—Déjame chupártela.
La mujer vampiro haló los pantalones de Samson. Liberó a su flácido miembro de la prisión de sus jeans y lo succionó en su preciosa boca. Él observó cómo sus labios rojos se cerraban fuertemente alrededor de su miembro, mientras se lo succionaba frenéticamente. Arriba y abajo se movía, la cálida humedad de su boca le lubricaba.
Con la mano, masajeó sus bolas y las apretó en ritmo perfecto con su succión. Era talentosa, sin duda. Él enterró sus manos en su pelo y movía las caderas hacia atrás y hacia delante, tratando de aumentar la fricción.
—Más fuerte —él exclamó. Su petición fue acogida con entusiasmo y la habitación con poca luz se inundó con los sonidos provenientes de su boca.
Samson dejó que su mirada contemplara todo su cuerpo con poca ropa: sus curvas calientes, trasero grandioso, incluso una cara bonita. Todo lo que él pudiese desear en su pareja sexual. Ansiosa por seguir chupándosela, ella estaría probablemente dispuesta a tragar su semen, algo que él particularmente apreciaba. Pero a pesar de sentir su lengua tentadora moviéndose arriba y abajo sobre su pene y a pesar del intenso movimiento, no hubo erección. Su paciencia había sido inútil. Ella no consiguió nada.
Ella balanceaba su cabeza atrás y adelante; su largo cabello castaño, rozaba sobre su piel desnuda llegando a su vello púbico, pero su cuerpo estaba distraído, casi como si ella se la estuviese lamiendo a alguien más.
Finalmente Samson la rechazó, humillado y frustrado. Si los vampiros pudieran sonrojarse de vergüenza, su rostro se hubiera tornado tan rojo como los labios pintados de ella. Por suerte, el sonrojarse está reservado sólo para los humanos.
A la velocidad del rayo, él metió su miembro inútil nuevamente en su pantalón y se subió la cremallera. Aún más rápido, él huyó de su compañía. Su única esperanza era que ella nunca sabría quién era. Menos mal que estaba en una ciudad extraña y no de vuelta en San Francisco, donde él era tan bien conocido como un semental.
Una semana después del vergonzoso incidente, su amigo Amaury le hizo una sugerencia.
—Sólo haz un intento, Samson —insistió—. El hombre es de confianza. No dirá una palabra a nadie acerca de esto.
¡Su viejo amigo no podía hablar en serio!
—¿Un psiquiatra? ¿Quieres que vaya a ver a un psiquiatra?
—Me ha ayudado mucho antes. ¿Qué tienes que perder?
Su dignidad, su orgullo.
—Supongo que si me lo recomiendas, puedo darle una oportunidad.
Y así, Samson accedió. ¿Fue la desesperación?
—Y no lo juzgues por como se ve.
El lugar era un fiasco. Cuando Samson entró en el sótano oscuro, donde el psiquiatra practicaba, quiso salir corriendo. Pero la recepcionista ya le había visto. Con una sonrisa dulce ella se irguió mostrando sus grandes pechos.
¡Grandioso, un psiquiatra trabajando desde un calabozo y una muñeca Barbie de portero!
—Sr. Woodford, por favor entre, el Dr. Drake lo espera —su armoniosa voz le invitó.
Una vez que entró a la oficina de Drake, él supo que había sido un error. En vez de un sofá había un ataúd. Uno de los paneles laterales de madera había sido retirado, por lo que una persona viva podía acostarse en ella cómodamente, como si se acostara en un sillón reclinable.
El tipo tenía que ser un loco. ¡Ningún vampiro moderno que se respete, querría que lo hallasen muerto en un ataúd! Los vampiros en San Francisco se estaban modernizando, adaptándose a la forma de vida humana. Los ataúdes estaban fuera de moda, la nueva onda eran los colchones Tempur Pedic.
El hombre larguirucho, rodeó su escritorio y le tendió la mano para saludarlo.
—Si cree que me voy a acostar en el ataúd, mejor es que lo piense —se quejó Samson.
—Ya veo que tendremos mucho trabajo —contestó el doctor, pareciendo no inmutarse por el comentario rudo.
Señaló el cómodo sillón y a regañadientes, Samson se sentó.
El Dr. Drake se sentó en la silla de enfrente. A medida que el médico lo estudiaba en los primeros minutos, Samson apoyó sus manos sobre la silla y se sintió nervioso.
—¿Podemos empezar? Entiendo que estoy pagando por hora.
A temprana edad, había aprendido que la ofensiva era mejor que la defensiva.
—Empezamos desde el momento en que entró aquí, pero estoy seguro que ya lo sabía. —Su sonrisa era evasiva e incluso su voz.
—Lo sé —dijo Samson, entrecerrando los ojos tratando de ocultar su inconformidad.
—¿Desde cuándo ha tenido estos problemas de ira?
Las palabras no eran lo que él esperaba. Quizás una pregunta más en línea, como: Entonces, ¿qué le trae por aquí?, pero no este asalto directo a su mente ya maltratada. Él debió haberle preguntado a Amaury más sobre los métodos del doctor, antes de acceder a una cita.
—¿Problemas de ira? Yo no tengo problemas de ira. Estoy aquí para…, la cuestión es…, eh, mi problema tiene que ver con… —Dios, ¿desde cuándo él no podía decir la palabra sexo, sin estar frustrado? Nunca había tenido ningún problema al expresarse cuando se trataba de sexo. Su vocabulario incluía muchas opciones de palabras de cuatro letras, que por lo general, no tendrían ningún problema en salir por montones de sus labios cuando era necesario.
—Ajá —Asintió el médico como si supiera algo que Samson ignoraba— ¿Cree que es un problema sexual? Interesante.
¿El hombre era adivino? Samson era consciente de que algunos vampiros tenían dones especiales. Él mismo tenía una excelente memoria fotográfica. Sabía que otros de su especie podían ver el futuro o leer la mente, pero no estaba seguro cuán extensos eran esos dones.
Lo que necesitaba saber era si él estaba en desventaja con este hombre. No quería trabajar con alguien que lo pudiese leer como a un libro, cuando él no quería ser leído.
—¿Usted lee las mentes?
Drake negó con la cabeza.
—No. Pero su problema no es poco común. Es bastante fácil de deducir. Usted presenta signos de ira y frustración extrema. —Aclarando su garganta se inclinó hacia adelante enfatizando—: Sr. Woodford, estoy muy consciente de quién es usted. Tiene una de las compañías más exitosas en el mundo de los vampiros, si es que no es la más exitosa. Usted es increíblemente rico, pero le aseguro que esto no influirá en lo que le cobraré.
—Por supuesto que no —interrumpió Samson.
El curandero le cobraría lo que pensaba que él estaba dispuesto a pagar. No sería la primera vez. Estaba acostumbrado a que la gente tratara de incrementar sus precios, porque sabían que él lo podía pagar. Pero por lo general trataban de hacerlo una sola vez. Nadie lo engañaba y se salía con la suya.
—Y a la vez, no se le ha visto en sociedad desde hace bastante tiempo, cuando debería estar allí cortejando a las mujeres hermosas. Supongo que su ruptura con Ilona Hampstead tuvo algo que ver con esto.
—No estoy aquí para hablar de ella —dijo Samson y dejó salir un rápido suspiro.
Se negó incluso a decir su nombre. Ella no era parte de su vida; ya no, y la sola mención de su nombre, hacía que sus colmillos le picasen por una viciosa mordida. Se hizo crujir los nudillos, y se preguntó si ese fuese el mismo sonido que escucharía si su cuello de ella se rompiera. Sería música para sus oídos.
—Quizás no de ella, pero tal vez de lo que hizo. Sólo puede haber una razón para esto y ambos sabemos cuál es. Así que ahora pregunto: ¿va a confiar en mí para ayudarle?
Sus ojos azules acentuaron su pregunta.
Samson decidió seguir negándolo, pues le había funcionado hasta ahora.
—¿Ayudarme a hacer qué?
—A superar la ira. —El doctor era tan insistente como la terquedad de Samson.
—Ya le dije, no es un problema de ira.
Una sonrisa conocedora curvó los labios del doctor.
—Yo creo que sí es. Lo que sea que ella hizo, lo enfureció tanto que está bloqueando su deseo sexual, como si no quisiera ser vulnerable nuevamente.
—Yo no soy vulnerable o nunca lo fui; no desde que he sido un vampiro.
Lo último que él quería sentir, era vulnerabilidad. Para él era sinónimo de ser débil. Si el doctor no era cuidadoso con sus acusaciones, él pronto podría encontrarse con la consecuencia del disgusto de Samson. Tal vez una pelea física aliviaría su frustración.
Drake se dirige a él nuevamente:
—No, en el sentido físico de la palabra, todos somos conscientes de su fuerza y su poder. Yo estoy hablando acerca de sus emociones. Todos las tenemos y todos nos enfrentamos a ellas. Algunos más que otros. Créame, mi calendario está completamente lleno con nuestros compañeros vampiros, que necesitan ayuda para lidiar con sus emociones.
El psiquiatra lo miró, pero él no podía permitirse que se le acercara tanto. Las emociones son algo peligroso. Ellas pueden destruir a un hombre. Samson saltó de la silla.
—Yo no creo que esto vaya a funcionar.
La opresión en su pecho, fue testigo de los efectos que las palabras de Drake tenían en él. Aun así, él no estaba dispuesto a admitirlo. Ni siquiera a sí mismo.
El doctor se levantó.
—Desde que hemos empezado a integrarnos —continuó Drake, sin inmutarse—, mi trabajo se ha cuadruplicado. Adaptarse a la forma en que los humanos viven sus vidas, ha causado estragos en muchos de nosotros. Ahora tenemos que lidiar con los problemas emocionales que mantuvimos enterrados durante siglos. Literalmente, no está solo. Yo lo puedo ayudar.
Samson negó con la cabeza. Nadie podía ayudarlo. El tenía que salir de esto por su cuenta.
—Envíeme la factura. Adiós, Doc.
Salió furioso, sabiendo que el doctor le había dado en el clavo.
Bueno, el sexo estaba sobrevalorado de todos modos. Por lo menos, de eso trataba de convencerse a sí mismo. Había noches en las que se creía sus propias mentiras, pero nunca le duraba mucho tiempo. La verdad era que le gustaba tener sexo; mucho. Pero ninguna de las sexys mujeres vampiro, le bastaban. No importa lo mucho que lo intentara, no podía tener una erección.
Nunca había oído hablar que tal cosa le sucediese a un vampiro. La virilidad caracteriza a un vampiro y ser impotente, era un concepto desconocido en su mundo. Sólo los humanos podían ser impotentes. Si la noticia se extendía, perdería todo el respeto de sus iguales. Era inaceptable.
Finalmente lo aceptó. Y un mes más tarde, hizo otra cita con la esperanza que hubiese algo que el doctor pudiese hacer por él.
Samson parpadeó y borró los recuerdos de los últimos nueve meses. Esta noche era su cumpleaños. Trataría de divertirse.
Mientras caminaba desde su sillón hacia al bar, en el extremo opuesto de su elegante sala, sus movimientos eran fluidos, su cuerpo alto y musculoso, pero esbelto.
Samson se sirvió un vaso de su tipo de sangre favorito y se lo bebió como un ser humano se bebería un trago de tequila, sin sal y limón. El líquido espeso cubrió su garganta y calmó su sed, aliviando su hambre de otros placeres en el proceso. Bueno, ningún otro placer sería satisfecho esa noche, igual que en las últimas doscientos setenta y seis noches anteriores.
No es que las haya estado contado.
Sólo su sed de sangre había sido calmada, el resto de las necesidades de su cuerpo, temporalmente controladas, quedarían insatisfechas. A veces, le gustaría poder emborracharse y olvidarse de todo, pero por desgracia, ser un vampiro significaba que no podía emborracharse como los humanos lo hacían. El alcohol no tenía efecto en su cuerpo. Lo que daría en este momento por un pequeño adormecimiento.
Había enfatizado a sus amigos, que no le trajeran ningún regalo o que le hicieran una fiesta. Por supuesto, él sabía que era inútil y sólo era cuestión de tiempo hasta que ellos estuvieran en su puerta. Como bárbaros ellos invadirían su casa, asaltarían su escondite secreto de bebidas de calidad (las cuales consistían mayormente en la muy preciada O RH), y desperdiciarían sus horas despierto, con viejas historias que había oído cientos de veces.
Ellos le habían hecho una fiesta sorpresa de cumpleaños cuando llegó a los doscientos años, y no sería diferente ahora, en sus doscientos treinta y siete años, con casi el mismo elenco de personajes.
En anticipación a la inevitable invasión de su privacidad, él se había vestido con sus impecables pantalones negros y un suéter de cuello alto color gris oscuro. A excepción de su anillo grabado, no llevaba más joyas.
El sonido del teléfono rompió la quietud de su casa. Miró el reloj de la pared y vio que era poco antes de las nueve. Tal como lo había pensado, los chicos estaban en camino.
—¿Sí?
—Hey, cumpleañero. ¿Cómo te cuelga?
No fue una buena elección de palabras, definitivamente no.
—¿Qué pasa, Ricky? —contestó.
A pesar de la herencia irlandesa de Ricky, él había adoptado muchas expresiones de California y ahora sonaba más como un surfista, que como el joven irlandés que era en el fondo.
—Sólo quiero desearte un feliz cumpleaños y saber qué harás esta noche.
¿Acaso Ricky no estaba enterado que él ya sabía lo de su fiesta sorpresa? Samson no sabía por qué seguía ocultándolo.
Así que fue directo al grano.
—¿Cuándo vienen todos? —le preguntó.
—¿Qué quieres decir? —le dijo su amigo.
—¿A qué hora vendrán ustedes a sorprenderme con la fiesta de cumpleaños?
—¿Cómo lo sabes? No importa. Los chicos querían asegurarse de que estabas allí. Así que no salgas de la casa. Y si nuestra otra sorpresa llega antes que nosotros, mantenla allí.
Otra vez, no. Él debería haberlo sabido. Se tragó su rabia, y le dijo:
—¿Cuándo van a aprender ustedes que no me gustan las strippers?
Nunca le habían gustado, ni lo harán.
Ricky se echó a reír, y le dijo:
—Sí, sí, pero esta es especial. Ella no es sólo una stripper, hace algunos extras.
¿Estaría él dispuesto para algo extra? Muy poco probable.
—Creo que hará algo por ti, ya sabes a qué me refiero. Ella es buena, según dijo Holly, así que dale una oportunidad, ¿lo harías? Es por tu propio bien. No puedes seguir así —insistió Ricky.
Samson lo interrumpió. La diversión de la noche se acababa.
—¿Le dijiste a Holly? ¿Estás loco? ¡Ella es la más chismosa del inframundo! Te lo dije en confidencia. ¿Cómo pudiste?
Entrecerró los ojos y sus fosas nasales se abrían y cerraban. Con sus colmillos sobresaliendo de su boca, podría haber asustado a un campeón de lucha libre desde aquí hasta el martes. Pero Ricky no era un luchador y no se asusta fácilmente, ni siquiera hasta el lunes.
—Ten cuidado de cómo hablas de mi novia, Samson. No es ninguna chismosa, y además, sugirió esta stripper. Ella es una amiga de Holly.
¡Perfecto! Una amiga de Holly. ¡Claro, esto estaba garantizado que funcionaría!
Estaba todavía furioso, pero reconoció que era demasiado tarde para cancelar todo.
—Bien —dijo Samson y colgó de golpe el teléfono, sin darle a Ricky la oportunidad de seguir hablando.
¡Genial! Ahora que Holly sabía acerca de su pequeño problema, pronto todo el inframundo de San Francisco lo sabría. Él sería el hazmerreír de todas las fiestas, el tema de cada broma.
¿Cuánto le tomaría a ella difundir la noticia, un día, una hora, cinco minutos? ¿Cuánto tiempo, hasta que las risas a sus espaldas empezaran? ¿Por qué no sacar él mismo un anuncio en una página en el periódico «Crónicas de Vampiros de San Francisco», para ahorrarle a ella el trabajo?
Samson Woodford, el elegante vampiro soltero, ¡no puede hacer que se le pare!
***
Los ojos le dolían a Delilah Sheridan, pero ella continuó revisando las columnas de transacciones, buscando algo que estuviera fuera de lugar. Frotando su cuello rígido con los dedos, ella anhelaba un masaje o por lo menos un baño de quince minutos en una tina de agua caliente, ninguno de los cuales pasaría esta noche.
—¿Café? —dijo la voz de John detrás de ella.
Empujó un mechón de su pelo largo y oscuro detrás de la oreja.
—No, gracias, quiero poder dormir esta noche. He tenido insomnio las últimas noches. Probablemente estoy todavía con la hora de Nueva York.
Su mirada permanecía fija en la pantalla de su computadora.
La noche anterior, ella casi no durmió a pesar del colchón cómodo. Las pocas horas que había sido capaz de dormir, había sido atormentada por sueños que no tenían una pizca de sentido.
La oficina grande, espaciosa, estaba prácticamente desierta. Los únicos que quedaban eran ellos dos. John Reardon era el jefe de contabilidad de la sucursal de San Francisco de la empresa privada que Delilah había venido a auditar.
—Sí, ya sé lo que quieres decir —dijo John con comprensión—. No hay nada como dormir en tu propia cama, ¿verdad?
—Por lo menos me pusieron en un apartamento corporativo en lugar de en un hotel. No me preocupo por ser molestada por el personal de limpieza.
Era verdad, ella estaba alojándose en un apartamento cómodo que pertenecía a la empresa, pero ¿qué importaba eso cuando no podía dormir de todas maneras? Antes de su viaje a San Francisco nunca había tenido problemas con el insomnio. Por el contrario, era conocida por ser capaz de dormir, cuando fuese y donde quiera que pusiera su cabeza sobre una almohada. Ni siquiera tenía que ser una almohada.
Delilah se frotó los ojos y miró su reloj. Eran pasadas las nueve de la noche. Se sentía casi culpable de haberse quedado tan tarde. John había insistido en estar allí todo el tiempo que fuese necesario. Él no quería dejarla sola en la oficina. Ella supuso que él se quedaba ahí, sólo para que no pudiese fisgonear más de la cuenta. Si fuese así, él hubiera acertado en eso. No es que ella lo llamara fisgonear, es que tenía todas las autorizaciones que necesitaba. De hecho, ella tenía instrucciones muy específicas.
No estaba ahí solo para auditar la sucursal de la empresa, sino también para investigar algunas irregularidades. Delilah estaba segura de que John no tenía idea de esto. Se le había dicho que era simplemente una de las Auditorías habituales que la sede principal realizaba regularmente.
—Lo siento, John. Estoy segura de que estás listo para irte a casa.
Se volvió hacia él. Él apoyándose en el borde de uno de los escritorios, levantó su taza de café hacia sus labios. Su traje gris parecía mal ajustado, y el cuello de su camisa parecía desgastado. Era bastante alto y se veía bastante decente para ser un contador. Aburrido, soso, pero no feo.
Es probable que a él no le gustara tener que permanecer en la oficina hasta tarde. Bueno, ella estaba cansada de todas formas, así que probablemente debería terminar por hoy, a pesar de que sabía que de seguro daría vueltas en la cama toda la noche sin importar lo cansada que estuviese.
—¿Listo? —preguntó ella.
Un destello de alivio apareció en los ojos de John. Le tomó a él dos segundos para ponerse su chaqueta y agarrar su maletín. Sí que tenía prisa para salir de allí. Ella no podía culparlo. Tenía una familia que lo esperaba. ¿Y quién le esperaba a ella en su casa? Bueno, ni siquiera era la suya.
No es que su casa hubiera sido más acogedora que el apartamento corporativo. Nadie la esperaba. Ningún hombre, ni muchos amigos. Ni siquiera un gato o un perro. Después de que terminara la asignación y ella regresara a Nueva York, saldría más y tendría más citas. Ese era el plan. Era un excelente plan, el mismo que había hecho durante cada uno de sus viajes de trabajo, algo que al llegar a casa olvidaba. Sin embargo esta vez si pensaba realmente hacerlo.
Pero por ahora, lo único que quería era comprar algo de comida para llevar, e irse a dormir. John tuvo la amabilidad de darle direcciones hacia Chinatown, donde podía comprar algo en su camino de regreso al apartamento. A pesar de que había estado en Chinatown antes, su sentido de la orientación era mucho menos agudo que su cabeza para los números. Durante el día ella normalmente se las arreglaba, pero en la oscuridad se convertía en una causa perdida, cuando se trataba de encontrar su camino.
Había empezado a llover y ella no quería tardarse tanto. Se metió en el primer restaurante chino que encontró. El lugar estaba prácticamente vacío.
La mujer en la entrada trató de mostrarle una mesa, pero Delilah le indicó que no.
—Sólo comida para llevar, por favor —le dijo.
La anfitriona le entregó el menú. Delilah buscó rápidamente, tratando de no dejar que sus dedos permanecieran demasiado tiempo sobre la cubierta de plástico, que estaba pegajosa. El menú presentaba demasiadas opciones. ¿De cuántas maneras se podía cocinar la carne? Carne con brotes de bambú, carne con champiñones, carne picante. Ya es suficiente. Ella iría a lo seguro.
—Voy a llevar la carne de Mongolia con arroz integral, por favor.
—El arroz integral toma diez minutos. —La mujer china fue tan amable y bonita como una víbora.
Si ella pensaba que con su mirada, Delilah cambiaría de opinión al arroz blanco, estaba en un error.
—Está bien. Voy a esperar —dijo Delilah y se sentó en una de las sillas rojas de plástico, cerca de la puerta.
Este era su primer viaje de negocios en San Francisco. Como contratista independiente, ella hacía auditorías especiales por toda la costa este, y rara vez viajaba fuera de ella.
Cuando los chequeos estadísticos regulares de la oficina central habían revelado que ciertas proporciones en la sucursal de San Francisco estaban mal, ellos decidieron utilizar a alguien que no hubiese tenido ningún contacto previo con el personal de La Costa Oeste y contrataron a un extraño. Era inteligente. Los auditores podían llegar a ser muy sentimentales con el personal que ellos auditaban. Un cambio regular de los auditores, era generalmente una buena idea.
Si alguien podía encontrar el origen del problema, era Delilah. Su especialidad era la contabilidad forense. No era tan emocionante como el trabajo policial, pero era probablemente, el campo más emocionante en el mundo de la contabilidad, si existiese tal cosa. Una contradicción para algunos, pero no para ella. Y, además, se estaba ganando la vida muy decentemente como consultor independiente.
Esta investigación no debería presentar muchas dificultades. Ciertas relaciones entre los activos y la depreciación estaban fuera de lo normal, y sugería que alguien era totalmente incompetente o estaba tratando de engañar a la compañía. ¿Cómo?, ella no lo sabía todavía, pero lo iba a encontrar pronto.
Delilah estaba cansada y sabía que necesitaba un buen descanso, pero también tenía miedo de ir a la cama. Algunas de sus antiguas pesadillas habían regresado y se mezclaban con otras nuevas. Ella no había tenido ninguna en unos pocos meses, pero cuando llegó a San Francisco hacía unos días, sus pesadillas comenzaron a reaparecer.
Eran normalmente siempre las mismas. La vieja granja francesa en la que había vivido hace más de veinte años, cuando su padre había tomado una misión de dos años en el extranjero como profesor visitante. Los campos de lavanda rodeaban la propiedad. La cuna, el silencio y luego los rostros de sus padres. Las lágrimas en el rostro de su madre. El dolor.
Pero esta vez los sueños se habían mezclado con otros aún más incomprensibles.
La casa de estilo victoriano parecía embrujada en la fuerte lluvia. La luz provenía de una de las ventanas, aparte de eso, todo estaba a oscuras. Ella corría más y más rápido hacia la casa, a la seguridad. No se atrevía a mirar detrás de ella. Él todavía estaba allí, todavía la seguía. Unas manos la sujetaron en su hombro. De repente sus puños golpearon en una pesada puerta de madera. Algo cedió. Ella tropezó y cayó en el calor, la suavidad y la seguridad. Su casa.
—Carne de Mongolia, arroz integral —dijo la mujer de voz chillona, atravesando el recuerdo de su sueño.
Delilah le pagó la cuenta y tomó la comida. Se detuvo en seco en la puerta.
¡Maldita sea!
Había empezado a llover en serio. Había dejado el paraguas en el apartamento, pensando que no lo necesitaría hoy, en lugar de optar por la gabardina, sólo se había puesto una chaqueta ligera. Bueno, resultó ser una mala elección.
Todo el mundo le había dicho cuán impredecible era el clima en San Francisco, y ahora se daría cuenta por sí misma. El informe del tiempo había indicado que no habría lluvia hasta el fin de semana. ¿Podría ella demandar al hombre del tiempo? Probablemente no.
No tenía más remedio que ser valiente. Delilah sabía que no estaba muy lejos del apartamento, sólo a unas tres cuadras. Quedándose cerca de los edificios, empezó a correr por la acera, luego hizo un giro en la siguiente calle y otro una cuadra después. El apartamento no podía estar lejos ahora. Miró a su alrededor, pero con la fuerte lluvia no podía reconocer nada. ¿Era una cuadra más adelante?
Su ropa estaba empapada, y tendría que darse una ducha para entrar en calor nuevamente. ¿Dónde demonios estaba? Dio la vuelta en otra esquina y se encontró en una pequeña calle lateral. No era familiar en absoluto, pero ese no era su más grande problema, tampoco lo era la lluvia incesante. El problema era el hombre que se dirigía hacia ella. A pesar de que ella no podía verlo con claridad, apostaba su pensión a que él no estaba allí para prestarle un paraguas.
La silueta de su imponente figura, se proyectaba contra la tenue luz de un poste que había detrás de él. La frialdad de su mirada se filtró en el cuerpo de ella, mientras un débil rayo de luz procedente de una ventana, apareció al lado izquierdo de su cara. La cicatriz que fruncía su piel, no inspiraba confianza.
Delilah se regresó por donde venía. Antes de poder dar dos pasos, una mano agarró su hombro, y sacudió su espalda. La súbita sacudida le hizo perder el equilibrio. Se deslizó sobre la acera mojada, y sus piernas se doblaron debajo de ella. Su comida se cayó al suelo mientras trataba de equilibrarse y salvarse de la caída.
La mano en su hombro la apretó con más fuerza a medida que ella gritaba y trataba de quitársela de encima, cayéndose a la acera en el proceso. Él se agachó para levantarla. Ella estiró su cabeza alrededor. Por primera vez podía ver su rostro con claridad, lo suficientemente claro para hacer una identificación en caso de que fuese necesario. Él era blanco y de unos cuarenta años. La intención de desatar la violencia contra ella, estaba claramente escrita en su rostro.
Delilah no podía permitir que él la arrastrara a una calle oscura. El primer punto en el entrenamiento de supervivencia, era no permitir que el atacante moviera a la víctima a un lugar secundario. Ella tenía que pelear con él ahí mismo, donde tenía la oportunidad de conseguir la atención de un transeúnte.
¡Menuda suerte!
Con esta lluvia, nadie estaría fuera. Ni siquiera un perro.
Él la levantó, ahora agarrándola por el cuello de su chaqueta, habiendo soltado el agarre doloroso en su hombro. Rápidamente, ella estiró los brazos hacia atrás y se deslizó fuera de la chaqueta, dejándolo con la chaqueta en la mano. Ahora tenía una oportunidad de luchar.
Él se sorprendió, y ella tuvo un par de segundos de ventaja. Había sido una corredora de velocidad en la universidad, y eso le fue muy útil, a pesar de que el suelo resbaladizo no le ayudaba, ni tampoco los tacones altos de sus zapatos. La vanidad la mataría uno de estos días.
A grandes zancadas, ella corrió a la siguiente calle, sus delgadas pero fuertes piernas empujaban contra el piso con una vehemencia que era sorprendente para su pequeño cuerpo. Él estaba cerca de ella. Ella tuvo que correr más rápido con todo su esfuerzo. Su respiración se aceleró cuando sus pulmones exigieron más oxígeno.
Explorando el área delante de ella, tomó una decisión en una fracción de segundo y salió corriendo por una calle a su derecha. Una mirada desesperada por encima del hombro, confirmó que el animal seguía persiguiéndola.
Observando la calle, vio varias residencias victorianas del otro lado. Todas estaban a oscuras, a excepción de una. Parecía extrañamente familiar con la luz que brillaba a través de las ventanas de enfrente. Esta era su oportunidad, probablemente la única. Sin frenar ni por un segundo, cruzó la angosta calle, corrió sobre la pequeña escalera de la vieja casa victoriana y golpeó a la puerta.
—¡Ayuda! ¡Ayúdenme!
Frenéticamente, ella miró hacia atrás mientras sus puños continuaban golpeando la puerta. Su perseguidor estaba a menos de la mitad de una cuadra de distancia y acercándose, con su cara enojada. Si lograba alcanzarla, desataría su furia contra ella y ya no habría lugar alguno donde correr.