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El arte de la política:
la hoguera de las vanidades

El malogrado presidente John F. Kennedy estuvo a punto de no iniciar su mandato al abortar la policía norteamericana un intento de asesinato el domingo 11 de diciembre de 1960.

Ese día, Richard Paul Pavlick, un cartero retirado de New Hampshire, intentó asesinar al que se iba a convertir en trigésimo quinto presidente norteamericano mientras descansaba con su familia en una de las propiedades del clan en Palm Beach, Florida. El joven presidente electo descansaba aquel día en la soleada Florida a la espera de desplazarse a Washington para jurar el cargo el día 20 de diciembre. La carrera electoral habían sido muy dura para los dos candidatos a la presidencia y Kennedy había derrotado a su rival, Richard Nixon, por tan sólo 118 000 votos.

Pavlick, que contaba con 73 años cuando intentó cometer el asesinato, era conocido a nivel local por criticar que la bandera norteamericana no se mostrara de manera más visible y que un católico pudiese llegar a la presidencia de Estados Unidos. La enemistad contra Kennedy y la riqueza familiar del clan de Bostón se acrecentó con la victoria electoral. Cuando tuvo noticia de que los Kennedy se encontraban en Florida cogió sus escasas pertenencias y se dirigió allí con su Buick 1950.

Pavlick había adquirido grandes cantidades de dinamita y las había colocado en el maletero de su vehículo con la intención de colisionar contra la limousina que trasladaba al presidente electo. Intentó hacerlo explosionar la mañana del domingo 11 de diciembre cuando a las 10 de la mañana Kennedy se disponía a asistir a misa en la St. Edward Church de Palm Beach. Pavlick desistió de su plan al comprobar que Kennedy iba acompañado de Jacqueline y de los dos hijos pequeños de la pareja.

Mientras esperaba otra oportunidad, Pavlick visitó varias veces el interior de la iglesia pero los servicios secretos informaron a la policía local de que un coche sospechoso se podía ver en los lugares a los que acudía habitualmente Kennedy. Finalmente, Pavlick fue detenido el 15 de diciembre cuando el viejo Buick encaraba el Flager Memorial Beach. La policía rodeó el vehículo y arrestó al funcionario de correos. Al ser detenido exclamó: «El dinero de los Kennedy ha comprado la Casa Blanca. He querido evitar que Kennedy se convirtiera en presidente». El 27 de enero de 1961 ingresó en un centro mental en Springfield, Missouri.

Tres años después, el 22 de noviembre de 1963, Kennedy fue asesinado mientras circulaba en el coche presidencial por las calles de Dallas. Fue el cuarto presidente de Estados Unidos asesinado y el octavo que moría ejerciendo sus funciones. El destino hizo que se retiraran los cargos contra Pavlick el 2 de diciembre de 1963, diez días después del fatal magnicidio. Pavlik falleció el 11 de noviembre de 1975, en el Veterans Administration Hospital de Manchester, New Hampshire.

Albert Einstein fue un hombre preocupado por el destino de su pueblo y un sionista convencido. Cuando en 1952 falleció el primer presidente del Estado de Israel, Jaim Weitzman, gran amigo del científico alemán, el embajador israelí en Estados Unidos, Abba Eban, le ofreció a Einstein la presidencia del Estado fundado en 1948. El cargo era honorífico pero Einstein, que en aquel tiempo residía en Princeton, viejo y enfermó, rechazó gentilmente la propuesta significando el gran honor que suponía para él tal ofrecimiento. El día que murió, sus allegados encontraron junto a la mesita de noche de su cama el borrador de un discurso incompleto que el gran científico debía pronunciar durante la conmemoración del aniversario de la independencia de Israel.

Durante cierto tiempo se exigió que los Papas, para ser elegidos como sucesores de San Pedro, tuviesen intactos sus genitales. Así, antes de ser elegidos los candidatos debían sentarse en un trono especial en forma de herradura con las partes más íntimas al aire. Ante ellos circulaban los príncipes de la Iglesia participantes en el cónclave. Cuando habían auscultado todos los testículos del papa, el camarlengo exclamaba: «testículos habet et bene pendentes». Era la constatación que el futuro papa no era mujer o eunuco, además de que durante muchos siglos entre los monjes y sacerdotes de la Iglesia se producían auto castraciones para conseguir la contención sexual en los cenobios y monasterios masculinos.

Tras dos siglos de colonialismo, la madrugada del 14 al 15 de agosto de 1947, el virrey inglés Louis Mountbatten reconocía a la India la independencia de Gran Bretaña, cuya presencia en aquellas tierras se remontaba a 1757 cuando la Compañía Británica de las Indias Orientales se hizo con el control de Bengala. Lord Mountbatten había decidido que el acto oficial de transmisión de poderes tuviese lugar el día 15 de agosto en el Fuerte Rojo de Delhi donde se alzaría la bandera tricolor del nuevo Estado. Sin embargo, el acto se celebró la madrugada del 14 al 15 porque los astrólogos advirtieron a Jawaharlal Nehru, el padre de la independencia, que el día escogido por el virrey no auguraba un buen destino para la India.

En 1821 la ciudad de Nueva Orleáns organizó una expedición para intentar rescatar a Napoleón Bonaparte de la isla de Santa Helena. Se encargó de organizaría un viejo pirata, Dominique You, que debía llegar hasta la prisión y llevarlo a su nuevo exilio norteamericano. Incluso el alcalde acondicionó su residencia para tenerlo como huésped. La expedición no pudo cruzar el Atlántico. Unos días antes de partir llegó la noticia de que Napoleón había fallecido el 5 de mayo de 1821. Hoy se puede disfrutar en Nueva Orleáns de una comida en honor el emperador francés. En esa residencia hay habilitado un restaurante de gran prestigio en la ciudad.

Aunque Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los Reyes Católicos, lograron unificar los reinos cristianos en 1492 tras la toma de la ciudad de Granada que puso fin a la Reconquista, no fueron los primeros monarcas españoles que trataron de unificar España. En el año 1109, Urraca de Castilla, hija de Alfonso VI y viuda de Raimundo de Borgoña, contrae matrimonio con Alfonso el Batallador, rey de Aragón. El enlace tuvo lugar en el castillo de Monzón de Campos. Los nobles castellanos vieron la ocasión de unificar ambos reinos pero no contaron con el difícil carácter de ambos contrayentes que, desde el primer día de la boda, se faltaban constantemente el respeto, gritándose, pegándose e insultándose. Tan atroces eran las broncas que el monarca encerró a su esposa en un calabozo. Aquel desbarajuste matrimonial no podía traer nada bueno a la unificación de los reinos y, para alborozo de gran parte de la nobleza, Alfonso el Batallador repudió a su esposa, logrando que el Papa declarara la nulidad del matrimonio alegando que el matrimonio no podía haberse celebrado pues ambos contrayentes eran primos. Aquí terminó el primer intento serio de unificar los reinos peninsulares.

«Si las masas no tienen pan, que coman pasteles», la frase atribuida a María Antonieta que teóricamente supuso su sentencia de muerte por el desprecio que significaba para las clases más oprimidas de Francia, en realidad nunca fue pronunciada por ella. La reina de origen austríaco era una mujer ingenua y sencilla, atrapada en una corte versallesca rígida, cotilla e implacable, que acabó amargándole los días por la indiferencia del rey y por las rencillas de los cortesanos. En realidad esa despectiva frase fue pronunciada por madame de Montespan, amante del rey Luis XIV.

El 15 de marzo del año 44 a. C. el poderoso y temido dictador romano y pontífice máximo, Cayo Julio César, que había llevado a Roma a la gloria imperial, era asesinado en la Curia del teatro Pompeyo durante una sesión senatorial. Su nombre es el único que ha sobrevivido a la historia. La forma césar (caesar, en latín) se ha utilizado para designar en los tiempos modernos a los gobernantes, pues se considera un título imperial. Se comenzó a utilizar a partir del año 68 d. C. aunque ya en el siglo II Suetonio escribió Las vidas de los doce cesares (De vita XII Caesarum, en latín), donde se traza la biografía de Julio César y los siguientes emperadores romanos. Los zares rusos utilizaban la forma tsar derivada del nombre latino; en centroeuropa los emperadores germánicos utilizaban el apelativo de Kaiser, signo de la más alta distinción política; Carlos V fue considerado el César europeo de su tiempo; y los emperadores británicos en la India fueron denominados Kaiser-i-Hind durante la colonización inglesa. En los países de tradición cristiana el término César se utiliza habitualmente para discernir entre el poder político y el espiritual basándose en la frase pronunciada por Jesús de «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».

En 1789 George Washington se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos. En Francia reinaba Luis XVI; José II de Austria era el emperador del Sacro Imperio Romano; Pablo I era el zar de los rusos; y China estaba gobernada por el emperador Jiacquin. La historia juega malas pasadas a los sistemas políticos. Transcurridos más de dos siglos, todos estos países son Repúblicas y el máximo mandatario es un presidente.

¿Qué fue en realidad la Revolución cultural china propagada por Mao? A comienzos de 1960 una gran parte de la intelectualidad de Occidente quedó fascinada por el anuncio del presidente chino Mao Zedong de iniciar su revolución cultural proletaria en China. Con aquel anuncio Mao pretendía eliminar del gigante asiático los que denominó los cuatro viejos, es decir, la vieja cultura, las viejas formas de pensamiento, las viejas costumbres y los viejos hábitos. Para muchos se abría una nueva esperanza para China y desde un punto de vista ideológico en Europa se tomaron como base para la revolución intelectual del 68. Pero la revolución de Mao era mucho más siniestra y terrorífica de lo que la propaganda oficial quería vender como un nuevo aire de esperanza revolucionaria.

Desde hacía unos años la política económica de Mao, como la de tantos paraísos socialistas, se había demostrado un fracaso estrepitoso. Las empresas no funcionaban, el sistema de transporte era ineficaz, la rentabilidad del campo era mínima, el rendimiento de los trabajadores ínfimo y eso se tradujo en miseria y escasez con la consiguiente muerte de millones de chinos que no tenían de qué comer. El sistema chino estaba condenado al colapso económico y humano. Ante este panorama y con vistas a perpetuarse en el poder, Mao se inventó este nuevo concepto cuyo único fin era que el Partido Comunista Chino alcanzara las metas que él se había propuesto, dejando en el camino a todos aquellos que pudieran hacerle sombra. Para lograr sus objetivos Mao represalió a los que consideraba sus enemigos como a Luo Ruiging, máximo responsable del Estado Mayor del Ejército Popular de Liberación, a quien sustituyó Lin Biao, que se hizo con el control de las fuerzas armadas chinas con el fin de acometer una política de represalias y control de la sociedad.

En 1966 Mao publicó su célebre Libro Rojo, traducido al poco tiempo a decenas de lenguas, recopilación de citas y textos realizada por su colaborador Lin Biao, el mismo que había logrado imponer en China el culto a la personalidad del dictador. Ese libro se convirtió en un icono en Occidente y en el instrumento esencial para el adoctrinamiento ideológico de la sociedad china cuando el maoísmo sustituyó al marxismo-leninismo como pensamiento ideológico de la Revolución Cultural. A partir de la aparición del Libro Rojo todo cuanto se publicaba en China debía incluir citas o textos de Mao. Los jóvenes alumnos debían recitar el libro de memoria y lo mismo sucedía en los centros de trabajo, en el ejército y en las diferentes esferas de la administración.

Lo que para Occidente se convirtió en un nuevo impulso cultural para los chinos devino en un periodo de terror y opresión. Mao encargó a los guardias rojos que llevaran a cabo la represión. La mayoría jóvenes, los fieles al caudillo rojo comenzaron una política de delación de maestros, trabajadores, educadores e, incluso, de los propios padres y hermanos. Más de tres millones de chinos sufrieron destierro, cárcel, trabajos forzados y tortura en campos de concentración. Los intelectuales contrarios a su ideología fueron enviados a trabajar al campo hasta que a mediados de 1968 el sistema chino estuvo a punto del colapso. Miles de chinos, desesperados y hambrientos, se levantaron en las provincias de Guangxi y Guangdong siendo reprimidos y asesinados por la guardia roja. Mao se vio, entonces, obligado a cambiar el rumbo de su revolución cultural. El punto culminante de este giro tuvo lugar en 1969 cuando en el norte de China, en un punto fronterizo con la extinta URSS, el ejército chino tuvo un enfrentamiento armado con las tropas soviéticas. Mao, que era consciente de la situación que vivía Estados Unidos en Vietnam, decidió evitarse males mayores y que un conflicto de carácter internacional pudiera afectar a su ya de por sí delicada situación interior. Así, en el IX Congreso del Partido Comunista Chino se dio por concluida la Revolución Cultural, uno de los procesos de exterminio masivo más cruentos del siglo XX.

La imagen de Felipe I el Hermoso, duque de Borgoña, archiduque de Austria y rey de Castilla ha estado rodeada de mitos por la enfermiza relación que mantuvo con su esposa, la reina Juana de Castilla, conocida como Juana la Loca. El 25 de septiembre de 1506 el apuesto monarca fallecía en la Casa del Cordón, el palacio de los Condestables de Castilla. Felipe reinó en España entre 1504 y 1506 después de una encarnizada lucha con su suegro, don Fernando de Aragón. En su testamento, Isabel de Castilla dejaba como heredera de la corona castellana a su hija Juana siempre que está no manifestara ningún desequilibrio mental, en cuyo caso la regencia la ostentaría su padre. Y estos fueron los motivos que desencadenaron el estado de salud de la infeliz Juana, una mujer loca de amor necesitada tan solo de la fidelidad de su esposo, un príncipe galante de agraciado rostro con abundantes amantes en la corte borgoñona. La belleza del adúltero rey provocó la locura de una reina fiel entregada en cuerpo y alma a su esposo.

A mediados del siglo XIX un capitán de la Armada, natural de Cádiz, Antonio María Triay, fue abandonado en las costas de la islas Palaos, en Filipinas, donde sufrió multitud de penalidades debido a que los nativos se negaban a recibir órdenes de cualquier gobierno. Sin embargo, Triay se ganó la confianza de los nativos filipinos que acabaron por nombrarle cacique de las islas. Gracias a ello, Triay entregó las islas a España en 1863.

El artículo 2 de la Constitución Española de 1978 señala que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». Visto que el puzzle autonómico de España se iba a llevar a cabo en dos etapas, el ministro para las Regiones del gobierno de la UCD, Manuel Clavero, acuñó la frase: «Café para todos». Pero esa frase no era suya. Pertenecía al Che Guevara quién durante la revolución cubana había dicho «Si no hay café para todos no habrá café para nadie».

La Gloriosa, como se ha venido a llamar a la revolución española de septiembre de 1868 que significó el destronamiento de la reina Isabel II, tuvo de todo menos de gloriosa. Y es que los tres partidos políticos que la fomentaron, los demócratas (republicano) y el Progresista y la Unión Liberal (monárquicos), fueron incapaces de llegar a un acuerdo para establecer un modelo de Estado. Ni la Constitución, ni la búsqueda de un nuevo rey ni el sistema de alternancia en el poder sirvió para consensuar un sistema estable, lo que implicó una crisis política más profunda. Fue tan glorioso el periodo que duró tan sólo seis años proclamándose el 11 de febrero de 1873 la I República española.

El 4 de julio de 1776 el Congreso Continental de los Estados Unidos aprueba en Filadelfia la Declaración de Independencia de los Estados Unidos elaborada por Thomas Jefferson. Este documento, firmado por las trece colonias inglesas en Norteamérica, explicitaba las razones por las cuales se independizaban del Reino Unido por medio de la guerra. Uno de los párrafos señala que «los gobiernos derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados». El rey Luis XVI de Francia, entusiasmado con la idea de debilitar a Inglaterra, potencia enemiga de su Estado, apoyó con gran fervor la iniciativa de los colonos norteamericanos. Aquel apoyo fue su perdición. En 1789, doce años después, su propio pueblo se levantó contra él aplicando la misma medicina revolucionaria.

Desde 1932 el Partido Nacionalista Vasco (PNV) celebra cada Domingo de Resurrección el Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca). Aunque ha habido algunas excepciones, el día de la Pascua cristiana fue elegido por una cuestión más política que religiosa. Muchos simpatizantes y afiliados del PNV vinculan este evento con la Pascua sangrienta de Dublín de 1916 utilizada por los nacionalistas irlandeses para festejar su sublevación contra Gran Bretaña, pero en realidad el PNV inició esta conmemoración durante la II República como homenaje a la conversión al nacionalismo de Sabino Arana. El fundador del PNV había descubierto inicialmente el nacionalismo vizcaíno, considerando que su patria era Vizcaya y no España. Más adelante evolucionó en su idea y Arana estableció que su patria no era Vizcaya sino Euskadi y su incipiente creencia de que el nacionalismo era vizcaíno se torno definitivamente en vasco. A diferencia de los catalanes que contaban desde 1886 con una fiesta nacional, la Diada, que conmemoraba la derrota de su tropas frente al ejército centralista de Felipe V el 11 de septiembre de 1714, los nacionalistas vascos no disfrutaban de un Día de la Patria que se pudiera utilizar como elemento identitario. Decidieron inventarlo pero, en lugar de escoger una fecha señalada para Euskadi, los dirigentes nacionalistas buscaron entonces una justificación: el PNV celebraría una doble resurrección, la de Jesucristo y la del pueblo vasco gracias a la conversión al pensamiento nacionalista de su fundador, Sabino Arana. Y así lo reconoció Euzkadi, la revista oficial del PNV el 31 de mayo de 1936: «Se eligió la Pascua de Resurrección, porque fue la resurrección del alma vasca para Jaungoikua eta Lagi-Zarra (Dios y Ley Vieja), fue la resurrección de nuestra patria, el milagro que se operó en aquella mañana del año 1882».

Cuando el 11 de mayo de 1258 Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, firma con Luis IX de Francia el Tratado de Corbeil se pone fin a la reclamación histórica que los condes de Barcelona ejercían de los territorios occitanos al norte de los Pirineos —Languedoc y Provenza, a excepción del señorío de Montpellier—. Por el contrario, Luis IX renunciaba a los condados catalanes que le pertenecían como propietario de los derechos adquiridos de Carlomagno. Ambos monarcas acordaron también que sus respectivos hijos, Elisabeth de Aragón y Felipe de Francia contraerían matrimonio para asegurar la paz entre ambos reinos. Pero ese acuerdo tenía un aspecto oculto, significaba también el reconocimiento jurídico que permitía de hecho la independencia de Cataluña como nación. Y así ha quedado por los siglos.

La Pepa es el nombre con el que se conoce a la Constitución liberal española aprobada en las Cortes de Cádiz de 1812. Se le otorgó este sobrenombre porque fue promulgada el día 19 de marzo, onomástica de San José. Sus 384 artículos fueron redactados, sin embargo, en la isla de San Fernando debido a que en la ciudad de Cádiz había una epidemia de fiebre amarilla que ponía en peligro la vida de los diputados liberales reunidos en las cortes gaditanas.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial se inició la reconstrucción de Europa y Alemania formó parte del grupo de países que se beneficiaron del Plan Marschall. Desde un punto de vista político se ordenó que se iniciara en el país un proceso de desnazificación intenso de manera que no quedaran resortes del nacionalsocialismo. Lo más curioso es que se ordenó al setenta por ciento de abogados, jueces y policías que se reintegraran a sus puestos de trabajo. El objetivo era garantizar la continuidad administrativa de Alemania. Estas tres profesiones habían sido las responsables de crear y aplicar las leyes del régimen nacionalsocialista que se trataba de erradicar de Europa y en 1946 se convertían en los más preclaros ejecutores de las nueves leyes que imperaban en Alemania.

William Henry Harrison cuenta con el desgraciado honor de ser el presidente más breve de los Estados Unidos de América. Elegido a los 68 años, sólo superado por Ronald Reagan que se convirtió en el presidente de más edad (69) cuando asumió el cargo, Harrison disfrutó de su mandato 31 días. Cuando fue votado por el pueblo norteamericano tenía experiencia como congresista y senador por el estado de Ohio y estaba considerado como un héroe por su liderazgo en la batalla de Tippecanoe en la que las tropas del ejército norteamericano habían derrotado a una confederación de pueblos indios comandados por Tecumseh, jefe de la tribu Shawnee. La muerte le sobrevino el 4 de abril de 1841 como consecuencia de una pulmonía provocada el 4 de marzo, el día de su toma de posesión como noveno presidente de los Estados Unidos. Sin ninguna prenda de abrigo con la que resguardarse, ese día Harrison realizó un discurso de casi dos horas de duración bajo una temperatura glacial y una intensa humedad. Su «valentía» le costó la vida.

El 5 de marzo de 1946, bajo la presidencia del presidente de Estados Unidos Harry S. Truman, Winston Churchill se dirigió a un selecto público que le escuchaba sentado en el salón de actos del Westminster College de Fulton (Missouri). En aquella esperada conferencia se acuñó el término «Telón de Acero» para definir a los países que habían caído en el órbita comunista: «Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero. Detrás de esa línea se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa Central y del Este. Varsovia, Berlín, Praga, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía, todas esas ciudades famosas y las poblaciones que las rodean quedan dentro de lo que debo llamar la esfera soviética…».

Cinco años (1536-1541) tardó Miguel Ángel en pintar desde un andamio las 314 figuras que integran el fresco del Juicio Final que aparecen en los frescos de la Capilla Sixtina. Un trabajo dramático que ha pasado a la historia del arte como una de las grandes maravillas. Pero una de las figuras llevó de cabeza al artista por el escándalo que produjo su pintura. Sobre la puerta de la derecha a la entrada del visitante Miguel Ángel pinto a Minos, el juez infernal, con una serpiente enroscada a sus pies y comiéndole literalmente su miembro masculino. Aquella representación fue una venganza de Miguel Ángel con Biagio de Cesena, funcionario del Vaticano y responsable del ceremonial papal, quejoso de que en un lugar sacro apareciesen tantos desnudos masculinos. De Cesena le dijo a Miguel Ángel: «Lo que usted ha pintado es más propio de un baño público que de una capilla». Aquella queja tuvo sus consecuencias. Minos aparecía pintado con la cara de Biagio de Cesena, desnudo y con orejas de burro.

Josef Stalin (1878-1953) fue el líder supremo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1920 y 1953. Su política totalitaria se conoció como estabilismo, un sistema rígido que supuso la aniquilación de millones de compatriotas contrarios a su forma de gobernar. Sorprende la actitud de un hombre que, entre 1894 y 1899, estudió en el Seminario Teológico de Tiflis, en su Georgia natal, con la intención de convertirse en sacerdote. En las aulas de aquel centro Stalin fue un estudiante ejemplar, pero la lectura de algunos textos revolucionarios despertó en él una intensa vocación política. Inmediatamente renunció a sus valores cristianos y se convirtió en un acérrimo marxista, motivo por el cual tuvo que abandonar el seminario.

El activista político Charles Bradlaugh (1883-1891) era ateo declarado, uno de los más influyentes del siglo XIX. Su ateísmo le llevó a luchar de manera decidida contra la obligación de jurar sobre la Biblia. En 1881 fue elegido diputado y en el momento de jurar como miembro de la Cámara de los Comunes se negó a ello. No pudo formalizar entonces su entrada en el Parlamento británico. Consecutivamente fue elegido diputado en 1882, 1884 y 1885. En todas las ocasiones se negó a jurar sobre la Biblia y no pudo sentarse en su escaño parlamentario. Finalmente se salió con la suya. En 1888 logró que se aprobara una nueva Ley de Juramentos. Desde entonces basta la aceptación para ingresar en el Parlamento británico.

El Imperio de los Habsburgo no se logró, como ocurría en los siglos XV y XVI, por medio de guerras sino por una intrincada y finísima política de matrimonios. Así, en 1469 Fernando, rey de Aragón matrimonió con Isabel, reina de Castilla, logrando la unificación de los reinos peninsulares. La hija de ambos, Juana, conocida como la loca, contrajo matrimonio en 1505 con Felipe el Hermoso, duque de Borgoña, Brabante, Limburgo y Luxemburgo y conde de Flandes, Henao, Holanda, Zelanda, Tiro y Artois, además de señor de Amberes y Malinas. En 1477 su padre, Maximiliano I se había casado con María de Borgoña, uniendo el Sacro Imperio Romano con Francia y los Países Bajos. El hijo de Felipe y Juana, Carlos, se convirtió en el Primero de España y Quinto de Alemania cuando en 1519 accedió al trono imperial del Sacro Imperio Romano Germánico. A los territorios heredados hubo que sumar los territorios de Ultramar.