Miré a Joe, sintiendo náuseas. Un fallo arbitral y ser expulsado del campo en mi primera experiencia como manager me parecían en ese momento el último de mis problemas.
—Que venga solo —repitió Joe—. No me importa de qué manera. Los muchachos no deberían ver esto. —Lo meditó y añadió—: Y el chico no debería ver que ellos lo están viendo. Da igual lo que haya hecho.
Por si importa (y sé que no), perdimos aquel partido dos a uno. Las tres carreras fueron home runs con bases vacías. Minnie Minoso bateó la bola de Ganzie que daría la victoria al principio de la novena. El chico fue el último eliminado; la pifió en su primer turno al bate como Titán; la pifió en el último. El béisbol también es un deporte de equilibrio.
De todas formas, ninguno de los nuestros se preocupaba por el partido. Cuando llegué a la caseta, los encontré congregados alrededor del Doo, que estaba sentado en el banquillo diciéndoles que estaba bien, hostias, solo un poco mareado. Pero no se le veía con buen aspecto, y nuestro viejo sucedáneo de médico tenía un semblante grave. Quería trasladar a Danny al General de Newark para someterle a rayos X.
—Y una puta mierda —dice Doo—. Solo necesito un par de minutos. Te digo que estoy bien. Por Dios, Bones, dame un descanso.
—Blakely —llamé—. Baja a los vestuarios. El señor DiPunno quiere verte.
—¿El entrenador DiPunno quiere verme? ¿En los vestuarios? ¿Por qué?
—Algo sobre el premio del Novato del Mes —respondí. La idea apareció de la nada. En aquel entonces no existía tal cosa, pero él no lo sabía.
El chico mira a Danny Doo, y el Doo agita la mano en su dirección.
—Vamos, lárgate, chico. Has jugado un buen partido, no fue culpa tuya. Sigues con la suerte de tu lado, y a quien diga lo contrario que le den por culo. —Luego añade—: Todos vosotros, ahuecando el ala. Dejadme espacio para respirar.
—Aguardad un momento —digo yo—. Joe quiere verle a él solo. Me figuro que para darle la enhorabuena en privado. Chico, no te entretengas, venga… —Iba a terminar la frase con un «largo de aquí», pero no hizo falta. Blakely o Katsanis, se llamara como se llamase, ya se había ido. Y usted ya sabe qué pasó después.
Si el chico hubiera ido directamente a la sala de árbitros por el túnel, le habrían acorralado, porque los vestuarios quedaban de camino. Sin embargo, atajó por el trastero, donde guardábamos el equipaje y teníamos un par de mesas de masaje y una bañera de hidromasaje. Jamás sabremos a ciencia cierta por qué lo hizo, pero creo que el chico intuía que algo andaba mal. Fuera o no un loco, debía de saber que el techo se le iba a desplomar encima tarde o temprano. En cualquier caso, salió al otro lado de los vestuarios, se dirigió a la sala de árbitros y llamó a la puerta. Para entonces, el aparejo que probablemente aprendió a fabricar en el Hogar Cristiano de Ottershaw había reaparecido en su dedo corazón. Es probable que le enseñara uno de los chicos mayores. «Chaval, si quieres que dejen de darte palizas a todas horas, hazte uno de estos».
En ningún momento lo retornó a su taquilla, después de todo, ¿lo ve? Se lo guardó en el bolsillo. Y no se molestó en taparlo con una tirita después del partido, lo que me indica que sabía que no tendría que volver a ocultarlo nunca más.
Golpea la puerta con los nudillos y dice:
—Telegrama urgente para el señor Hi Wenders.
Loco pero no estúpido, ¿lo ve? No sé qué habría pasado si hubiera sido un árbitro auxiliar el que abrió la puerta, pero fue Wenders en persona, y me apuesto cualquier cosa a que perdió la vida antes incluso de darse cuenta de que el chico allí plantado no era un mensajero de la Western Union.
Era una cuchilla de afeitar, ¿lo ve? Bueno, un trozo, al menos. Cuando no se necesitaba, se metía por una tira de estaño curvada como si fuera el anillo de mentirijillas de un niño. Solo cuando cerraba el puño derecho y presionaba en el aro con la base del pulgar, la esquirla de una hoja afilada saltaba sobre un resorte. Wenders abrió la puerta, y Katsanis le barrió el cuello de un lado a otro y le cortó la garganta con ella. Cuando vi el charco de sangre después de que se lo llevaran esposado —Dios mío, cuánta había—, únicamente podía pensar en aquellas cuarenta mil personas gritando MÁTA-LO de la misma manera en que habían gritado Bloh-KADE. Nadie lo dice realmente en serio, pero el chico tampoco lo sabía, especialmente después de que el Doo le vertiera tanto veneno en los oídos sobre cómo Wender se los iba a cargar a los dos.
Cuando los policías salieron corriendo del vestuario, encontraron a Blockade Billy allí plantado con toda la pechera de su uniforme blanco llena de sangre y a Wender yaciendo a sus pies. No intentó luchar ni acuchillar a los agentes cuando estos lo apresaron. No, simplemente se quedó allí hablando en susurros consigo mismo.
—Lo cacé, Doo. Lo cacé, Billy. Ya no volverá a pitar mal. Me lo he cargado por todos nosotros.
Aquí es donde termina la historia, señor King; la parte que conozco, al menos. En lo que concierne a los Titanes, puede usted buscarlo si quiere, como solía decir el viejo Casey: todos los partidos anulados y todos los dobles juegos que jugamos para compensarlos. Que finalmente terminamos con el viejo Hubie Rattner en el cajón del catcher y que bateó un promedio de .185 (muy por debajo de lo que ahora denominan la Línea Mendoza). Que a Danny Dusen le diagnosticaron algo llamado «hemorragia intracraneal» y tuvo que quedarse sentado en el banco el resto de la temporada. Que intentó volver en 1958; eso fue triste. Cinco salidas. En tres de ellas no consiguió lanzar sobre el plato. En las otras dos… ¿se acuerda del último partido de los playoffs entre los Red Sox y los Yankees de 2004? ¿Se acuerda de que Kevin Brown empezó lanzando para los Yankees y los Sox anotaron seis puñeteras carreras en las dos primeras entradas? Pues en 1958 Danny Doo lanzaba igual de mal, y eso ya una vez que acertaba con la zona de strike. No le quedaba nada. Y aun así, después de todo, conseguimos terminar por delante de los Senators y los Athletics. Solo Jersey Joe DiPunno sufrió un ataque al corazón durante la Serie Mundial de ese año. Puede que fuera el mismo día que los rusos pusieron el Sputnik en órbita. Le sacaron del County Stadium en camilla. Vivió cinco años más, pero era una sombra de su antiguo yo y, por supuesto, nunca volvió a dirigir un equipo.