10

Cuando llegaron a las caballerizas, Gillian fue hasta su yegua, Hada, que aún estaba herida.

—Bonito animal —señaló Kieran, mirándola.

—Sí —sonrió—. Hada es un bonito regalo de mi hermano.

Al ver que ella le besaba el hocico pero no montaba, le preguntó:

—¿No vas a montarla?

Gillian fue a responder, pero Niall, acercándose hasta ellos, se adelantó:

—No, no debe montarla. Sufrió una herida hace unos días y tiene que descansar.

Levantando la mano, se la estrechó a Kieran.

—¿Qué haces tú por estas tierras? Te creía en Stirling o en Aberdeen.

Al percibir la incomodidad de Gillian, Kieran se acercó más a ella y, dejando pasmado a Niall, respondió:

—Sí, amigo, en Aberdeen estaba cuando oí que esta preciosa mujer buscaba marido. Y como ya la he visitado este último año en varias ocasiones, me he propuesto convencerla de que ese idiota de Carmichael no la podrá hacer tan feliz como puedo hacerla yo.

A Gillian le gustó ver la tensión en el gesto de Niall. La joven, con una risa tonta, miró a Kieran, y éste, levantando una mano, la pasó con delicadeza por el rostro de ella.

La rabia por aquel atrevimiento se centró en el estómago de Niall. ¿Desde cuándo Kieran cortejaba a Gillian? En ese momento llegó hasta ellos Diane, sujetando su caballo.

—¿Y vos quién sois, milady? —se interesó Kieran al verla aparecer.

Niall, todavía trastornado por lo que acababa de escuchar y ver, miró a Gillian, pero ésta no lo miraba, sólo tenía ojos para Kieran. Molesto, se volvió hacia su amigo, mientras Duncan, Axel, Lolach y las mujeres de éstos esperaban fuera de las caballerizas.

—Kieran O’Hara, te presento a Diane McLeod —dijo en un tono rudo—. Vive cerca de mis tierras en Duntulm y es prima de Alana.

—Encantado de conoceros, milady —saludó con cortesía Kieran.

—Lo mismo digo —respondió Diane, que miró de reojo a Gillian y se sorprendió al verla sonreír.

Diane, al ver cómo Niall miraba a la otra muchacha, tosió, molesta, y para llamar la atención del hombre dijo con voz almibarada:

—Niall, ¿serías tan amable de ayudarme a montar? El caballo es tan alto y yo tan débil que soy incapaz de hacerlo sola.

«Serás tonta», pensó Gillian, pero calló.

Con una deslumbrante sonrisa, Niall asintió, y cogiendo a Diane por la cintura la alzó como si fuera una pluma hasta dejarla sobre la silla. Con una coquetería que hizo que Gillian sintiera ganas de matarla, Diane montó de medio lado haciendo gala de su elegancia y feminidad.

—Gracias, Niall. Eres tan galán y fuerte —suspiró Diane.

«¡Oh, Dios! No la soporto», pensó Gillian, dándose la vuelta.

Niall montó en su caballo True, que estaba junto a la pobre y herida Hada, y sin apartar sus inquietantes ojos de la bella Diane, la siguió fuera de las cuadras, donde estaban esperándolos los demás.

Gillian, con la rabia instalada en sus ojos, suspiró. Entonces, Kieran, poniendo un dedo en su barbilla, hizo que lo mirara.

—Tú eres más bella que ella; no lo dudes.

—Eso no me preocupa, Kieran. La belleza es algo que el tiempo marchita.

—¿Puedo preguntarte algo y serás sincera conmigo?

—Sí.

—¿Por qué fuiste tan dura con Niall y no quisiste perdonarlo? Él se moría por ti.

Gillian se encogió de hombros.

—No lo sé. Me comporté como una necia, una tonta, una malcriada. La rabia me cegó y fui incapaz de pensar en nada más. Pero te aseguro que me he arrepentido de ello todos los días de mi vida, aunque es la primera vez que lo reconozco. Después, el tiempo pasó, él no volvió a hablarme y…

—Escúchame, Gillian. Desde que conozco a Niall siempre se le ha iluminado la mirada al hablar de ti. En Irlanda eras el motivo de su existencia, y cuando rompiste el compromiso, se sintió deshecho. No sé si él te perdonará o no, pero te aseguro que lo conozco y sé que no te ha olvidado y que tú eres, has sido y serás siempre la única mujer capaz de robarle el corazón.

—Es muy bonito lo que dices, Kieran, pero como has visto, ya se lo ha robado otra.

—Lo dudo —sonrió el hombre con seguridad—. Conozco a Niall, y esa joven no es la clase de mujer que quiere para él.

—¿Y qué clase de mujer quiere para él?

—Una como tú.

Gillian sonrió, pero al mirar hacia el exterior vio a aquel por el que suspiraba bromeando con Diane. Furiosa por la intimidad que parecía haber entre ellos, se encaminó al fondo de las caballerizas y Kieran, consciente de lo que pasaba, la siguió.

—¿Qué caballo montarás? —preguntó, dándole tiempo a serenarse.

Tras resoplar, la joven cambió de expresión.

—Llevaré a Thor. Es mi mejor caballo. ¿A que es precioso?

—Sí, Gillian, tan precioso y bonito como tú —asintió Kieran, mirándola.

—Os estamos esperando —apuntó en ese momento Niall con voz grave tras ellos.

Gillian, al ver que Kieran sonreía, se agarró a las crines de Thor y, tras tomar impulso, subió. Ella no necesitaba ayuda como la idiota de Diane.

—Kieran, te espero fuera —indicó, pasando junto a Niall.

—De acuerdo, preciosa. En seguida te sigo.

Al oír de nuevo aquel calificativo, Niall miró a su amigo, que con una divertida sonrisa en la boca caminaba hacia su caballo.

—Sinceramente, amigo, no sé qué estás haciendo.

Niall guió su caballo hacia Kieran, y mientras lo veía montar, le preguntó:

—¿Y tú?, ¿qué estás haciendo tú?

Kieran, pese a la rabia que detectó en los ojos del otro, no se amilanó.

—Cortejar a una preciosa muchacha para que antes de que acabe el día quiera ser mi mujer.

Y sin decir nada más, espoleó su caballo para salir de las cuadras.

Durante el corto trayecto hasta el mercadillo, Niall no pudo dejar de mirar a Gillian.

Boquiabierto y molesto, comprobó que aquella malcriada no le dirigía ni una sola mirada. Desde que Kieran había llegado a Dunstaffnage parecía que él no existiera, y eso le irritaba. Aunque más le fastidiaba darse cuenta de que la cercanía de aquella consentida le comenzaba a nublar la razón. ¡Por todos los santos!, no estaba dispuesto a volver a caer en el hechizo de la McDougall; otra vez no.

Desde una posición privilegiada, Megan los observaba a todos. Era consciente de todo lo que ocurría entre ellos, e incluso se fijó en que Diane un par de veces miró a Gillian con gesto de incomodidad. Cuando vio a Niall cabecear con gesto adusto, espoleó a Stoirm, su caballo, para acercarse a su cuñado, y tras guiñar el ojo a una divertida Cris, dijo sabiendo que Diane lo escucharía:

—Qué bonita pareja hacen Kieran y Gillian, ¿no creéis?

Niall la miró con cara de pocos amigos y maldijo al verla sonreír. ¡Su cuñada era una bruja! Pero más le molestó cuando la tonta de Diane respondió:

—Te doy la razón. Si ambos formalizan su unión tendrán unos niños preciosos. —Megan, con una sonrisa, asintió—. Kieran es tan atractivo y Gillian tan rubia que estoy segura de que sus niños serán auténticos querubines rubios de ojos azules.

Niall clavó su mirada en el suelo. No iba a contestar. Se negaba.

—¡Oh, Dios! ¡Qué suerte tiene Gillian! Kieran es un guerrero espectacular —aplaudió Cris, ganándose una mirada de aceptación de su hermana.

—La verdad es que Kieran es un guerrero increíble, además de divertido y terriblemente agraciado —remató Megan.

En ese momento, Niall, sin que pudiera evitarlo, blasfemó.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Diane.

—Intento recordar algo que mi abuelo me rogó que comprara —replicó Niall con rapidez, tras cruzar una mirada con la descarada de su cuñada.

Poco después llegaron al mercadillo, un lugar lleno de puestos, trovadores y gente bulliciosa y con ganas de pasarlo bien. Niall, ceñudo, ayudó a Cris y Diane a bajar de sus respectivos caballos, y entonces la sangre le hirvió cuando vio que Kieran colocaba sus manos con delicadeza en la cintura de Gillian para ayudarla a bajar.

«¡Maldita sea, O’Hara! Gillian no necesita ayuda para bajar», pensó.

Tras posarla en el suelo, Kieran le retiró de la cara con la mano un mechón rubio como el trigo, y Niall sintió que se atragantaba. Pero apartando la mirada intentó serenarse. No debía importarle lo que ocurriera entre ellos. Él tenía muy claro que nada quería con Gillian; ¿o sí?

Pero el humor de Niall fue de mal en peor al comprobar que todo lo que Gillian miraba en cualquier puesto Kieran lo compraba. Aquel martirio le estaba haciendo librar una terrible y dolorosa batalla interior.

«Dios, dame fuerza o los mataré», pensó una y otra vez, intentando mantener el control.