14

Tras el episodio vivido en su habitación, Gillian se retocó el peinado y salió de su estancia, dispuesta a ir hasta el salón. Según iba bajando por la escalera circular de piedra gris, los sonidos de las gaitas sonaban cada vez más cerca. Con la rabia instalada en su rostro, decidió pararse, sentarse y serenarse en uno de los gastados escalones, hasta que dejara de temblar.

Agachando la cabeza la posó sobre sus rodillas y le entraron unas ganas locas de llorar. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haber destrozado su vida y la de Niall? ¿Qué iba a hacer? El día de su cumpleaños se acababa y cada vez sentía más cercano el podrido aliento de Ruarke. Pensar en él le enfermaba, pero debía cumplir la palabra de su padre, aunque esa promesa la llevara directamente a la tumba.

—Gillian, ¿qué haces aquí? ¿Qué te pasa? —preguntó de pronto la voz de Kieran.

Levantando la cabeza, Gillian se encontró con aquellos ojos azules y, encogiéndose de hombros, susurró:

—Creo que estoy luchando contra un imposible. El día se acaba y mi boda…

Kieran sonrió. El tonto de su amigo y aquella muchachita eran el uno para el otro, y tomándole la cara entre sus manos, preguntó para animarla:

—¿Has decidido rendirte, preciosa? Porque si es así me defraudarías. La Gillian de la que siempre me hablaba Niall era una muchacha divertida, romántica, locuaz, cariñosa y, sobre todo, que no se rendía ante nada ni nadie.

—Esa Gillian de la que hablas, en cierto modo, ya no existe —susurró, levantándose—. He cambiado y…

—¿Eso quiere decir que quieres casarte con Ruarke Carmichael?

Al oír aquel nombre, Gillian se tocó el estómago.

—No, no quiero casarme con él. Pero el deber me obliga a hacerlo.

Kieran le levantó la barbilla con una mano.

—Todavía hay tiempo, Gillian. Piénsalo.

—Fue un pacto de mi padre, y no le voy a deshonrar. Además, nadie desea casarse conmigo. En estos últimos años me he ganado el apodo de la Retadora. ¿Y sabes por qué? —Él negó con un gesto, y ella continuó—: He estado tan furiosa con Niall y conmigo misma que me he portado fatal con todos los hombres que se han acercado a mí. Y eso tarde o temprano se paga, ¿no crees?

—¿Lo dices en serio? —rió él, divertido.

—En efecto. Si quieres saber lo que opinan de mí, pregunta…, pregunta.

Maravillado por aquella sinceridad, Kieran cogió aire y dijo:

—Gillian, si tú quieres, puedo ayudarte ofreciéndote mi casa, mi apellido, mis tierras y…

—¡¿Cómo?! —le cortó, desconcertada.

El highlander se encogió de hombros.

—Lo que has oído. Ya sé que no me amas ni yo te amo a ti, pero si tú quieres…

—Pero ¡te has vuelto loco! —susurró, mirándole directamente a los ojos—. ¿Cómo se te ocurre pedirme semejante cosa?

—Es por ayudarte y…

Sin dejarle terminar, Gillian comenzó a blasfemar de tal manera que Kieran se quedó sin palabras, hasta que de pronto ella paró.

—Kieran O’Hara, no vuelvas a pedir eso a ninguna mujer hasta que encuentres a la persona adecuada. —Tras darle un manotazo que le hizo reír, prosiguió—: Tú eres un hombre atractivo, además de un valeroso guerrero y muchas otras cosas más, y estoy segura de que algún día encontrarás a la mujer que te conviene y la harás muy feliz.

Complacido con lo que escuchaba se carcajeó. En sus casi treinta años, y a pesar de que era un highlander bastante requerido por las féminas, ninguna había dejado huella en él. El romanticismo no era lo suyo.

—¿Acaso no crees en el amor, Kieran?

—No.

—¿Nunca has sentido que la presencia o la mirada de una mujer te quitaban el aliento, y que tu existencia se marchitaba al dejar de verla?

—Nunca.

—Imposible.

—No, Gillian, no miento.

La joven no podía dar crédito a lo que oía.

—¡Por todos los santos, Kieran! ¿Cómo un hombre tan galante como tú no puede creer en el amor?

—Quizá porque nadie me ha hecho sentirlo.

—Si te escuchara el abuelo te diría que tu mujer está en algún lado esperando a que le sonrías.

—Tu abuelo Magnus es demasiado sensible para mi gusto —ironizó Kieran.

—No, Kieran. Mi abuelo se enamoró de su Elizabeth. Me contó que cuando sintió que no podía dejar de mirarla ni alejarse de ella supo que era su mujer. Tú debes encontrar a esa mujer. Estoy segura de que está en algún lugar esperando a que un highlander guapo y valiente como tú la encuentre. —Él sonrió—. Prométeme que la buscarás, o seré yo quien la busque por ti. ¡Oh, Dios!, a veces los hombres sois desesperantes.

—De acuerdo, preciosa —se carcajeó al reconocer a la Gillian de la que tanto había oído hablar.

—Pero bueno, Kieran, ¿cómo se te ocurren esas cosas? —Al ver que él seguía sonriendo, señalándole con el dedo, le aseguró—: No deseo casarme contigo y nunca me sentiré la mujer del idiota de Ruarke porque yo sólo me casaré por amor, y si no lo hago así, para mí nunca será verdadero. —Con desespero, susurró—: Yo adoro a ese cabezón. Siempre le he amado y siempre le amaré. Y sólo pensar que otro bese mis labios o toque mi piel, ¡ah!, me enferma.

Kieran soltó una risotada que retumbó en la escalera y añadió:

—Me alegra saber que ese cabezón tenía razón. Eres una mujer con carácter y romántica.

—Según él, soy una malcriada —respondió Gillian.

Mientras ambos reían, apareció Megan, que subía en busca de Gillian. Y al verlos parados en la escalera, preguntó:

—¿Se puede saber qué hacéis aquí los dos?

Gillian, con una sonrisa en los labios, se llevó las manos a las caderas.

—¿Te puedes creer que Kieran está dispuesto a casarse conmigo para que no me case con el necio de Ruarke?

Incrédula y sorprendida, Megan miró al hombre, y al ver el gesto de éste dijo, haciéndole reír con más ganas:

—Kieran, ¿cuándo vas a aprender lo que tú llamas el arte de cazar? —Y añadió, pensativa—: Quizá no sea mala idea hacer creer que eso puede pasar entre vosotros.

—No, ni hablar —sentenció Gillian.

—¡Cállate, pesada! —gruñó Megan—. ¿No ves que una noticia así puede hacer que Niall reaccione?

—¡Megan! —resopló Kieran—, pretendes que los McRae, esos salvajes, se pasen media vida machacándome.

—No, no me gustaría —reconoció Megan.

—Pero ¿tú has visto cómo son los hombres de Niall? —preguntó de nuevo el highlander.

Llevándose las manos a las caderas, Megan se apoyó en la pared de la escalera y dijo:

—Vamos a ver, Kieran, ¿no le acabas de pedir matrimonio a ella?

—Mujer…, sabía que diría que no. Sólo hay que conocerla un poco para saber que si no es con Niall no se casará con nadie.

Aquella salida hizo soltar una risotada a las mujeres, y Gillian, dándole un manotazo, murmuró:

—Pues, fíjate…, estoy comenzando a pensarlo. No eres tan mala opción.

—Gracias, preciosa —rió el hombre.

Megan, asombrada por el sentido del humor de ambos, los miró y gruñó:

—¿Queréis dejaros de jueguecitos? El tiempo se agota.

—Megan…, nada se puede hacer, ¿no lo ves? —murmuró la joven rubia al ver a su amiga con el cejo fruncido.

—No voy a permitir que destroces tu vida y la de Niall de nuevo, ¿me oyes? —Y mirando a Kieran, dijo—: Y tú… eres su única salvación.

El highlander, tras suspirar con resignación, miró a las mujeres.

—De acuerdo —aceptó—. Aquí me tenéis. Pero que conste que todo lo malo que me pase, vosotras lo sufriréis.

—No lo voy a permitir —dijo Gillian, mirándoles. Pero al ver cómo aquellos dos se miraban, susurró—: Me estáis asustando.

—Creo que serías una preciosa señora O’Hara.

—He dicho que no.

Pero Megan estaba convencida de que aquello solucionaría el grave problema.

—¿Qué crees que hará mi querido cuñado cuando se entere de que os vais a casar?

—Matarme, fijo —se mofó Kieran.

—Pero yo no me voy a casar contigo —se defendió Gillian.

Él, divertido, la tomó de la mano.

—Lucha por lo que quieres y demuéstrale a ese burro qué clase de mujer eres. Sonríe, disfruta, baila y goza ante Niall. Le conozco y sé que él no podrá apartar sus ojos de tu persona. Eres demasiado valiosa como para dejar que otro que no sea él se apodere de ti.

—Pero…

—Bajemos a tu fiesta —continuó Kieran—. Divirtámonos y hagámosle creer que te vas a casar conmigo antes de que termine la noche. Si Niall no reacciona ante eso, no reaccionará ante nada.

—Pero ¡qué fantástica idea! —asintió Megan.

—Pero…, pero… yo no puedo…

Kieran, convencido de que aquella noche dormiría con un ojo morado, como poco, bajó los escalones y no dejó que ella terminara la frase.

—Gillian, te espero en el salón, ¿de acuerdo?

La muchacha, pálida, asintió, y Kieran, con una espectacular sonrisa, desapareció.

—Vamos…, tengo que hablar con Shelma, Alana y Cris para que nos ayuden —la apremió Megan.

—¡Ay, Dios! Creo que la vamos a liar.

Con gesto decidido, Megan pellizcó las mejillas de su amiga, que estaban pálidas, y asiéndola con fuerza de la mano tiró de ella.

—Alegra esa cara y que san Fergus nos proteja.

—Eso espero —añadió Guillian.

Instantes después, bajaban las dos cogidas de la mano por la escalera circular de piedra gris, a la espera de que sucediera un milagro.