Ayer en España, hoy en Nicaragua:
los ateólogos de la liberación

No se trata de una exageración inventada por un especialista, como es el autor, en la guerra civil española. Es el grito marxista de guerra que difunden hoy, cincuenta años después de la guerra civil española, los antiguos comunistas de las Brigadas Internacionales que marchan hoy contra el presidente Reagan en favor de Nicaragua, como revela desde dentro Tim Brennan en el National Catholic Repórter, 11 de mayo de 1984. «La historia —dicen— nunca se repite. En España la buena causa perdió; en Nicaragua ganará, tiene que ganar». Ellos mis-mis dicen: en Nicaragua de los años ochenta el mundo se juega lo mismo que en la España de los años treinta. En España quedó derrotada la estrategia soviética por las fuerzas nacionales y antimarxistas; en Nicaragua esa misma estrategia busca su revancha. Lo han dicho sus propios militantes, en la prensa católica de los Estados Unidos. Y creo que tienen toda la razón. Después de fijar, en nuestro primer libro, los principales datos del problema estratégico en Centroamérica —que el tiempo transcurrido desde entonces confirma completamente— vamos a profundizar ahora, con nuevos datos y enfoques, en la batalla de Nicaragua. Pegándonos al duro terreno de los documentos y testimonios fiables; descartando la gigantesca pleamar sucia de propaganda que trata de sepultar, sin rehuir el histerismo, la realidad. Y es que la guerra general en torno a Nicaragua se libra, sobre todo, en los medios de comunicación de todo el mundo, sobre los que se vuelca la desinformación sistemática de la KGB en apoyo de su pequeña y vital cabeza de puente en pleno corazón de Mesoamérica. El cinismo y la garrulería autosuficiente de la propaganda sandinista exterior, mantenida al rojo permanente por un enjambre de colaboradores convencidos y de tontos útiles, hacen imposible todo diálogo; que para este importante debate debe sustituirse por un análisis histórico demoledor e implacable. En él estamos desde que un estúpido diputado del PDP, partido democristiano español entonces enfeudado a la Coalición Popular de la derecha, fue a Nicaragua y volvió convencido de que las elecciones sandinistas eran la más pura expresión de la democracia. Viendo no ven y oyendo no oyen.

La mitología «poética» de Ernesto Cardenal

Si después de las innumerables informaciones sobre la realidad marxista-leninista de la Nicaragua actual y después de las confesiones recopiladas en mi primer libro sobre el carácter constituyente del marxismo-leninismo en Nicaragua algún lector todavía se permite dudar, lo mejor es que deje de leer ya; está envenenado por la penetración de la propaganda sandinista y necesita una cura específica de desintoxicación. No insistiré ahora sobre esos análisis internos, que pusieron de manifiesto la realidad marxista de Nicaragua con motivo del heroico viaje del Papa en 1983. Desde entonces algunos ministros sandinistas, sobre todo los hermanos Cardenal, se han paseado por el mundo y más especialmente por España para insistir en sus posiciones de propaganda, apoyadas absurdamente por la Internacional Socialista y especialmente por el PSOE en España.

El ex trapense Ernesto Cardenal, cuya ramplonería «poética» no hubiera traspasado las paredes de su celda sin sus actividades políticas, sigue presentándose por la red desinformativa que le apoya como un nuevo Rubén Darío o un nuevo Thomas Merton. «Ediciones Sígueme» le dedicó un estudio debido a José Luis González Balado Ernesto Cardenal, poeta, revolucionario, monje (1978) que me parece un monumento al servilismo literario y político; que se abre con unas proféticas palabras del antiguo fascista:

«No aspiro a puestos públicos ni corro detrás de las condecoraciones», muy sinceras en quien poco después llegó a ministro, lo que no suele suceder ni por casualidad ni contra la voluntad del interesado. El cual alude repetidas veces a su confesión marxista y cristiana: «Se puede ser marxista y creer en Dios con tal de (sic) que se crea en el Dios verdadero y no en un ídolo» (op. cit., p. 32), lo que significa que quienes creemos en Dios sin ser marxistas, del Papa para abajo, practicamos la idolatría. Cardenal convierte a los apóstoles en precursores del socialismo. «Para el apóstol Santiago —dice— la religión pura y sin mancha ante Dios… quiere decir la revolución y el sistema socialista» (página 22). Y citando aprobatoriamente a Ivan Illich confiesa: «Nosotros los cristianos somos al mismo tiempo hijos de una virgen y de una puta. Y creo que ésa es la verdad» (p. 23).

Tan delicado poeta, sin duda candidato al premio Nobel, se extasiaba, desde su convulsa juventud, con las mujeres. Y una vez dedicó a una tal Myriam, por la que bebía los vientos, un poema al que su biógrafo compara con las mejores muestras de la epigramática latina, y que por su formidable ramplonería no me resisto a citar, a ver si acabamos de una vez con el mito del alegre monje poeta:

Ayer te vi en tu calle, Myriam, y

te vi tan bella, Myriam, que,

(cómo te explico qué bella te vi)

Ni tú, Myriam, te puedes ver tan bella ni

imaginar que puedas ser tan bella para mí.

Y te vi tan bella que me parece que

ninguna mujer es más bella que tú

ni ningún enamorado ve ninguna mujer

tan bella, Myriam, como yo te veo a ti (p. 32-2).

Encima me dicen viejos amigos de Ernesto Cardenal que la tal Myriam es una especie de callo; lo que agrava los versos —oh rimas y censuras admirables— que se pueden comparar, según los idólatras del poetastro marxista, con los mejores momentos de san Juan de la Cruz, que se caería de lo alto de su tumba en Segovia de tomar en serio semejante comparación.

Las andanzas de un obispo catalán por Nicaragua y Cuba

El hermano de Ernesto, Fernando Cardenal, se resistía a abandonar la Compañía de Jesús —apoyado por los jesuitas progresistas y respaldado por el general Kolvenbach— hasta que Juan Pablo II ordenó formalmente su expulsión; y desde entonces sigue viviendo en una residencia de los jesuitas en Managua, en calidad de donado mientras se dedica al adoctrinamiento marxista de la juventud desde el Ministerio de Educación sandinista y contribuye, como Ernesto, a la propaganda exterior del sandinismo. Testigos seguros me aseguran que Fernando Cardenal, que toda su vida mantuvo justa fama de corto e incluso de romo, superó con grandísimas dificultades y algún chanchullo debido a su influyente familia de derechas los altos niveles que exigían entonces los jesuitas para alcanzar el sacerdocio; al que llegó por la vía estrecha de los estudios teológicos, para ser expulsado del claustro de la Universidad católica de Managua, donde se dedicaba mucho más al activismo que a la docencia, para la que evidentemente no servía.

La agencia española Efe, en manos socialistas, transmitió el 20 de junio de 1983 una noticia importante sobre la decisión de apoyo total a los sandinistas por parte de la Internacional Socialista, a impulsos de Willi Brandt. Para el que puede haber pluralismo democrático sin parlamento ni elecciones democráticas, aunque no explicó cómo; a no ser porque el líder socialista alemán, cada vez más fuera de juego y causante de los escándalos que han degradado electoralmente a su partido, exigía por toda condición para ayudar a los marxistas-leninistas de Nicaragua la «confianza mutua». El escritor Mario Benedetti, ídolo de la progresía española, actuaba en el diario oficioso (El País, 26 de setiembre de 1983) como eficaz altavoz de la propaganda sandinista, reprendía al Papa por el «imprevisto desaire» que dedicó a los sandinistas en Managua al negarse a servirles de vocero propagandístico, y se extasiaba con un falso testimonio de los sacerdotes españoles Maximino Cerezo y Teófilo Cabestrero, autores del libro Lo que hemos visto y oído que a Benedetti le parece «conmovedor» cuando no pasa realmente de burdo panfleto de propaganda. Después de hacerse eco de varios testimonios marxistas más, Benedetti comienza la cooperación de cristianos y marxistas, ya que «las discrepancias acerca del cielo no tienen por qué entorpecer las coincidencias sobre la tierra».

La revista de propaganda exterior sandinista, Barricada international, daba cuenta el 15 de agosto de 1985 de la feliz y triunfal terminación del Ramadán que se había impuesto a sí mismo el ministro sacerdote sandinista Miguel d’Escoto, olvidado ya de sus lejanas endechas a Somoza, ayuno que fue calificado por la insufrible pedantería sandinista como «insurrección evangélica». Treinta y ocho sacerdotes concelebraban en triunfo, presididos por el propagandista hispano-brasileño Pedro Casaldáliga, mientras d’Escoto encendía antorchas y comparaba a los Estados Unidos con Goliat en las murallas de Jericó, donde nunca estuvo el gigante bíblico. A vuelta de correo la Conferencia Episcopal de Nicaragua pidió a la del Brasil que evitase injerencias como la del excéntrico prelado catalán del Araguaia, el cual no les hizo caso alguno a juzgar por el descomunal libelo que publicó al año siguiente, Nicaragua, combate y profecía, convenientemente emparedado en rojo entre un prólogo de Mario Benedetti y un epílogo de Leonardo Boff (Madrid, «Ayuso» —Misión abierta—, 1986). El obispo catalán, que en este libro demuestra una vez más su tendencia al exhibicionismo político tanto en el texto como en las ilustraciones (donde aparece él mismo en todas las posturas) se arranca con uno de sus farragosos poemas liberacionistas, y permite que Mario Benedetti, ídolo de la izquierda cultural, hable de las «marcas establecidas hace 17 siglos por el mismísimo Maniqueo», sin duda se refiere a Mani, porque los progresistas de la cultura adjetivan donosamente a la Historia. Aunque el lector no se lo creerá, el obispo Casaldaliga monta todo su libro en loor al cómico ayuno político que organizó un exhibicionista más peligroso, el ministro-sacerdote de Nicaragua Miguel d’Escoto en 1985, en torno al cual dice Casaldaliga que se formó en todo el mundo «la Contadora del espíritu». Todos pensábamos que d’Escoto era un ministro sandinista; pero Casaldaliga le llama «profeta institucional prohibido», ¿por quién? Nos revela el obispo claretiano que en Nicaragua hizo «un poema al papel higiénico escaso» que desgraciadamente no reproduce (p. 36). En Nicaragua se extasía ante la presencia del premio Nobel de la Paz, el superpelmazo Pérez Esquivel, y otros participantes en un seminario internacional organizado por el centro Valdivieso para resaltar la dimensión teológica del ayuno de Miguel d’Escoto, y es que los liberacionistas, sobre todo cuando alcanzan el poder político, pierden sus últimos restos de sentido del ridículo. El «seminario» prologaba un gran proyecto teológico cuya dirección se encomendaba a Giulio Girardi, naturalmente. De Nicaragua salta Casaldaliga a La Habana, y allí tiene la desfachatez de recordar que el fundador de su Congregación, san Antonio María Claret, fue arzobispo en Cuba, aunque no dice que desde la gloria contemplaría horrorizado las andanzas de su díscolo hijo por la isla roja. Allí se encuentra con una ilustre banda liberacionista; Frei Betto y los hermanos Boff, que están de paso para una semana de propaganda estratégica en Nicaragua. Casaldaliga abraza públicamente a Fidel Castro y como era de temer le dedica un libro y un poema:

A Fidel Castro,

hermano mayor, compañero primero,

Patriarca ya de la Patria Grande.

Fidel, aterrado porque alguien se atreviera a llamarle patriarca en sus barbas, confiesa que con muchas dificultades ya ha logrado leer a Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez, y concluye emocionado: «La teología de ustedes ayuda a la transformación de América Latina más que millones de libros sobre marxismo» (p. 134). Y tiene toda la razón.

Todos juntos en unión vuelven a los actos de la Semana nicaragüense por la paz donde oficia también el jesuita marxista César Jerez, y luego Casaldaliga termina su apostólica gira en El Salvador, donde comparte experiencias con sus amigos los jesuitas de la UCA.

La denuncia de Georgetown contra su director César Jerez, S.J.

Apoyándose en la red clerical y episcopal liberacionista en los Estados Unidos, los sandinistas han intensificado cínicamente en el último bienio sus acciones de propaganda exterior. Así, en la librería «Perspectiva Mundial» de Los Ángeles, organizaron uno de los innumerables actos de agitprop de que tenemos noticia, el 11 de enero de 1986, para escuchar a tres oradores recién llegados de Nicaragua —Nelson Blackstock, Diane Jacobs y Jean Savage— en favor del Gobierno sandinista y en contra del Gobierno de los Estados Unidos. Se sugería, en los carteles anunciadores del acto, una donación de dos dólares por persona; y se exhibía una educada imagen de Daniel Ortega, el dictador, con una capitalista corbata al cuello. Con estos actos y una oleada de noticias de prensa adicta, los sandinistas tratan de contrarrestar las voces que dicen la verdad sobre su desinformación. Como Luis Manuel Martínez, que en su difundido trabajo Apogeo de la desinformación (Réplica, 43), describe las reuniones organizadas por «la deslumbrante belleza morena de Ángela Saballos», agregada de propaganda en la Embajada de Nicaragua en Washington, que coordina una amplia red de propagandistas prosandinistas en la que brilla Bianca Jagger, figura del jet-set internacional (de la que ignorábamos esta edificante opción por los pobres) el enjambre de agentes religiosos que cercan implacablemente al presidente de la Cámara de Representantes, Thomas P. O’Neill, que sin tener la menor idea de Centroamérica comenzó en 1981 sus actividades en favor del sandinismo; a quien Martínez llama «robot manipulado escandalosamente por varias monjas de la Orden Maryknoll». Quizá porque una tía suya fue monja de Maryknoll, como la hermana Peggy Healy, que actúa como una especie de comisaria política ante el influyente parlamentario. La hermana Peggy viaja regularmente de Washington a Managua, y suministra nuevos argumentos a un grupo de mujeres del distrito electoral de Cambridge, por donde se presenta el señor O’Neill; la mitad de este grupo son monjas liberacionistas, entre las que Tip O’Neill se conoce ya afectuosamente como «El Décimo Comandante».

Un periódico católico en las Islas Británicas, The Universe, apoya de vez en cuando la causa sandinista, por ejemplo con motivo de una visita del canciller d’Escoto a Europa (2 de mayo de 1986, p. 9). La siembra que el ex provincial marxista de la Compañía de Jesús en Centroamérica, César Jerez, dejó durante sus estancias en Europa fructifica en artículos como éste, de pura propaganda exterior en favor de los sandinistas. Que como era de esperar tratan de concentrarse sobre México, donde el Centro Nacional de Comunicación Social, transido de liberacionismo, dedica su número del 30 de junio de 1986 a la exhibición más descarada de esa propaganda, bajo el título: Nicaragua, la Iglesia de los pobres. Allí el teólogo Pablo Richard, que se ha calificado a sí mismo como marxista-leninista, acusa al Papa de pretender la formación de una Iglesia jerárquica con rasgos absolutistas con motivo de su visita de 1983; y por haber conferido el cardenalato a monseñor Obando, y no a monseñor Rivera y Damas, el arzobispo de San Salvador, a quien los liberacionistas pretenden engatusar como hicieron con su manipulado monseñor Romero, a quien Casaldáliga, en el libro que acabamos de citar, califica de santo —san Romero— sin necesidad de canonización. En el mismo número Ángel Saldaña lanza un ataque contra el Opus Dei en México, denuncia «su postura separatista y aliada con los poderosos de este mundo y a la luz del Vaticano II lo ubica para el contexto religioso en la categoría de secta». Con desinformación parecida escribía en sus tribunas habituales de Madrid el periodista Carlos Luis Álvarez, Cándido, un retorcidísimo personaje caído en las trampas de la propaganda cubano-sandinista en su arremetida contra Costa Rica, al que desenmascaró de forma contundente un gran periodista atlántico, Carlos Alberto Montaner, en un artículo comentadísimo. La insoportable levedad de Cándido (ABC, 15 de diciembre de 1986, p. 26).

Como la sección española de la Internacional Socialista, es decir, el PSOE, pasea frecuentemente por España a los ministros y agitadores del sandinismo, en Managua deben de pensar que todo el monte español es orégano, hasta que se pasan. En la conmemoración de la primera Constitución española, la Pepa de 1812, los organizadores socialistas comprometieron gravísimamente a la propia figura del Rey de España, quien debía presidir unos actos para los que la estrella invitada era nada menos que el embajador de Nicaragua, que por lo visto iba a Cádiz para defender la libertad desde la experiencia del totalitarismo, con técnicas orwellianas. El escándalo creció hasta el punto que se dio carpetazo a la celebración, y el embajador sandinista se quedó compuesto y sin discurso (cfr. Ya, 23 de febrero de 1987, página 11). Pero en otras partes del mundo los agentes sandinistas tienen más suerte. Los jesuitas norteamericanos de la Georgetown University, sin duda en un rapto de esquizofrenia, designaron para el consejo de dirección nada menos que a César Jerez, el jesuita marxista que se ha convertido desde hace años en figura clave para la estrategia liberacionista de Centroamérica. En The Guardian, número de marzo de 1987, la revista de la Universidad, consagrada, según su lema, a preservar las ideas y la tradición del centro, sus editores dan por fin la voz de alerta, en un editorial y dos artículos estremecedores que revelan la desvergüenza de la propaganda exterior sandinista mejor que mil argumentos.

En el editorial, Georgetown Ideáis and Nicaragua, los responsables de The Guardian denuncian el carácter católico y americano de su Universidad, la primera que se fundó tras la ratificación de la Constitución de los Estados Unidos, se ven amenazados por la presencia del activista César Jerez en su Consejo de Directores desde 1984; y por albergar al Instituto de Historia de América Central, simple satélite del Instituto Histórico Centro Americano dirigido en Managua por el jesuita Álvaro Arguello, que presidió el Consejo de Estado sandinista, y difunde las revistas de propaganda marxista-leninista Update y Envío. John Bacal, en su terrible artículo sobre César Jerez, a quien califica en el título como Defensor de una fe diferente, le desenmascara como justificador de la represión sandinista contra el diario La Prensa y contra el cardenal Obando; y transcribe sus opiniones en que desprecia el mantenimiento de los derechos humanos en sentido totalitario. Transcribe The Guardian la descalificación recién comunicada por el cardenal de Boston, monseñor Law, contra la Universidad Centroamericana de Managua, cuyo rector es César Jerez, como brazo de la Iglesia popular sandinista. Y reproduce las palabras de Jerez en una reunión de jesuitas en Boston, el año 1973: «La función de los jesuitas en el Tercer Mundo es crear conflicto. Somos el único grupo poderoso en el mundo que lo hace» (New England Jesuit News, abril de 1973). Poco después Jerez fue nombrado Provincial de Centroamérica, en 1976, cargo que mantuvo hasta 1982.

Esta denuncia de The Guardian es, sin duda, uno de los documentos más importantes y alucinantes de cuantos publicamos en este libro. Llegó sobre mi mesa de trabajo en la Universidad casi a la vez que un extraño documento de agit-prop-sandinista donde se pedía mi contribución (los promotores deberían vivir en la luna) para una campaña de recogida de fondos en favor de los sandinistas. Vi, entre las firmas ya estampadas, algunas sorprendentes. Pero el «documento» se utilizó de forma inmediata en el sentido que sugería el obispo Casaldáliga en uno de sus inspirados poemas sobre las escaseces del sandinismo.

Testimonios abrumadores sobre la realidad de Nicaragua

Contra los alardes de la propaganda sandinista, que por ejemplo en España, gracias a las consignas de la Internacional Socialista, cuenta con los poderosos altavoces de Radio Nacional y Televisión Española, que parecen teledirigidas por los propios propagandistas del sandinismo, se alza en todo el mundo un clamor de objetividad, del que vamos a seleccionar algunas voces especialmente influyentes en este epígrafe. En el cual no vamos a utilizar expresamente algunas publicaciones de contrapropaganda antisandinista, inevitablemente parciales por su militancia, aunque resultan muy útiles para comunicarnos noticias de la oposición abierta contra el régimen marxista-leninista; y contienen numerosos datos cuya veracidad se comprueba a través de otros testimonios menos comprometidos. Estas revistas, sobre cuya utilidad como trasfondo informativo debo insistir, son, el boletín Nicaragua, editado en Costa Rica; en el que se reflejan por ejemplo, con precisión, los problemas de coordinación en el movimiento antisandinista, y la elección unánime de Pedro J. Chamorro como líder de la Unidad Opositora Nicaragüense, en el número de 28 de febrero de 1987; los boletines de la Comisión Permanente de Derechos Humanos en Nicaragua, publicación mensual que expone con datos y pruebas las continuas violaciones de los derechos humanos por los sandinistas (con una impresionante Declaración sobre la situación de las cárceles en el número de setiembre de 1986; Voice of Nicaragua, editada en St. Charles, Missouri; y Nuevo Amanecer, editado en Madrid).

En la relación de testimonios fidedignos debemos empezar por el de un hombre que escribe desde el corazón de su Patria degradada, el gran pensador y poeta Pablo Antonio Cuadra, intelectual mucho más auténtico y respetado que otros fantasmones monacal-marxistas agitados por el sandinismo. Cuadra habló sobre la Situación de la cultura en Nicaragua dentro del libro Nicaragua 1984, editado por «Libro Libre» en Costa Rica. Para don Pablo Antonio, Nicaragua vive hoy la lucha de una ideología contra una cultura. La ideología es «elemental y gris: el marxismo-leninismo, una copia de las pobrísimas ideas soviéticas sobre el hombre y la sociedad, ideas traducidas por Cuba, las cuales, traducidas a la vez a realidades, no son otra cosa que un completo fracaso, que sólo puede sostenerse como éxito a base de propaganda y de total dictadura». Y luego demuestra su tesis con una abrumadora argumentación sobre los proyectos anticulturales del sandinismo. En ABC del 14 de abril de 1987, Pablo Antonio Cuadra, director del diario La Prensa, clausurado totalitariamente por los sandinistas, resume entrevistas más largas concedidas al Times de Nueva York y a la «BBC», y manifiesta su oposición radical a la que califica como «dictadura marxista». Y retuerce la acusación de que está traicionando a la pregunta de Rubén Darío, «¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?», con esta premonición: «Tantos millones de hombres hablaremos ruso». El propio Cuadra, eximio poeta, interviene en un número especial de la revista Pensamiento centroamericano de Costa Rica (enero-marzo de 1986) sobre las responsabilidades internacionales ante la crisis centroamericana, junto a trabajos de la embajadora Jeane Kirkpatrick, Jean-François Revel y Germán Arciniegas.

Un testigo de excepción, el gran empresario Jaime Morales Carazo, cuya casa de Managua fue expropiada por el mismo dictador sandinista Daniel Ortega, resume en un apasionado libro ¡Mejor que Somoza cualquier cosa! (México, «CECSA», 1986), la pendiente de errores trágicos que condujo a la pérdida de Nicaragua para el mundo libre. Y un especialista norteamericano, el profesor John A. Booth, expone en la revista Current History (diciembre de 1986, pp. 405 y ss.), un sugestivo y fundado resumen histórico titulado War and the Nicaraguan Revolution. En la revista Problemas internacionales (setiembre-octubre de 1985, pp 1 y ss.), Jiri y Virginia Valenta, dentro de su trabajo Los sandinistas en el poder, demuestran que Sandino no fue marxista, ni leninista, ni siquiera socialista; aunque luego trató de presentarle así una remodelación manipulada de su figura. Sí que fue comunista su secretario privado, Agustín Farabundo Martí, fundador del Partido Comunista de El Salvador, a quien Sandino expulsó en 1930, cuando rompió toda conexión con la Comintern. En cambio, los autores de este documentado trabajo no solamente establecen el carácter marxista-leninista del sandinismo, sino su clara conexión con la KGB soviética a través de la confesión de Edén Pastora, el legendario «Comandante Cero» que como reveló La Prensa de Panamá el 16 de marzo de 1985, página 1, recibió, con su organización —que era entonces el Frente Sandinista— «ayuda de la KGB a través de Fidel Castro». Quizá para liberarse de testigo tan incómodo, la ETA recibió el encargo de eliminar a Pastora, y estuvo a punto de lograrlo en una de sus frecuentes actividades en Centroamérica, detectadas y reveladas por los servicios secretos de los Estados Unidos, según informó la prensa española (cfr. Ya, 16 de diciembre de 1986, p. 13). No es la ETA la única conexión terrorista del sandinismo; el Working Group for Latín America, de San Fernando, California, informaba de que los sandinistas habían expulsado a la comunidad judía de Nicaragua, confiscaban las propiedades judías y la sinagoga de Managua, reconocieron formalmente a la OLP y votaron en favor de la resolución iraní para oponerse a la entrada de Israel en las Naciones Unidas. La conexión nicaragüense de la ETA queda probada una vez más en el trabajo de Timothy Ashby Nicaragua’s terrorist connection publicado en Backgrounder (The Heritage Foundation), 14-111-1986. Mariano Baselga, el embajador de España en Managua que reveló esa conexión fue cesado por el Gobierno socialista en agosto de 1987 (ABC, 15-VIII).

Íñigo Laviada, el influyente editorialista de Excelsior, daba los nombres de los sacerdotes confesadamente marxistas que actúan en Nicaragua: los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal, Miguel d’Escoto, Ángel Arnaiz, O. P., Uriel Molina, OFM, Arias Caldera y nada menos que cinco jesuitas además del expulso Fernando Cardenal: Ignacio Zubizarreta, Javier Gorostiaga, Álvaro Arguello, Francisco Javier Llasera y Amando López (El Heraldo, 12 de febrero de 1986). Y todavía le falta el principal, César Jerez. En la citada revista Voice of Nicaragua (marzo de 1986, p. 7), se transcriben tres textos que demuestran una vez más la alineación de los sandinistas con la estrategia soviética; la presencia de Daniel Ortega en el Tercer Congreso del Partido Comunista cubano según Barricada, 4 de febrero de 1986; la afirmación de total solidaridad y apoyo soviético al Gobierno sandinista, expresada por el jerarca soviético Egor Ligachov en el mismo congreso, según Barricada, 6 de febrero de 1986, y el discurso del propio Ortega en La Habana, resumido en el mismo número de la publicación oficial sandinista, en el que exaltó los extraordinarios esfuerzos de la Unión Soviética en favor de los pueblos agredidos por el imperialismo norteamericano.

El testimonio jesuita venezolano sobre la realidad de Nicaragua

Una publicación interna de la Compañía de Jesús, las Noticias de la Provincia de Venezuela, transcribió un testimonio de singular importancia sobre la situación interna de Nicaragua. Se trata de una carta del jesuita Luis Arizmendi, invitado a dar unos Ejercicios en Nicaragua, que supo superar las tentaciones de colaboracionismo y escribió fríamente este testimonio realmente estremecedor, al que atribuimos un valor extraordinario. La fotocopia me ha llegado sin fecha pero por el contexto creo que se refiere al año 1986, y revela —con firma y publicidad— una situación orwelliana en el paraíso sandinista.

Me insinuaste que te enviara «mis impresiones» de la actualidad de Nicaragua para publicarlas en las Noticias de la Provincia. “’ Mi respuesta, instintiva, fue negativa. Me indicaste que sería provechoso hacerlo para «completar» otras informaciones que aparecerían en las Noticias. Recordabas el principio que dos ojos y dos oídos ven y oyen, normalmente, más y mejor que uno.

No fui a Nicaragua, como sabes, a «buscar información» de la situación política, social o eclesial, hoy, de esa nación. Fui sencillamente a dirigir dos tandas de ejercicios. Es verdad que algo «vi» y sobre todo «oí» relativas a esos aspectos. Por lo tanto: relata refero. No «mis impresiones».

Comencemos. Se sienten, en general, vigilados. Vigilados los ciudadanos por los responsables de la Revolución en la manzana donde viven. Los vigilantes tienen que ser ojos y oídos de la Revolución sandinista.

Vigilados los párrocos, religiosos, religiosas… en lo que «hacen» y sobre todo en lo que «dicen». Homilías vigiladas.

Esta vigilancia, en ocasiones, se cristaliza en amenaza. Todos los padres de una residencia nuestra recibieron «carta personal» del Gobierno Regional Sandinista mandando que «no hicieran política antisandinista» en sus homilías y amenazando con la expulsión de la nación.

Presiones parecidas se ejercen en la gente del pueblo. Toda persona que busca trabajo tiene que presentar el visto bueno del jefe del partido sandinista del lugar donde vive. El punto clave del visto bueno es la docilidad total del individuo a la Revolución sandinista.

La compra de alimentos, vestidos, etc., etc., en la Cooperativa que le corresponde, depende, en gran parte, de su comportamiento revolucionario.

En este renglón de alimentos escasea todo. La compra en las cooperativas se regula: Miembros de la familia… cantidad regulada… para tanto tiempo. Los precios establecidos por el Gobierno. Los que disfrutan de una situación económica más airosa se tienen que contentar con lo que encuentran dentro de la penuria… y precios elevados.

¿Cómo reacciona el Juan Bimba Nica ante esta situación? El nicaragüense por temperamento es cauto. Al sentirse vigilado, se calla.

Si toma confianza… poco a poco… se abre. Por ahora muchos tienen el estómago vacío. Por lo tanto no les es fácil ver y, sobre todo, sentir que la situación actual es mejor que la pasada. Los medios de comunicación, todos, de una manera o de otra, en manos del Estado, insisten en la responsabilidad única de la situación de Reagan. Añaden que son «pasos necesarios» para que la Revolución sandinista dé los frutos apetecidos. La respuesta a este slogan del Gobierno es variada. A algunos, de sandinismo visceral, les ayuda para su digestión. En otros la respuesta es un chiste irónico o una sonrisa inefable.

El Gobierno sandinista distingue en su actuación concreta dos Iglesias: la Iglesia jerárquica y la Iglesia popular.

Repite continuamente por todos los medios audiovisuales. El Gobierno sandinista no persigue a la Iglesia. La jerarquía persigue a la Iglesia popular. Algunos pastores de la Iglesia popular acompañan al Gobierno en esta sinfonía.

¿Cómo han sido las relaciones Iglesia-Estado sandinista desde la victoria de la Revolución?

Al principio, relaciones de noviazgo alegre y esperanzador. En la mayoría se vivía la euforia revolucionaria sandinista que se cristalizaba en la liberación de la dictadura somocista.

Hubo, al principio, Asambleas Conjuntas de Representantes del Gobierno sandinista y Representantes de la Iglesia: sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares comprometidos con la Iglesia. El tema: ¿qué espera el Gobierno sandinista de la Iglesia y qué espera la Iglesia del Gobierno sandinista? Pero… el camino se hace caminando.

Por eso… al caminar han ido apareciendo cada vez con más nitidez lo que cada uno llevaba y lleva en lo recóndito de su corazón. Las posiciones se han ido definiendo.

1.º La Iglesia jerárquica se ha ido uniendo, cada vez más, en criterios claves ante la Revolución y hoy aparece compacta.

A su alrededor muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y… fieles. Un religioso que ha dirigido ejercicios espirituales al clero diocesano en tres diócesis, incluida la de Managua, afirmaba que el 90% de los sacerdotes está al lado totalmente de la jerarquía.

2.º Surge la Iglesia popular. Su característica es la defensa de la Revolución sandinista. Sus relaciones con la jerarquía son delicadas. No tanto bajo el punto de vista jurídico (los párrocos han sido nombrados por la jerarquía) sino por su actitud ideológica y afectiva. Se sienten más unidos al sandinismo que a la jerarquía. De ahí ha brotado la tensión a nivel Iglesia diocesana y nacional… Institutos religiosos y hasta en las mismas familias cristianas.

3.º El Gobierno sandinista representado «por los 9» comandantes.

Aparece unido en su ideología marxista. Alguno de ellos confesaba que fue a la guerrilla por sus principios cristianos… Ahora sus principios son marxistas.

Por supuesto el Gobierno apoya a la Iglesia popular y, hoy, ataca abiertamente a la jerarquía y a los que se presentan públicamente con ella.

La ley de emergencia, restringiendo las libertades cívicas, fue motivada para coartar las manifestaciones populares, nutridas, valientes, públicas, al cardenal Obando.

Por la misma ley se necesita permiso del Gobierno para organizar reuniones de grupos apostólicos. El formulario de datos que exigen es minucioso: nombre de los organizadores y asistentes, temas de las charlas, sinopsis de cada charla, duración de la exposición, etc., etc. Se intentó cerrar una de nuestras casas de ejercicios por el Gobierno sandinista regional. Motivo: foco de propaganda antisandinista. Son perseguidos los líderes seglares de grupos apostólicos. Usan con ellos torturas psicológicas a base de interrogatorios repetidos y prolongados y amenazas para sus familias. El cardenal Obando aseguró que no eran casos aislados sino frecuentes en las diversas diócesis.

A principios de año la «Radio Católica» fue clausurada por no retransmitir, con las demás emisoras, el discurso del presidente Ortega. La imprenta diocesana está requisada por el Gobierno. Las demás imprentas tienen prohibición de publicar nada religioso.

Ciertamente desde el primer momento el Gobierno sandinista se ha interesado por la educación popular. Promovió la alfabetización. Quiso que al mismo tiempo fuera instrumento de mentalización sandinista.

Las escuelas subvencionadas, total o parcialmente por el Ministerio de Educación tienen que aceptar los maestros enviados por el Ministerio. Entre ellos hay de todo. En algunos su ideología es atea y marxista. Éstos pretenden inocular en los niños su ateísmo. Otros, bajo la apariencia de maestro, fiscalizan la actuación del colegio. Ante esta realidad la labor de las religiosas en las escuelas es procurar contrarrestar esta cizaña. Para la catequesis buscan la ayuda de personas que voluntariamente se ofrecen para esta labor.

En las escuelas y colegios está prohibido repartir o vender textos de las diversas asignaturas. Se imparten las clases a base de apuntes que envía el Ministerio. La ideología materialista y marxista. Los colegios privados que pueden elegir, por ahora, su profesorado, procuran contrarrestar el daño: primero a través de una mentalización cristiana del profesorado y en segundo lugar animándole a que tengan valentía para defender sus principios cristianos.

Una representación de los colegios religiosos se quejó ante el Ministerio de Educación del sabor materialista que tienen los apuntes. Les contestó que presentaran un estudio sobre ese aspecto. Lo hicieron y entregaron el documento en el Ministerio. Fueron convocados para una reunión. Se presentó el ministro con «sus expertos». Sin llegar a discusión les comunicó que no había en dichos apuntes nada que supiera ni a materialismo ni marxismo. La impresión general es que el ministro y sus inmediatos asesores, varios ex jesuitas, tienen buena voluntad… pero se sienten impotentes dentro de la organización estatal.

Un hermano de La Salle, con motivo del Año de la Juventud, hizo una encuesta referente a la actitud de la juventud centroamericana. No encontró dificultad en las demás naciones centroamericanas. Por la Ley de Emergencia pidió autorización por escrito en el Ministerio de Educación. Lo concedieron. A los pocos días el que había otorgado el permiso fue convocado por el «Grupo de los 9». Consecuencia: aviso al hermano que, por ahora, desistiera de ese trabajo.

La inspección de algunos colegios privados es constante y minuciosa. Uno de estos colegios tuvo hace dos años 50 inspecciones. Los inspectores son búlgaros acompañados de algún nicaragüense. Al final del curso la directora se quejó ante el Ministerio. El curso pasado el número de inspecciones se redujo a 25.

Los colegios privados se sienten amenazados de cierre. Han subido desde principios de este año los sueldos de los profesores en un 100% y, por ahora, no pueden subir las pensiones.

Esperaban discutir con el ministro esta situación. En las mismas circunstancias se encuentra el único periódico independiente, La Prensa. Ante la subida de los sueldos no pueden elevar el precio del periódico.

Nuestra Universidad, la UCA, pertenece prácticamente al Gobierno. Se reparten las diversas Facultades entre la Universidad nacional y la UCA. Los mismos programas. El contrapeso que pueden ejercer contra la ideología del Gobierno es muy pobre. A través de algún barniz cristiano por medio de cursillos o charlas de Teología.

Visité una parroquia de la Iglesia popular. Algunos la llaman la catedral de la Iglesia popular. Su párroco es un franciscano nicaragüense. Alrededor de las paredes del templo una abigarrada multiplicidad de escenas. Che Guevara, San Francisco de Asís, Carlos Fonseca (fundador del sandinismo), un niño y un matrimonio muertos por los somocistas, etc., etc. Poca gente a pesar de ser —jueves eucarístico— de tanta tradición popular en Nicaragua. Esa misma tarde pasamos por la iglesia de los salesianos. El Señor expuesto y la iglesia llena.

Los jesuitas hondamente divididos.

La división que se siente en la Iglesia repercute con profundidad en nuestras comunidades. Sufren, y mucho, por esta situación.

Se oye por un lado y por otro: La Compañía no ha realizado la consigna que dio el padre Arrupe a los jesuitas que trabajan en Nicaragua: Apoyo crítico a la Revolución. Dicen que en algunos jesuitas ha habido apoyo pero ha faltado la crítica. Ojalá que la luz que tenemos en nuestra espiritualidad ignaciana (reglas de discernimiento y reglas para sentir con la Iglesia) ilumine los criterios de los jesuitas y determine sus vidas. Que el Espíritu les sitúe en esa actitud de discernimiento exigida en los ejercicios espirituales. Humanamente no es fácil. Tengo todavía una impresión maravillosa de dos días que pasé con la terna jesuítica que trabaja en Ciudad Sandino: Uno de ellos, hermano de nuestro padre Martínez Terrero. Dios les dé salud y fortaleza para que continúen trabajando con la generosidad, pobreza y sencillez con que lo hacen. Para ellos las circunstancias ambientales parece que no cuentan.

Su actuación me convenció más que todas las teorías que escuché.

Termino con lo que comencé: Relata refero. El juicio valorativo lo dejo a cada uno.

Un abrazo y oraciones mutuas.

LUIS ARIZMENDI, S.J.

La Internacional Socialista descalifica totalitariamente a uno de sus hombres por decir la verdad: el caso Kriele

La relación de testimonios fiables sobre la realidad actual de Nicaragua resulta abrumadora, y confirma de lleno las tesis de nuestro primer libro sobre el régimen marxista-leninista de Managua, en la misma línea que la fabulosa investigación de la periodista norteamericana Shirley Christian, sobre cuyo libro ya opinó, sin leerlo, el profesor Javier Tusell y nosotros, tras leerlo a fondo, en Jesuitas, Iglesia y marxismo. Una metodología semejante a la de Tusell es la que debió de seguir el liberacionista español Benjamín Forcano, quien escribió sobre Nicaragua un artículo demencial, al que replicó brillantísimamente el periodista Luis Blanco Vila en Ya, 6-VIII-1986, con el título Un teólogo liberador miente sobre Nicaragua. El teólogo —descalificado por el Vaticano, como sabe el lector— insistió en sus sofismas en el mismo diario católico, el 21-VIII-1986, con un argumento del pobre Willi Brandt como máxima prueba de convicción; y Blanco Vila, compasivamente, dejó las cosas en tan peregrina réplica. No cederé a la tentación de rebatir una por una las torpes alegaciones de Forcano, que se basan en la propaganda de los jesuitas sandinistas y otros compañeros de viaje; ya va quedando demasiado poso de humor negro en este libro.

El representante republicano por Illinois, Henry J. Hyde establece en Asian Wall Street Journal, 27-VI-1986, un dramático antiparalelismo entre el martirio de un obispo Maryknoll en China, monseñor Edward Walsh, condenado entre feroces calumnias por los comunistas chinos en 1960, y la persecución alevosa que el sacerdote Maryknoll Miguel d’Escoto entabla contra el cardenal Obando y Bravo. Y un intrépido jesuita de California, el padre Juan Felipe Conneally, ofició en un funeral, en Glendale, por dos víctimas norteamericanas en la lucha armada contra los sandinistas; el acto fue transmitido, en honor a su valentía, por tres cadenas de televisión, alcanzó los honores de noticia nacional (17 de noviembre de 1986, por ejemplo en el Herald). El padre Conneally aplicó la doctrina del libro de los Macabeos a la lucha contra el marxismo-leninismo en Nicaragua, aunque según los liberacionistas sólo ellos tienen derecho a la apropiación de escenas del Antiguo Testamento para sus fines políticos. La homilía es reconfortante; aplica la doctrina bíblica con nombres y apellidos de nuestro tiempo, como desde la Historia pretendemos hacer en este libro.

Rafael González, en un brillante informe sobre la situación en Nicaragua publicado en Ya, el 9-XI-1986, revela que un importante documento de Amnistía Internacional sobre la sistemática violación de los derechos humanos en Nicaragua no se ha publicado en España; seguramente por el sectarismo habitual en la delegación española del organismo. Mientras denunciaba este tremendo escamoteo, el presidente de la Comisión pro Derechos Humanos en Nicaragua concretaba: «Nadie discute ya que en Nicaragua hay unos diez mil prisioneros. De éstos más de seis mil son presos políticos. En la época más dura de Somoza existían 3200, incluyendo 800 desaparecidos. Recientemente la situación se ha agravado. El propio ministro del Interior del régimen sandinista, Tomás Borge, en declaraciones a Los Angeles Herald aceptaba la existencia de 9500 prisioneros. Pero no es eso sólo. En los últimos cinco años han huido del país medio millón de nicaragüenses, más del 15% de la población… Luego habla, caso por caso, de los asesinatos y desapariciones. A fines del 85 había 400 desaparecidos sin rastro».

Pero el testimonio más resonante de los últimos tiempos sobre Nicaragua es el de un insigne jurista alemán, Martín Kriele, miembro del Partido Socialista, que después de tres semanas de viaje por Nicaragua completó su información para un libro, Nicaragua, el corazón sangrante de América, convertido inmediatamente en un bestseller que le ha acarreado la totalitaria descalificación de su propio partido, el SPD, cuyo apoyo a los sandinistas denuncia vigorosamente el profesor (cfr. 30 Giorni n.° 62). Quien expresa a lo largo del libro su sorpresa ante las discrepancias de la propaganda sandinista con la realidad de Nicaragua. La degradación económica inspira nostalgias de la triste etapa somocista; cuando el jornal de un campesino era de dos dólares, reducidos hoy a 25 centavos, Kriele aporta pruebas sobre la situación penosísima de los presos políticos en el Chipote, con denuncia de torturas y vejaciones totalitarias. Relata el jurista socialista alemán las burlas de Ernesto Cardenal contra el Papa en ambientes protestantes, y compara la solidaridad exterior de que gozan los sandinistas con los testimonios de algunos visitantes demócratas del Tercer Reich en los años treinta. El libro de Kriele es un desenmascaramiento simultáneo del régimen marxista-leninista de Managua y de sus partidarios en la Internacional Socialista. En España debería publicarse con prólogo de Felipe González y epílogo de Alfonso Guerra.

La persecución sandinista contra la Iglesia en Nicaragua

Para un lector de la gran prensa mundial no cabe la menor duda, en 1987, de que la Iglesia católica está sufriendo una implacable persecución por parte del régimen sandinista en Nicaragua. Las noticias sobre esta persecución saltan a los medios informativos, sobre todo en los períodos más calientes, prácticamente a diario. El régimen sandinista fomenta abiertamente la división de la Iglesia en Iglesia institucional, su enemiga, e Iglesia popular, su aliada. Lo peor es que la Iglesia institucional —la única Iglesia católica en Nicaragua— está dirigida por un testigo asombroso y humilde, un hombre del pueblo llamado Miguel Obando y Bravo, cuyas críticas contribuyeron a la caída del régimen somocista; a quien siguen, sin una fisura, todos los obispos de la nación, y el 90% largo de los sacerdotes y religiosos, al frente de la inmensa mayoría del pueblo católico de Nicaragua. La Iglesia popular es una ficción política marginal, un torpe apéndice cismático y despreciable del Gobierno marxista-leninista. La posición de los jesuitas que controlan la vida de la Orden ignaciana en Nicaragua es absolutamente hostil al Episcopado y abiertamente rebelde contra Roma. Nicaragua es, seguramente, la página más negra en la gloriosa historia de la Compañía de Jesús, gracias a este puñado de rebeldes, a quienes el tímido general Kolvenvach no se atreve a descalificar de una vez.

Dos próceres nicaragüenses muy relacionados con el diario liberal La Prensa, suprimido totalitariamente por el Gobierno sandinista, publicaron en 1985 importantes análisis sobre la situación de la Iglesia en Nicaragua. Uno de ellos, Roberto Cardenal, envió a la Revista del Pensamiento Centroamericano en Costa Rica (número de enero de 1985) una documentada denuncia, Nicaragua: la situación de la Iglesia, en la que se detalla la trayectoria de la persecución. Otro, Humberto Belli, publicó en los Estados Unidos su alegato, Breaking Faith, en su Puebla Institute, que confirma las conclusiones expuestas en anteriores obras de las que nos hicimos eco en nuestro primer libro, con nuevos e importantes aportes informativos. En este epígrafe vamos a evocar algunas noticias sobre la crisis persecutoria del sandinismo en los últimos meses.

El 1 de marzo de 1986 el sacerdote-ministro Miguel d’Escoto, repuesto ya de su ridículo ayuno teológico, montó otro número: un viacrucis de propaganda desde la frontera con Honduras para insultar al cardenal Obando y Bravo. «Aún estás a tiempo de arrepentirte», le dijo, después de acusarle como cómplice principal de la agresión norteamericana (Diario Las Américas, 2-III-1986). El mismo diario, en su número de 9 de marzo, enumera las acusaciones de traición lanzadas por los sandinistas contra el obispo de Juigalpa y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, Pablo Antonio Vega, celebrante, según el órgano sandinista Barricada, de misas negras en Estados Unidos junto a los dirigentes de la contra. El cardenal Obando salió valerosamente en defensa de su colega (ibíd., 11-III) y poco después (ibíd., 25-III) acusó a los sandinistas de engañar al pueblo para enfrentarlo a la Iglesia. El 6 de abril el Episcopado de Nicaragua dirigió a los fieles una pastoral colectiva sobre la eucaristía como fuente de unidad y reconciliación. En ella criticaban a la llamada Iglesia popular, «beligerante grupo de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que con sus hechos trabaja activamente en socavar la unidad de la misma Iglesia… Quienes conforman esta Iglesia popular manipulan las verdades fundamentales de nuestra fe…, intentan dividir a la Iglesia suscitando en su seno la lucha de clases de la ideología marxista». La valiente carta de los obispos de Nicaragua fue difundida a todo el mundo por el Vaticano, que respalda totalmente al cardenal Obando, pero fue tajantemente prohibida en Nicaragua.

El 19 de abril de 1986, el gran Pablo Antonio Cuadra explicaba con su habitual y sereno valor en Diario Las Américas que «las presiones contra la Iglesia de Nicaragua provienen no sólo de minorías marxista-leninistas, sino también de propios sectores católicos de Estados Unidos». Extractaba así Cuadra una conferencia sobre la teología de la liberación que acababa de dictar durante un seminario internacional en Costa Rica. Allí calificó a la teología de la liberación como un salto reaccionario y marxista contra el proceso de la libertad de América; que se vierte en «la impopular Iglesia popular». Y revela que en Nicaragua se llama ateólogos a los presuntos teólogos de la liberación. Y contraatacaba maravillosamente: «Quiero decir que en Nicaragua se está forjando la verdadera teología de la liberación, no la desviada por los teólogos diletantes del marxismo, sino la teología que el pobre extrae del Evangelio, después de pasar por el fuego de la experiencia marxista-leninista; es el regreso a la Casa de la Justicia y de la dignidad del hombre». Poco antes, el periódico comunista norteamericano People’s world reproducía admirativamente un coloquio sobre teología de la liberación, en el Lone Mountain College (Universidad de San Francisco) de la Compañía de Jesús, en el que el jesuita marxista José Alas, colaborador de las guerrillas salvadoreñas y luego de los sandinistas en Managua, dijo que el cardenal Obando representa la Iglesia del pasado, frente a la verdadera Iglesia de las comunidades de base; pero trataba de explicar la nueva estrategia diseñada por el jesuita César Jerez, empeñado en minimizar el conflicto teórico entre Iglesia popular e institucional, con el fin de que la Iglesia popular acabe absorbiendo a la institucional según las pautas marcadas por la experiencia china, que ahora se trata de ensayar en Cuba (People’s world, 9 nov. 1985).

Sin inmutarse por semejantes dislates, el cardenal de Managua, monseñor Obando, escribía en mayo de 1986 una resonante carta al Washington Post en que anunciaba que «unas oficinas de la Curia, ocupadas por la Seguridad del Estado desde octubre de 1985, habían sido confiscadas mediante decreto gubernamental». Informaba también de que al ser totalmente prohibida la difusión de la última carta de los obispos, sólo les quedan los pulpitos para comunicar sus escritos. Tampoco puede ya publicar la homilía dominical, ni emitir por la clausurada Radio Católica. «Se nos pide —dice el cardenal— pronunciarnos en contra de la ayuda norteamericana a las fuerzas insurgentes. Mal haría un padre si ante dos hijos que se están peleando a muerte tratara de desarmar a uno solo, sin antes promover la conciliación y el diálogo para desarmar a los dos». Con su habitual grosería, el dictador Daniel Ortega recomendó al cardenal Obando como «capellán de la Casa Blanca» (Efe, 28-VI-86) y condujo las relaciones Iglesia-Estado al borde de la ruptura cuando decretó poco después la expulsión del obispo de Juigalpa, por acusaciones de traición jamás demostradas. El Papa saltó inmediatamente a la defensa del obispo, y declaró que su expulsión «recordaba épocas oscuras en la acción contra la Iglesia» (El País, 6-VII-1986). El Gobierno sandinista impidió también el regreso del portavoz de la Conferencia Episcopal, monseñor Bismarck Carballo, mientras el dictador Ortega justificaba las expulsiones por motivos de traición. Monseñor Obando calificó estos hechos como violación de los derechos humanos (Agencias, 7-VII-1986) y los obispos de Nicaragua enviaron a Ortega una dura carta de protesta, en la que mencionaban 18 anteriores expulsiones de sacerdotes y religiosos. En vista de tales sucesos, la Conferencia Episcopal norteamericana envió dos representantes a Nicaragua para recabar información (Diario Las Américas, 27-VII-1986) que transmitieron al cardenal Obando, por fin, la solidaridad de los obispos de Norteamérica. En carta inmediatamente posterior a las Conferencias Episcopales de todo el mundo, los obispos de Nicaragua denunciaban «una persecución continua» y un auténtico amordazamiento por parte del Gobierno a los medios de comunicación de la Iglesia, con todo detalle. Según la agencia France Presse, de 2-VIII-1986, el obispo Vega, recién expulsado, declaró que «el conflicto de Nicaragua no es local, sino una guerra internacional»; rechazó tajantemente las acusaciones de traición de que se le hacía objeto cuando lo único que había hecho es reclamar «una alternativa cívica» y confirmó que «el pueblo de Nicaragua sufre una agresión de parte soviética». El 31 de diciembre y con ocho meses de retraso el diario católico de Madrid, Ya, publicaba la carta del cardenal Obando al Washington Post.

Con mucho mayor sentido de la actualidad, la revista Época publicaba en su número del 12 de enero de 1987, una vibrante entrevista de Pedro Mario Herrero al cardenal de Managua. En ella dice Obando que «algunos de los políticos más importantes han dicho que el marxismo es la ideología que los sustenta». Y la revista Nicaragua (24-1-1987) destacaba en primera página el asalto de un comando político al cardenal Obando durante una estancia en Miami; le propinaron una tremenda paliza, le ataron de pies y manos con el rostro contra el suelo y le robaron varios documentos importantes, sin quitarle un céntimo. Los hechos sucedieron el 17 de enero y apenas encontraron eco en la prensa mundial. (No he podido confirmar esta información que reproduzco con reservas).

El 9 de enero de 1987 los sandinistas perpetraban una nueva farsa; y promulgaban una aparente Constitución, ante varios invitados de tronío, como el presidente socialdemócrata-aprista del Perú, Alan García. Pero a la vez se dictaba un nuevo decreto de estado de emergencia, en el que se suprimían todas las libertades públicas otorgadas en la nueva Constitución; el artículo 26 sobre inviolabilidad del domicilio, el 30 sobre la libertad de expresión, el 31 sobre la libertad de domicilio, el 33 sobre la libertad personal, el 34 sobre las garantías judiciales mínimas. Y así otros artículos más, que dejaban a Nicaragua sin libertades justo cuando la desinformación sandinista proclamaba el nuevo código de libertades. (Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua, enero 1987).

La revista Nicaragua, de 16 de mayo de 1987, informa que al fin parece haberse logrado, en Miami, la unificación política y operativa de las fuerzas que se oponen al sandinismo. El 14 de mayo se constituyó por la Asamblea de la Resistencia Nicaragüense un Directorio formado por Azucena Fenoy (Democracia Social Cristiana), Adolfo Calero (conservador), Alfredo César (Bloque Opositor del Sur), Alfonso Róbelo (socialdemócrata), Arístides Sánchez (liberal) y Pedro Joaquín Chamorro Barrios (independiente). Todas las corrientes de la oposición lograban concentrarse por vez primera. Es el camino. Todo el montaje liberal contra el presidente Reagan a propósito del escándalo Irán-contra, jaleado servilmente por los medios progresistas de todo el mundo (y de forma morbosa por El País y Televisión Socialista en España), se ha venido abajo con la formidable actuación del teniente coronel Oliver North ante el Senado durante la primera quincena de julio de 1987. La América profunda ha vibrado con él y contra la estrategia soviética sobre Centroamérica, mientras en España ABC se hacía eco de la «toma del Capitolio» por North, y El País se refugiaba tras su muro de las lamentaciones. Nunca hubiéramos pensado que la desinformación sobre Centroamérica hubiera calado tan hondo en los Estados Unidos que necesitara a todo un héroe de nuestro tiempo para desenmascararla.

Demasiados misterios en El Salvador

Para concluir estos incompletos apuntes de situación en Centroamérica debemos añadir algunas notas que se refieren a dos naciones del istmo con graves problemas, relacionados además estratégicamente con los de Nicaragua: El Salvador y Guatemala, porque para otros casos —Honduras y Costa Rica, sobre todo— el problema se comprende mejor desde un conocimiento preciso de la situación en Nicaragua. Para la que Honduras es en cierto sentido la base de la insuficiente contraofensiva antisandinista, recomida hasta ahora por divisiones profundas, personalistas y esterilizantes; y Costa Rica trata de preservar su libertad mientras se enfrentan en su territorio, de momento sólo ideológicamente, intensas fuerzas de signo marxista (a veces en instituciones eclesiásticas) con otras de signo netamente democrático. Pero nuestra información sobre el caso salvadoreño y el guatemalteco es algo más importante y a ellos nos ceñiremos en estos apuntes.

Lo primero que debemos dilucidar en este epígrafe, al hablar de la situación en El Salvador, es un contencioso histórico, o mejor mitológico, entre dos interpretaciones sobre dos presuntos martirios liberacionistas: el del jesuita Rutilio Grande y el del arzobispo asesinado monseñor Óscar Romero. En nuestro primer libro dábamos por buena la interpretación que ha fundamentado la doble mitología que emana de una y otra figura. Hemos recibido desde entonces nueva y fidedigna información que nos hace dudar cuando menos sobre los fundamentos de esa mitología. Vayamos por partes.

La fuente en que yo me apoyaba (Jesuitas, Iglesia y marxismo, 1.a ed., pp. 364-365), para atribuir el asesinato del jesuita Rutilio Grande y el de monseñor Romero a las fuerzas de derecha dura protegidas desde el Estado, era la biografía del arzobispo escrita por Jesús Delgado, uno de sus colaboradores. Pero Jesús Delgado, a diferencia de su hermano, monseñor Freddy Delgado —a quien conocí en Sao Paulo en 1985, donde pude comprobar su permanente fidelidad al Episcopado— se alinea más bien con los jesuitas subversivos de la Universidad Centroamericana de San Salvador, y por tanto actúa como resonador de ese poderoso centro de desinformación liberacionista. Cuya tesis es que el arzobispo Romero, antes hostil a la UCA y al liberacionismo, cambió de actitud tras el asesinato del padre Grande por fuerzas reaccionarias, y esa nueva actitud progresista provocó su muerte a manos del mismo bando.

Existe, sin embargo, un testimonio salvadoreño que me parece bastante más fiable, y que bien puede aclarar el misterio con una luz opuesta. El promotor de la versión UCA en los Estados Unidos es el padre Simón Smith, director de las Misiones jesuitas en Washington. Para él el padre Grande fue asesinado porque se empeñó en informar a los campesinos sobre sus derechos y en alentarles en la lucha por sus reivindicaciones económicas y cívicas.

Pero un valeroso y popular obispo salvadoreño, monseñor Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla, de la diócesis de San Vicente —martirizada por la guerra civil— ha comunicado públicamente, en nombre de la Conferencia Episcopal, una versión muy diferente. El 24 de mayo de 1981, en el templo de Santo Tomás de Los Ángeles, el prelado salesiano dirigió una homilía en la que hizo historia de la guerra civil en El Salvador. En ella se situó fuera de la política, en posición exclusivamente pastoral, y relató sus esfuerzos para convencer desde muchos años antes a las clases pudientes de que abandonasen su actitud antisocial, anticristiana y suicida, pero no le hicieron caso. En consecuencia ha sido la revolución, alentada por la Unión Soviética. «Quisiera que vieran el mensaje claro, verdadero, y no las noticias que están llegando distorsionadas por mandato imperioso de Rusia, de esa Rusia que quiere ahogarnos, de esa Rusia que quiere tragarnos». Acusa a la derecha: «Capitales la derecha los sacó todos, están en Miami. No hay divisas para pedir materia prima». Habla de la lucha terrible del Gobierno populista democristiano, entre los tirones de la derecha y de la izquierda. «Y como no es el pueblo salvadoreño el que importa a Rusia, sino el lugar estratégico de Centroamérica, de donde puede tomar los pozos petroleros de Guatemala, México y los Estados Unidos, y de Venezuela». Refiere las atrocidades de la guerrilla, la corrupción política que emana de ciertas universidades y recluta desesperados en los institutos de enseñanza media.

La comunidad de salvadoreños residentes en Los Ángeles y San Francisco, agradecidos a la puntual información de monseñor Aparicio, le publicaron íntegramente en la prensa otra homilía, pronunciada en la misma Catedral de San Vicente. En ella el obispo salvadoreño comunica el siguiente testimonio:

«Pero sepan y entiendan que la mitad, por lo menos, de las víctimas, fueron matadas por los mismos grupos, como es el FPL. Porque tuvieron miedo de dar un paso atrás. Porque tuvieron miedo de que el padre Grande descubriese a los compañeros jesuitas que tramaban la insubordinación del campesino contra el Estado, contra el Gobierno y contra la Iglesia. El padre Navarro, de la colonia Miramonte, fue eliminado por ellos mismos. El padre Palacios fue eliminado por ellos mismos. El padre Macías fue víctima también de las mismas agrupaciones. No ha sido el Gobierno».

Según el testimonio de un obispo salvadoreño, de talante moderado, que habla en su propia catedral (y dirige al final de la misma homilía un duro requerimiento a la derecha y a los Cuerpos de Seguridad) el Padre Rutilio Grande, presunto mártir jesuita asesinado por la derecha dura, fue eliminado realmente por los revolucionarios salvadoreños, para evitar su oposición al proyecto revolucionario de otros jesuitas. La acusación es gravísima, y no ha sido desmentida.

Por tanto la razón fundamental para la «conversión» de monseñor Romero al liberacionismo falla de raíz. Pero hay algo más. El 19 de agosto de 1979, es decir, el año anterior al asesinato de monseñor Romero, Georgie Anne Geyer publicaba en Los Angeles Times una crónica desde San Salvador con unas importantísimas declaraciones del arzobispo, a quien los liberacionistas veneran hoy como mártir de su causa. «Cuando volví de Roma en mayo, encontré al PTR en la catedral. Había bombas en la catedral. Les dije que no tenían que confundir eso con estrategias cristianas». El PTR, un grupo originariamente cristiano, había caído bajo dirección marxista. El arzobispo habla con Georgie Geyer; la entrevista tiene un alto valor histórico. «Están basando su estrategia en la Iglesia —dice monseñor Romero—, pero quieren que la Iglesia lo apoye todo, no sólo la justicia, sino todas sus estrategias. La teología de la liberación siempre corre el riesgo de ser mal interpretada. Siempre he dicho que una liberación temporal solamente no es cristiana. Ahora el peligro está en considerar que la liberación es solamente temporal.

»El arzobispo Romero —sigue Georgie Geyer— está empezando claramente a marcar un nuevo camino para los activistas católicos en América Latina. Este líder católico que más que otro alguno está en el ojo del huracán, se está apartando de aquellos para quienes hay poca diferencia entre cristianismo y marxismo».

Es decir que como el padre Rutilio Grande, también monseñor Romero daba marcha atrás en sus relaciones con el liberacionismo. Evidentemente resultaba más útil como mártir que como crítico independiente para la causa de la revolución. Sus conversaciones con Juan Pablo II le habían impulsado al nuevo camino. Por lo tanto existen testimonios de primera magnitud —la homilía de monseñor Aparicio, la entrevista de Georgie Anne Geyer— para sospechar que los asesinatos del padre Rutilio Grande y de monseñor Óscar Romero provienen del mismo bando, que no es precisamente el hasta ahora reiteradamente acusado. El propio Jesús Delgado, en su citada biografía Oscar A. Romero («Ediciones Paulinas», Madrid, 1986, p. 183), reconoce que el 5 de noviembre de 1979 el nuncio en Costa Rica, designado por el Papa para recomponer la unidad entre los obispos de El Salvador, anunció el arzobispo que grupos de izquierda tramaban su muerte para crear una situación difícil a la Junta militar de Gobierno. El asesinato del arzobispo hay que inscribirlo en el contexto de tensiones suscitadas por su apoyo al golpe militar de 1979, cuando grupos de sacerdotes y partidarios de la izquierda se enfrentaron con monseñor y le amenazaron de muerte. La entrevista del Times, de Los Ángeles, me parece capital como orientación.

Varias noticias convergentes parecen indicar que la estrategia soviética fracasa en El Salvador, donde no se va a repetir el caso de Nicaragua; porque el Ejército va comiéndole el terreno a la guerrilla, gracias a métodos eficaces que tratan de «quitarle el agua al pez» (El País, 2-VIII-1986, p. 4). Un guerrillero marxista, el «comandante Miguel Castellanos», declaraba en Madrid a fines de setiembre de 1986, tras abandonar la lucha armada, que la guerrilla salvadoreña no tiene sentido; el Frente Farabundo Martí ha convertido la lucha en un fin, sin esperanza de victoria ante la tenacidad del Ejército y la heroica voluntad democrática del pueblo. Castellanos se tiró al monte desde la Universidad, recibió entrenamiento subversivo en Cuba, Managua y Vietnam, y ahora critica acerbamente al régimen sandinista, principal responsable de la guerrilla salvadoreña. El canciller Ricardo Acevedo declaraba a ABC, de Madrid, el 23-XII-1986: «En términos estrictamente militares, la guerrilla marxista está derrotada». Los efectivos de la guerrilla se han reducido de doce a seis o cuatro mil hombres; que han perdido totalmente la iniciativa táctica lograda por ellos hace cinco años. Ahora siguen desesperadamente una guerra de frustración y de venganza. Lo deja también muy claro en el mismo sentido el profesor José Z. García en su artículo de Current History, diciembre de 1986, El Salvador, a Glimmer of Hope. Los cuarenta mil soldados del Ejército acorralan cada vez más a la guerrilla sobre todo después de eliminar el bastión rebelde en torno al volcán Guazapa, a treinta kilómetros de San Salvador, símbolo de la resistencia subversiva. Los guerrilleros que controlaban el 30% del territorio se debaten ahora en el 10%. El programa de defensa civil voluntaria organizado por el Ejército y el Gobierno progresa y consolida las regiones recientemente liberadas. Para el profesor García la principal esperanza está en el movimiento sindical salvadoreño, que apoya al presidente democristiano José Napoleón Duarte, quien tras su victoria electoral de 1985 cuenta con la mayoría absoluta en una Cámara antes dominada por la derecha. La guerra civil estallaba a fines de los años setenta por la protesta de la izquierda ante la represión gubernamental contra el sindicalismo; pero ahora la izquierda moderada ha retirado su apoyo a la guerrilla, que se dedica desesperadamente a destruir la riqueza de la nación en crisis, en clara actitud antipatriótica.

No suelo valorar positivamente las experiencias democristianas de gobierno, porque suelen naufragar entre la ambigüedad y la cobardía. Pero me inclino ante este inteligente y heroico presidente democristiano de El Salvador, que ha sabido plantear con clarividencia y tenacidad una espléndida batalla al marxismo.

En su documentado artículo, el profesor García señala el apoyo de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas», de San Salvador, al movimiento subversivo. Este apoyo, que es uno de los grandes escándalos de Centroamérica, es también, para un observador español, uno de los grandes misterios de la zona. José Luis Urrutia, en La Prensa Gráfica de San Salvador (12-1-1987, p. 7) denunciaba las actividades subversivas de los jesuitas vasco-salvadoreños en un artículo de alto valor testimonial que prefiero reproducir íntegramente. No cabe duda de que el juego limpio democrático del presidente Duarte —que como vimos en nuestro primer libro ha criticado con dureza las actividades de la UCA— puede ser la explicación de cómo un Gobierno legítimo tolera actividades tan claramente anticonstitucionales. Dice así el artículo:

Continuando actividades de apoyo para el progreso de la subversión izquierdista internacional, los indoctrinadores del Centro de Pastoral de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas», que dirige en El Salvador el cura vasco Ignacio Ellacuría, afiliado, según dijo recientemente el licenciado Rey Prendes, al comunismo en España y sus ramificaciones en Centroamérica, anunció para efectuarse en la UCA del 7 al 13 de enero, su primer curso de Teología para 1987. Tratarán en esta ocasión el crucial tema «La Teología de la Liberación», en un evento que será impartido por los curas Juan R. Moreno y Jon Sobrino, sacerdotes jesuitas, que al amparo del rectorado de la UCA, abiertamente tratan de cambiar la forma constitucional democrática representativa del Estado de El Salvador —como lo publicitan en la revista ECA—, con fines a restaurar un gobierno que responda al modelo soviético y sus agencias en Cuba y Managua, y como el que con iguales perfiles pretenden imponer a España los guerrilleros vascos de la ETA línea a la que, se dice, pertenece el izquierdista Ellacuría.

Este tipo de cursos, el de la «Teología de la Liberación», pretende demostrar mediante controvertidos teológicos, la justificación de un «Cristo guerrillero», que, según los liberacionistas, no vino para salvar del pecado a la humanidad y predicar la doctrina del amor y la convivencia, sino para dirigir la revolución contra los ricos y burócratas derechistas. Posiblemente el cursillo llegue a ser apoyado por los monseñores de San Salvador, que bailan al mismo son en los coros y pastorelas de don Ignacio.

La tal Teología de la Liberación, en la que están embarcados muchos curas populistas, es una falsificación sacrílega de la teología cristiana de dos milenios. Es, en síntesis, la forma operativa de cómo el comunista internacional, infiltrado en la iglesia del Vaticano, pretende hacer cómplice al mismo Cristo, para que, bajo su aparente venia, los campesinos y los obreros católicos —ya sean de China, Cuba, Nicaragua o el país que sea—, crean que apoyando a la insurgencia izquierdista, se\ apoya y se vive la santidad del mismo Jesucristo, lo que en más de una vez ha condenado el mismo Vaticano y el Papa en lo personal, por ser una versión infiel del auténtico cristianismo.

Quienes tienen oportunidad de leer la revista ECA, no pueden menos que observar cómo los curas jesuitas, que incluso se rebelan contra Su Santidad el Papa, complotan libremente contra el Estado salvadoreño, apoyando acciones y situaciones que van contra la existencia y seguridad del mismo. Si el fiscal general de la República le diera una leidita recordatoria al capítulo delitos contra la seguridad del Estado, tipificados en el Código Penal y abre juicio por la intromisión y colaboración que los citados curas extranjeros dan hacia la destrucción del Estado de Derecho que constitucionalmente opera en El Salvador, no sólo recomendaría que los expulsaran del país y les cancelaran su condición de nacionalizados, sino que les aplicarían otras sanciones más graves que la ley determina como delitos de traición. Pero como en este país prevalece la anarquía y la negligencia en contra de los valores auténticos de la nacionalidad, las autoridades mismas permiten que se vulnere la norma jurídica institucional.

La difícil transición en Guatemala

El problema principal que presenta Guatemala para un observador externo es la profundísima división de su sociedad y su clase política. El profesor Richard Millet expone en Current History (diciembre de 1986, p. 413 y ss.), un claro resumen de la situación poco después de que el nuevo presidente civil y demócrata cristiano, Vinicio Cerezo, asumiera el poder tras una espectacular victoria electoral que le convertía en el segundo presidente civil en 35 años. Cuando la CIA organizó en 1954 el acoso y derribo del presidente militar e izquierdista Jacobo Arbenz, Guatemala inició una larga y convulsa etapa de Gobiernos militares que ahora parece terminar. El movimiento guerrillero guatemalteco de extrema izquierda arrancó muy poco después de la victoria de Castro en Cuba, 1959; la descomposición política y los problemas sociales de Guatemala parecían convertirla en presa fácil para establecer allí la primera cabeza de puente continental desde la plaza de armas cubana.

No fue así, y al comenzar los años setenta la guerrilla fue derrotada aunque no eliminada. La violencia política dominó al régimen del general Fernando Romeo Lucas García (1978-1982) al que sustituyó, tras un nuevo fraude electoral en 1982, otro Gobierno militar dirigido por un fundamentalista cristiano, el general Efraín Ríos Montt, que trató inconsideradamente al Papa Juan Pablo II durante su visita de 1983 a Centroamérica. El Gobierno militar anterior provocó la ruptura de relaciones con España tras el asalto y destrucción de la Embajada española en Guatemala entre confusas acusaciones de complicidad con el movimiento guerrillero.

En agosto de 1984 un nuevo golpe dio paso a otro Gobierno militar, dirigido por el general Oscar Humberto Mejía Víctores, que pronto anunció sus proyectos de volver al sistema democrático, como en efecto sucedió tras la victoria democristiana y la instalación del presidente Vinicio Cerezo. Los Estados Unidos habían expresado su interés de que en Centroamérica sólo quedase como residuo totalitario el régimen de Nicaragua. Con la oposición muy dividida, y un apoyo exterior importante, el nuevo Presidente se esfuerza en consolidar la democracia en Guatemala, pero es objeto de críticas maduras, y no siempre infundadas, por sus concesiones a la izquierda. Julio Ligorría C, el notable activista empresarial guatemalteco, ha expresado en su libro Caminos de libertad, al que ya nos hemos referido (editado en Guatemala, febrero de 1987) su recelo por los métodos de la Democracia Cristiana cuando asume el poder en América. En este libro, imprescindible para comprender la difícil situación de Guatemala al inaugurar el régimen democrático, Ligorría se muestra muy preocupado por la posible imitación democristiana de la nefasta política social y económica del PRI mexicano, y fustiga la protección del nuevo Gobierno al activista campesino padre Girón, favorecedor de «las reformas agrarias demogógicas e improvisadas» que ya han dejado en otros países de América una «huella de hambre y destrucción». Sin embargo, y pese a un recrudecimiento de la actividad guerrillera en 1985, no parece que la amenaza subversiva vaya en aumento, y el régimen democrático de Guatemala constituye una nueva esperanza en el angustioso panorama del istmo continental.

El Centro de Estudios Económico-sociales de Guatemala edita quincenalmente unos Tópicos de actualidad muy orientadores sobre la situación en Centroamérica. La publicación difunde las ideas del liberalismo económico y político frente a las amenazas del marxismo y las presiones del populismo intervencionista. Por su parte el embajador de los Estados Unidos en Guatemala, doctor Alberto Martínez Piedra, demostró un cabal conocimiento de la situación centroamericana durante un discurso en el Instituto Jacques Maritain de Miami, según informa Diario Las Américas, el 5-III-1987. «Quizás el peligro más grande que viene de Nicaragua —dijo— no es su capacidad para exportar la revolución —de hecho lo hace—, sino la posibilidad de establecer un régimen marxista-leninista con la cooperación y respaldo de la comunidad cristiana». Se refería naturalmente no a toda esa comunidad cristiana, sino a la realidad de que «la cooperación entre marxistas-leninistas y cristianos es un hecho consumado».

Con estas notas sobre Guatemala terminamos esta serie de apuntes centroamericanos, necesariamente incompletos. Parece mentira cómo observadores cualificados en los Estados Unidos, por ejemplo el Partido Demócrata casi en pleno, y algunos especialistas en Centroamérica, pueden menospreciar de tal forma la visión centroamericana de la Administración Reagan como si se tratase de alucinaciones apocalípticas. Las experiencias de Chile, de Cuba y de Nicaragua no les dicen nada; la estrategia soviética es, para ellos, una mitología que no pueden comprender desde sus cómodos observatorios de Norteamérica. Tampoco comprendían muchos en los años treinta el verdadero alcance de las amenazas hitlerianas, ni en los años cuarenta el verdadero objetivo de la Unión Soviética, aliada de las democracias en la guerra mundial; ni en los años cincuenta el auténtico horizonte de la nueva China Popular. El resultado es que hoy una tercera parte del mundo yace bajo el dominio expansivo de la estrategia marxista-leninista.

La situación de Centroamérica, sometida a tan terribles tensiones estratégicas, resulta tan cambiante, que debemos añadir, en pruebas, los penúltimos datos esenciales. En el mes de agosto de 1987 los cinco presidentes de Centroamérica, reunidos en Guatemala, concertaron el acuerdo que se conoce como Esquipulas-2 tras el que habían logrado en esa localidad guatemalteca en mayo de 1986, y que apenas sirvió para nada. Este nuevo acuerdo se basa en un esquema del presidente de Costa Rica, Oscar Arias, y coincide en lo esencial con las orientaciones del grupo de Contadora. Los Estados Unidos trataron sobre todo al principio con gran recelo al acuerdo de Esquipulas-2, que sin embargo pareció que empezaba a sacar a Centroamérica de su callejón estratégico sin salida; se suavizaron las relaciones —virtualmente rotas— entre la Iglesia y el sandinismo en Nicaragua, donde los sandinistas permitieron la reaparición —muy condicionada— del diario La Prensa y la reapertura de Radio Católica, mientras el cardenal Obando intentaba una mediación reconciliadora; prosiguieron los intentos de negociación entre el Gobierno y la guerrilla en El Salvador, y todo el mundo contempló con esperanza la posibilidad de que los pueblos de Centroamérica, con la simpatía internacional, se mostraran animosos y quizá capaces de proyectar al fin la paz sobre su región atormentada. Sin embargo, cuando se corrigen estas pruebas, a principios de noviembre de 1987, ante la espectacular huida del principal colaborador militar del sandinismo, comandante Miranda, con documentos muy comprometedores, que ha entregado en los Estados Unidos, la situación vuelve a vacilar porque desgraciadamente los principales datos estratégicos no han variado; por lo que, sin que queramos cegar la esperanza incipiente, hemos de mantener el análisis pesimista anteriormente trazado mientras no evolucione seria y fehacientemente una situación cancerígena.

No contribuyen desde luego a esa esperanza los liberacionistas, que por medio de Giulio Girardi, Benjamín Forcano y J. M.a Vigil han publicado en insólita coedición hispano-nicaragüense un libro marxista-leninista descarado en este mismo mes de agosto de 1987, en que se hilvanaba el acuerdo de Esquipulas-2: Nicaragua, trinchera teológica, publicado en Madrid por «Loguez Ediciones» y el centro Valdivieso en amor y compaña de jesuitas y claretianos rojísimos. Con textos antológicos de toda la flor y nata del liberacionismo más radical, que no merece la pena ni repasar; aunque el conjunto es una confesión colectiva formidable que refuerza nuestras tesis una vez más, cien veces más.

Objetivo México

Los estrategas norteamericanos, encabezados por la autoridad del propio presidente Ronald Reagan, han denunciado repetidas veces en los últimos años, como establecimos en nuestro primer libro, que México es el objetivo final de la estrategia cubana-soviética en Mesoamérica; una vez dominada la gran nación mexicana, con su enorme potencial humano y económico, todo estará listo para que el asalto final a los Estados Unidos por su bajo vientre del sur, se convierta en una realidad que dejase en simple anticipación la escandalosa serie Amérika. Por una presunta amenaza de mucha menor envergadura la Unión Soviética lleva años y años implicada en la guerra de Afganistán. Las condiciones crecientemente explosivas de la ficticia democracia mexicana, dominada totalitariamente por el Partido Revolucionario Institucional, ofrece a la estrategia soviética la posibilidad de concentrar sobre México las energías revolucionarias que ahora se almacenen en Centroamérica.

El Partido de la Revolución Mexicana

Desde mediados de abril de 1985 resumí en la revista Época las principales etapas históricas de la nación mexicana, tan mal conocidas en España. Creo que ahora merece la pena reproducir esos trabajos, que pueden aclarar notablemente las posibilidades de México para la estrategia soviética, y que alcanzaron para el autor una insospechada resonancia en el propio México, como pude comprobar en una detenida visita realizada a esa nación en la primavera de 1986.

Desde el que Partido Socialista ha explotado su victoria electoral de 1982 con tan descarada prepotencia, agresiones institucionales constantes, aplicación del rodillo parlamentario, intento de sojuzgar desde el Ejecutivo y el Legislativo al Poder Judicial, invasión y monopolio de los medios de comunicación, con creación proyectada de medios pseudoprivados satélites, y persecución implacablea través de expropiaciones y descalificacionescontra quienes no quieran plegarse a tal estrategia, numerosos observadores han señalado que los socialistas españoles de los diez millones de votos tienen como modelo e ideal político al PRI.

Todo el mundo habla del PRI, y algunos saben que se trata del partido del Gobierno en México, el Partido Revolucionario Institucional, que como vamos a ver inmediatamente no es ni lo uno ni lo otro. Pero la opinión pública española no conoce suficientemente lo que es el PRI; ni sus orígenes históricos; ni sus dependencias y alcance político; ni sus posibilidades de pervivencia, hoy. Vamos a responder brevemente a esas cuestiones en el presente análisis histórico.

Antecedentes: desde la independencia al porfiriato

En España se conoce mal la historia de nuestra América; la conmemoración del Medio Milenario en 1992 debería ser la desembocadura de un inmenso esfuerzo pedagógico de España en América, de América en España. El PRI es el Partido de la Revolución Mexicana; ése fue su segundo nombre histórico; y en sus tres nombres figura con orgullo el término Revolucionario. La Revolución mexicana, que se institucionaliza en el PRI (que significa precisamente eso, Partido Revolucionario Institucional) estalló en 1910; para comprenderla, y para atender lo que es el PRI, necesitamos resumir con brevedad y precisión los antecedentes de México independiente.

Bajo la Corona de los Borbones, el virreinato de la Nueva España era la región más rica y próspera de las tres Américas. Su capital, la Ciudad de México, era, en expresión de los grandes visitantes ilustrados, la ciudad más importante del mundo, hasta 1810. Y una de las más ricas —del virreinato salía la mitad de la riqueza de América— y una de las más cultas: los centros universitarios mexicanos eran focos de Ilustración, y cabeceras de la técnica metalúrgica; allí se descubrieron dos elementos —el vanadio y el wolframio— del sistema periódico aún inexistente.

Junto con el otro gran virreinato, el del Perú, la Nueva España sería, durante todo el largo proceso de la independencia hispanoamericana, la guerra civil atlántica, un bastión de la Corona hasta el final, durante catorce años. Y la última bandera española que ondeó en el continente fue la del castillo de San Juan de Ulúa, en la costa de México. El primer grito de rebeldía lo dio el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, de padre criollo y madre mestiza, el 15 de setiembre de 1810. Su pretexto fue que España, tras la derrota de la Junta Central, había caído en manos de Francia y si América no podía ya ser española, debería ser independiente. Ochenta mil indios armados de palos y horcas marcharon con el cura Hidalgo sobre Ciudad de México, tras una efigie de la Virgen guadalupana; pero la aristocracia criolla, aliada con la española bajo la bandera de Fernando VII, nutría la oficialidad del Ejército virreinal que deshizo a Hidalgo en las batallas del Monte de las Cruces y el Puente Calderón. El cura rebelde fue degradado y fusilado, como su sucesor en la rebeldía, el cura Morelos, que fue definitivamente vencido el año 1815, año en que toda América española volvía a la soberanía española, tras las derrotas de los independentistas en Ecuador, en el Alto Perú, en Venezuela, en Chile y en la Nueva Granada.

México —ahora los criollos de clase alta— no se sublevó contra España, sino contra el régimen liberal implantado en España por el pronunciamiento de Riego en 1820.

Dos revoluciones liberales

La sublevación definitiva ocurrió en 1821, a las órdenes de un antiguo jefe del Ejército virreinal español, Agustín de Itúrbide, coronado emperador efímero en 1822 —Agustín I— y fusilado en 1824, cuando intentaba recuperar el trono. Ese mismo año se proclama la República Federal de los Estados Unidos Mexicanos, que cae inmediatamente en manos de la aristocracia criolla —base del partido conservador— personificada en la figura dictatorial y arbitraria del general Antonio López de Santa Anna, antiguo militar realista, que fue presidente por once veces, y perdió para México los actuales Estados de la Unión norteamericana: Texas, California, Nevada, Utah, Nuevo México y Arizona; España había ya perdido ante Washington las dos Floridas y la Luisiana entregada por Francia. El largo predominio aristocrático-conservador fue una dictadura caótica a cuyo término algunos patriotas mexicanos reclamaban un protectorado español para salir del caos. Durante este período, la Iglesia, que poseía la mitad de la tierra, se había enfeudado a la oligarquía conservadora lo que explica en parte el furor de la Revolución Liberal contra ella.

La Revolución Liberal —segunda tras la Independencia— estalló en 1855 con el Plan de Ayutla, después de la etapa conservadora que, dominada por Santa Anna, había visto desfilar a 43 presidentes en algo más de 30 años. En esta segunda revolución mexicana —cuya figura clave será Benito Juárez, indio puro, zapoteca, de Oaxaca, «mestizo espiritual» como le llamó, indeleblemente, Miguel de Unamuno, aunque no llegase al «Lincoln mexicano» de sus adoradores— el mestizaje, aliado con las clases medias liberales, asciende de manera irreversible, se separa del criollo puro, y asume el liberalismo doctrinario y radical.

Guerra civil e intervención europea

Con el triunfo liberal se inicia un proceso de guerra civil, en la que los conservadores acabarán invocando la ayuda europea. Los liberales imponen la Constitución de 1857, precedida por la ley desamortizadora que priva de su poder latifundista a la Iglesia. Pero las tierras se repartieron entre los oligarcas liberales, con lo que los campesinos, privados de muchas de sus tierras comunales —los ejidos de la tradición virreinal española— se convirtieron «en una masa de peonaje desheredada» como dice un autor mexicano.

En 1861, y en favor del bando conservador de la guerra civil, se produce la intervención conjunta de Francia, Inglaterra y España que envían cuerpos expedicionarios. El general liberal-progresista español, don Juan Prim, se retira de pronto de la aventura, cuando intuye que no es más que una jugada imperialista de Napoleón III contra el pueblo mexicano. En 1863 inicia su imperio Maximiliano I, marioneta de Napoleón III, pero como anunció Prim, sus tropas sólo son dueñas del terreno que pisan. Vencieron los liberales de Juárez en la guerra civil y ejecutaron al pobre Maximiliano en 1867. Benito Juárez asumió la Presidencia de la República, y con el apoyo de los Estados Unidos instauró una dictadura personal hasta su muerte en 1872. Fue el suyo un régimen anticlerical, reformista-burgués, corrompido y de neta orientación masónica, acorde en conjunto con los intereses del imperialismo económico británico y norteamericano. Una revolución degenera en dictadura y en definitiva defrauda.

Un liberal débil, Sebastián Lerdo de Tejada, le sucede de 1872 a 1876. Cae por intentar la reelección ante el empuje del general Porfirio Díaz, héroe popular de la lucha contra los franceses, liberal-radical que asumió el poder al grito «sufragio efectivo, no reelección» que no pensó en cumplir una vez instalado; su larga dictadura personal, entretejida de reelecciones continuas, duró hasta el año 1911 nada menos, y se conoce como el porfiriato. Díaz era mestizo de Oaxaca; hijo de un hojalatero español y madre india; y su régimen es el antecedente inmediato de la Tercera Revolución mexicana, todavía vigente hoy desde su eclosión en 1910.

La dictadura del general Porfirio Díaz

Al término de su primer mandato, Porfirio Díaz hizo elegir formulariamente a su compadre el general Manuel González, «dedicado al saqueo del tesoro público»; después, reformada ad hoc la Constitución, Porfirio Díaz fue reelegido una y otra vez. Su régimen fue una dictadura de procedencia liberal-radical, netamente oligárquica, inconcebiblemente corrompida, y abierta de piernas al más grosero imperialismo económico anglo-norteamericano. En 1895 el 91% de la población podía considerarse como clase baja subproletaria; el 8% tenue clase media y el 1% superior. En 1900, año de la cuarta reelección de Porfirio Díaz, la población de México era de 13,6 millones de habitantes, de los que apenas 2 no eran analfabetos; el 97% de las familias carecían de tierra. En ese año el capital extranjero —según Enrique Ruiz García, el aventurero español que llegó sorprendentemente a consejero áulico de un presidente antiespañol y pintoresco, Luis Echeverría— controlaba 172 de los 212 establecimientos comerciales de México DF; y en 1911, cuando ya se había producido, bajo el porfiriato, el primer impulso industrializador, dos tercios de las inversiones industriales eran de propiedad británica o norteamericana. Díaz, eso sí, sacrificó por completo la libertad al orden, y logró cierto progreso material con cuyos resultados justificaba la dictadura merced a una propaganda rimbonbante y servil. Los intereses anglo-norteamericanos se cebaban, además de en la industria, en la agricultura latifundista y en el petróleo, muy abundante en México.

La Revolución de 1910

En 1908 había aparecido un semanario político de gran influjo: El Tercer Imperio, muy crítico contra el porfiriato, y dirigido por un intelectual y político idealista, de pura raza hispánica, liberal y noble en medio de su utopía: Francisco Ignacio Madero, uno de los grandes demócratas en la historia de la Hispanidad. Madero fundó, para concurrir a las elecciones de 1910, el Partido Nacional Democrático. Pero Porfirio Díaz encarcela a Madero, y amaña su reelección presidencial. Madero escapa a los Estados Unidos y desencadena un movimiento político con el lema liberal falseado por Porfirio: sufragio efectivo, no reelección que —para Madero— Porfirio había trucado con un punto y coma después del no. Madero, en un Manifiesto famoso, promete reformas profundas, nacionalismo financiero y reparto de tierras. Ese año 1910 Porfirio Díaz celebró con un derroche de propaganda sus ochenta años, mientras el 1% de la población poseía el 97 por 100 de la tierra y 870 hacendados dominaban el campo mexicano; los analfabetos seguían siendo más del 80 por 100. La Revolución de 1910 —la primera de las que conmovieron al siglo XX— es de confluencia múltiple: integrada por tres corrientes principales. Primero, el liberalismo regeneracionista de clases medias suscitado por Madero; segundo, el agrarismo radical —pero que respetaba la propiedad— de los pequeños propietarios y los campesinos sin tierra que seguían a su ídolo del sur, Emiliano Zapata; y tercero, el radicalismo obrero, confusa mezcla de anarco-sindicalismo y —más tarde— de marxismo elemental, contenido en el programa revolucionario de Flores Magón. La Revolución —que carecía de coherencia entre sus corrientes— estalla en Puebla en setiembre de 1910 y pronto cunde por toda la nación al grito de Tierra y Libertad. Y es que las concesiones porfiristas de caucho en el Estado de Durango a las familias Rockefeller y Aldrich no eran más que el colmo de una entrega total al imperialismo económico extranjero, mientras la nación yacía en la miseria y el abandono.

La revolución social traicionada

Tras 35 años de despotismo, Porfirio Díaz renuncia a la Presidencia y marcha al exilio el 21 de mayo de 1911. Asume Madero la Presidencia entre 1911 y 1913. Se crean ocho partidos políticos para cubrir el vacío del porfiriato. Pero el embajador norteamericano Henry Lane Wilson mantiene la cohesión de la oligarquía y conspira contra el noble presidente demócrata, que retrasa, y luego prácticamente cancela, la reforma social. Entonces la revolución social —que había sido su aliada— se vuelve contra él. Al amparo de la Revolución nuevamente defraudada, se forma una nueva oligarquía que pacta con la desahuciada y la restablece en su poder social y político. Todos abandonan al idealista Madero. Los generales oligarcas Félix Díaz y Victoriano Huerta, descaradamente amparados y patrocinados por el embajador de los Estados Unidos, dirigen la conspiración del militarismo porfirista que provoca el asesinato del presidente Madero el 23 de febrero de 1913.

El promotor principal del crimen, general Victoriano Huerta, asume la Presidencia, apoyado por los intereses oligárquicos. La Revolución, privada de su coordinador y profeta, se divide en tres corrientes mal avenidas:

villistas, que siguen a Doroteo Arango (a) Pancho Villa, mítico guerrillero del norte;

carrancistas, partidarios del general Venustiano Carranza, constitucionalista y protegido por los norteamericanos, cuyo principal apoyo militar era el general Álvaro de Obregón, dominador de la región occidental;

y zapatistas, seguidores fanáticos de Emiliano Zapata, revolucionario social del sur. En abril de 1914 los Estados Unidos, por un incidente fútil, ocupan abusivamente la ciudad de Veracruz. Poco después, el 15 de julio, Carranza-Obregón, Villa-Zapata, con el patrocinio norteamericano, echan a Huerta y vuelven a dividirse tras la victoria, que se convierte en anarquía. Pronto Carranza se librará de sus dos grandes rivales populares. Obregón acaba por derrotar a Villa en 1915; Carranza se afianza en la Presidencia e impone la Ley Agraria que pretendía la restitución de los ejidos, es decir, restauraba la ley comunal española. Promulga también la Constitución mexicana de 1917, que consagra el triunfo de la Revolución; es una directriz liberal con influencias socialistas, y duramente anticlerical: consagra la enseñanza laica y niega personalidad a las congregaciones religiosas, a la vez que trata de reducir las dependencias económicas extranjeras. Obregón se retira; y Carranza, convertido en autócrata, abre las compuertas del Estado a la más flagrante corrupción. Por inspiración suya una guardia que debía rendir honores acribilla a Venustiano Zapata en 1919, año en que Obregón, decepcionado, decide retornar a la política.

Veíamos, en la primera parte de este estudio, los antecedentes y el nacimiento del PRI, que surgió para institucionalizar la Revolución mexicana liberal-radical, reformista y anticatólica de 1910 con el nombre de Partido Nacional Revolucionario. En esta segunda parte seguiremos la trayectoria y el comportamiento del PRI.

El regreso de Obregón será vital para la consolidación revolucionaria y para la creación del gran partido que, con otro nombre, rige hoy los destinos de México en nombre de la Revolución de 1910. En 1920 Carranza da pruebas evidentes de pretender una nueva dictadura; y entonces Obregón se alza contra él militarmente y le vence. Al huir, Carranza se lleva treinta millones de pesos del tesoro del Estado y todo un harén. El 21 de mayo de ese mismo año es asesinado en Tlaxcaltongo por uno de sus oficiales. Un breve interregno presidencial de Adolfo de la Huerta da paso a la elección presidencial, abrumadora, del general Obregón, a quien apoyaban la mayoría de las antiguas corrientes de la Revolución, y una nueva muy importante: la Confederación Regional Obrera Mexicana, fundada en 1918, impulsora del movimiento anticlerical y mezcla de marxismo con violencia anarcosindicalista de cuño soreliano. Nacen la central obrera CGT y el Partido Comunista de México; pero Obregón trata de conservar el equilibrio y encarga la gestión educativa al insigne historiador hispanófilo José Vasconcelos.

Un demagogo reformista y prevaricador

Los Estados Unidos, para reconocer formalmente a Carranza y su régimen, le obligaron a derogar las leyes agrarias que perjudicaban a los intereses norteamericanos y forzaron la no retroactividad de las leyes para la nacionalización del petróleo. De esta forma el imperialismo USA se impuso en esta nueva fase de la Revolución mexicana, mientras la tradición liberal-radical, las influencias marxistas y la profunda raíz masónica del liberalismo mexicano aunaron esfuerzos para endurecer la hostilidad y la persecución contra la Iglesia.

Patrocinado por Obregón sube a la Presidencia en 1924 el general Plutarco Elías Calles, un demagogo reformista y prevaricador que recrudeció hasta el paroxismo la persecución contra los católicos, desde 1926, lo que motivó una encíclica del papa Pío XI y el cierre de iglesias, decretado por los obispos de México, la más grave decisión en tres años de lucha de exterminio impulsada por el Presidente y el Gobierno, a la que los católicos respondieron con una revolución rural de estilo vendeano; la de los cristeros de 1927 a 1930, al grito de Viva Cristo Rey; uno de los episodios más increíbles fue la violación pública de damas de la aristocracia católica por los generales de Calles antes de entregarlas a la soldadesca. En las elecciones de 1928 volvió a ser elegido el general Álvaro de Obregón, asesinado antes de asumir la Presidencia, por un joven fanático y católico. Y en tan críticas circunstancias, bajo el reconfirmado régimen de Calles, los dirigentes de la Revolución mexicana deciden la creación de un partido que institucionalice los logros y el poder revolucionario, y consiga la perpetuación de ese poder mediante un monopolio político indefinido: así, el 4 de marzo de 1929 nace el Partido Nacional Revolucionario, que recordaba el nombre del que fundó Madero, y que tras varias transfiguraciones sigue hoy funcionando con los mismos fines que entonces y con el nombre de PRI. El PNR surgió como una coalición de grupos políticos regionales y fuerzas sociales revolucionarias de asociación obrera y campesina. Plutarco Elías Calles lo controló desde el primer momento, y muy pronto pudo verse que el PNR, como ahora el PRI, es por una parte el instrumento del Presidente, y por otra el que, por dictado del Presidente, designa al sucesor. Comenzó inmediatamente una etapa en que los demás partidos políticos eran de hecho absorbidos por el PNR, aunque algunos quedaron como títeres y coartadas de la democracia, sin la menor posibilidad de poder.

Perpetuar el monopolio político

El PNR/PRI, partido de la Revolución que teóricamente había acabado con el porfiriato, incorporó a su funcionamiento todas las lacras de la dictadura, bajo una falsa apariencia democrática. Después de más de treinta años de despotismo, un régimen que nació para instaurar la democracia retorna a la dictadura que no es ya de un hombre sino de un partido. El ejemplo y el aviso para una España que salió de cuarenta años de régimen autoritario para encontrarse tal vez, gracias a la esperanza de diez millones de votos, con la trágica posibilidad de una dictadura de partido para otros cuarenta años es sobrecogedor. Pero el gran analista político mexicano Mauricio González de la Garza, en un libro de 1981 —Ultima llamada— que va ya por incontables ediciones, lo ha insinuado claramente: «El teatro electoral del general Díaz es el antecesor directo, modelo y escuela del PRI».

El PNR/PRI (porque son dos nombres para la misma realidad) nacía pues en pleno régimen radical, anticatólico y demagógico del general Plutarco Elías Calles, bajo el signo expreso de la Masonería —se trata seguramente del más masónico de todos los partidos políticos de Occidente, todavía más masónico que su contemporáneo el Partido Republicano Radical de España— en el año 1929. Nacía para perpetuar el monopolio político de la Revolución en su ala liberal-radical, la del presidente Calles; sobre la trama de los grupos políticos regionales y de tres poderosas fuerzas sociales que son la Confederación Nacional Campesina (casi diez millones de votos hoy), la Confederación de Trabajadores de México y la Confederación Nacional de Organismos Populares, con casi ocho millones de votos en la actualidad. El PRI se funda sobre todo en su tejido de organización y encuadramiento social, que alimentado por los fondos propios y por las arcas del Estado le hacen merecedor del título con que se le conoce en México: El Invencible.

De Calles a Cárdenas

Asesinado el candidato presidencial y expresidente Álvaro de Obregón, cuatro presidentes, marionetas de Plutarco Elías Calles, se suceden desde 1928, aunque el auténtico arbitro de la política mexicana es el embajador de los Estados Unidos Dwight Morrow. Sin embargo, aunque la Revolución mantiene el imperialismo económico extranjero —sobre todo norteamericano— aborda por primera vez con seriedad, entre 1930 y 1950, una auténtica reforma agraria, con un defecto fundamental: se basa en la propiedad y no en la producción de la tierra. Pero aunque la explosión demográfica no ahuyenta la amenaza del hambre, el reformismo consigue reducir mucho el grosero latifundismo del porfiriato y crear una nueva clase media agrícola insuficiente, pero considerable.

En 1931 el régimen de Calles intensifica las medidas persecutorias contra la Iglesia católica, a la que se pretende eliminar —como al reconocimiento de la tradición española— del alma mexicana; en uno y otro caso inútilmente. Calles, corrompido hasta la médula, sigue con el férreo control del partido e instala en 1933 como presidente a Abelardo L. Rodríguez, su socio en la pingüe explotación de los garitos de la Baja California; los gánsteres de la época ostentaban el poder en los Estados Unidos mexicanos. Pero cuando en 1934 Calles patrocina para la Presidencia a quien consideraba como un hijo, el general Lázaro Cárdenas, comete el gran error de su vida; porque Cárdenas primero anula a Calles, y luego le expulsa de México, con lo que logra asumir plenamente desde la Presidencia el control del PRI, que ya no dejarán nunca de empuñar los presidentes en ejercicio. Cárdenas, sincero populista, es el gran impulsor de la reforma agraria real; inclinado netamente al marxismo, favorece abiertamente al Frente Popular durante la guerra civil española y acoge con generosidad a millares de refugiados republicanos de España que —fuera de algunos arribistas del aparato del PSOE, que se lucraron con el tesoro del yate Vita, donde llegaron joyas y valores robados en la guerra— fueron a México para trabajar y escribieron en el tiempo de una generación toda una gesta de raza. Cárdenas nacionalizó los recursos petrolíferos con lo que se enfrentó a los intereses norteamericanos y británicos; y convirtió a las líneas de ferrocarriles en propiedad pública. Insistió, inútilmente, en las medidas anticlericales, con lo que provocó la famosa encíclica Divini Redemptoris del papa Pío XI en 1937, donde se equiparaban las persecuciones contra la Iglesia católica en la Rusia soviética, México y la España republicana en guerra. En 1935 Cárdenas legalizaba al Partido Comunista de México; y durante su mandato el marxismo penetró profundamente en la enseñanza.

El «Tapado» como institución política

En 1940 sube a la presidencia, patrocinado por Cárdenas, el general Manuel Ávila Camacho, hijo de padre español. «Ya no hay duda —escribe a este propósito José Belmonte citando a Carvo y Coccioli— de que se cumple la Constitución. El primer domingo de julio, cada seis años, se hacen elecciones a la Presidencia. El 1 de diciembre un nuevo presidente, sucesor del anterior, propuesto por el partido del Estado, elegido libremente por el pueblo, rinde la protesta de ley, otorga la protesta de ley y se posesiona de la Presidencia de la República. Es el presidente. Suyos son todos los poderes. Libre la crítica multitudinaria, cuyo ejercicio es parco y mesurado. El presidente viene en línea directa del emperador Moctezuma y de los virreyes de España».

El presidente Manuel Ávila Camacho cambia el nombre del partido omnipotente: y le llama Partido de la Revolución Mexicana. Mitiga la lucha contra la Iglesia y se presenta —verdaderamente— como el hombre de la concordia; desde entonces cesa en México la persecución. Impulsa muy decidida y eficazmente la industrialización iniciada en la segunda época del porfiriato. Y crea una nueva y originalísima institución mexicana: el tapadismo, es decir, la capacidad presidencial exclusiva para designar al sucesor e imponerlo, a través del dócil PRI, a la nación entera.

Se tapa vergonzosamente al candidato

«Se tapa al candidato —dice Mauricio González de la Garza— como se tapan las vergüenzas; se tapa al candidato como a los santos en cuaresma, como se tapan los miembros del Ku-Klux-Klan, como se tapan, en Sevilla, los penitentes en las procesiones. El tapadismo, la imposición, la designación, es la última venganza de los presidentes de México, porque no les dejamos reelegirse; es el último alarde de fuerza, de autoritarismo, de absolutismo». El primer tapado formal fue, designado por el presidente Ávila Ca-macho, el licenciado Miguel Alemán, en 1946; bajo quien la corrupción llegó a su apogeo —en el que sigue hasta hoy—, se institucionalizó la mordida, es decir, el soborno coactivo; y se detuvo la reforma agraria, mientras el imperialismo económico, sobre todo norteamericano, volvía por sus fueros. La población de México se disparaba con la tasa de natalidad más alta del mundo; en 1949 igualaba ya a España con 26 millones de habitantes. Y en ese mismo año el presidente Alemán decide cambiar el nombre del Partido de la Revolución Mexicana y denominarle: Partido Revolucionario Institucional, PRI.

Reconciliación simbólica con la Iglesia

El presidente de 1952, don Adolfo Ruiz Cortines, abraza públicamente al arzobispo de México; es la reconciliación simbólica con la Iglesia católica, aunque ni hasta hoy se ha modificado en este sentido la Constitución anticlerical ni se ha cancelado la hostilidad oficiosa del PRI masónico contra la religión. Los analistas críticos de la política mexicana en nombre de la democracia no se ceban en Ruiz Cortines, ni en su sucesor de 1958, don Adolfo López Mateos; pero empuñan la daga florentina contra todos los presidentes que le siguieron, a partir del de 1964, don Gustavo Díaz Ordaz. Un año después, en noviembre de 1965, el presidente del PRI, Carlos A. Madrazo, recibe un cese fulminante del amo del PRI, es decir, el presidente, por el delito insólito de pretender democratizar al partido. «Quiso hacer del PRI —comenta González de la Garza— lo que los mexicanos en general deseamos que sea, un partido del pueblo, no una mafia o un club de privilegiados que pone, dispone y predispone…» Los priístas creyeron que el cielo se iba a desplomar. Los periódicos se llenaron de cartas firmadas por desconocidos en las que reiteraban frases como: «Parece increíble que el presidente nacional del PRI, Carlos A. Madrazo, fomente la desintegración de la unidad de nuestro partido. El enemigo está dentro de casa». Expulsado Madrazo, nadie intentó en México una reforma política interna hasta la ficticia del doctor Reyes Heroles, beneficiario de pingües prebendas del PRI y presidente del partido, que también fue eliminado pese a su servilismo, y a quien la Universidad de Alcalá otorgó recientemente —no con el voto del catedrático que suscribe— un doctorado honoris causa patrocinado por tres conocidos miembros de la masonería española, uno de ellos el alcalde de Madrid, profesor Tierno Galván.

Pero el presidente Díaz Ordaz fue tristemente mucho más célebre porque bajo su mandato —y bajo la directa responsabilidad del secretario de Gobernación, licenciado Luis Echeverría— ocurrió un crimen de Estado, la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de un año convulso, 1968, y en vísperas de los Juegos Olímpicos de México. La fuerza pública disparó a mansalva contra los estudiantes que se manifestaban y provocó una hecatombe, que para González de la Garza «fue el síntoma de la gangrena del PRI» porque reveló descarnadamente el divorcio del PRI con el pueblo: «Tlatelolco —dice el mismo crítico— se convirtió en negocio y en bandera para el comunismo transnacional». Y —prueba del divorcio citado— el gran responsable de la matanza de Tlatelolco, Luis Echeverría, fue el tapado, y el presidente, de 1970.

Echeverría y la corrupción

Echeverría es el antecesor del simpático señor Moran: «Apenas iniciado su sexenio —dice Garza— empezaron a discurrir por el país toda suerte de chistes sobre su supuesta tontería». Un distinguido intelectual mexicano, don Daniel Cosío Villegas, escribió en mitad del mandato, en 1974, un libro demoledor sobre Echeverría: El estilo personal de gobernar. «Era su sexenio —dice Garza— el triunfo del capricho, el sultanato de la improvisación». Abrió-el país de par en par a la influencia soviética en la cultura y en la comunicación; la televisión oficial mexicana era, en su tiempo, una agencia soviética, invistió como su consejero áulico a un extraño personaje español, Enrique Ruiz García, antiguo fascista y miembro de la División Azul que, de tumbo en tumbo, ha terminado, en una época reciente, como colaborador predilecto del diario de la Conferencia Episcopal española hasta que algún misericordioso contó a los obispos de quién se trataba. La corrupción alcanzó ya no el apogeo, el colmo. Camiones enteros de dólares salían de México y en el mandato presidencial siguiente continuó la costumbre en vísperas de las devaluaciones. El presidente de una nación que se llamó la Nueva España manifiesta a veces su aprecio al visitante llenándole el bolsillo de billetes nuevos. La ridícula agresión del presidente Echeverría a la España agonizante del general Franco está en la memoria y la repulsa de todos; pretendía el corrupto ganarse un alto cargo en la ONU a impulsos de su fantasía hipocrítica. No lo consiguió.

El hundimiento nacional

En 1976 asumió la presidencia el tapado de Echeverría, don José López Portillo, en cuyo haber hay que contar nobles gestos políticos y culturales hacia España —el restablecimiento de relaciones, la comunicación cultural—, pero también el hundimiento de la economía nacional y los alardes de nepotismo corrompido más atroces desde los tiempos del porfiriato. Los críticos mexicanos se ceban en estos alardes del presidente y su familia, pero dicen menos sobre las relaciones, de puro cuño masónico, entre cierta entidad mexicana de televisión y la Televisión Española, problema que atañe singularmente a los historiadores españoles de la transición. En 1982 el presidente don Miguel de Lamadrid sucedía a don José López Portillo, y debemos concederle, hasta que sea Historia, el beneficio de la duda y la esperanza de la reforma. Aunque ya haya cesado al corregirse las pruebas de este libro.

Las presidenciales damas de don José

Bajo toda esta serie de presidentes surgidos de la Revolución mexicana de 1910 ha funcionado implacable y eficazmente, desde 1929, con diversos nombres, el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que actualmente se encuentra en una gravísima crisis, después de haber logrado una asombrosa estabilidad durante más de medio siglo, a costa de la corrupción interna, el hundimiento de la economía y el falseamiento casi total de la democracia cohonestado por la propensión anticlerical e izquierdista y por el fomento vergonzante de los intereses redivivos del imperialismo económico norteamericano. Precisamente ahora que el PRI se debate en esa crisis tremenda, objetiva, con todos los problemas de la gran nación mexicana a flor de piel, sus imitadores españoles le consideran abiertamente como modelo a seguir y como ejemplo a imitar.

En México, gracias al PRI, sólo manda el presidente. «Como en México —dice Daniel Cosío Villegas— no funciona la opinión pública, ni los partidos políticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa, ni la radio y la televisión, un presidente de la República puede obrar y obra tranquilamente de un modo muy personal y aun caprichoso». El doctor Reyes Heroles, presunto reformador del sistema político mexicano —despedido luego, dicen sus críticos, como una sirvienta— consagraba en el artículo 121 de sus propuestos Estatutos del PRI la arbitrariedad más antidemocrática: «El proceso y sistemas internos de elección a que se refiere este capítulo (la designación de candidatos) en ningún caso podrán consistir en actos públicos que tengan similitud con las elecciones constitucionales». «Quedó claro —comenta González de la Garza— que el intelectual Reyes Heroles, el estudioso del liberalismo, no estaba dispuesto a que la democracia se practicara en el país. Con su gravedad habitual se convirtió en padrino intelectual del tapadismo y del dedazo. Dos vergüenzas nacionales». El PRI enmascara su talante antidemocrático con frases oficiales huecas: «puertas abiertas»; «apertura democrática», «democracia transparente» y otras, importadas del proceso de la transición española.

Absolutismo y demagogia agraria

El voto rural, decisivo en las elecciones mexicanas, se describe así por Cosío Villegas: «Eso se debe al hecho ya señalado de que los partidos minoritarios carecen de la fuerza económica y humana para hacerse presentes en cada parte del territorio nacional, y al bien conocido de que los agentes del PRI, digamos los comisarios ejidales, recogen muy puntualmente las boletas de los campesinos y bajo su vigilancia ocular las llevan a depositarlas en las urnas». González de la Garza resume los resultados negativos del PRI, a partir del «absolutismo y la demagogia agraria» con esta tremenda sentencia: «La prueba de ello es el hambre, la miseria, el analfabetismo y desempleo y diez millones de braceros mexicanos en Estados Unidos. La muestra es una sucesión de presidentes imperiales, de cesares mexicanos, cada sexenio más poderosos, más arbitrarios, más usurpadores de la voluntad popular, más desprendidos de la realidad». La sucesión de las corrupciones, detallada por el mismo autor, pone los pelos de punta. «La primera noticia que tuvo el pueblo de México de una esposa que aprovechaba el puesto del marido para dedicarse a negocios fue de doña Chole de Ávila Camacho. El grito de alarma se dio cuando llegó a la Presidencia don Adolfo acompañado de doña María Izaguirre de Ruiz Cortines. Doña María, con razón o sin ella, se vinculaba a negocios ilícitos y su nombre se asociaba con antecedentes de sombrías promiscuidades». Atribuye luego a doña Eva Sámano de López Mateos altas veleidades políticas; y alaba excepcionalmente el retraimiento de doña Guadalupe Borja de Díaz Ordaz. Pero para no ser menos que su esposo, «doña María Esther Zuño de Echeverría llevó su folklorismo al asombro nacional. En una media docena de casas nos mostraron aquella memorable foto en la que aparecía, en un banquete real, vestida como Jesusita en Chihuahua. Ella se había consagrado a sí misma como la sacerdotisa de la mexicanidad en movimiento. Al encenderse este sexenio, no es sólo ya una señora la que ocupará el presidencial escenario, sino un jardín. Con don Pepe, Los Pinos se convirtió en una especie de capilla del Rosario de Puebla, donde todas son mujeres menos san José. Si al sexenio de don Luis se le decía el de la efebocracia, a éste se le conoce como el gineceo. Don José López Portillo resplandece como el bendito entre las mujeres. En Los Pinos habitan doña Cuquita, doña Carmen, doña Margarita, doña Alicia y hasta su sobrina Pili. El pueblo mira con recelo a Rosa Luz, con cierta irritación a doña Carmen, con incomprensión a Margarita, con respeto a doña Cuca y con desaliento a las demás. Más que nada el pueblo piensa en las cortes de cada una, en los lambiscones, en el boato, en el número de guaruras, en la satisfacción de caprichos, en atropellos a la ciudadanía, en necedades». Al PRI no le importan mucho estas críticas: el 80 por 100 de la población no puede leerlas.

En las elecciones a diputados federales de 1973 el PRI obtuvo el 70 por 100 de los sufragios, y dejó que los partidos menores se repartieran el resto; el derechista Partido de Acción Nacional rozó el 14 por 100, el seudosocialista PPS no llegó al 4 por 100 y el mínimo y muy consentido Partido Auténtico de la Revolución Mexicana no llegó al 2 por 100. Y esto después de una reforma constitucional y electoral «democratizadora». La población, disparada, con una tasa de crecimiento superior a la de China y la India, rebasó los 50 millones en 1970 y superará los 100 en el año 2000.

La estructura de clases ha mejorado algo desde el porfiriato, pero la clase media, a horcajadas sobre una inmensa clase baja india o mestiza, hambrienta y analfabeta, no puede sustentar objetivamente una democracia auténtica; y ésa es la suprema justificación del PRI, y el mayor absurdo para la importación imitativa del PRI en España. La propaganda soviética, la influencia del marxismo sobre la educación y las universidades del país es inmensa. Toda la estrategia soviética en Centroamérica no tiene como objetivo final el débil conjunto de naciones del istmo, sino la conquista de México, para desde ahí asestar la puñalada definitiva al bajo vientre de los Estados Unidos. Con la ósmosis mexicana al sur de USA penetran también legiones de infiltrados marxistas, que se hacen notar ya en las Universidades del Sur y del Suroeste norteamericano.

Mauricio González de la Garza, el gran crítico democrático de la autocracia del PRI, concluye con una sentencia terrible, que nos hace pensar también en recientes experiencias españolas. La escogemos para cerrar este doble estudio:

«Al pueblo de México le han usurpado su soberanía, le han usurpado el sagrado derecho de elegir a sus gobernantes, a sus legisladores y a sus jueces». Ésta es la obra política negativa del PRI que alguien quiere imitar en España.

Pazos y Clouthier: dos documentadas denuncias

En el resumen histórico anterior traté insuficientemente un capítulo de la historia mexicana que ha revivido social y políticamente durante los últimos años en México, y con el que me tropecé en mi visita de la primavera de 1986: la guerra cristera declarada a fines de la década de los años veinte. Una parte importante de la actual nueva derecha mexicana se reconoce como hija de aquella rebelión, tan mal estudiada en España, tan desconocida. Al ver los atropellos del régimen demagógico contra la Iglesia, muchos católicos se alzaron en armas, se sintieron cerca de la victoria en la guerra civil y también se sintieron traicionados por una parte de los obispos que les dejaron en la estacada cuando, sin duda por bien de paz, acabaron por pactar con el régimen. La presunta Revolución mexicana perpetró una represión verdaderamente sádica contra los dirigentes cristeros y llegó prácticamente a aniquilarlos como estamento. «Nos quedamos sin líderes; acabaron con la generación de nuestros padres», me decía uno de los líderes de la nueva derecha mexicana, que ahora, sin que los medios de comunicación mundiales quieran enterarse, experimenta un intensísimo proceso de revitalización.

Mientras tanto el PRI se sume en la confusión y la discordia en medio de sus incapacidades para afrontar las tremendas crisis que atenazan a México: la crisis económica, la explosión demográfica. Además de los autores citados en mi serie histórica que acabamos de reproducir, otros varios han insistido últimamente en los problemas angustiosos y las incoherencias agónicas del PRI. Por ejemplo, el ya citado antes en este libro, Luiz Pazos, en dos libros alucinantes: Democracia a la mexicana (México, «Ed. Diana» 1986) y Radiografía de un gobierno (ibíd., 1983). En la primera obra citada, Luis Pazos reconoce la degradación del PRI, y su caída de imagen en todo el mundo, desde el respeto a la burla. Atribuye la degradación a dos factores ideológicos; la infiltración marxista en el PRI desde 1968; y la influencia de la Internacional Socialista desde que Reyes Heroles fue nombrado presidente del PRI en 1972 aunque el PRI no es más que miembro observador en la Internacional Socialista. El PRI ha intensificado su habitual sistema de fraudes electorales, que ya son insostenibles ante la opinión pública actual, mucho más interconectada.

En efecto, las denuncias internas e internacionales sobre los últimos fraudes electorales en México son ya un verdadero clamor. Manuel J. Clouthier, candidato del Partido de Acción Nacional al gobierno de Sinalas, publicó un alegato documentadísimo, Cruzada por la salvación de México, en que denunciaba uno por uno los fraudes con que el PRI y sus agentes le arrebataron —hasta llegar a la amenaza de muerte— el puesto para el que los sufragios populares le habían otorgado una clara victoria moral. Los fraudes en el Estado de Chihuahua se convirtieron en un escándalo internacional aireado por ejemplo en ABC, 1-IX-1986, p. 22, y en una brillante crónica de Torcuato Luca de Tena, el 30-VII-1986; la población estuvo a punto de volcarse en una cruzada de desobediencia civil ante el atropello (ABC, 3-VII). La Asociación Política DHIAC denunció también enérgicamente el fraude.

Estos escándalos, calificados unánimemente como dictatoriales, incrementaron una fuerte corriente democratizadora dentro del PRI, que precisamente por los días de mi estancia en México provocaba un nuevo escándalo político ante las declaraciones de su líder Cuauhtémoc Cárdenas, que con toda la fuerza de su apellido reclamaba juego limpio en el partido degradado (cfr. Excelsior, 9-III-1987, donde Cárdenas hablaba de «etapa de autoritarismo antidemocrático en el PRI»). La poderosa Confederación Patronal mexicana COPARMEX, que había convocado para esos días un nutridísimo I Fórum Empresarial Iberoamericano, exponía los principios del liberalismo económico y criticaba el intervencionismo de cuño socialista en una asamblea que ovacionó con entusiasmo al presidente de los empresarios españoles, José María Cuevas, cuando explicó desde la dura experiencia de la transición española la necesidad de mantener esos principios para la preservación de la propia libertad política. En estos problemas, en medio del descrédito internacional y de la crisis rampante, se debatía el PRI cuando traté de dilucidar sobre el terreno las actitudes de los dirigentes mexicanos en torno a la teología de la liberación.

La nueva derecha mexicana y la Confederación empresarial, dotadas de un extraordinario sentido estratégico, estaban desde luego muy sensibilizadas ante el problema; de ahí la invitación que me dirigieron para exponer las conclusiones de mi libro Jesuitas, Iglesia y marxismo en el I Fórum Empresarial Iberoamericano. Afortunadamente la Iglesia de México, que ha sufrido ya en este siglo la persecución y el martirio, posee una profunda comunión con Roma y un alto sentido para detectar la verdadera posición del enemigo, y hasta ahora se ha mostrado relativamente inmune al contagio liberacionista. Sin embargo veamos más de cerca algunos problemas actuales de la Iglesia mexicana.

La Iglesia mexicana entre el PRI y el liberacionismo

Hablé largamente en México con algunos miembros de la Compañía de Jesús —a quienes debo una importante documentación— y con varios especialistas en liberacionismo. Sobre la posición actual de los jesuitas mexicanos diremos algo en el capítulo siguiente; basta ahora con indicar que tras el sarampión liberacionista por que atravesó la provincia mexicana de la Compañía de Jesús, la mayoría de los agitadores se fueron a sus casas; aunque desde otros países de Centroamérica varios jesuitas tratan de mantener la acción del liberacionismo en México, como reveló con datos y organigramas Jean-Pierre Moreau en su citado y admirado estudio sobre la CCFD.

Dos libros pueden ilustrarnos adecuadamente sobre la situación actual mexicana desde la perspectiva de la Iglesia. Uno es la colección de artículos publicados en Hoja de combate por Rigoberto López Valdivia, en «Editorial Tradición» (México 1981) y bajo el título Notas sobre socialismo y progresismo religioso, donde el autor, con profundo conocimiento del marxismo, el socialismo y el sistema político mexicano monta un riguroso mareaje sobre el obispo marxista don Sergio Méndez Arceo y contra ciertos pinitos verbales de algunos prelados mexicanos acerca de las famosas estructuras y otros tópicos del liberacionismo. Las críticas que el autor dirige a los procedimientos del PRI inspirados en su ideología anticristiana son certeras y profundas.

El segundo libro explica mejor que cualquier otra consideración el escaso éxito que hasta ahora ha alcanzado la teología de la liberación entre el Episcopado y el clero mexicano. Se trata de las actas de la Séptima Semana Teológica mexicana, celebrada en 1976, cuando el liberacionismo se había extendido ya por toda América publicadas bajo el título La revolución teológica en México por «Ediciones Paulinas», México 1976. Pese a los esfuerzos del IDO-C por establecer un centro mexicano de irradiación continental, a la sombra del excéntrico obispo marxista dé Cuernavaca, la Teología de la Liberación no ha prendido en México con la virulencia de Brasil y otros puntos de América, aunque posee hoy bastiones importantes y muy peligrosos en el norte de la nación —bajo la influencia de los obispos liberacionistas del sur de los Estados Unidos— y sobre todo en el sur, junto a la peligrosa frontera con Guatemala, donde ya se afianza como abanderado del liberacionismo mexicano el obispo de Chiapas, monseñor Samuel Ruiz, visitante predilecto de Fidel Castro; es un prelado con notable preparación, hondo sentido popular, que domina varias lenguas indígenas y ha creado fuertes tensiones con el gobierno del PRI, aunque según se me informó en la primavera de 1987 de fuentes gubernamentales, esas tensiones habían remitido gracias a contactos directos del Gobierno con el inquieto prelado; que no en balde la «democracia» del PRI mantiene en política exterior una curiosa actitud procubana y prosoviética.

Casi todos los ponentes de la VII Semana Teológica expusieron sus temas con gran altura y notable nivel cultural, comparable con ventaja al de cualquier foro teológico europeo del momento. La Semana se dedicó al método teológico, en sus diversos campos de acción, desde la Sagrada Escritura a la Moral. Los ponentes demostraron una información y una puesta al día realmente admirables. Sólo excepcionalmente cayeron en posiciones acríticas y miméticas en torno a las modas teológicas, incluida la teología política y la teología de la liberación, por ejemplo Francisco Villalobos en su estudio sobre los teólogos Rahner, Moltmann y Metz. También resulta acrítico Jesús Herrera, que cita sin inmutarse como autoridad teológica al jesuita liberacionista González Faus. En cambio Francisco Quijano O. P. en un espléndido trabajo sobre el método trascendental en teología, critica las exageraciones y los desbordamientos de la praxis. Los teólogos mexicanos, en plena efusión del liberacionismo, se mostraron en general muy maduros y equilibrados ante el fenómeno, sin abandonar casi nunca la comunión con el Magisterio ni las conexiones vitales con la tradición; por ejemplo Enrique Tuiz Maldonado O. P. en su ponencia sobre ley natural y utopía, donde critica las desviaciones de la moda liberacionista desde supuestos de teología auténtica. También están en excelente línea, científica y doctrinal, los historiadores de la Iglesia. En su conferencia de clausura el delegado apostólico en México, monseñor Mario Pío Gaspari, reconoce muy satisfecho esta madurez y preparación de los teólogos mexicanos y en su durísima crítica a la ortopraxis habla con claridad inusitada en estos términos:

«Para un sector del movimiento ‘teológico latinoamericano, esta reflexión descansa fundamentalmente en un razonamiento muy simple, a saber: América Latina es dependiente y por serlo vive oprimida. La liberación consiste en romper con la dependencia y construir una nueva sociedad; y como el centro del que se depende es el capitalismo nacional e internacional, la liberación consiste en construir el Socialismo». Tras una cita del jesuita Renato Poblete para corroborar tan peregrinas tesis, continúa irónicamente el delegado:

«Si la palabra de Dios es realmente liberadora, su comprensión en América Latina deberá tener esa dirección, y se hará teología cuando y en la medida que se haga praxis constructora del Socialismo».

Prosigue unos párrafos más la desnuda descripción del liberacionismo, que afortunadamente apenas había aflorado en la VII Semana Teológica; y concluye el delegado marcando el verdadero camino teológico:

«Es cierto, hay que investigar nuevos caminos en la teología, hay que estar abiertos a la novedad y el cambio, pero sin perder la propia identidad de la teología y del teólogo; hay que tratar siempre de hacer una teología viva, que lleve a la práctica todas las virtualidades salvadoras y liberadoras del mensaje evangélico, pero para que la teología sea viva lo primero que necesita es ser teología y no es posible que se dé una verdadera teología si ésta no está afincada en el patrimonio idéntico, esencial y constitucional de la misma doctrina de Cristo, en la fe y en el magisterio que pertenecen a la misma esencia de la teología; ésta es la auténtica ortodoxia y ortopraxia evangélica; sin ella no hay teología, ni método teológico alguno» (pp. cit., p. 287).

Margarita Michelena, en la revista Siempre (26-111-1986) comenta irónicamente la tardía conversión de monseñor Méndez Arceo al liberacionismo y al marxismo, cuando probó encantado las primeras mieles de la publicidad. Pero tras participar en el espectacular lanzamiento del libro Fidel Castro y la religión de Frei Betto, don Sergio, que pretende situarse «obispo emérito», insistía en que un cristiano puede ser marxista (Excelsior, 10-1-1987, p. 18-A). Don Sergio es el primer mexicano que recibe la Orden Cubana de la Solidaridad, que una delegación le llevó a domicilio. Con eso es feliz el hombre.

En el dossier preparado por Investigaciones Motolinia sobre la ortodoxia política de la Iglesia mexicana a través de sus documentos (1986), se expone que en 1982 el cardenal Ernesto Corripio Ahumada marcó a la Iglesia mexicana un nuevo camino; salir del ostracismo y la vida vergonzante, para participar intensamente, desde su perspectiva, en la vida pública de una nación cuyo gobierno tenía aterrorizada y marginada sistemáticamente a la Iglesia desde los años treinta. Desde entonces la Iglesia ha denunciado dos lacras del mundo oficial en México: la corrupción generalizada y el fraude electoral. En 1986 se notaba una actitud cada vez más decidida de la Iglesia mexicana, en uso de sus derechos humanos y cívicos; tal vez por ello se hayan suscitado serios problemas con el PRI. Por ejemplo en la protesta de la Iglesia por los planes educativos del Gobierno. La nueva revista Vértice, próxima a medios de la derecha moderada y del empresariado mexicano, se estaba convirtiendo pese a su juventud en una publicación cada vez más influyente durante el tiempo de nuestra estancia en México. Renace y presiona el movimiento de liberación nacional, proclamaba su número 5 en agosto de 1986; y es que los católicos y la derecha mexicana han asumido valerosamente la bandera de la auténtica liberación democrática en medio de un ambiente casi totalitario. El ingeniero Federico Muggenburg, en ese mismo número, analiza con su documentación y profundidad habitual la presunta reconciliación de marxismo y cristianismo en Cuba; y poco después el número 9, de 20-X-1986, publicaba una información sobre la caída de los misioneros de Guadalupe en las redes de la teología de la liberación, en un reportaje de Rigoberto González. Los misioneros de Guadalupe sostienen en México la Universidad intercontinental, lo que confiere especial gravedad a la noticia.

Ya estudiamos en su momento el aquelarre liberacionista mundial que se celebró en Oaxtepec al comenzar el mes de diciembre de 1986. Se trata sin duda de un nuevo esfuerzo de la estrategia liberacionista para su implantación en el corazón de México, pero la decidida oposición de la jerarquía y los duros comentarios de la prensa católica frustraron en gran parte la intentona. La revista de la derecha moderada y católica Madurez ciudadana publicaba en su número 108, segunda quincena de febrero 1987, pruebas sobre un recrudecimiento de la actitud agresiva del PRI contra la Iglesia católica. El código federal electoral imponía multas durísimas y pena de prisión a los ministros de cultos religiosos que se inmiscuyan en las campañas electorales con sus consejos positivos o negativos. La Conferencia Episcopal mexicana protestó enérgicamente por el atropello totalitario y manifestó su propósito de hacer caso omiso de la restricción oficial. Naturalmente la revista Vértice saltó a la polémica en su número de 1-II-1987 mientras que la masonería mexicana —que tradicionalmente ha controlado los hilos secretos de la política del PRI— apoyaba duramente al Gobierno en una nota publicada en la prensa el 9 de marzo de 1987 en que los hermanos exigían sanciones contra el clero católico, que se le obligue a declaración de bienes y pago de impuestos, que se expropien escuelas «y toda entidad de su tipo que operen con sentido transnacional religioso» y otras lindezas, proferidas al concluir el Congreso Nacional Paramasónico entre aclamaciones sectarias. Cuando comentaba durante mi estancia en México estos anacrónicos alardes de la masonería contra la Iglesia católica mis interlocutores próximos al gobierno del PRI trataron de convencerme de que la masonería ya no significa nada en la política mexicana; a lo que mis interlocutores católicos, con nombres y pruebas en la mano, respondían con sonoras carcajadas.

La amenaza real y estratégica contra México desde el bloque soviético existe, pues, en sus frentes interior y exterior. Desde fuera la posesión de México es el objetivo supremo para los proyectos soviéticos en Mesoamérica y el Caribe, como base decisiva para el asalto final a los Estados Unidos. Desde dentro la incompetencia del PRI, su agonía totalitaria, su formidable anacronismo viviente de cara al siglo XXI alimenta una situación cada vez más explosiva que sólo puede desembocar en la autentificación de la democracia o en el caos revolucionario. Es una gigantesca nación de acelerado e imparable crecimiento demográfico, que ya camina con carácter inmediato a los cien millones de habitantes, con tasas estancadas, o peor, de hambre y analfabetismo, carne de revolución. Las bases de la revolución están muy cerca, al Sur, al Oeste y paradójicamente al Norte. De momento la estrategia soviética, que contemporiza con el PRI —infiltrado de marxismo-leninismo por los cuatro costados— se vuelca en la penetración liberacionista dentro de la Iglesia católica, como acaban de lograr con los misioneros de Guadalupe. Demasiado seguros de su fe y de su firmeza, muchos católicos mexicanos, y tal vez algunos obispos y no pocos sacerdotes y religiosos no acaban de verlo. Aunque cuando uno recorre los accesos a Guadalupe junto a esas madres jóvenes que llevan a sus hijos recién nacidos sobre sus rodillas ensangrentadas, la esperanza renace y se ahonda. Juan Pablo II, que conoce muy directamente —desde su providencial presencia en Puebla de los Ángeles, 1979— la realidad y los peligros de México ha decidido beatificar a una víctima histórica del PRI en la guerra cristiana, el jesuita Roque Pro. Han rechinado los dientes el PRI y la masonería mexicana: pero Juan Pablo II ha marcado, entre el entusiasmo desbordante de los católicos mexicanos, el nuevo camino. El de ellos.