94

Fideos chinos

—Hola, Hole —dijo Kaja con una sonrisa.

Estaba en el bar, sentada con las manos entre la silla baja y el trasero. Tenía una mirada intensa; los labios, carnosos; las mejillas, encendidas. Cayó en la cuenta de que, hasta ahora, nunca la había visto maquillada. Y que no era verdad lo que, ingenuamente, había creído hasta entonces: que a una mujer guapa no la embellecen los cosméticos. Llevaba un sencillo vestido negro. Una gargantilla de perlas de un blanco ambarino le caía sobre la clavícula y, cuando respiraba, se movía y reflejaba una luz atenuada.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó Harry.

—No —dijo Kaja. Se levantó antes de que él se hubiera sentado, lo atrajo hacia sí, apoyó la cabeza en su hombro y lo abrazó—. Pero tengo frío.

Sin hacer caso de las miradas de las personas que había en el bar, no lo soltó, metió las dos manos por debajo de la chaqueta de Harry y las frotó contra su espalda para que entraran en calor. Harry oyó un discreto carraspeo, levantó la vista y vio a un hombre que le hacía una seña amable y cuyo lenguaje corporal decía que era el maître.

—Nuestra mesa está lista —dijo Kaja sonriendo.

—¿Nuestra mesa? Yo creía que solo íbamos a tomar una copa.

—Tenemos que celebrar que hemos cerrado el caso. He pedido comida. Algo fuera de lo normal.

Los acomodaron en una mesa junto a una de las ventanas del restaurante, que estaba lleno. Un camarero encendió las velas, les sirvió en las copas sidra de manzana, dejó la botella en la cubitera y se fue.

Ella levantó la copa.

—Un brindis.

—¿Por?

—Porque Delitos Violentos seguirá como hasta ahora. Y tú y yo seguiremos atrapando a los malos. Porque estamos aquí. Juntos.

Bebieron. Harry dejó la copa en la mesa. La cambió de sitio. La base había dejado una marca de humedad.

—Kaja…

—Tengo una cosa para ti, Harry. Dime qué es lo que más deseas en estos momentos.

—Kaja…

—¿Qué? —dijo ella en tensión, y se inclinó ansiosa hacia él.

—Ya te dije que volvería a irme. Salgo mañana.

—¿Mañana? —repitió ella riendo, pero se le borró la sonrisa mientras el camarero desplegaba las servilletas, que cayeron blancas y contundentes en sus rodillas—. ¿Adónde?

—Lejos.

Kaja clavó la vista en la mesa sin decir nada. A Harry le entraron ganas de cogerle la mano, pero no lo hizo.

—O sea que no es suficiente conmigo —susurró Kaja—. No es suficiente con nosotros.

Harry esperó hasta que ella lo miró a los ojos.

—No —dijo—. No es suficiente con nosotros. Ni para ti ni para mí.

—¿Qué sabrás tú de lo que es suficiente?

Ya empezaba a quebrársele la voz por el llanto.

—Bastante —dijo Harry.

Kaja respiraba con dificultad, trataba de controlar la voz.

—¿Es por Rakel?

—Sí.

—Siempre ha sido por Rakel, ¿verdad?

—Sí. Siempre ha sido por Rakel.

—Pero si tú mismo has dicho que ella no te quiere.

—No me quiere como estoy ahora. Así que tengo que recomponerme. Tengo que volver a estar bien, ¿comprendes?

—No, no lo comprendo. —Dos lágrimas minúsculas se quedaron temblando en las pestañas—. Ya estás bien. Esas cicatrices solo son…

—Sabes perfectamente que no me refiero a las cicatrices.

—¿Volveré a verte otra vez? —preguntó Kaja, y atrapó una lágrima con la uña del dedo índice.

Le cogió la mano, la apretó con todas sus fuerzas. Harry la miró. Luego ella lo soltó.

—No voy a ir a buscarte otra vez —dijo Kaja.

—Lo sé.

—No te irá bien.

—Seguro que no —sonrió Harry—. Pero ¿a quién le va bien, en realidad?

Ella ladeó la cabeza. Sonrió mostrando aquellos dientes pequeños y puntiagudos.

—A mí —dijo.

Harry se quedó sentado hasta que oyó el golpe suave de la puerta de un coche al cerrarse fuera, en la oscuridad, y el motor diésel al ponerse en marcha. Bajó la vista, y estaba pensando en levantarse cuando un plato de sopa ocupó su campo de visión y oyó la voz del maître, que anunciaba:

—Encargo especial según las instrucciones de la señora, enviado por avión desde Hong Kong: fideos chinos de Li Yuan.

Harry miraba el plato estupefacto. Ella sigue ahí sentada, pensó. El restaurante es una pompa de jabón que acaba de soltarse, flota por encima de la ciudad y se aleja. La cocina no se quedará vacía nunca, y jamás aterrizaremos.

Se levantó con la intención de irse. Pero cambió de idea. Se sentó otra vez. Cogió los palillos chinos.