Los perros persiguen a los gatos, como a cualquier animal más pequeño que ellos, por puro instinto de caza. El que los gatos sean sus víctimas más habituales es porque la convivencia con los felinos es más cercana (calles, parques, etc.).
Los perros que conviven con gatos en sus casas pierden el instinto de caza hacia el gato con el que conviven, pero no así con otros desconocidos. El instinto de caza se suscita por el movimiento de la supuesta presa y, como todo instinto, se produce de forma automática. Ese impulso va impreso en el código genético y aunque no necesita aprendizaje, si exige maduración y desarrollo de las técnicas de caza. Es decir, un cachorro de tres meses tiene su instinto de caza, pero lo hará peor que cuando tenga dos años.
La leyenda viene por la convivencia cercana de estos dos animales. Para un perro, un gato desconocido corriendo siempre es y será una provocación.