En 1983 el popular y mediático mago (ilusionista quizá sería el término más certero) David Copperfield asombró al mundo entero al hacer desaparecer, con público en directo y a través de la televisión, el monumento de la Estatua de la Libertad.
El público que presenciaba el acontecimiento en directo (así como las cámaras que lo retransmitían para todo el mundo) se encontraba situado sobre una plataforma giratoria frente a la estatua y podía ver esta a través de dos columnas de luces que tenían situadas a cada lado de su ubicación. La estatua estaba rodeada por focos y sobre ella sobrevolaba un helicóptero que la iluminaba.
En un momento dado y tras la orden del mago, la cortina subió para bloquear la vista del público. La plataforma donde están situados los asistentes empezó a rotar muy lentamente hacia un lado (de manera que fue imperceptible para los presentes), quedando la estatua con las luces apagadas al tiempo que se encendían unos nuevos focos en otra plataforma.
De repente se bajó la cortina, y el público y los espectadores de televisión contemplaron atónitos cómo el monumento había desaparecido (ignorando que lo que veían era un duplicado de la iluminación que la organización del programa había colocado justo al lado de la Estatua de la Libertad). Las luces en las dos columnas están allí para cegar y confundir al público cumplieron su función y dificultaron que el público pudiese ver el truco.
Nuevamente se levantó la cortina, y la plataforma giratoria volvió a rotar a su posición inicial quedándose el público de nuevo frente de la Estatua de la Libertad. En ese momento, los focos volvieron a encenderse. Al caer el telón, allí estaba de nuevo el que probablemente es el monumento más emblemático de Nueva York.