Por la mañana, cuando Gillian se despertó, estaba sola en la habitación. Acercó su nariz a las sábanas donde Niall había dormido, olió y sonrió. Después de remolonear durante unos segundos en el lecho, finalmente se levantó, se arregló y, con una sonrisa en el rostro, bajó los escalones hasta llegar al salón, donde vio a su marido dialogando con la odiosa Diane. Sin torcer su gesto por la incomodidad que aquella mujer le producía, se sentó junto a Niall a la espera de un «buenos días». Pero él ni la miró y continuó conversando con la otra.
Mientras desayunaba, Megan y Shelma bajaron con sus hijos, y sin pensarlo, tomó el cazo de gachas y se sentó con ellas. Niall, al notar que ella se movía de su lado, la siguió con la mirada, pero no dijo nada.
Una vez que todos desayunaron, los lairds pagaron al posadero las monedas correspondientes y decidieron marcharse. Pero cuando apenas habían dado diez pasos, alguien gritó:
—¡Lady Gillian…, lady Gillian!
La joven se volvió y vio correr hacia ella a Helena, la mujer que había salvado de las garras del posadero la noche anterior. Iba con sus hijos, Demelza y Colin.
—Helena, podías haber dormido hasta bien entrada la mañana. Mi marido te ha dejado la habitación pagada para una temporada.
—Gracias, milady —contestó—, pero yo, si me lo permitís, os quería pedir un favor muy importante para mí.
—Dime. ¿Qué ocurre?
La mujer, con los ojos llorosos, pidió a su hija que se alejara unos pasos con el bebé en brazos y, tras tragar con dificultad, dijo con un hilo de voz:
—Milady, mi vida es penosa y creo que difícilmente mejorará. Mis hijos pasan hambre y frío, y yo no puedo hacer nada por evitarlo. Por ello, con todo el dolor de mi corazón, os quería pedir que os los llevarais. Sé que con vuestro clan podrán tener un techo que los cobije y una mejor vida que la que yo les puedo dar.
La mujer, al ver el gesto desencajado de Gillian, se retorció las manos nerviosa, y continuó:
—Entiendo que tres bocas que alimentar es algo excesivo, por ello sólo os pido que os llevéis a mis niños. Mi hijos aún no comen mucho, son pequeños, pero…, pero estoy segura de que en unos años trabajarán con fortaleza y…, y… podrán ser útiles, y…
Gillian no la dejó continuar. Le asió las manos y dijo:
—Helena, ¿cómo puedes pedirme que me lleve sólo a tus hijos?
—Estoy desesperada, milady, y temo que mueran en la calle de frío. Por favor…, por favor…
Destrozada por la súplica y el dolor de aquella mujer, Gillian le secó las lágrimas con los dedos y, levantándole el mentón, murmuró:
—Los tres formáis una familia, y si estáis dispuestos a viajar con nosotros a Skye, hablaré con mi marido e intentaré convencerlo para que…
—No hay nada de que hablar, Gillian —la interrumpió Niall, acercándose a ellas.
Dispuesta a batallar, lo miró.
—Helena, estaré encantado de que formes parte de nuestro clan en Skye —dijo él—. Bajo ningún concepto permitiré que te separes de tus hijos. Como dice mi mujer, los tres formáis una familia, y así debe continuar siendo. Recoge lo que te quieras llevar, ponlo en una de las carretas y ven con nosotros a tu hogar.
Helena, emocionada, asió con fuerza la mano de su hija, y cogió al bebé en brazos.
—Aquí está todo lo que tengo, mi señor.
—Muy bien —asintió él.
Con un silbido, Niall llamó a Ewen, que tras escuchar lo que éste le decía, asintió y se volvió hacia una temblorosa Helena.
—Ven conmigo. Te llevaré hasta una de las carretas para que puedas viajar con tus hijos.
La mujer miró a Gillian y a Niall y les besó las manos.
—Gracias…, gracias…, muchas gracias.
Instantes después, cuando Helena se marchó con Ewen, una orgullosa Gillian miró a su marido y, con una radiante sonrisa que casi le paralizó el corazón, se acercó a él para darle un rápido beso en los labios.
—Muchas gracias, Niall. Lo que acabas de hacer te honra como hombre.
Confundido por el beso, asintió, y dándose la vuelta, comenzó a dar órdenes a sus hombres.
Aquella mañana, Gillian viajó con una amplia sonrisa en el rostro. Lo que había hecho Niall la había emocionado. Saber que Helena y sus hijos viajaban con ellos hacia Skye la hacía muy feliz.
A media mañana, se acercó hasta el carro donde viajaban la mujer y sus hijos, y se sorprendió al ver que Aslam, que iba en la misma carreta, tenía en sus brazos al pequeño Colin. Desconcertada por cómo aquél sonreía, cruzó una mirada complacida con la de Ewen, que expresaba igualmente su satisfacción.
Por otra parte, en varias ocasiones, Gillian observó que su duro marido miraba en su dirección. ¿La estaría buscando?
«¡Oh, Dios!, soy una mema. En cuanto me mira me pongo a sonreír como una boba».
Tras un buen trecho, los lairds levantaron la mano para indicar que pararían a comer y, como siempre, los encargados de preparar el sustento de todos ellos encendieron el fuego con celeridad.
—¿Te apetece venir con nosotros a cazar?
Gillian se sorprendió al descubrir a su guapo marido a su lado.
—Sí…, claro que sí. Me encantaría.
—¿Puedo ir yo también? —preguntó Cris.
—Por supuesto —asintió Niall.
Instantes después, unos diez hombres con las dos mujeres se alejaron del grupo.
Ellos llevarían la comida. Niall comprobó que su mujer, aquella rubia pequeña, era una estupenda cazadora. Sin necesidad de bajarse del caballo, apuntaba y con tiros certeros y decididos conseguía dar caza a los conejos.
Entre ella y Cris, les facilitaron de tal manera el trabajo que en menos tiempo del acostumbrado ya tenían en su poder una docena de conejos. Para refrescar a los caballos, Niall propuso parar cerca del lago para que los animales calmaran su sed.
Una vez que desmontaron, algunos se tumbaron para aprovechar los escasos rayos de sol que se filtraban entre la arboleda, mientras las mujeres lanzaban las dagas midiendo sus punterías.
—Sujetemos varias hojas con unos palitos en el árbol —pidió Gillian a Cris.
Ambas lo hicieron, y cuando Gillian acabó, comenzó a mover con agilidad su daga entre los dedos. Niall sonrió y recordó que había visto hacer lo mismo a su cuñada Megan, y que ésta le había indicado que había sido Gillian quien la había enseñado.
—Muy bien —dijo Cris cuando terminó de colocar las hojas.
Con maestría, las dos mujeres lanzaron una vez tras otra las dagas.
—Te gané.
—La próxima vez te ganaré yo.
—¡Ja! No te dejaré —se mofó Gillian—. Soy invencible con la daga. En Dunstaffnage, mi hermano Axel se enfadaba porque nunca conseguía ganarme.
—¿En serio? —rió Cris.
—¡Oh, sí! Axel tiene muy mal perder. Y si quien le gana soy yo, peor.
Ambas rieron, y eso hizo sonreír a su marido y los guerreros. Niall se levantó y fue hasta ellas.
—Te reto con la daga. ¿Te atreves? —dijo sorprendiendo a Gillian.
La joven se volvió hacia él y sonrió. Su marido quería medir su puntería, y eso le gustó.
—¿Estás seguro? —preguntó ante la expresión burlona que mostraba él.
Aquel comentario hizo que los guerreros se carcajearan por el descaro de la jovencita en desafiar a su señor, a su marido; pero Niall estaba cada vez más convencido, y asintió.
Cris colocó distintas hojas a lo largo del árbol, mientras Niall y Gillian se observaban.
—Veamos, ¿te parecen bien veinte tiros? El ganador será el que clave más veces la punta de la daga en el centro del palo que sujeta la hoja.
—¡Perfecto! —accedió Gillian.
Al lanzar el primer tiro, Niall clavó la daga en el palo. Gillian sólo lo rozó. Los hombres aplaudieron. Su laird tenía una puntería increíble.
«¡Vaya, vaya, McRae!, con que ésas tenemos», pensó mirándolo de reojo. Y se volvió hacia él y le dijo en tono meloso:
—Por cierto, esposo, no hemos estipulado el premio del ganador. ¿Qué podría ser?
Niall sonrió mientras su entrepierna le comenzaba a cosquillear. Imaginar que su premio era ella resultaba lo más excitante del mundo.
—¿Tú qué premio propones?
Gillian, con una sensual sonrisa, fingió deliberar la respuesta, mientras sus ojos recorrían de arriba abajo el cuerpo de Niall. Y acercándose un poco más a él, dijo poniéndole el vello de punta:
—Creo que lo más justo para los dos sería que cada uno pidiera lo que más desee en ese momento, ¿no crees?
«¡Cielos, Gillian!, me vas a volver loco», pensó él, y tragando saliva, asintió:
—De acuerdo, Gata.
Con una sonrisa, la joven se retiró el pelo de la cara y, tras guiñarle un ojo, volvió a lanzar. Esa vez su tiro no erró y partió el palito en dos.
Lanzamiento tras lanzamiento se esforzaban al máximo por acertar. Ambos eran excelentes tiradores y deseaban vencer. En un momento dado, Niall se percató de que ella se tocaba el brazo y arrugaba el entrecejo, pero no se quejó. Entre los tiros que llevaba con él, los hechos con Cris y la caza, el cansancio comenzaba a pasarle factura.
Conmovido, el highlander le preguntó:
—¿Quieres que lo dejemos?
Sorprendida, suspiró; pero lanzó y acertó de pleno.
—¡Oh, no!, una apuesta es una apuesta —susurró, humedeciéndose los labios con provocación.
Iban empatados; únicamente les quedaban cinco tiros. Pero Niall ya sólo podía pensar en los labios húmedos y provocativos de Gillian, y por ello, erró el tiro.
—¡Empate! —gritó Cris, mientras los hombres aplaudían.
Gillian, agitada, se recogió el pelo con las manos de forma premeditada. Dejó al descubierto su frágil y suave cuello, y con una sensualidad que trastocó de nuevo a Niall, se aproximó a su amiga Cris con gesto divertido.
—¡Uf, qué calor!
Niall, sin que pudiera apartar sus ojos de aquella sedosa y fina piel, se sintió como un bobo. Sólo podía admirarla mientras sentía cómo su entrepierna latía deseosa de aquella mujer. Había elegido su premio. Ella sería su premio. Tan abstraído estaba que no despertó hasta que oyó decir a Cris.
—Niall…, te toca tirar.
Intentando obviar lo que le apetecía, se concentró y miró hacia el árbol; flexionó las piernas y tiró. Pero la punta de su daga quedó a escasos milímetros del palito.
—Punto para Gillian —aplaudió Cris.
La joven lanzó con rapidez y acertó de lleno.
—Punto para Gillian, y os quedan tres tiros a cada uno —advirtió Cris.
Gillian contenta con el desconcierto que veía en los ojos de Niall, miró a su amiga y le guiñó el ojo.
—Mientras lanza él, iré a refrescarme un poco.
Malhumorado por su torpeza, Niall la siguió con la mirada, y de nuevo se quedó petrificado cuando vio que ella se acercaba al lago, se mojaba las manos y después se las posaba sobre su cuello, y muy…, muy lentamente las bajaba hacia sus pechos.
«¡Oh, Dios!, esto es peor que una tortura», pensó Niall, abrumado.
Divertida y aún mojada, la joven regresó hasta él y, atrayendo de nuevo su atención, preguntó en tono meloso:
—¿Todavía no has tirado?
Él la miró dispuesto a responder, pero al ver cómo las gotas descendían por el escote, susurró:
—Dame un instante, mujer.
Centrándose, Niall tiró y acertó de pleno.
—Punto para Niall —dijo Cris. Y de nuevo sin darle tiempo a respirar, Gillian tiró y acertó también—. Punto para Gillian, y os quedan dos tiros.
—¡Bien! —gritó la joven.
Los hombres, cuya curiosidad por lo que ocurría iba en aumento, se arremolinaban a su alrededor, y de nuevo Gillian entró en acción. Cogió una hoja de un árbol y, después de limpiarla con la mano, se la acercó a los labios y, con una sensualidad que los hizo suspirar a todos, sonrió.
«¡Oh, Dios!, no debo mirarla…, no debo mirarla», pensó Niall. Pero su concentración al ver cómo todos observaban a su mujer se esfumó y erró el tiro.
—Punto para Gillian —gritó Cris, emocionada, mientras reía por la debilidad de los hombres ante los encantos y coqueteos de las mujeres.
—¡Mierda! —se quejó Niall. Sólo le quedaban dos tiros y aquella bruja lo estaba hechizando con sus encantos.
De nuevo, ella tiró y acertó.
—Punto para Gillian, y sólo queda un tiro para cada uno —dijo alterada, Cris.
Encrespado y malhumorado porque aquella pequeña bruja con sus artimañas le estuviera ganando lanzó el último tiro y erró, mientras ella con una sonrisa socarrona tiró y ganó.
—Ganadora, Gillian —sentenció Cris ante el desconcierto del resto de los barbudos.
Las mujeres, abrazadas, comenzaron a saltar, mientras Niall, molesto por haber sido derrotado ante sus hombres, siseó a Ewen, que lo miraba con gesto divertido:
—Cambia esa expresión, o te juro que hoy tú y esa bruja dormís bajo algún lago.
—Lo que ordenéis, mi señor —contestó riendo el hombre.
Y cuando Niall iba a soltarle un puñetazo, oyó a sus espaldas:
—Esposo, ¿puedo ya cobrar mi premio?
Se volvió hacia ella y la observó. Estaba preciosa.
—De acuerdo. ¿Qué quieres? —preguntó con la boca seca.
Gillian la Retadora comenzó a caminar con lentitud alrededor de Niall, hasta quedar de nuevo frente a él. Se alzó de puntillas. Subió las manos hasta enredar sus dedos en el fino cabello de él para atraerlo hacia ella. «¡Dios santo!», pensó, excitado.
Y cuando su aliento y su cercanía consiguieron que él inspirara hondo y se estremeciera ante ella, lo soltó y, acercándose a su amiga, que la miró tan desconcertada como Niall, dijo:
—Un abrazo de Cris es lo que más me apetece en este momento.
Niall, en ese instante, deseó ponerla sobre sus rodillas y azotarla. Aquella bruja con ojos del color del cielo y piel como la seda había hecho lo mismo que él el día en que pelearon con la espada. Pero al ver a sus hombres sonreír y a ella mirarle con ese gesto de desafío en la mirada que tanto le gustaba, no pudo por menos que asentir y aceptar su derrota.
Mientras regresaban con la caza, los hombres aún reían por lo ocurrido. Ewen y Cris cabalgaban juntos, y Gillian se acercó a su marido.
—Niall, debo parar un segundo con urgencia.
—¿Qué ocurre?
Molesta por tener que confesar aquello, susurró:
—Tengo una necesidad urgente.
—¿Tan urgente como para no poder llegar al campamento? —se mofó él.
Incrédula por la osadía de Niall, asintió.
—Sólo será un segundo. Te lo suplico.
Con una sonrisa en los labios, tras indicarle a Ewen que continuaran el camino, se desviaron. Al llegar a una arboleda, Gillian se bajó con urgencia del caballo.
—No te alejes, tesoro —gritó su marido con ironía.
Gillian no quiso responder a aquella provocación, y se adentró en el bosque. Tras aliviar su urgencia, emprendió el regreso mientras oía rugir su estómago. Estaba hambrienta. De pronto notó que unas manos tiraban de ella y le tapaban la boca.
Comenzando a patalear, Gillian vio que se trataba de dos hombres. Por su apariencia sucia y desaliñada, podía haberlos confundido con dos de los salvajes de su marido, pero no. Aquellos sujetos nada tenían que ver con los hombres de Niall.
—¡Oh, qué tierna y sabrosa palomita hemos cazado hoy!
—Ni que lo digas.
En ese momento, el estómago de Gillian volvió a rugir. Los hombres, sorprendidos, se miraron y sonrieron mientras le ataban las manos a la espalda.
—¡Vaya!, presiento que tienes tanta hambre como yo. —Y acercándose más a ella, el más alto siseó—: Aunque yo más bien tengo hambre de lo que guardas entre tus bonitas piernas.
Gillian abrió la boca y, con toda la fuerza del mundo, le mordió en la mano haciéndole gritar.
Aquel grito fue lo que alertó a Niall, que tras correr hacia donde ella había desaparecido y no verla, maldijo y se adentró en el bosque.
—¡Maldita sea! ¡Me ha mordido!
—Y más que te morderé como se te ocurra ponerme la mano encima. ¡Cerdo!
El hombre, con la mano dolorida, le dio un bofetón que la hizo caer hacia atrás.
—Cállate, o conseguirás que te mate antes de disfrutar de tu cuerpo.
—¡Qué me calle! ¡Ja!… Eso no os lo creéis vosotros ni borrachos.
Sufriendo a causa del tremendo mordisco que Gillian le había dado en la mano, el hombre se volvió hacia su compañero y le exigió:
—Tápale la boca antes de que se la tape yo de una pedrada.
—No podrás —gritó ella—. Suéltame las manos y veremos quién da la pedrada antes.
Con celeridad el otro sacó un trapo sucio y poniéndoselo en la boca la hizo callar.
Niall llegó hasta ellos y, tras comprobar sin ser visto que sólo se trataba de dos bandidos, pensó qué hacer. Había dejado la espada en el caballo y no quería retroceder y perderlos de vista; por ello, sin más demora, salió a su paso.
—Creo, señores, que tenéis algo que me pertenece.
Gillian suspiró, aliviada.
Los hombres, al ver aparecer a aquel individuo de entre los árboles, se miraron con precaución.
—¿Qué tenemos que sea tuyo? —preguntó uno de ellos.
Tras un bostezo que a Gillian se le antojó interminable, Niall respondió con desgana.
—La fiera a la que habéis cerrado la boca es mi insufrible esposa.
Eso hizo reír a los villanos, pero a Gillian no.
—Y aunque a veces —continuó Niall— sienta ganas de matarla o cortarle el pescuezo por lo insoportable y problemática que es, no puedo, es mi querida esposa.
Gillian, aún con el trapo en la boca, gruñó, pero ellos no le hicieron ni caso.
Con un gesto agrio, el que había sido mordido por la mujer, preguntó:
—Si es tan insufrible, ¿por qué vienes a rescatarla?
Niall se rascó la cabeza y respondió con pesar.
—Porque me guste o no reconocerlo, todo lo que tiene de brava lo tiene de fiera en el lecho.
No pudiendo creer que hubiese dicho aquellas terribles palabras, Gillian protestó y gesticuló, y Niall sonrió.
—La verdad es que es muy bonita —aseguró uno de los bandidos, pasándole la mano por los pechos—. Y su tacto parece ser muy suave.
Ver cómo aquel impresentable rozaba el pecho de Gillian hizo que Niall se tensara.
Nadie a excepción de él cometía semejante osadía. Lo mataría. Pero manteniendo su imperturbabilidad, asintió:
—¡Oh, sí! Ella es muy suave. Tocad…, tocad. A mí no me importa —los animó para desconcierto de Gillian.
En ese momento, a la joven le volvieron a rugir las tripas, y los hombres rieron, para su horror.
«¡Maldita sea mi hambre!».
—¿No te recuerda esta moza a Judith, la furcia de Portree? —dijo el bandido más alto a su compañero.
«¡Vaya…, qué suerte la mía!», pensó ella.
—Es verdad. Es pequeña, pero con cuerpo tentador —coincidió el otro, mirándola con deseo—. Y por su bravura, parece ser tan ardiente como Judith. ¡Oh, hermano!, cómo lo hemos pasado con ella bajo las mantas, ¿eh?
—¡Ni que lo digas! —asintió el otro, relamiéndose.
Gillian intentó gritar. Mataría a Niall. No quería que la compararan con una furcia, y menos conocer los detalles de aquella pecaminosa relación. Niall, comprendiendo que aquellos dos tenían menos cabeza que un bebé de teta, y sabedor de que con dos estocadas se los quitaría de encima, dijo para su regocijo y horror de su mujer:
—Si tanto os gusta mi ardiente esposa, os la cambio por algo que tengáis de valor.
Estoy seguro de que ella os hará olvidar a esa tal Judith cuando la tengáis bajo las mantas. —Al ver a su mujer poner los ojos en blanco, sonrió y prosiguió—: Será una manera de no tener que soportarla, y así todos quedamos satisfechos. ¿Qué os parece?
«Te mato…, te mato, McRae… De ésta te mato», pensó Gillian, que no podía creer lo que Niall les había propuesto. ¿Cómo iba a dejar que se la llevaran?
Los hombres intercambiaron una mirada y asintieron:
—De acuerdo. La moza lo merece. ¿Por qué deseas cambiarla? —preguntó el más joven.
Gillian, maldiciendo a través del trapo, gritó. Si ese patán descerebrado la cambiaba, que se preparara para cuando ella le encontrara. Lo despellejaría. Pero Niall, sin mirarla para aparentar dejadez, paseó la vista por las escasas pertenencias de aquellos hombres y propuso, señalando una de las dos espadas que estaban en el suelo:
—¿Qué os parece mi rubia mujer por esa espada y unas tortas de avena?
«¿Tortas de avena? Torta es la que te voy a dar yo cuando te pille, McRae», dijo para sí misma, cada vez más humillada.
Los gañanes, a cuál más tonto, tras mirarse asintieron, y con rapidez el más joven se acercó hasta la espada, la cogió junto a una bolsa de tortas de avena, y acercándose hasta Niall, se lo entregó todo.
Como si tuviera en sus manos una espada de acero damasquinado, Niall la miró con interés.
—Es una buena espada —dijo el hombre—. Se la robé a un inglés hace tiempo. Es un buen cambio.
Niall dio un par de estocadas al aire y asintió. Entonces, con un movimiento rápido, cogió a aquel hombre del cuello y dándole un golpe con la empuñadura de la espada le hizo caer sin conocimiento al suelo. Sin darle tiempo al otro a reaccionar, le puso la punta de la espada en el cuello.
—Si en algo aprecias tu vida y la de tu hermano —amenazó—, ya puedes salir corriendo, y no regreses hasta que mi mujer y yo nos hayamos marchado, ¿me has entendido?
El tipo, sin ningún tipo de reparo, comenzó a correr despavorido sin mirar atrás. Ya regresaría a por su hermano. Una vez que quedaron solos con el hombre sin sentido tirado en el suelo, Niall se acercó a Gillian con expresión burlona y le quitó la mordaza.
—¡Tortas de avena! —gritó, enfadada—. ¿Me ibas a cambiar por unas tortas de avena?
El highlander volvió a ponerle la mordaza, y ella gritó, deseando cortarle el pescuezo.
—Si vas a seguir aullando no te quito el bozal —rió, divertido.
Segundos después, y un poco más calmada, ella asintió, y él le quitó la mordaza.
—¡Tortas de avena! —exclamó—. Pensabas cambiarme por unas malditas tortas de avena.
Niall sonrió. Era imposible no reír viéndola a ella y su gesto de indignación.
—Dicen que son muy nutritivas y que dan fuerza —masculló él mientras le desataba las manos.
Una vez liberada, Gillian le miró con intención de protestar y cruzarle la cara por lo que le había hecho creer, pero al verle sonreír, también sonrió.
Aquel entendimiento entre ambos fue tan fuerte que Niall la cogió por la cintura, la acercó hasta él y la besó. Aunque tuvo que dejar de besarla al oír cómo de nuevo las tripas de ella rugían como un oso.
«¡Qué vergüenza, por Dios!», pensó al separarse de él y ver cómo la miraba.
—Creo…, creo que me llevaré unas tortas para el camino —susurró, confundida.
Él, con gesto alegre, se agachó, cogió un paquete y se lo tiró mientras pensaba:
«Regresemos al campamento antes de que el hambre me entre a mí, y yo no me contente sólo con las tortas de avena».