queso. Te vendrá bien.
Pasados unos instantes, ella contestó sin moverse:
—No…, no… puedo.
Pero Niall no estaba dispuesto a dejar que aquella caprichosa se saliera con la suya. Todo era puro teatro. Estaba enfadada por las cosas que él le había dicho y no pensaba consentir ni un momento más tan absurdo juego.
—Vamos a ver, tesorito. Si antes de que yo cuente hasta tres no te levantas, te juro que lo pagarás. Todos están cenando, y te esperan. ¿Acaso no te das cuenta?
—No puedo, Niall… Tengo…, tengo mucho frí…, frío —susurró, deseosa de que la dejara en paz. No quería ni podía pelear. No tenía fuerzas.
Harto de tanta contemplación, se acercó a oscuras hasta ella, la destapó, la asió por las axilas y la sentó. Esperó que ella le gritara y pataleara, pero al ver que no hacía nada, acercó la boca a su oído y se dio cuenta de que tenía el cabello empapado, como si acabara de salir del río. Extrañado, tocó su frente y, al notar la gran calentura, la tumbó. Ella no se movió. Rápidamente cogió una vela, salió hasta la fogata más cercana y la encendió.
Con pasos decididos, entró de nuevo en la tienda y, al verla hecha un ovillo, le aproximó la luz. Se quedó sin habla al verla empapada en sudor, temblorosa y con un extraño color azulado en el rostro.
—Por todos los santos, Gillian, ¿qué te ocurre?
Ella, como pudo, abrió los ojos. Estaban vacíos y sin vida, y unos círculos negros los rodeaban. De prisa Niall salió de la tienda y, sin moverse de la entrada, llamó a gritos a su cuñada. Megan se levantó como un resorte y, seguida por todos, corrió hacia donde él estaba.
—¿Qué pasa?
—Algo le ocurre a Gillian —dijo, desconcertado y sin saber qué hacer.
Volvieron a entrar en la tienda y, ya con más luz, todos se quedaron sin habla al ver a la joven temblar de una manera descontrolada.
—¡Dios mío!, ¿qué le pasa? —preguntó asustada Cris, mientras su hermana Diane, al ver el rostro azulado de Gillian, abandonó la tienda con una disimulada sonrisa.
—Iré a por tu bolsa de pócimas —se ofreció Shelma con rapidez.
Niall se agachó junto a su temblorosa esposa y, levantándola del suelo, la asió entre sus brazos mientras Megan se agachaba junto a él.
—Gillian, cariño, ¿qué te pasa? —la interrogó Megan, pasándole la mano por el pelo, incrédula de ver cómo sudaba y temblaba.
Al oír su voz, la joven abrió los ojos, pero no dijo nada. Sólo la miró, y poco después se desmayó.
—¿Qué te pasa? —vociferó Niall, moviendo a su mujer—. ¡Gillian, maldita sea, no me hagas esto! Despierta.
Pero Gillian no despertó. Estaba sumida en un profundo sueño, mientras en el campamento, con lo ocurrido, se organizaba un buen revuelo.
Shelma entró con rapidez en la tienda con la bolsa de las pócimas, y Megan, mirando a su marido y a Lolach, les pidió ayuda para que convencieran a Niall de que soltara a su mujer.
—Si no la sueltas, poco podré hacer por ella —le aseguró Megan.
—¿Por qué está así? ¿Qué le ocurre? —preguntó Niall, desesperado tras dejar a su joven esposa sobre unas mantas con delicadeza.
—¿Sabes si ha comido algo que le haya podido sentar mal?
—No, no lo sé —susurró Niall.
No quería ni imaginarse que ella hubiera provocado aquello. Pero tras pensar en las terribles cosas que le había dicho, el imponente highlander tembló al recordar las palabras de ella «Prefiero acabar con mi vida antes de que tú lo hagas». Si algo le ocurría a ella por su culpa, no se lo perdonaría mientras viviera.