A la mañana siguiente, cuando se despertó, se puso un vestido grisáceo, se calzó las botas y guardó allí la daga. Odiaba recordar cómo, la noche anterior, tras lo ocurrido en la estancia de Axel, Niall se había divertido con la prima de Alana, Diane, y Ruarke, una vez que su hermano hubo anunciado el compromiso matrimonial, se había pavoneado como un idiota ante todos, mirándola como una posesión.
Después de una terrible noche en la que no había podido dormir, al bajar al salón lo encontró vacío, y suspiró, aliviada. No deseaba recibir ni una sola felicitación más.
Odiaba a Ruarke tanto como la boda. Tras tomar el desayuno que Helda le obligó a tragar, se encaminó hacia las caballerizas. Necesitaba dar un paseo para despejar la cabeza. Cuando entró, miró a sus magníficos caballos, Thor y Hada. Al final se decidió por la preciosa yegua blanca de crines oscuras.
—Buenos días, Hada. ¿Te apetece correr un ratito?
La yegua movió la cabeza, y Gillian sonrió, mientras Thor, impaciente, resoplaba.
Agarrándose a las crines del animal con una agilidad increíble, se impulsó y se subió sobre él.
—Hoy no utilizaremos silla. Necesito desfogarme para olvidarme de mi futura horrible vida, ¿de acuerdo, Hada?
La yegua pateó el suelo, y cuando Gillian salió de las cuadras, se dirigió hacia el bosque. Comenzó a lloviznar. Pero sin importarle las inclemencias del tiempo, clavó los talones en los flancos de la yegua y ésta comenzó a galopar. Según se internaban en el bosque, Hada aceleraba su paso. A Gillian le encantaba saltar riachuelos y cualquier obstáculo que se encontrara, y aquel camino se lo conocía muy bien.
Durante bastante tiempo, Gillian galopó como una temeraria amazona por las tierras de los McDougall, consciente de que se estaba alejando demasiado y empapando con la lluvia. Sabía que aquello, cuando regresara al castillo, no iba a gustar, pero le daba igual. De hecho, no quería regresar al castillo. No quería pensar que en cinco días, si no hacía algo para remediarlo, su destino quedaría unido al papamoscas de Ruarke y a su tediosa existencia.
Finalmente, cerca de un riachuelo se tiró de la yegua y la dejó descansar. Se lo merecía. Se resguardó bajo un árbol de la lluvia y, sacando la daga que llevaba en la bota, cogió un trozo de madera y lo comenzó a tallar. Pero como no había dormido la noche anterior sus párpados cansados le pesaban, y antes de que se diera cuenta, se quedó dormida.
No supo cuánto tiempo había pasado cuando el rugir de sus tripas la despertó.
Sobresaltada, se desperezó y se levantó. Era de noche. Y mirando a su alrededor, buscó a la yegua. ¿Dónde estaba?
—¡Hada! —gritó.
Instantes después, Gillian oyó un ruido a sus espaldas y, volviéndose, la vio aparecer. Pero soltó un grito de horror al ver que cojeaba.
—¡Maldita sea, Hada! ¿Qué te ha pasado?
Angustiada, corrió hacia ella.
—Tranquila, preciosa…, tranquila —dijo, besándola en el hocico.
Con cuidado, se agachó y miró la sangre que brotaba de una de sus patas. Con rapidez le limpió la herida con la falda y comprendió que se trataba de un corte limpio que se había hecho con algo, pero ¿con qué? Clavando la daga en la falda, rasgó la tela para poder vendar la pata al animal, y una vez hecho el torniquete, emprendió la vuelta a casa despacio. Sabía que estaba demasiado lejos y que la noche se le había echado encima, pero no pensaba ni montar en la yegua ni abandonarla. Ver al animal así y no poder hacer nada la mortificaba. Se sentía culpable. Seguro que se había hecho el corte en su alocada carrera.
Horas después, Gillian estaba empapada, agotada y congelada de frío. No había parado de llover. Agachándose, observó el vendaje de la yegua, que cada vez cojeaba más. De pronto, oyó el ruido de los cascos de varios caballos acercándose, y antes de que pudiera reaccionar, Niall y su salvaje ejército la miraba.
Al verla, él suspiró, aliviado. Cuando se enteró de que ella había desaparecido, pensó en lo peor. Llevaban parte del día buscándola. Dado lo ocurrido la noche anterior, temía que aquella loca hubiera hecho una tontería. Por ello al encontrarla su corazón se había tranquilizado. Sin embargo, con gesto serio y desde su caballo, preguntó:
—Milady, ¿estáis bien?
Cansada y tiritando de frío, le miró y, en un tono nada altivo, dijo:
—Mi yegua está herida y apenas puede andar.
Niall, conmovido, bajó del caballo, mientras sus hombres miraban la escena con gesto impasible. Aquélla era la mujer que le había puesto el acero a Sam en la garganta.
El highlander, acercándose hasta ella, que aún continuaba agachada, se preocupó por la herida del animal, y tras quitar el vendaje y comprobar que era un corte profundo, dijo mirándola:
—Creo que deberíais regresar al castillo. Vuestro hermano y vuestro prometido están intranquilos. —Al decir aquello se le agrió la voz, pero continuó—: No os preocupéis por vuestra yegua, alguno de mis hombres la llevará de vuelta.
—No, no quiero dejarla. Quiero regresar con ella.
La preocupación que vio en sus ojos hizo que la sangre de Niall se calentara.
Levantándose fue hacia su caballo, y tras cruzar una mirada con Ewen, su hombre de confianza, cogió el plaid, se lo llevó a Gillian, y se lo echó por encima para que dejara de temblar.
—Si permanecéis aquí lo único que haréis será enfermar. Vuestro caballo debería descansar un rato antes de continuar. Esa herida es bastante fea y, si sigue adelante, se le puede complicar.
—Creo que Hada se ha herido por mi culpa… Yo tengo la culpa.
—No debéis culparos —la interrumpió Niall—. Las cosas, a veces, pasan sin saber por qué. Quizá vuestra yegua haya tropezado con algo y vos no habéis tenido nada que ver con ello. Ahora abrigaos; se ve que tenéis frío.
El tono de voz de Niall y su masculina presencia hicieron que Gillian se estremeciera. Tenerle tan cerca le hacía rememorar momentos pasados y sin saber por qué lo miró y sonrió. Él, consciente de aquella sonrisa, empezó a curvar sus labios justo en el momento en que aparecía Ruarke, que al verla empapada, con el vestido roto y en aquellas circunstancias, sin bajarse del caballo, espetó:
—¡Por todos los santos, querida!, ¿dónde os habíais metido, y qué os ha pasado?
Gillian estaba tan perturbada por la cercanía de Niall que no supo qué contestar.
Por ello fue éste quien habló.
—Su yegua ha sufrido un accidente y…
—¡No me extraña! —lo interrumpió el memo de Ruarke—. Seguro que ella ha tenido la culpa de lo ocurrido. Sólo hay que ver cómo monta. —Y reprendiéndola ante todos, dijo—: Eso dentro de cinco días se acabará. Cuando regresemos a mis tierras, no volveréis a montar sin silla, y menos aún, saldréis vos sola a cabalgar.
Gillian resopló. De pronto, sus fuerzas habían vuelto, y Niall, conocedor de aquellos ruiditos, se apartó a un lado.
—¡Ruarke! —gritó, enfurecida—, callad esa boca odiosa que tenéis si no queréis tener problemas conmigo. Y en cuanto a que dentro de cinco días me casaré con vos, ¡aún está por ver!
Los salvajes hombres de Niall se carcajearon al escucharla. Ruarke, molesto, se bajó con torpeza del caballo y se dirigió hacia Gillian con paso decidido. Niall clavó su mirada en él. ¿Qué iba a hacer aquel idiota?
Gillian no se movió, y Ruarke, acercándose a ella, murmuró con rabia:
—Vuestro hermano anunció ayer nuestro enlace para dentro de pocos días. Os pido un respeto cuando me habléis.
Gillian, levantando el mentón y apretujando el plaid de Niall contra su cuerpo, replicó sin dejar de mirarle:
—Cuando vos me respetéis a mí, pensaré si os respeto a vos.
Los hombres de Niall rieron de nuevo, y eso enfadó aún más a Ruarke, que deseó cruzarle la cara a Gillian con un bofetón pero no se atrevió. Aquellos highlanders que lo miraban sin pestañear lo intimidaban, y más que ninguno, el que había sido años atrás prometido de su futura mujer, que con la mano en la empuñadura de la espada lo observaba. Conteniendo su rabia, se volvió hacia el caballo, tomó su plaid y se lo tiró de malos modos a Gillian.
—Tomad mi plaid y devolved ése a los McRae —voceó.
Niall, sorprendido por aquella actitud, miró a Ruarke con gesto duro. Le hubiera gustado patearle el culo allí mismo, pero una mirada de advertencia de un juicioso Ewen lo detuvo.
—Vamos, ¿a qué estáis esperando? —la apremió de nuevo Ruarke—. Devolved ese plaid.
Gillian se sentía furiosa, pero se quitó el plaid de los McRae. Al devolvérselo a Niall, rozó apenas la mano del highlander, lo que le provocó olvidadas y placenteras sensaciones. Asustada, cogió rápidamente el de Ruarke y se abrigó.
Niall, sin dejar ver sus emociones, cogió el plaid y lo tiró sobre el caballo. Después, sin mirarla, le dijo a Gillian:
—Milady, creo que deberíais regresar al castillo.
—Ésa es una excelente idea. Estáis calada hasta los huesos —murmuró Ruarke, montándose con torpeza en su caballo, cosa que hizo sonreír a más de un guerrero.
Una vez que consiguió montar, miró a Niall y dijo:
—Que alguno de sus hombres lleve a lady Gillian hasta el castillo. O mejor aún, que alguno le deje su caballo. —Y mirándola con desprecio, añadió—: Está empapada.
Ewen pestañeó, sorprendido. ¿Cómo era posible que aquel patán no quisiera llevar en la grupa a su futura mujer para darle calor y cobijo? Miró a Niall y vio que éste negaba con la cabeza; fue a decir algo cuando su amigo, sin previo aviso, tomó a Gillian de la mano y, tirando de ella, se acercó hasta el caballo de su prometido.
—¡Carmichael! —vociferó, atrayendo su atención—, estoy seguro de que a vuestra futura mujer le encantará cabalgar con vos. Está congelada de frío y necesita calor.
Gillian le miró horrorizada y, de un tirón, se soltó de su mano.
«Eres odioso, Niall McRae», pensó.
Consciente de la mirada furiosa de Gillian y del disgusto de Ruarke porque ella le iba a empapar, Niall, con una sonrisa nada inocente, la tomó por la cintura y la alzó hasta posarla sobre el caballo de su prometido.
Ruarke la sujetó con torpeza. Gillian se tensó e intentó no rozar a aquel hombre, mientras Niall, con una sonrisa fingida, regresaba a su caballo maldiciéndose a sí mismo por haber hecho aquello. ¿En qué estaría pensando?