17

Acabada la desastrosa ceremonia, todo el mundo gritaba con cara de enfado. Ruarke Carmichael y su padre se acercaron a Gillian intimidatoriamente. Ésta estaba tan turbada por todo lo que ocurría a su alrededor que ni siquiera cuando los tuvo encima se movió. Pero en el momento en que Ruarke levantó su mano para golpearla, Niall se interpuso y le dio tal puñetazo que lo hizo saltar por encima de los bancos de la capilla; luego le gritó que si volvía a acercarse a su mujer lo mataría.

Después de aquello, los Carmichael abandonaron el lugar y, un poco más tarde, el castillo de Dunstaffnage. Niall, al ver que la joven Diane volvía en sí, le ordenó a Ewen que la llevara al salón. Cris los acompañó. Conocía a su hermana y estaba segura de que sacaría de quicio al pobre Ewen. Los hombres de Niall continuaban vociferando dentro de la capilla, por lo que éste les dio la orden de que se marcharan a descansar al claro del bosque, pues allí no había nada que celebrar.

Tras firmar los papeles que un asustado padre Gowan les tendió a los novios, Niall salió de la iglesia como un caballo desbocado con Gillian de la mano. Una vez fuera, la soltó y comenzó a golpear sin piedad a Kieran, mientras Lolach, Megan y Shelma trataban de separarlos.

A pocos metros de ellos, Axel y Duncan discutían mientras Alana lloraba desconsoladamente junto a los ancianos Marlob y Magnus por la que se estaba liando tras la ceremonia. Gillian, turbada y convencida de que su boda había sido lo peor que había hecho en su vida, huyó a las cocinas. Necesitaba desaparecer. Después de beber un poco de agua y serenarse, miró con incredulidad el trozo de cuero atado en su dedo, y decidió subir a su habitación. Necesitaba estar sola y pensar en lo que había pasado.

Pero al abrir la puerta de su refugio particular se quedó de piedra al ver a Niall, apoyado plácidamente en el alféizar de la ventana. Su expresión salvaje cuando la miró hizo que se estremeciera de pies a cabeza. Pero no de placer, sino de miedo.

Con gesto duro, Niall le sostuvo la mirada durante un buen rato, mientras se preguntaba por enésima vez por qué se había casado con ella. No supo responder y se olvidó de ello momentáneamente. Entonces pensó en Duntulm, su hogar. Gillian no era una mujer débil, pero llevarla a vivir a las frías y duras tierras de la isla de Skye quizá fuera demasiado para ella; ¿o quizá para él?

Al ver que ella, con valentía, cerraba la puerta y se apoyaba en la hoja, tomó la decisión de dejarla en el castillo de Eilean Donan al cargo de Duncan, Megan y su abuelo Marlob. Era la mejor opción. Eso le evitaría muchísimos problemas.

—Nunca vuelvas a desaparecer sin decirme adónde vas —dijo él con dureza—. Ven aquí, señora McRae.

A consecuencia del tono de voz de Niall, Gillian quiso desaparecer, pero antes de que le diera tiempo a hacer movimiento alguno, él volvió a hablar, esa vez de peor humor.

—La primera regla que necesito que aprendas es que no repito las cosas. Si no quieres tener problemas, comienza a obedecer.

Sin embargo, ella continuó mirándole como si estuviera en una nube.

—¿Pretendes que te castigue, o prefieres que te azote? —añadió.

La pregunta consiguió que ella reaccionara, y clavándole sus gélidos ojos azules, se le acercó.

—Ni me castigarás, ni me azotarás, o…

De repente, la tomó por el brazo y tiró de ella hasta que quedó frente a él. Posando sus grandes manos en la cintura de Gillian la atrajo hacia sí y la besó. Aquel beso la pilló tan desprevenida que apenas pudo moverse mientras sentía cómo las piernas le temblaban al sentir la voraz arremetida masculina contra su boca. Asustada por aquella intensidad, Gillian intentó escapar, pero le fue imposible. La boca de Niall era exigente y salvaje, y sus manos aún más. Asustada por aquella invasión, atrapó entre sus dientes la lengua de Niall y le mordió. Él la soltó.

—¡Maldita sea, Gata! —bufó, molesto—. No vuelvas a hacerlo.

Cogiendo aire con dificultad, Gillian se separó de él y, poniendo la distancia de la cama entre ambos, siseó con los ojos encendidos por la rabia:

—No vuelvas a llamarme así, McRae. —Al verle sonreír, gritó—: Pero ¡¿quién te has creído que eres para hacer lo que has hecho?!

Rascándose la barbilla, Niall rodeó la cama. Ella saltó y se alejó por encima del cobertor.

—Soy tu marido. ¡Tu dueño y tu señor! ¿Te parece poco?

Ella no respondió.

—Y por ello te llamaré como me venga en gana y te trataré de igual manera, ¿has entendido?

—No.

—¡¿Cómo?!

—¡He dicho que no! —volvió a gritar. Y sacándose la daga que llevaba en la bota, lo amenazó—: No me obligues a hacer algo que no quiero.

Niall sonrió, aunque con una sonrisa tan fría como sus ojos.

—Hum… Ese carácter tuyo creo que lo tengo que aplacar.

—Ni lo sueñes, McRae.

Verla ante él de aquella guisa lo excitó; aquella mirada retadora lo fascinaba. En circunstancias normales, le hubiera quitado la daga de un manotazo, la habría tumbado sobre la cama y le habría hecho el amor con la misma pasión con que la miraba. Pero no. Gillian necesitaba aprender. Y aunque sus atributos le volvían loco, no pensaba darle tregua, y menos aún permitir algo como lo que estaba haciendo en aquel momento.

—Suelta la daga, Gillian, si no, tendré que darte un escarmiento.

Ella sabía que aquel juego era peligroso, pero una vez comenzado era incapaz de pararlo. Por ello, sujetó con más firmeza la daga.

—Atrévete a darme un escarmiento, Niall, y lo pagarás —dijo.

Tras una carcajada que le puso a ella los pelos de punta, él soltó:

—Ya lo estoy pagando, mujer. Estar casado contigo es un castigo.

—¡¿Por qué te has casado conmigo?! —gritó ella—. ¡Maldita sea, Niall! Yo no te he obligado.

Niall asintió y la miró con una profundidad que la hizo estremecerse. Nunca le diría la verdad; no le revelaría el plan que había trazado junto con Duncan y Lolach. Había pretendido raptarla tras la cena para confesarle su amor y casarse con ella.

—¿Por qué? ¿Por qué te has casado conmigo? —volvió a gritar ella.

—¿Quieres la verdad? —vociferó él, incapaz de confesarle la verdad.

—Sí.

Tras mirarla unos instantes, dijo:

—Le debía varios favores a tu hermano, y ésta ha sido una manera de pagárselos, ¿te parece bien?

—Un intercambio de favores, eso soy para ti —susurró ella con un hilo de voz.

Niall soltó una carcajada, y ella deseó arrancarle los dientes.

—Sí…, Gillian —respondió—, eso eres, te guste o no. Pero ¿sabes?, ese intercambio te permitirá que sientas la soledad como yo la he sentido todos y cada uno de mis días por tu culpa. Quiero que desees morir tantas veces como yo lo deseé mientras luchaba en Irlanda, sintiéndome solo y rechazado, por ser un hombre de palabra y servir a mi patria. Me destrozaste la vida, Gillian; me la quitaste. —Ver su cara de horror le dolió, pero prosiguió—: No quiero nada de ti como mujer; antes prefiero disfrutar con cualquiera de las furcias con las que disfruto desde hace tiempo. Pero no te voy a mentir, Gata, ahora que me he desposado quiero un hijo. Un heredero. Un varón que gobierne mis tierras.

—Eso te lo puede dar cualquiera de tus furcias.

—Lo sé —asintió Niall.

—¿Quién te dice que no lo tienes ya?

—No, Gata, un heredero lo quiero de mi esposa. Y tú eres mi esposa. Una vez que consiga lo que quiero no me volveré a acercar a ti. No me interesas.

Gillian sintió que la boca se le secaba. ¿Cómo era posible que le estuviera ocurriendo aquello? ¿Cómo podía Niall estar hablándole así? ¿Qué le ocurría? ¿Qué le había hecho?

—Mira, Gillian, no tengo intención de acercarme a ti a no ser que esté tan borracho como para confundirte con alguna de las furcias que me calientan de vez en cuando el lecho.

Llevándose las manos a la cabeza, Gillian susurró:

—Esto es humillante… Yo…

Niall no la dejó terminar. Lo que le estaba diciendo era mentira, pero quería hacerle daño, que se sintiera mal.

—Por ello, como tu marido, dueño y señor, cuando yo te pida un beso, me lo darás. Si te pido que seas amable, lo serás. Y si osas desobedecer cualquiera de mis órdenes, por san Ninian te juro, Gata, que sin importarme quién esté delante, te cogeré y te azotaré.

—¡No! —gritó ella—. Si te atreves a tocarme, te juro que te mato.

Con una risotada que hizo que Gillian se paralizara, Niall saltó por encima de la cama. Justo cuando bajaba para cogerla, ella, de un puntapié, puso en su camino un pequeño arcón. Niall perdió el equilibrio y cayó al suelo. Gillian sonrió, pero cuando vio cómo él la miraba desde el suelo, gimió. Antes de que ella pudiera moverse, la asió de las faldas y, de un tirón, la hizo rodar encima de él. La daga salió por los aires y se clavó tras el arcón. Con maestría, él la cogió y rodó con ella por el suelo. Y tras quedar encima, le dio un nuevo y profundo beso en la boca que la dejó sin resuello. Niall, al notar que su entrepierna crecía por momentos, decidió levantarse, y con Gillian aún en sus brazos, se sentó en la cama y la puso sobre sus piernas boca abajo.

—¡Suéltame! —gritó horrorizada al sentir que la iba a humillar.

Pero Niall no la soltó, y con voz clara, le dijo entre dientes:

—Hoy, querida Gata, recibirás lo que tu hermano y tu abuelo debieron darte hace tiempo.

—¡No se te ocurra ponerme la mano encima, McRae! Sin levantarle las faldas para no dañarla, le dio un azote en el trasero que la hizo chillar. Intentó zafarse de él, e incluso morderle en la pierna, pero le fue imposible. Niall la tenía pillada de tal manera que no podía hacer nada, excepto seguir recibiendo azotes.

—Esposa, si sigues chillando, todos pensarán que tu primer contacto íntimo con tu marido es de lo más placentero.

Avergonzada por aquella posibilidad, y humillada por todo lo que le estaba haciendo y diciendo, gritó:

—Suéltame, maldito patán.

Un nuevo azote cayó sobre ella.

—No me insultes, esposa, o no pararé.

Así estuvieron un buen rato, hasta que finalmente Gillian paró de insultarle y se calló.

Niall, con el corazón más dolorido que la mano, al comprobar su silencio se detuvo. Levantándose de la cama, la puso en pie, y sin soltarla, la miró. En sus ojos vio el enfado y la humillación, y en ese momento, decidió que no quería tenerla lejos y que la llevaría con él a Skye. Su hogar. Gillian era su mujer y debía asumir su nueva vida. Tras soltarla, se sacó la daga del cinto y se hizo un corte en el brazo, para horror de Gillian.

Sin demostrar dolor, Niall retiró el cobertor de la cama de un tirón y dejó caer unas gotas de sangre sobre las sábanas para que los criados, por la mañana, aventuraran que el matrimonio había sido consumado.

—Ve preparando tus cosas —dijo, mirándola—. Pasado mañana, al alba, regresaremos a mi hogar. Y sólo te diré una cosa más: si no quieres ver a los tuyos sufrir, intenta hacerles creer que eres dichosa y feliz.

Tras dar un portazo que retumbó en todo el castillo Niall se marchó. Gillian, furiosa, se masajeó el trasero. Se agachó para recoger la daga y, tras maldecir, juró preferir estar muerta antes que ser la mujer de aquel animal.