Cuando Megan y Gillian aparecieron en el salón, los invitados comenzaron a felicitar a la homenajeada por su cumpleaños. Gillian, como en una nube, sonreía, hasta que vio a Ruarke, que desde el otro lado del salón la observaba. Rápidamente apartó la mirada.
En el fondo de la estancia, Niall hablaba con la odiosa de Diane. Nerviosa, buscó a Kieran. El joven highlander estaba junto a Axel, y por el gesto de su hermano intuyó de lo que hablaban.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! —susurró para sí misma.
Megan le dio una jarra de cerveza y, tras hacer que se la tomara entera, incitó a Myles, uno de los guerreros de su marido, a que bailara con ella. Ewen, el hombre de confianza de Niall, los observaba.
Gillian, incapaz de rehusar la invitación, comenzó a bailar con Myles. Acabado ese baile, el guapo Kieran se acercó a ella y, ante varios guerreros, dijo:
—Gillian, corazón mío, baila conmigo.
Ewen, testigo de aquel trato tan cariñoso entre ellos, no perdió el tiempo y caminó hasta Niall para contárselo.
—Sonríe, preciosa. Tu amado McRae nos está mirando —cuchicheó Kieran.
La sonrisa iluminó el rostro de Gillian mientras Niall comenzaba a pasear por el salón observándolos. Desde que esa tarde la había besado en las caballerizas, no había podido quitársela ni un instante de la cabeza. Y allí la tenía, delante de él, con aquella sonrisa que siempre le había vuelto loco. Verla bailar era un deleite para la vista. Gillian era una experta bailarina y la gracia que ponía en cada movimiento lo encandilaba.
—Niall, ¿te apetece bailar? —preguntó Diane, acercándose a él.
—No, Diane. Ahora no —respondió, tajante, al ver que comenzaba una nueva pieza y que Gillian continuaba bailando con Kieran.
«¡Maldito O’Hara! Te encanta meterte en problemas», pensó al ver cómo aquél colocaba posesivamente su mano en la cintura de Gillian.
—¿Quieres que salgamos a dar un paseo? —volvió a la carga Diane.
Pero Niall no la escuchaba. Y la joven caprichosa, consciente de que era a Gillian a quien observaba, se sintió ignorada y levantó la voz:
—¡Niall! Estoy hablando contigo.
Mirándola con el cejo fruncido, el highlander maldijo.
—Diane, ve a bailar con otro. Yo no quiero bailar —dijo sin importarle sus modales.
En ese momento llegó Megan hasta él, y tras mirar con gesto burlón a Diane, cogió el brazo a su cuñado.
—Niall, baila conmigo.
Sin negarse, Niall la siguió, y Megan fue a colocarse justo al lado de aquéllos a los que él observaba. Cuando oyó la cristalina risa de Gillian, sintió hacerse añicos su corazón. Estaba preciosa aquella noche con aquel vestido amarillo. Incluso parecía feliz.
Eso le alertó. La conocía y sabía que, tras lo ocurrido en las caballerizas y su inminente boda, debería haber estado incómoda en aquella situación, pero no. Se la veía contenta. Con gesto duro clavó sus ojos en los de Kieran, pero éste ni lo miró. Sólo tenía ojos para Gillian. Su Gillian.
Megan, disfrutando de aquel momento, cuchicheó:
—Niall, querría tu opinión sobre algo.
—Tú dirás.
—Esta mañana he estado mirando la herida de la yegua de Gillian y creo que debería aún descansar unos días antes de emprender el viaje. ¿Tú qué crees?
Niall la miró. ¿A qué venía esa pregunta?
—Sí. Esa herida es bastante profunda y en el momento en que la yegua cabalgue se le volverá a abrir. Necesita reposo.
—Justo lo que yo pensaba —asintió Megan con gracia, viendo cómo Diane los observaba—. Por cierto, ¿Diane McLeod es tu prometida?
—No —respondió Niall con rotundidad clavando la mirada en su cuñada.
—¿Seguro?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué…?
—¡Basta, Megan! —cortó él. No estaba de humor.
Dándole un golpe en el costado, Megan llamó su atención.
—¿Por qué me has golpeado? —protestó, mirándola.
—Porque te lo mereces —siseó—. Desde que has llegado a Dunstaffnage has dejado de ser tú para convertirte en un gruñón como lo es, en ocasiones, mi amado Duncan.
Niall tuvo que sonreír. Su cuñada, aquella morena alocada que había entrado en sus vidas años atrás, siempre lo animaba.
—Vamos a ver, Niall, ¿dónde está tu sonrisa y tu maravilloso sentido del humor?
—Quizá no tenga por lo que sonreír ni bromear —respondió, cambiando el gesto al ver a Gillian cuchichear.
—¡Por san Ninian! —susurró Megan—. Si las miradas mataran, la McLeod ya me habría asesinado.
Niall se volvió hacia Diane y se sorprendió al toparse con su fría mirada. Aunque en cuanto ella se dio cuenta de que él la observaba, la calidez volvió a su rostro con rapidez.
—No te preocupes. Nunca se lo permitiría —murmuró, fijándose de nuevo en Gillian.
—Ni yo —susurró Megan con seguridad.
En ese momento, llegó un galante Duncan hasta ellos y se plantó ante su hermano.
—¿Me permites bailar con mi mujer? —le pidió con seguridad.
Niall sonrió y le cedió la mano de Megan.
—Toda tuya, hermano.
Duncan, con una expresión cautivadora que hizo que Megan temblara, susurró mientras la tomaba y la acercaba a él:
—Siempre mía.
Regocijado por el enamoramiento continuo de su hermano y su cuñada, Niall se alejó para hablar con Ewen. E instantes después se percató de que Gillian había dejado de bailar y hablaba en un lateral del salón con el padre Gowan.
Tras dar órdenes a Ewen para que mantuviera alejada a Diane de él, y sin perder de vista a Gillian, caminó hasta una de las grandes mesas de madera para coger una jarra de cerveza. Cuando comenzó a beber se dio cuenta de que Alana, Cris y Shelma se sentaban no muy lejos de él y parecían cuchichear. Con disimulo, se acercó a ellas.
—¿Estás segura? —susurró Shelma.
Alana, con gesto disgustado en la cara, asintió.
—Axel me lo acaba de decir. Kieran y Gillian han decidido desposarse antes de que acabe la noche, y como el padre Gowan está aquí, será él quien oficie la ceremonia.
Niall se quedó boquiabierto y ni se movió hasta que vio a Gillian y a Axel abandonar el salón. ¿Dónde iba aquella loca?
—¡Qué emocionante! —exclamó Cris al ver el gesto de Niall.
—¡Oh! —susurró Shelma, guiñándole un ojo—. ¿No os parece muy romántico que Kieran le entregue su vida a Gillian para que ella no tenga que casarse con el apestoso de Ruarke?
—Sí, Shelma —asintió Alana, secándose los ojos—. Creo que es algo muy romántico. El amor ya les llegará; estoy convencida. Ambos son jóvenes y tienen toda la vida por delante para conocerse. Además, Gillian será mucho más feliz con él que con Ruarke, y como dijo Diane, tendrán unos niños preciosos.
Soltando de golpe la jarra en la mesa, Niall dio por concluida la intromisión. El corazón le latía a una velocidad desenfrenada mientras caminaba hacia la salida en busca de explicaciones.
En ese momento, Shelma, Cris y Alana se volvieron hacia Megan, y ésta, guiñándoles el ojo, sonrió. Duncan, al ver que su mujer de pronto comenzaba a reír, la miró.
—¿De qué te ríes, cariño? —preguntó extrañado.
Feliz porque su plan parecía funcionar, lo besó sin importarle quién estuviera delante, y con ojos chispeantes le dijo mientras comenzaba a tirar de él:
—Duncan, ven…, vamos.
El hombre la siguió, y se sorprendió cuando vio que el abuelo Marlob, cojeando, y el anciano Magnus iban tras ellos. A su vez, Shelma tiraba de Lolach. A Ewen le llamó la atención todo aquel movimiento y se apartó de Diane con disimulo para seguirlos.
Una vez que salieron del salón, Duncan, de un tirón, paró a su mujer y le preguntó:
—¿Dónde vamos, Megan?
—Corre, Duncan —cuchicheó, excitada—. Niall ha caído en la trampa y se va a casar.
Duncan levantó las manos al cielo, y cuando el resto del grupo llegó hasta ellos, con gesto tosco, miró a su mujer y, alzando la voz, rugió:
—Megan, ¡por todos los santos!, ¿qué has hecho?
Sin amilanarse al ver que su marido clavaba sus impresionantes ojos verdes en ella y en su boca se dibujaba un rictus de enfado, contestó:
—Hice lo que debía hacer para que dos personas a las que quiero mucho estén juntas de una santa vez.
Duncan no podía creer lo que oía, y voceó al recordar lo que su hermano tenía pensado hacer aquella noche:
—¡Maldita sea, mujer! Lo has estropeado todo.
—De eso, nada —apostilló Shelma ante la cara de susto de Cris.
—Pero ¿qué habéis hecho? —gruñó Lolach.
—Como siempre, meterse en problemas —auguró Duncan.
Lolach, al entender lo que allí pasaba, se llevó las manos a la cabeza y blasfemó. El plan que tenían trazado se había ido al traste.
Megan, ajena a lo que Lolach, Ducan y Niall tenían planeado hacer, miró a su marido y espetó:
—¿Qué esperabais?, ¿qué permitiera que Gillian se casara con el patitieso de Ruarke cuando sé que ama al cabezón de tu hermano y que él la ama a ella?
—Megan tiene razón —asintió Marlob.
—Abuelo, por favor —gruñó Duncan, desesperado—. No le des la razón como siempre.
—Pues yo pienso como ellos también —sonrió Magnus—. Mi nieta y Niall están hechos el uno para el otro, y creo que el que se casen es una buena opción.
Ewen, semiescondido entre las sombras, corrió hacia la capilla. Debía avisar a Niall de aquella trampa.
—Pero ¿os habéis vuelto todos locos? —gritó Lolach.
Shelma clavó su mirada en él y le dijo sin ningún remilgo:
—Lolach McKenna, no vuelvas a insinuar algo así de ninguno de los que estamos aquí, o te auguro problemas.
Duncan y Lolach se miraron, incrédulos. ¿Se habían vuelto todos locos?
—Venga…, venga…, muchachos, corramos o al final llegaremos tarde, y esta boda no me la quiero perder —apremió Magnus.
Duncan, asombrado al ver a los ancianos tan felices, miró a su intrépida mujer y dijo:
—No querría estar en tu pellejo, querida mía, si este enlace sale mal. Tras un suspiro divertido, Megan asió con fuerza la mano de su marido.
—Si este enlace sale tan mal como el nuestro, me daré por satisfecha —le susurró tras un arrumaco.
Sin decir nada más, todos se dirigieron hacia la pequeña capilla del castillo de Dunstaffnage. Se iba a celebrar una boda, ¿o no?