Los nervios de Gillian crecían por momentos mientras se torturaba pensando que sólo quedaban tres días para su boda. Mirando el alto techo de piedra de su habitación, pensó en Niall. Él y sus salvajes hombres habían decidido esperar a que pasara la boda para partir a la vez que Duncan y Lolach. Pero a diferencia de éstos, en lugar de dormir dentro del castillo, preferían dormir al raso.
Aún no había amanecido, y Gillian no podía dormir. A la luz de las velas que había en la habitación, se levantó y se sentó frente al espejo. Tras coger un peine de nácar comenzó a peinar sin muchas ganas su largo y rubio cabello.
De pronto, unos golpecitos en la puerta llamaron su atención. Era Christine, la prima de Alana.
—Hola, ¿puedo pasar? —preguntó bajito.
Con una sonrisa, Gillian asintió y se sorprendió al ver sobresalir el extremo de una espada bajo la capa.
—¿Qué haces despierta a estas horas? —preguntó Gillian.
La muchacha, sin apenas moverse de la puerta, se encogió de hombros.
—No puedo dormir —dijo.
—¡Ya somos dos!
—En tu caso, no me extraña. ¿Cómo puedes dormir con tantas velas encendidas? Hay tanta luz aquí dentro que parece de día —comentó Christine, señalando las velas.
—Odio la oscuridad e intento evitarla con velas —aclaró Gillian.
Apenas se conocían, pero Christine mirándola a los ojos dijo:
—Había decidido ir a dar un paseo por los alrededores y, al ver luz bajo tu puerta, he pensado que quizá te apetecería venir conmigo.
—¿Siempre paseas con una espada? —le preguntó irónicamente Gillian.
Con una sonrisa encantadora Christine resopló.
—Realmente, lo del paseo es una excusa. Tengo los músculos agarrotados. No estoy acostumbrada a tanta inactividad, y como Megan me dijo que tú también conocías el manejo de la espada, he pensado que quizá conocieras algún lugar donde pudiera practicar lejos de los ojos de mi hermana y los oídos del castillo.
—¡Qué maravillosa idea, Christine!
—Llámame Cris, por favor.
Gillian asintió sonriendo y, con rapidez, se vistió. Se calzó unas botas, guardó la daga en una de ellas, cogió una capa y, abriendo un arcón, le guiñó el ojo al sacar la espada. Una vez que salieron del castillo sin ser vistas por nadie, fueron con cautela a las caballerizas, donde montaron y con sigilo se marcharon. Gillian tuvo la precaución de tomar la dirección contraria al lugar donde sabía que dormían Niall y sus hombres. No quería problemas con esos barbudos. Y cuando estuvieron lo suficientemente lejos como para que nadie las oyera, comenzaron una crepitante carrera a través del bosque de robles.
Con las mejillas arreboladas por la galopada, llegaron a un pequeño claro rodeado por cientos de robles cuando comenzó a aclarar el día.
—¡Vayaaaaaa! —suspiró Cris—. ¡Qué lugar más bonito!
Orgullosa, Gillian miró a su alrededor y, bajándose de Thor, asintió.
—Sí…, es un lugar muy hermoso.
Lo que no le contó era que aquel claro, en el pasado, había sido el lugar preferido de Niall y ella.
—¿Te puedo preguntar algo, Gillian?
—Por supuesto, dime.
—¿Por qué te vas a casar con el enano de Ruarke? Tú no le amas ni él a ti. Además, en tus ojos leo que ese remilgado te desagrada tanto como a mí.
—Mi padre hizo un trato con el padre de Ruarke —murmuró—, y por honor a mi familia… —Pero algo en ella se revolvió y, quitándole importancia, le aclaró—: Te juro por mi honor que, antes de que me ponga una mano encima, ese amanerado y estúpido bobo caerá muerto.
—¡Ay, Gillian!, no digas eso —dijo Cris, preocupada.
Si lo hacía, en el momento en que se descubriera el cadáver de Ruarke sería ahorcada o encarcelada de por vida.
—¿Pues dime tú qué puedo hacer? —replicó, mirándola—. Apenas quedan tres días y no encuentro otra solución.
—Búscate otro marido.
Gillian sonrió y, en tono de humor, respondió:
—¿Para qué? ¿Para matarlo también?
Y entonces ambas se echaron a reír. Gillian, recogiéndose el cabello con un cordón de cuero marrón, dijo:
—¿Qué tal si entrenamos un poco? Realmente lo que necesito es templar mis nervios.
—¡Perfecto!
Se deshicieron los cordones de las faldas, y cuando éstas cayeron al suelo, aparecieron sendos pantalones de cuero marrones. Una vez liberadas de tales prendas, se quitaron las capas y, alejándose de los caballos con las espadas en la mano, se miraron a los ojos.
—¿No usas guantelete, Gillian? —le preguntó Christine al ver que llevaba la espada a mano descubierta.
—No, me impide sujetar bien el acero.
—¿Te importa si yo lo uso?
—Por supuesto que no, Cris… Te voy a ganar igual —respondió con una alegre sonrisa.
La risa fresca de las dos se hizo más intensa.
—Bueno, Gillian, por fin voy a comprobar si eres tan buena como Megan dice.
—Comencemos —contestó la otra, disfrutando del momento.
Durante un rato se movieron en círculos mientras se estudiaban los movimientos, hasta que Cris lanzó un grito y embistió con la espada por delante. Gillian, con rapidez, paró sobre su cabeza el acero, y Cris, con soltura, la hizo caer de culo al suelo.
Divertida por aquello, Gillian se levantó y, soltando un bramido, atacó con un espadazo vertical que Cris repelió saltando con habilidad hacia atrás. Rápidamente, Gillian giró la muñeca, para darle un golpe horizontal, y cuando vio el acero de Cris caer contra el suelo, mediante una experta voltereta, se hizo con el arma.
—¡Te pillé! —gritó Gillian, con las dos espadas apuntando a Cris.
—¡Vaya!, eres buena —resopló, sorprendida por aquella jugada.
—Tú también. —Y tirándole la espada, gritó—: Vamos, ¡ataca!
Aquello era lo que necesitaba. Acción. Llevaba tiempo sin que pudiera practicar con nadie que tuviera aquella soltura, y saltar, chillar y sentir cómo el acero pasaba cerca de su cuerpo hacía que disfrutara.
Los aceros volvieron a chocar, esa vez con más fuerza y más técnica. Las chicas, con cada golpe, y a cada grito enfurecido, se animaban más. Giraban y saltaban manejando la espada como auténticos guerreros, atacando y parando, y lanzando mandobles a diestro y siniestro la una contra la otra. Cris blandía una y otra vez su espada contra Gillian, y ésta rechazaba enérgicamente los golpes contraatacando con maestría. Era tal su disfrute que se olvidaron de lo que había alrededor, y no se percataron de que más de cincuenta pares de ojos las observaban con incredulidad, hasta que se oyó un bramido.
—¡Por todos los santos!, ¿qué se supone que estáis haciendo?
Parándose en seco se volvieron hacia el lugar de donde provenía la voz y se encontraron con un furioso Niall y sus barbudos, que ocultos entre los árboles habían sido testigos de cómo aquellas dos jóvenes blandían sus espadas con arrojo. Con el corazón aún latiéndole con fuerza, Niall miraba a las muchachas. Sabía por Diane que su hermana Christine a veces medía sus fuerzas con alguno de sus hombres en la liza del castillo, pero lo que ignoraba era aquel manejo tan diestro de Gillian. La Gillian que él había conocido sabía manejar la espada, pero no con esa fiereza. Ahora entendía por qué en Dunstaffnage y alrededores la llamaban la Retadora.
Cris, al ver aparecer a Niall, sonrió. Se llevaba muy bien con él, y tras su paso por Dunstaffnage, por fin, había entendido quién le había roto el corazón. Sólo había que ver cómo observaba a Gillian para entenderlo todo.
Gillian, en cambio, maldijo para sus adentros, pero intentó mantener la compostura mientras respiraba agitada. El highlander se acercó a grandes zancadas con gesto impasible mientras ellas, agotadas, sudaban y resoplaban.
—¿Cómo se os ocurre hacer algo así? ¿Estáis locas, o qué? Podíais haberos dañado gravemente o incluso morir.
Las muchachas se miraron y, sin que pudieran evitarlo, sonrieron. Eso exasperó más al highlander, que deseó cogerlas por el pescuezo y retorcérselo. Cuando uno de sus hombres le había despertado para decirle que dos mujeres se peleaban no muy lejos de donde ellos dormían, en ningún caso podía haber imaginado que fuera a encontrarse con aquéllas.
—Tranquilo, Niall —le dijo sonriendo una acalorada Cris—; ambas sabemos lo que hacemos.
Asombrado por esa contestación, el hombre abrió los brazos.
—¡¿Cómo dices?! —gritó. Y al ver que ellas no respondían pero seguían con sus malévolas sonrisitas, vociferó—: ¡Por los clavos de Cristo! Si realmente supierais lo que estabais haciendo no lo habríais hecho. Habéis puesto en juego vuestras vidas. Es antinatural que dos mujeres combatan; vuestro cometido en la vida es otro muy diferente. Me acabáis de demostrar a mí y a todos mis hombres que sois unas imprudentes e insensatas estúpidas que…
«Se acabó», pensó Gillian, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.
—El único estúpido que hay aquí eres tú —gritó, atrayendo su atención y la de todos—. Por ello, cierra tu pico, McRae, de una maldita vez, o te lo voy a cerrar yo de un espadazo —chilló, cansada de oírle gritar como a un poseso.
Los hombres se miraron unos a otros, atónitos. Nadie gritaba, y mucho menos hablaba así, a su laird. Niall, resoplando como un lobo por cómo Gillian había gritado, caminó hacia ella, pero ésta, sorprendiéndole de nuevo, levantó la espada con rapidez y apoyó la punta afilada sobre la garganta del highlander.
—¿Dónde crees que vas, McRae? —siseó, mirándolo.
—Quítame tu maldita espada del cuello si no quieres que te retuerza tu delicado pescuezo, Gillian —bramó Niall, enfurecido por las licencias que se tomaba aquella maldita mujer. Sabía que podía darle un manotazo al acero, pero con seguridad ese gesto la haría caer hacia atrás y no quería dañarla.
—¿Me ordenáis vos a mí? —se mofó ella sin moverse.
—¡Vaya!, ¿volvemos al vos? —se burló él.
—Por supuesto. Con cretinos y patanes cuanta más distancia mejor.
—Gillian… —bufó Niall, cada vez más enfadado—, te juro que… Pero ella no le dejó terminar.
—¡Oh!, ¡estoy temblando de miedo! —ironizó Gillian, y Niall pudo oír alguna risita de sus guerreros. «¡Maldita mujer!».
Cris, al ver el curso que estaba tomando la situación y el enfado de Niall, decidió intervenir, y acercándose al oído de su nueva amiga, le susurró:
—Gillian, creo que deberías bajar la espada. Por favor.
Al sentir la voz quebrada de Cris, la joven recapacitó y bajó el acero. ¿Qué estaba haciendo?
Niall, al sentirse liberado, le quitó la espada a Gillian.
—Estás loca, mujer… ¡Loca! —gritó.
Y de un manotazo también le arrancó la espada a Cris, que ni se movió. En los años que hacía que conocía a Niall, nunca le había visto comportarse de semejante manera. Al revés, solía ser un hombre afable y divertido.
Aquella arrogancia encendió de nuevo a Gillian, quien, con una rapidez que Niall no esperaba, dio una voltereta, le pasó por debajo del brazo, le quitó la espada y sonrió.
El highlander, al sentirse provocado por los actos y la mirada de la joven, sin apartar los ojos de ella, preguntó:
—¿Me estás retando?
Gillian apenas podía creer lo que Niall le había preguntado, pero realmente era lo que daba a entender al estar ante él con la espada en la mano. Sin amilanarse, ladeó la cabeza y respondió:
—Si os atrevéis.
La contestación provocó una carcajada general de todos los barbudos. Aquella menuda y osada mujer estaba verdaderamente loca. Niall era un excelente guerrero y acabaría con ella antes de que levantara el acero.
A Cris, sin embargo, le entró de todo menos risa. Por su parte Niall, indignado por la altanería de Gillian, recorrió con la mirada el cuerpo de la joven de arriba abajo; entonces, se volvió hacia sus hombres y, con cara de diversión, les preguntó con una maléfica sonrisa:
—¿Debo atreverme?
Todos comenzaron a animar a su laird, mientras Cris se acercaba a Gillian y le cuchicheaba:
—¡Ay, Gillian!, ¿qué has hecho? ¿Cómo se te ocurre retar a Niall?
Temblando como una hoja, Gillian deseó correr. Nunca podría ganar a un highlander como aquél. Era demasiado grande en todos los sentidos para ella; pero sin dar su brazo a torcer, e intentando parecer serena y tranquila, miró a su amiga y le contestó:
—No te preocupes. No me va a matar ni yo le voy a ganar. Pero ese idiota recibirá algún golpe que otro mío. Lo estoy deseando, créeme.
Mirando a Niall, que reía con sus hombres, dio un paso al frente y le dio un golpe horizontal con la espada en el trasero para llamar su atención.
—¿Aceptáis, McRae? —gritó.
Ante tamaña desfachatez, el highlander se volvió y la miró como miraba a un contrincante en el campo de batalla.
—Por supuesto; claro que acepto. Pero sólo si el ganador elige su premio.
Gillian se lamentó en silencio mientras oía lo que aquellos toscos hombres gritaban.
Pero clavó sus ojos en Niall y preguntó:
—¿De qué recompensa hablamos, McRae?
«Chica lista, además de valiente», pensó él observándola. Y sin bajar la guardia, respondió:
—Milady, todo guerrero merece un premio, y ya que vos sois una tierna y dulce doncella —se mofó—, no os pediré nada que vos no estéis dispuesta a regalar, ¿os vale eso?
—No, Gillian, di que no. ¡Ni se te ocurra! —murmuró Cris mientras le llegaban las indecentes cosas que gritaban los hombres.
Gillian tragó saliva, y tras levantar el mentón, siseó:
—De acuerdo, McRae.
Los hombres gritaron como locos, y Cris se mordió el labio cuando vio que Niall, con la espada en la mano, sonreía como un lobo. Nunca le había visto mirar así a una mujer.
—Muy bien, milady; comencemos.
La joven dio un paso hacia atrás para separarse de él, y equilibrando las manos, pisó con fuerza el suelo. Con precaución comenzó a andar en círculos mientras vigilaba sus movimientos. Niall, que se estaba divirtiendo, le siguió el juego. No pensaba atacar antes que ella.
—¿Por qué no atacáis, McRae? ¿Tenéis miedo?
Él sonrió con descaro. Estaba tan maravillado mirándola que comenzó a notar que su entrepierna se excitaba.
—No, milady —susurró con disimulo.
—¿Entonces? —volvió a preguntar, flexionando las piernas. No se fiaba de él.
El highlander sonrió de tal manera que Gillian tembló. Ella se ladeó para defenderse de un posible ataque, y él, levantando la pierna sin ningún esfuerzo, le dio una patada en el trasero que la hizo caer.
—¡Oh, milady!, ¿os habéis hecho daño? —se burló, mirándola desde arriba con las piernas abiertas.
Oír las risotadas de los hombres mientras estaba en el suelo fue lo que provocó que se levantara con una mirada asesina. Y sin contestar a la burla, alzó la espada y, tras dar con furia un alarido, le lanzó un ataque al abdomen que Niall, retrocediendo con rapidez, esquivó. Aquella fuerza sorprendió a Niall, que recuperando su espacio, dio un paso adelante y soltó una estocada, y luego otras más, hasta conseguir que de los aceros saltaran chispas, mientras combatían con excesiva violencia.
Niall era consciente de lo que estaba haciendo y llevaba cuidado, pero estaba convencido de que ella atacaba dispuesta a herirle. Se lo veía en los ojos. Con virulencia, Gillian lanzó un golpe bajo que él esquivó librándose de un buen tajo en el abdomen. Eso le hizo sonreír y a ella blasfemar en voz alta.
Minutos después, Gillian estaba agotada. Las palmas de las manos le dolían a rabiar, pero necesitaba hacerle saber a ese engreído que ella no era fácil de vencer. Sin haberle quitado los ojos de encima, se percató de que en un par de ocasiones Niall se había quedado mirando fijamente su boca al ella jadear, y decidió probar algo. Soltó un jadeo, sacó su húmeda lengua con sensualidad y se la pasó lentamente por los labios.
Como había imaginado, Niall se distrajo y bajó la guardia, y ella aprovechó el momento para girar y devolverle la patada en el trasero. El hombre cayó de bruces contra el suelo.
Los hombres de Niall se callaron de repente, y entonces fue Cris quien saltó y aplaudió, aunque al ver la cara enfurecida del highlander al levantarse se contuvo.
Entonces, Gillian, aún resoplando por el esfuerzo, se encaró con él y dijo:
—¡Oh, McRae!, ¿os habéis hecho daño?
Con una sonrisa de lo más temeraria y cansado de aquel absurdo juego, el highlander soltó un bramido y levantó la espada para lanzar una estocada feroz, lo que hizo que Gillian perdiera el equilibrio y cayera rodando por el suelo. Con rapidez, Niall fue hasta ella, y antes de que pudiera ponerse en pie, se sentó sobre su espalda y la cogió del pelo. De un tirón, le soltó el cabello, y tras quedarse con el cordón de cuero entre las manos, la obligó a levantar la cara del suelo. Mientras sus hombres chillaban encantados, le susurró al oído:
—Me da igual que me llames Niall, patán o como te dé la gana. Esto se ha acabado, ¿has entendido?
Agotada por el sobreesfuerzo casi no podía ni respirar, y moviendo la cabeza, asintió. Nunca podría ganar a un guerrero como aquél. Soltándola se volvió hacia sus hombres, que como era de esperar gritaron como animales. Rápidamente, Cris fue hasta ella y la ayudó a levantarse.
—¿Estás bien, Gillian?
—Sí, tranquila —suspiró entre jadeos, retirándose el pelo de la cara—. Me ha herido en mi orgullo, pero lo podré superar.
Tras decir aquello, con curiosidad, miró hacia donde estaba Niall y vio cómo le felicitaban sus hombres. De prisa, buscó una escapatoria y asió a Cris de la mano.
—Vayámonos de aquí —dijo.
Había comenzado a andar hacia los caballos cuando Christine comentó:
—¡Por todos los santos, Gillian!, habéis luchado los dos con una pasión increíble. ¿Tanto os odiáis?
—¡Oh, sí!, desde luego —bufó, molesta.
—Había oído que entre vosotros había habido algo en el pasado, y aunque te enfades conmigo, después de presenciar lo que acabo de ver, tengo que decirte que creo que donde hubo fuego aún quedan rescoldos.
—No digas tonterías —murmuró sin mirarla.
Cuando estaban a punto de llegar a los caballos, se oyó:
—¡Milady! Huís sin entregarme mi premio.
Cerrando los ojos, Gillian blasfemó y, tras cruzar una mirada con su amiga, se volvió para encararse a él.
—Muy bien, ¿qué queréis?
En ese momento, los salvajes comenzaron a gritar de nuevo todo tipo de obscenidades, mientras Niall, con una sonrisa pecaminosa que denotaba peligro, caminaba alrededor de ella, mirándola con tal descaro que el bajo vientre de Gillian temblaba. Cuando hubo dado varias vueltas observándola como se observa a una furcia, Gillian, molesta y deseosa de terminar con aquello, se puso las manos en las caderas y siseó:
—McRae, no tengo todo el día. Decidme qué maldito premio queréis.
—Hum…, lo estoy pensando con detenimiento —se mofó con voz ronca y sensual, mirándole los pechos como si fuera a devorárselos—. Estoy entre dos opciones y no sé realmente cuál me apetece más.
Acercándose a ella, que se tensó, murmuró cerca de su boca:
—Creo que ya sé lo que quiero: besar, milady.
Gillian tragó con dificultad y, a punto del infarto, ni se movió. Sentir su aliento rozándole los labios era lo mejor que le había ocurrido en muchos años, y cuando estaba preparada y convencida de que el premio de aquel caradura era su boca, Niall se retiró y, con comicidad y burla, tomó la mano de Christine y, tras guiñarle un ojo, se la besó.
Ante aquel gesto, Gillian deseó levantar su espada y lanzarse de nuevo al ataque, pero cerró los puños para contenerse.
—Besar tu preciosa mano, Christine —dijo Niall—, es lo más apetecible que hay para mí. Tu sola presencia ya es un premio y besar tu mano, un honor.
«Serás malo», pensó Cris, pero calló.
Gillian se dio la vuelta y, tras coger con rabia su falda, que estaba en el suelo, saltó ágilmente encima del caballo y esperó a que Christine hiciera lo mismo. Una vez que ésta montó, Gillian clavó los talones en Thor y se marchó al galope sin mirar atrás.
Niall, aún riendo con sus hombres, observó cómo se alejaba, mientras en su mano apretaba el cordón de cuero marrón que le había quitado del pelo.