Termina la redacción de este libro en pleno verano de 1987. El conjunto de problemas que trata es tan vivo y actual que no descarto la adición de algún complemento durante la fase de pruebas; procuraré insertar esos complementos en su lugar metodológicamente adecuado. Los problemas que hemos planteado y analizado siguen, en buena parte, abiertos; porque el libro se inscribe entre la crónica y la Historia. Puede que nuevos contactos, con el descubrimiento de nuevas fuentes gracias a la correspondencia con mis lectores y a viajes continuos por los territorios y las retaguardias de la liberación, me inspiren en un futuro próximo la necesidad de continuar la tarea iniciada con estos dos primeros libros. Pienso ya en un tercer libro sobre la liberación, a propósito de la insurrección de las Órdenes religiosas en conjunto, que bien pudiera titularse Los luteranos del siglo XX. En todo caso mi archivo, volcado ya en los dos primeros libros, empezará a llenarse de nuevo cuando este segundo libro salga, en el invierno, a la luz. Quisiera terminar con las palabras de san Pablo a Timoteo que abrían el libro: He librado un buen combate. Sin duda muy superior a mis fuerzas. Pero digno de la inexplicable fuerza interior, que no es mía, y que me ha obligado a entablar ese combate a lo largo de tantas madrugadas.
Pero no quisiera acabar sin pedir disculpas a todas las personas a quienes me he visto obligado a criticar o contradecir por necesidades del guión; no hay nada personal, sino, a lo sumo, deportiva devolución de favores. En un plano mucho más importante quisiera enviar, primero, un saludo profundo a los cristianos, sacerdotes, religiosos y religiosas, a los demás hombres y mujeres de vida consagrada que se mantienen firmes, en medio de la tormenta, en la fe y en el ideal: de ellos me viene también, en comunión, la fuerza. En segundo lugar, aunque a algunos les extrañe, quisiera saludar también cordialmente a los mi llares que, en el laicado, el sacerdocio, la vida religiosa y consagrada, han caído en la lucha, han abandonado, se han rendido o yacen sin horizonte, con la vida y el alma deshechas, en la cuneta del camino. Todos ellos han conocido la luz que luego perdieron. Si con este libro alguien del primer grupo confirma su fe, y alguien del segundo recupera su ilusión y su esperanza, tendré inmediatamente la premonición de la llegada.
Cerré así este epílogo en agosto de 1987. He introducido, en efecto, varias adiciones en pruebas, para actualizar el contenido. No me queda espacio para otras. Por ejemplo el III Congreso de Comunidades Cristianas de Base de los Pueblos de Europa, con el apoyo de los obispos de Bilbao (El Correo Español, 24-X-1987). O el apoyo a la ETA por parte de varias comunidades religiosas en Francia (ABC, 15-IX-1987). O la colosal noticia del diario gubernamental el 21 de julio de 1987 y no el día de Inocentes: «El Vaticano controlará a los teólogos de la liberación por ordenador»; voy a enviar al cardenal Ratzinger mi floppy con la lista, que tengo en mi IBM XT con gran provecho. O las curiosísimas declaraciones del General jesuita Kolvenbach sobre la influencia marxista en la interpretación de la enseñanza católica (El País, 17-X-1987). Y sobre todo el resonante fracaso del VII Congreso de Teología, celebrado a principios de setiembre de 1987, repudiado por la Conferencia Episcopal y privado —eso explica el fracaso— de colaboración por parte de los jesuitas, a quien por lo visto el nuevo Provincial de España ata más corto que su predecesor el complaciente activista Ignacio Iglesias, que mora en San Leopoldo.
Los sacerdotes anticelibatarios han arremetido este verano contra los obispos (ABC, 26-VIII-1987) sin que nadie prestara la menor atención, en pleno agosto, a estos lamentables aspirantes a serpientes del lago Ness; nos sobra con gunilas y porcelanosas para el hiato estival. De México me envían un colosal dossier sobre los misterios de Cuernavaca, que ya aprovecharé a fondo en venideras publicaciones. Y para terminar, la sorda traca final del Sínodo, que se ha celebrado durante el mes de octubre con general aburrimiento de los medios progresistas, por lo que supongo que habrá sido importante; aunque la Prensa comunicaba la impresión, seguramente falsa, de que en sus sesiones, varias docenas de hombres se obstinaban en hablar de las mujeres, con mucho sentido teológico y poco conocimiento de las señoras, me parece. He oído un mensaje final y unas filtraciones que se pagaron a precio de oro, no me imagino por qué; no se trata desde luego del tercer secreto de Fátima, ni de las memorias contables de monseñor Marcinckus.
Bien, de momento, tras esta nueva acumulación de documentos y análisis que acabo de ofrecer al pacientísimo lector, me parece que por mi parte el problema del liberacionismo va de momento bien servido, aunque no renuncio a volver sobre él si las cosas siguen tan enconadas o los discos de mi pequeño ordenador vuelven a rebosar. Mantendré abierto el fichero y el archivo en esos discos, y entretanto pienso seguir avanzando en el frente de la investigación histórica sobre temas religiosos, en vista de la acogida de mis lectores. Tengo mucho trecho recorrido ya en la preparación de mi Historia de la Iglesia de España en la transición, mientras compruebo, en este mismo otoño-invierno, si continúa o no el sebastianismo en España, tras el descrédito de su antecesor el taranconismo. Pero antes de abordar a fondo la historia reciente de la Iglesia española creo cada vez más necesario presentar al gran público un análisis histórico sobre las convulsiones de la Iglesia universal en el siglo XX para inscribir nuestra historia eclesiástica en ese contexto más amplio; entre León XIII y Juan Pablo II, porque he leído varias historias clericales, generalmente alemanas y pesadísimas, que no me explican casi nada.
Alternaré, si Dios quiere, los trabajos en ese frente histórico de la Iglesia con los que se refieren a la historia de España y al análisis político de la actualidad española. En los que tengo ya estudiados con cierta seriedad algunos temas tan insólitos que a lo mejor me veo obligado a explicarlos pronto en forma de novela, porque escritos en prosa didáctica iban tal vez a resultar increíbles. Hasta pronto, pues, y gracias.
Madridejos (Toledo)
Camino de Lisboa, Rio y Santiago de Chile, noviembre 1987