Capítulo Siete

Delilah se detuvo frente a la pintura sobre la chimenea en la habitación de Samson. La escena de una casa majestuosa rodeada de extensos terrenos y un pequeño estanque, la atrajo. Había algo extrañamente familiar, casi como si conociera el lugar.

Ella sintió cuando Samson se detuvo detrás de ella.

—¿Cuándo pintaste esto? —ella le preguntó sin pensar.

—¿Cómo sabes que la pinté? —Su voz sonaba tan sorprendida, como ella lo estaba. Por alguna razón inexplicable, ella sabía que él lo había pintado. Podía ver a Samson de pie delante de un caballete, pincel en mano, camisa, y los pantalones sucios de varios colores de pintura de óleo.

—No sé. Pero en cuanto la vi, sabía que tú la habías pintado.

Ella misma se sorprendió por la certeza con la que dijo esas palabras.

—Yo lo hice. Es la casa de mis ancestros. Mi familia vino de Inglaterra.

—Es hermosa. ¿Todavía está en manos de tu familia?

Era más un castillo que un hogar, pero el calor que Delilah sentía cuando la miraba, hizo darse cuenta de que había sido una casa con calor familiar, con amor y risas.

Se volvió hacia él y vio el dolor en sus ojos durante un segundo, antes de que él plantara una sonrisa en sus labios.

—No, ya no. Lo han perdido todo después de algunas inversiones imprudentes. La familia se quedó sin un centavo, y todo fue vendido. Eso es lo que me trajo, eh, mis antepasados a los Estados Unidos. El único hijo de ellos vino a este país en el siglo XVIII para hacer un nombre por sí mismo.

—¿Y lo hizo? ¿Hacer un nombre por sí mismo? —preguntó Delilah con interés.

Le encantaba la historia, especialmente cuando se conectaba a alguien a quien conocía personalmente.

—Sí y no. Tuvo éxito en los negocios al final, pero nunca vio a sus padres. Era lo que más lamentaba de su vida, tener que dejarlos atrás. Nunca poder abrazar a su madre de nuevo, nunca poder conversar con su padre acerca de las cosas que le importaban a un hombre joven.

Había dolor en su voz. Ella sintió una sensación de pérdida golpeando en su pecho.

—Lo dices como si lo conocieras. Fue más de doscientos años atrás.

Samson parpadeó y luego le dio otra sonrisa.

—Me gustaría pensar que lo conocí. Es lo que hubiera sentido en su situación. La pérdida de la familia es lo más difícil de superar.

Ella entendía muy bien—. ¿Cuándo perdiste la tuya?

—Hace mucho tiempo.

Él la tomó en sus brazos y le besó la parte superior de la cabeza. Ella sintió su necesidad de ternura mientras se moldeaba en él, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda.

—Ven conmigo a mi lugar favorito.

***

Samson la acercó hacia el suelo, sobre las grandes almohadas delante de la chimenea. Delilah rodó sobre su estómago y miró las llamas. Las sombras creadas por el fuego, bailaban sobre su piel desnuda. Su cabello largo y oscuro se extendía sobre sus hombros. Algunos de los mechones estaban mojados por la ducha.

Su cuerpo se volvió hacia ella y su cabeza descansaba en su mano, mientras admiraba su belleza y jugaba con su cabello. Le gustaba correr su mano sobre su trasero desnudo, acariciándola más tiernamente de lo que alguna vez había acariciado a una mujer antes. Tenía la piel deliciosamente suave y sin defectos.

—Has dicho que estás en un viaje de negocios. ¿Cuánto tiempo te quedarás en San Francisco?

Samson bajó la cabeza para besarla sobre la hendidura en la base de la espalda.

—Hasta el miércoles. Después tomaré el vuelo nocturno, de regreso a Nueva York.

Sintió una punzada en el pecho. ¿Indigestión? No es probable, los vampiros no sufren de indigestión.

—¿Nueva York? Yo vivía en Nueva York. Dime lo que haces allí.

Quería hacerla hablar para poder apartar su mente de lo que realmente quería hacer, tomarla otra vez, y otra vez, una y otra vez. Tal vez mordisqueando su camino sobre las olas de su trasero, rompería el hielo. Él así lo hizo, dejando que sus labios pastaran sobre su delicada piel.

Un agradecido gemido fue su respuesta antes de hablar otra vez.

—Trabajo como consultora independiente. Viajo mucho por mi trabajo.

—¿Qué clase de consultora?

Él no estaba interesado, pero todavía no había oído a Carl volver y sabía que tenía que matar el tiempo de alguna manera. Por mucho que quería hacerlo con ella otra vez, no creía que le quedara suficiente autocontrol para no sumergirse en ella esta vez. No había manera de que quisiese enojarla tratando de acostarse con ella sin usar un condón, ya que pensó que era el tipo de mujer que simplemente se desharía de él, si hacía algo en contra de su voluntad.

Por supuesto, como un vampiro siempre podía forzarla, pero no quería hacerlo. Quería que viniera hacia él de su propia voluntad. Tenía la sensación de que el sexo con Delilah era mucho más satisfactorio, cuando ella lo quería. La idea de obligarla a ello, le daba una extraña sensación de culpabilidad.

—Cosas financieras. En realidad no es tan interesante.

Sonaba como que no quería hablar de ello. Siendo un cazador en su interior, se sentía retado a obtener una respuesta.

—Prueba otra vez. —Para animarla, puso suaves besos en su sexy trasero.

—¿Qué? —Se volvió la cabeza hacia atrás de él y le dio una mirada inquisitiva.

—Vamos a ver si lo entiendo bien. ¿No quieres decirme lo que haces? —Samson se irguió.

Ella se encogió—. Es que en realidad no es tan interesante. Y una vez que te lo diga, creerás que soy aburrida por lo que hago.

—Excusas, excusas. No hay manera de que pudiera mirarte y pensar que eres aburrida. —Sus ojos deliberadamente escanearon su espalda desnuda y el trasero. No, definitivamente, aburrida no era, el adjetivo correcto para describirla. Deliciosa, caliente, sensual, pero ni siquiera esas palabras podrían captar realmente lo que veía.

—Te vas a reír.

—Ten un poco de fe en mi capacidad para controlarme a mí mismo.

—Soy auditora.

—¿Auditora? —repitió antes de que él sintiera una risa ahogada crecer en el pecho. Trató de reprimirla, pero fue demasiado tarde. ¿Estaba preocupada por que la iba a encontrar aburrida porque era auditora? Eso era demasiado divertido.

—Me puedes auditar en cualquier momento.

—Yo podría contar y medir todas tus partes para asegurarme de que todo está donde debe estar.

—Mejor consigues una cinta métrica realmente grande.

Un segundo después una almohada lo golpeó en la cara.

—¡Lo sabía! Hazlo, búrlate de la pequeña auditora, pero no será nada original. He escuchado antes cada una de esas bromas.

Samson le arrebató la almohada y la arrojó de vuelta a ella, comenzando una pelea de almohadas. Él sabía que no estaba enojada cuando la escuchó reír. Delilah rodó y lo golpeó con otra almohada, de la cual se apropió inmediatamente antes de inmovilizarla atrapándola por debajo de él. Ella jadeó. Le dio un beso antes de que él la dejara en libertad de nuevo.

—¿Qué te hizo querer ser auditora?

—Era algo en lo que era buena.

Ella se mostraba renuente a hablar sobre la elección de su carrera.

—Pero no sabías eso antes de comenzar a trabajar. Debe haber habido algo que te interesó.

—No era realmente interés en el trabajo, más como… no sé, el hecho de que yo pudiera controlar algo.

La respuesta lo sorprendió. Delilah no le parecía como una fanática del control.

—No estoy seguro de comprenderlo. ¿Qué quieres decir con control? ¿Querías ser jefe?

Ella era una mujer fuerte. Podía verla ciertamente como un líder en su campo.

Ella negó con la cabeza—. Nada de eso. Yo quería controlar riesgos, para asegurarme de que las cosas no salieran mal.

—¿Pero es eso lo que haces realmente ahora? ¿Control de riesgos? —Como si ella tuviera miedo de algo. ¿Qué podía temer?

—En cierta forma, sí. Me aseguro de que las cosas se arreglen cuando van mal. Me gusta encontrar al culpable y corregir la situación. Se elimina el riesgo en el futuro.

—¿Por qué es tan importante para ti? —Samson le preguntó, ahora con curiosidad.

¿Por qué una mujer hermosa como ella, estaba interesada en una simplicidad mundana? ¿No debería estar interesada en algo más femenino?

—Porque algunos resultados pueden lastimar a la gente. Si puedo reducir el riesgo, puedo reducir las malas situaciones. —Interesante concepto.

—¿Y la gente no será dañada?

Ella asintió con la cabeza.

—¿No podrías ayudar mejor a la gente, si te convirtieras mejor en un médico? —Parecía un camino mucho más sencillo para ayudar a la gente, si eso era lo que quería hacer.

Ella hizo un ademán de rechazo—. ¡Dios, no! Me dan náuseas al ver sangre. Puedo manejar las cifras, pero la sangre, no.

Samson tragó con dificultad. Si no podía manejar la sangre, sin duda podría ser un problema más tarde, cuando… ¿Qué demonios estaba pensando? No habría un después. Ella nunca tendría que lidiar con la sangre. No la mordería jamás.

Es hora de cambiar de tema. Rápido.

Él la inmovilizó una vez más, encarcelando sus muñecas y bajando la cabeza. Su aliento se mezclaba con el suyo.

—Eres la mujer más excitante que he conocido. —¿Era este, un cambio demasiado brusco del tema? Tal vez, pero no parecía importarle.

—¿Es por eso que estás duro de nuevo?

Su erección era difícil de pasar por alto, presionándola contra su muslo caliente.

—Y la más perspicaz. Y si Carl no se presenta aquí en los próximos diez minutos, no sé lo que voy a hacer contigo.

Él subrayó su declaración con un suspiro exasperado.

Delilah frotó el muslo contra su erección, tentándole aún más.

¡Pequeña descarada!

—Que sean cinco minutos —se corrigió a sí mismo y gimió.

Samson le aflojó su presión sobre sus muñecas, y ella liberó una de sus manos para ponerla en la parte posterior de su cuello.

—Tal vez pueda ayudarte a pasar el tiempo.

Ella lo bajó y tocó sus labios a los suyos. Tan pronto como sintió su piel suave y segundos más tarde, su lengua húmeda se deslizaba hacia su boca, se había perdido por completo. Durante unos segundos, cedió a ella, devolviendo su apasionado beso, pero el impulso de penetrarla se estaba volviendo muy grande. Con todas las fuerzas que le quedaban, la quitó y rodó sobre su espalda.

Se sentó y se alejó de ella.

—Está bien. Este es el trato. Quédate ahí —Señaló uno de los extremos con las almohadas en el suelo—. Y yo me quedo de este lado.

—¿Y entonces?

—Vamos a hablar. Tal vez debería prestarte una bata.

—¿Una bata? ¿O sea que ya me viste lo suficiente?

—Claro que no. Pero podría ser divertido arrancártela una vez que los condones lleguen.

Ya podía imaginar la escena. Maldita sea, ¿no era su mente capaz de pensar en otra cosa que el sexo, o mejor dicho, el sexo con Delilah? Tenía la sensación de que podría tomar más de una noche para sacar esto de su sistema.

***

Carl estacionó la limusina en el garaje y se bajó. En dos viajes, trajo tanto los comestibles, como todos los objetos personales de Delilah a la casa, incluidas las flores que Samson le había mandado antes a ella. La casa estaba en silencio, excepto por las voces bajas que podía oír provenientes de arriba. Su sentido del oído era tan agudo como el de Samson. En la cocina, vio la nota de su jefe de inmediato. Cuando la leyó, levantó las cejas. Su jefe pensaba en todo.

Sin dudarlo trasladó toda la sangre del refrigerador principal al más pequeño en la despensa con llave. Delilah no encontraría nada fuera de lo común, y su secreto estaría a salvo. No le gustaba la idea de que la mujer estaba quedándose en la casa, pero él sería el último hombre para cuestionar las decisiones de su jefe.

Carl estaba completamente dedicado a Samson. Su lealtad era insuperable, y daría su vida por él, si alguna vez fuese necesario. Después de todo, Samson le había revivido, cuando una banda de delincuentes le habían robado su vida humana. Por supuesto, ahora era un vampiro, pero en los libros de Carl era mejor que estar muerto.

Carl terminó de llenar el refrigerador con el alimento humano antes de llevar el equipaje de Delilah así como el ramo de rosas rojas, a la habitación de invitados. Él sabía que no se quedaría en esa habitación: podía escucharlos a ambos en la habitación principal.

Se detuvo delante de la puerta y puso la caja de condones en el piso, cuando oyó reír a Samson. No había oído reír a su jefe hacía ya mucho tiempo. Finalmente era feliz, al menos por un momento. Y sólo sería, por un momento. Lo que Carl había encontrado entre las cosas de Delilah cuando estaba empacando sus cosas, le preocupó. Necesitaba decírselo a Samson.

Levantó la mano para llamar a la puerta, pero dudó.

Recordó las instrucciones explícitas de Samson de no querer ser molestado esta noche, y a pesar de sus preocupaciones, Carl no tenía el corazón para interrumpirlo. Samson necesitaba una noche de diversión y juegos. Se tendría que esperar.

Carl salió de la casa, sabiendo que su jefe ya lo habría oído en las escaleras. No hubo necesidad de hacerle saber que había ejecutado todos sus deseos.

Tan pronto como estuvo de vuelta en el coche, marcó un número.

—¿Sí, Carl? —respondió Ricky al instante.

—Tenemos que hablar. Es urgente.

—Estoy con Amaury. Estamos en Dog Patch, detrás del viejo molino.

Dog Patch era parte del barrio Potrero Hill de San Francisco, uno de los barrios más turbios en San Francisco y no un lugar donde los humanos les gustara andar por la noche.

Los vampiros, por otra parte, lo hacían, porque estaban lejos de los ojos curiosos de los humanos.

—Quince minutos. —Carl presionó más a fondo el acelerador y el coche salió disparado abajo de la colina en dirección al embarcadero.

***

—¿Qué quieres decir? ¿Estaba él armado? —John Reardon susurró en el celular. Nerviosamente paseaba en su jardín, siempre mirando hacia atrás de la casa, esperando que su esposa no lo oyera.

—No sé lo que pasó, pero yo te digo: Me salgo.

—Ese no era el trato, Billy. Ya te he pagado.

La voz de John ahora estaba presa del pánico.

—Y me he ganado mi dinero, pero la perra sigue recibiendo ayuda. Me dijiste que no conocía a nadie aquí, ¿y de repente un tipo la defiende con su vida? Te lo digo, había algo retorcido en ese tipo. No te metas con ella.

—¡Maldita sea!, sólo inténtalo una vez más. La voy a ver mañana en la oficina, y voy a averiguar lo que va a hacer por la noche. Me aseguraré de que esté a solas. Por favor, ayúdame.

Escuchó a Billy inhalando con fuerza varias veces, hasta que por fin habló:

—Si no estuvieras casado con mi hermana, ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.

De acuerdo —se detuvo de nuevo— pero esta vez me lo dirás todo. Después, decidiré si sigo ayudándote. No voy a arriesgar mi cuello por ti ciegamente. La familia tiene sus límites.

—Es mejor si no sabes mucho.

Por mucho que John quería que su cuñado le ayudara a sacarlo del lío en el que estaba, pensó que sería más seguro si Billy no lo sabía todo.

—Patrañas, empieza a hablar o me salgo.

Varios roces de Billy con la ley, le habían dado una actitud de matón.

—Prométeme que no le dirás nada a Karen acerca de esto.

John no quería que su esposa supiera lo que había hecho. Ya peleaban lo suficiente.

Billy lanzó un gruñido aceptándolo.

—Yo alteré los libros. Fue muy sencillo al principio, ponía en ellos que el equipo era chatarra, luego era fácil venderlo y me quedaba con el dinero. Esto me ayudaba. Necesitábamos el dinero después de haber comprado la casa nueva.

John sabía que no era una justificación para robar, pero en realidad no había tenido otra opción. La tasa de interés de su hipoteca se había incrementado mucho, y él no podía hacer más los pagos.

—¿Eso es todo? Lo siento, pero esa no es razón suficiente para librarse del auditor —replicó Billy—. Ni siquiera sabemos si ella lo descubrirá.

Si Billy sólo supiera lo que realmente estaba sucediendo, pero no podía confiar en él mantendría la boca cerrada.

—Se dará cuenta, ella es una de las mejores. Lo he comprobado.

—Así que si ella se entera, te va a tocar una palmada en la muñeca. Gran cosa.

—Voy a perderlo todo.

John todavía no le podía decir sobre el hombre que lo estaba chantajeando. No. Tenía tanto miedo de él, que ni siquiera se lo mencionó a Billy, como si el hombre se diera cuenta de alguna manera.

—Por favor, Billy. Hazlo por Karen.

Hubo una larga pausa, durante la cual casi pensó que Billy había desconectado la llamada.

—Está bien, pero esta es la última vez. Si ella se escapa de nuevo, estás por tu cuenta. Y me deberás otros mil.

—Gracias, Billy —dijo John y cerró el celular.

Billy era el menor de sus problemas. Por lo menos podía manipular a su cuñado en casi cualquier cosa. Y con una hoja de antecedentes penales tan larga como su brazo, Billy tenía suficientes recursos en sus manos para que las cosas sucedieran. Además de que siempre estaba con necesidad de dinero.

John temía hacer la llamada telefónica que había pospuesto toda la noche.

Una vez que había empezado a alterar los libros, pensó que sus problemas se terminarían, pero después un día, recibió una llamada telefónica de un hombre que sabía lo que estaba haciendo. El hombre había comenzado a chantajearlo. A cambio de su silencio, le había pedido el acceso a los libros de la compañía. John nunca le preguntó qué quería, pensando que cuanto menos supiera mejor.

Ahora, con la llegada inesperada de la auditora de Nueva York, estaba preocupado de que ella iba a encontrar lo que él había hecho. Su carrera se terminaría. No sólo eso: sería procesado penalmente. Pero eso no era lo peor. El hombre le había dicho que tenía que deshacerse de la auditora, o se desharía de él.

John nunca lo había visto y hablaba con él sólo por teléfono. Ni siquiera sabía su nombre, pero sabía que hablaba en serio. Cualquier cosa que quisiera hacer su chantajista, era un fraude mucho más grande, que los pocos miles que John había robado. ¿Por qué otra razón necesitaría su contraseña e inicio de sesión de los sistemas de la empresa? ¿Y por qué otra cosa habría solicitado que se encargara de la auditora?

Mientras John marcaba el número, en secreto esperaba que contestara su correo de voz, pero sabía que las posibilidades no eran buenas. No importaba a qué hora de la noche llamara, el hombre atendía, mientras que durante el día a menudo contestaba sólo su correo de voz.

—¿Qué pasa? —la familiar voz masculina contestó.

—Ella se escapó de nuevo.

—Lo sé.

—¿Cómo? —John no estaba cómodo que él ya supiera que había metido la pata.

—Tengo ojos y oídos en todas partes. Deberías haberte hecho cargo de ella cuando tuviste la oportunidad. Ahora ella está protegida, y me voy a tener que encargar de eso yo mismo. ¡Idiota!

—Lo siento.

—Oh, lo sentirás cuando haya terminado contigo. Necesito otra semana más, y si no puedes conseguir que ella o cualquier otro auditor deje de revisar los libros hasta entonces, voy a tener que encontrar a alguien más para que haga tu trabajo. ¿Me entiendes?

Su voz sonó cortante.

John se estremeció.

—Sí. No habrá más problemas. Te lo prometo.

—Bien.

Un clic en el otro extremo, y la llamada se desconectó. Nada estaba bien. John instintivamente lo sabía. Un día no muy lejano, la mierda golpearía el ventilador, y él se encontraría de pie justo en frente de él. No era un cuadro bonito.

—John.

La voz de su esposa se oyó detrás de él cuando salió al jardín.

—¿Acaso no pagaste la factura de la tarjeta de crédito el mes pasado?

Se volvió hacia ella y la vio sosteniendo la factura en sus manos. Se veía más que molesta.

—Por supuesto que sí. Siempre lo hago.

¿Había él pagado? No podía recordar si había tenido suficiente dinero el mes anterior.

—¿Entonces por qué nos están cobrando un cargo por financiamiento y el interés en este caso? ¡Eso no puede estar bien! Voy a llamarlos.

John le arrebató la factura de las manos.

—Yo me ocuparé de esto. Estoy seguro de que es un error administrativo. Yo les llamo a primera hora de la mañana.

—Bien, porque odio cuando estas empresas de tarjetas de crédito engañan a la gente honesta como nosotros. ¡Es terrible!

La vio volver a la casa y se pasó las manos por el pelo. ¿Cuánto tiempo podría seguir con esto? Oyó a su hijo más pequeño haciendo alboroto. Si no tuviera niños por los cuales preocuparse, él y su esposa sólo huirían fuera de la ciudad. Pero con dos niños a cuestas, ¿hasta dónde llegarían? Y además, ¿quién estaría seguro que incluso Karen vendría con él, una vez que ella supiera en los problemas que se había metido?