Niall pensó en lo que Duncan le había dicho. Su mujer le gustaba más que ninguna, pero se negaba a caer bajo el mismo influjo de amor en que su hermano o Lolach habían caído. Sin saber por qué comenzó a andar hacia Gillian. Ésta, sin advertir aún la presencia de su marido, le dio un último beso a la pequeña Amanda y la dejó en el suelo. La niña corrió dispuesta a pillar a su hermana y a su primo.
Con una cariñosa sonrisa en la boca, Gillian los estaba viendo correr alrededor de los guerreros cuando la voz de Niall la sobresaltó:
—¿Has comido algo, esposa?
Volviéndose hacia él, cambió su gesto. Aún estaba enfadada porque se hubiera marchado de caza con Diane y no le hubiera dicho nada a ella. Sólo pensar que aquélla lo pudiera besar le ponía enferma. Aun así, con fingido disimulo, respondió:
—No. Todavía no he comido. Ahora lo haré. Sin querer mirarlo a los ojos, le rodeó para pasar por su lado, pero él la asió por la cintura.
—¿Qué te ocurre, Gillian? —le preguntó.
—Nada. ¿Por qué? ¿Me tiene que pasar algo? —Clavando sus preciosos ojos en ella, le susurró:
—Estaba deseando regresar para verte. ¿Tú no lo deseabas?
«Sinvergüenza, y por eso te has ido con Diane».
Incapaz de permanecer impasible le dio un pisotón, y el hombre arrugó la cara.
—¡Oh, sí!, ya lo he visto, y por eso, en vez de decirme a mí que me fuera contigo de caza se lo has dicho a esa idiota de Diane. ¿Qué pasa, McRae, ella te regala sus favores cada vez que estáis solos?
«¡Maldición!, ¿por qué no me habré callado?», pensó nada más decirlo.
Oír aquello era lo último que esperaba y más tras la advertencia de Duncan.
—Mi relación con Diane es…
Pero Gillian no lo quería escuchar.
—No quiero hablar de esa mentecata, ni de vuestra relación, y tampoco me apetece hablar contigo. —Y poniéndose las manos en la cintura, murmuró—: Si ya lo decía Helda, cuando un hombre consigue su propósito luego no te vuelve a mirar. Y claro, tú ya has conseguido meter tus manazas bajo mi falda, y como has comprobado que lo que hay no te agrada, buscas tu placer en otras, ¿verdad?
Estupefacto, boquiabierto y sorprendido por lo que Gillian decía, respondió:
—¿De qué demonios estás hablando, mujer?
—¿Mujer? ¿Ya vuelvo a ser ¡tu mujer!? ¡Maldita sea, pedazo de alcornoque!, tenme un respeto.
«¡Por todos los santos! No se cansa de pelear», pensó, incrédulo.
—¡Me vuelves loco! —gritó, sin embargo—. Eres insoportable, tesorito.
«Ya estamos con lo de tesorito», se dijo, más enfadada.
—Y tú, un majadero.
Sobrecogido por su reacción, resopló. Su intención al acercarse a ella era disfrutar de su compañía, pues era lo que más le apetecía; pero, como siempre, sus encuentros acababan en discusión. Por ello, malhumorado, sentenció:
—Si continúas insultándome ante mis hombres, tendré que tomar medidas, ¿me has oído?
Cruzándose de brazos ante él, pateó el suelo y se mofó.
—¡Oh, claro que te he oído, esposo!
Cada vez más enfadado, la agarró por el brazo y comenzó a andar a grandes pasos ante la mirada atónita de todos.
—Pero, bueno, ¡suéltame! ¿Adónde me llevas?
—No te desboques, esposa, y respétame —voceó Niall.
Suspirando por aquel tono, se dispuso a presentar batalla.
—¡Oh, disculpad mi atrevimiento, esposísimo mío! Desde su altura, Niall la miró e inexplicablemente, incluso para sí mismo, sonrió.
Tenerla asida de aquella forma, mientras olía el maravilloso perfume que emanaba frescura y sensualidad, lo volvía loco. Le habría gustado gritarle que se acercaba a Diane para no sucumbir a sus encantos, pero eso le hubiera dejado desprotegido. Por ello, sin bajar la guardia, no respondió, y continuó caminando.
Niall fue hasta donde uno de los guerreros cocinaba. El estofado que removía en un gran caldero oscuro olía muy bien. El hombre llenó con rapidez dos cazos de estofado y se los entregó. Con una deslumbrante sonrisa, Gillian se lo agradeció, y el cocinero, un muchacho joven del clan de Lolach, asintió, complacido. Niall sintió celos y, sin soltarla del brazo, la llevó hasta un árbol, donde, sentándose en el suelo, la obligó a hacer lo mismo junto a él. Sin mirarse ni hablarse, comenzaron a comer.
En silencio, observaron cómo los niños jugaban. Johanna y Trevor chinchaban a la pequeña Amanda, que espada de madera en mano corría tras ellos. Inconscientemente, Niall, viendo a sus sobrinas, curvó los labios y sonrió.
—Los niños siempre me han gustado mucho, pero Johanna y Amanda, esas dos preciosas damitas, me han robado el corazón.
El suave tono de voz que empleó al hablar de sus sobrinas enterneció a Gillian, que lo miró y se aguantó las ganas de tocarle el cabello cuando una ráfaga de aire se lo descolocó.
—Sí, creo que Duncan y Megan han tenido mucha suerte con sus hijas.
—Son dos niñas preciosas, y tan valientes como sus padres —aseguró él, soltando una carcajada al ver a la pequeña Amanda tirarse como un muchacho contra su primo—. Amanda, Johanna, Trevor, ¡os vais a hacer daño! —gritó, divertido.
El niño, levantándose, le dio una patada a su prima Johanna en el trasero, y echó a correr. Ésta, con el cejo fruncido, se levantó del suelo, se recogió las faldas y corrió tras él como alma que lleva el diablo. La pequeña Amanda, mirando a su tío, le dedicó una sonrisa que habría derretido al mismísimo infierno. Después, gritó mientras corría tras los otros niños:
—Tío Niall…, yo soy una guerrera y los guerreros no se hacen daño.
—¡Vaya con la pequeña! —dijo Gillian sonriendo.
—Son auténticas McRae —apuntó con orgullo Niall.
—Disculpa, pero también son hijas de Megan —concluyó ella.
Curvando los labios, miró hacia donde estaban su hermano y Megan, que reían en aquel momento.
—Tienes razón. Son hijas de ambos. Pero déjame decirte que esa pequeña mezcla de sangre inglesa que corre por las venas de mi loca cuñada es lo que tiene hechizado a mi hermano y a todo aquél que se cruza con ella. Y lo mismo digo de Shelma.
Gillian sonrió. Ella también tenía sangre inglesa, algo que Niall sabía, pero que había omitido comentar.
—Que Dios ampare al hombre que se enamore de cualquiera de mis sobrinas. Su vida será una auténtica batalla.
Aquella pequeña broma relajó el ambiente e hizo que se miraran con dulzura, pero fue tal el desconcierto que sintieron que con rapidez cambiaron de gesto y desviaron los ojos hacia otro lugar.
Diane, que pasaba junto a los pequeños acompañada de su sufrida criada, protestó al ver el polvo que los retoños levantaban con su extraño juego de guerra.
Rápidamente, se alejó, horrorizada. No le gustaban los niños. Eso hizo reír a Gillian.
En ese momento, Megan se acercó hasta sus hijas y su sobrino Trevor y, regañándoles por cómo se estaban ensuciando, los obligó a ir a la carreta para lavarse las manos antes de comer. Una vez que desaparecieron, Niall y Gillian se quedaron en silencio, hasta que un chillido de Diane volvió a atraer su atención. La joven se había pinchado con la rama de un árbol en un dedo y gritaba angustiada.
—Si esa mujer es capaz de vivir donde tú vives yo lo soy también —cuchicheó Gillian mientras sufría al ver cómo aquélla trataba a su pobre criada, que intentaba mirarle el dedo. Pero la caprichosa de Diane sólo miraba a Niall, pidiéndole ayuda.
Niall, sin embargo, hacía caso omiso; sólo tenía ojos para su mujer. Tenerla tan cerca le ofrecía un espectáculo increíble. Gillian era un deleite para la vista. Su precioso y ondulado cabello rubio, su aroma y su suave y claro pecho, que se movía al compás de su respiración, estaban consiguiendo que él se excitara como un idiota. Por ello, aclarándose la garganta, le dijo:
—Tengo que hablar contigo sobre lo que pasó hace unas noches, y también, sobre tu nuevo hogar.
—¿Sobre lo que pasó? —suspiró ella—. Quiero que sepas que…
Pero los grititos de Diane le hicieron callar y, mirando a su marido, gruñó:
—¡Oh, Dios! Esa tonta es insoportable con sus grititos de jabalí en celo.
Niall retuvo una carcajada, consciente de que decía la verdad. Diane era insufrible, pero no queriendo darle la razón, la miró y con gesto ceñudo, sentenció:
—Sé educada, mujer. Diane es una dama y merece ser tratada con respeto. El que tú no tengas su delicadeza y su saber estar no te da derecho a hablar así de ella.
Respeto, Gillian; respeto.
Deseosa de decir todo lo que se le pasaba por la mente, resopló, y con la furia instalada en sus palabras, respondió:
—Mi señor, creo que vuestra amiga Diane demanda vuestra presencia. —Y mofándose, añadió—: Pobrecita, se habrá clavado una espinita y necesitará de vuestra comprensión.
Aquel comentario, y en especial el tono, le hizo gracia, pero no cambió su expresión.
—¿A qué viene eso de mi señor? —preguntó.
—Me has pedido respeto y…
—Gillian…, ¿quién es ahora la insoportable?
Dispuesta a no dar su brazo a torcer, respondió:
—Mi señor, acabáis de dejarme claro que yo debía…
—Lo que te he dejado muy claro es que no pienso permitir que te sigas comportando como lo hacías en Dunstaffnage. No pretendo que me ames con locura, pero sí que seas educada y te sepas comportar como mi mujer, o…
—¡¿O?! —le soltó, cada vez más molesta.
«Debo ser masoquista, pero me encanta cuando me mira así», pensó él, y prosiguió:
—O… tendré que volver a azotarte y enseñarte educación.
Gillian intentó levantarse, pero él, sujetándola del brazo, no se lo permitió.
—Cuando esté hablando contigo me escucharás. Y hasta que yo no termine lo que estoy diciendo no te moverás, ¿entendido?
Ella le pellizcó en el brazo, y a pesar de que Niall sintió un dolor increíble, no la soltó.
—Gillian, si no te comportas —murmuró entre dientes—, tendré que tomar medidas contra ese tosco e impertinente carácter de niña caprichosa que tienes.
Ella suspendió el pellizco y miró a su alrededor. Nadie los miraba. Y levantando el mentón, preguntó:
—¿Medidas? ¿Qué medidas tomarás?
Al ver que él no respondía, prosiguió sin ningún miedo:
—¿Pretendes lanzarme por algún acantilado, fustigarme o quemarme en una hoguera por caprichosa ante los bonitos e increíbles ojos de tu dulce dama Diane? Porque si es así te juro que lucharé por defenderme, aunque termine muerta y despedazada en cachitos. Y si ser una dama es ser y representar lo que es ella, me alegra escuchar de tu boca que soy todo lo contrario.
Enloquecido por besarla, la agarró del pelo con fuerza para atraerla más hacia él y le siseó cerca de la boca:
—Gillian, no me des ideas, por tu bien, y procura no enfadarme. Ya no soy el joven tonto que manejabas a tu antojo hace años. He cambiado, y hoy por hoy, cuando me enojan, soy capaz de cualquier cosa.
Aguantando el dolor, ella bufó.
—Ya sé que haces cualquier cosa. Te has casado conmigo.
Finalmente, Niall llevó su boca hasta la de ella y la besó. Con deleite, le mordisqueó el labio inferior, hasta que la hizo abrir la boca y se la tomó. Sorprendida, intentó zafarse de él, pero fue notar su dulce sabor y claudicar. Vibró al sentirse entre sus brazos. Lo deseaba. Pero entonces él se puso a reír, ella se tensó y la magia desapareció.
Pensó en darle un manotazo o pellizcarle en la herida que le había hecho en el brazo, pero el deseo irresistible que la embargaba le impidió razonar. Niall percibió su tensión, pero no la soltó, y le metió aún más la lengua en la boca, exigiendo que no parara. Para su satisfacción, al final ella soltó un gemidito que la delató.
En ese momento, se comenzaron a oír aplausos y gritos de los guerreros. Niall la liberó y se separó de ella para aceptar sonriendo las bravuconadas que sus hombres les dedicaban.
Humillada al sentirse el centro de atención en un momento tan íntimo, Gillian cerró el puño para darle un golpe, pero Niall, mirándola, susurró:
—Si haces eso lo pagarás, tesorito.
Ella se refrenó.
—No me gusta que me trates ante todos como lo acabas de hacer, y menos que me llames así.
Tras una risotada que hizo que todos los miraran, él murmuró:
—Te llamaré y trataré como yo quiera, ¿entendido? Eres mi esposa, ¡mía! No lo olvides.
—Claro que no lo olvido. Me quisiste cambiar por tortas de avena.
—Al menos son nutritivas, y no dañinas como tú. —Y sin darle tiempo a contestar, añadió—: Nunca olvides que soy tu dueño y te cambiaré por lo que quiera. No eres tan valiosa como Diane o cualquier otra dama. ¿Qué te has creído?
—¡Ojalá no estuviera aquí y mi vida fuera otra! ¡Ojalá pudiera dar marcha atrás a los días! De haberme casado con Carmichael, al menos habría sabido lo que podía esperar: muerte por asesinato. Pero ¿de ti?, ¿qué puedo esperar de ti, además de vejaciones y humillación? No te lo voy a consentir…, no. Y si tengo que acabar yo misma con mi vida, lo haré antes de que tú lo hagas. Te detesto, Niall. Te detesto tanto que no te lo puedes ni imaginar.
Dolorido y confundido por aquellas duras y terribles palabras la miró y, con gesto grave, sentenció:
—No me detestes, Gillian; mejor tenme miedo.
Furiosa, la joven levantó la mano, pero al ver la mirada gélida de él y los guerreros, la bajó. Con una sonrisa maléfica, Niall se rascó el mentón.
—A partir de hoy, cada vez que cometas un error en lo referente a mi persona, te cortaré un mechón de tu adorado pelo. —Ella blasfemó—. Y si continúas con tu irrespetuosa manera de ser, te encerraré en cualquier torreón oscuro hasta que consiga doblegar tu voluntad y estés tan asustada que no recuerdes ni cómo te llamas, ¿me has entendido?
No contestó. Se limitó a dirigirle una mirada glacial, y él continuó:
—Olvida lo que te dije sobre tener un heredero contigo. Tenías razón. Puedo tenerlo con cualquiera de las fulanas con las que me acuesto, y estoy seguro de que me resultará más agradable y placentero. Eso sí, tú lo cuidarás y lo criarás como si se tratara de tu propio hijo. —Ofendida, no consiguió ni abrir la boca—. Y tranquila, lo que ocurrió aquella noche en la que te lanzaste sobre mí no volverá a ocurrir. Sólo te pediré algún que otro beso y exigiré alguna sonrisa para que la gente no murmure. Eras y eres un problema. Tu hermano y tu abuelo estaban convencidos de que terminarías en la horca tras matar a Carmichael, y no andaban desacertados —dijo, recordando lo que ella había comentado—. Y únicamente te diré una última cosa para aclarar nuestra situación. Si no permití que Kieran se casara contigo, no fue porque sintiera algo por ti. No, no te equivoques, tesorito. Si me casé contigo fue porque le debía muchos favores a tu hermano y, casándome, he saldado todas mis cuentas con él de por vida.
—Eres despreciable —susurró ella, respirando con dificultad.
—Sí, Gillian, soy despreciable. Y para ti pretendo ser el ser más despreciable de toda Escocia, porque tenerte a mi lado es y será una carga muy difícil de llevar.
—Te odio —gimió al sentir que el corazón se le paralizaba.
Niall sonrió con maldad, pero todo era fachada. El corazón le palpitaba desbocado al ver el horror y el dolor en los ojos de ella.
—Me alegra saber que me odias, tesoro mío, porque tú sólo serás la señora de mi hogar, no de mi vida ni de mi lecho. Mis gustos por las mujeres son otros —dijo, mirando a Diane de forma insinuante—. En una mujer me atraen dos cosas: la primera, su sensualidad, y la segunda, que sepa lo que me gusta en la cama. Y tú no cumples nada de lo que busco.
—Eres un hijo de Satanás. ¿Cómo puedes ofenderme así? —Intentó abofetearle.
Con un rápido movimiento, él la detuvo y, sacándose la daga del cinto, le cortó un mechón del cabello. Ella gritó, y Niall, enseñándole el trofeo, siseó:
—Cuidado, Gillian. Si no te controlas, te quedarás calva muy pronto.
Aquello era insoportable, y levantándose, furiosa, intentó andar, pero Niall le tiró de la falda y la hizo caer sobre él. Asiéndola con rudeza entre sus brazos, la aprisionó y, sin darle tiempo a respirar, la besó. Pero esa vez ella no gimió ni respondió. Instantes después, cuando Niall separó sus labios con una sonrisa triunfal, susurró:
—Estoy en mi derecho de tratarte y hacer contigo lo que quiera —dijo, enseñándole la daga que le había sacado de la bota—. No lo olvides, tesorito.
—Dame mi daga.
—No, ahora no. Quizá más tarde —respondió él, guardándola junto a la suya en su cinto.
Soltándola como quien suelta un fardo de heno, la dejó marchar justo en el momento en que comenzaba a llover. Con una fría sonrisa, la vio alejarse furiosa y enfadada. Intuía que maldecía aunque no la oía. En ese instante, Ewen llegó hasta él.
—Mi señor, creo que deberíais venir un momento.
—¿Ahora? —preguntó, molesto.
—Sí, ahora. —Necesitaba que viera lo que ocurría entre sus hombres.
Niall, volviéndose para mirar a su esposa, que desaparecía entonces tras unos árboles, gritó:
—Gillian, sé buena, y no te metas en problemas.
La mujer se paró y, de pronto poniéndose las manos en las caderas, dijo enfadada:
—No, tesorito, no te preocupes.
Al ver cómo se alejaba a grandes pasos, Niall suspiró. Se llevó el mechón de pelo a los labios y lo besó. Después, lo guardó y se marchó con Ewen a ver a sus hombres.