La respuesta
Harry estaba en el salón mirando a su alrededor cuando sonó el teléfono.
—Soy Rakel. ¿Qué haces?
—Estaba viendo qué es lo que queda —dijo—. Cuando uno se muere.
—¿Y?
—Muchas cosas. Y no tantas. Søs ya ha dicho lo que quiere llevarse, y mañana viene un tío que quiere comprarlo todo. Ha dado a entender que pagará cincuenta mil por todo. Y además, lo dejará limpio. Es… Es… —Harry no encontraba la palabra.
—Lo sé —dijo Rakel—. A mí me pasó lo mismo cuando murió mi padre. Sus cosas, que eran tan importantes, tan imprescindibles, perdieron todo su significado. Era como si solo él les atribuyera su valor.
—También puede ser que seamos nosotros los que pensemos que tenemos que despejarlo todo. Quemarlo. Volver a empezar.
Harry se dirigió a la cocina. Contempló las fotografías que había puesto bajo el mueble. Fotografías de la calle Sofie. Oleg y Rakel.
—Espero que hayáis podido despediros de verdad —dijo Rakel—. Es importante despedirse. Sobre todo, para los que no se van.
—No lo sé —dijo Harry—. En realidad, no nos dijimos adiós como es debido. Lo traicioné.
—¿Por qué?
—Me pidió que le ayudara a morir. Y yo le negué la ayuda.
Se hizo el silencio un instante. Harry prestó atención al ruido de fondo. Ruido de aeropuerto.
Luego oyó otra vez su voz.
—¿Crees que deberías haberlo hecho?
—Sí —dijo Harry—. Creo que sí. Ahora creo que sí.
—No pienses en ello, ya es demasiado tarde.
—¿Lo es?
—Sí, Harry. Ya es demasiado tarde.
Se hizo otro silencio. Harry oyó una voz nasal que anunciaba el embarque del vuelo con destino a Amsterdam.
—O sea que no quieres verlo, ¿no?
—No puedo, Harry. Se ve que yo también soy una mala persona.
—Pues procuraremos ser mejores la próxima vez.
Casi la oyó sonreír.
—¿Tú crees que podemos?
—Nunca es tarde para intentarlo. ¿Saludas a Oleg de mi parte y se lo dices?
—Harry…
—¿Sí?
—Nada.
Harry se quedó mirando por la ventana de la cocina después de que ella hubiera colgado.
Luego subió la escalera y empezó a embalar.
La médica estaba esperando a Harry cuando este salió de los servicios. Recorrieron juntos el último tramo del pasillo hasta el vigilante.
—Está estable —dijo la mujer—. Puede que lo devolvamos a la cárcel. ¿A qué se debe la visita esta vez?
—Quiero darle las gracias por ayudarnos con un caso. Y responderle a una petición que me hizo.
Harry se quitó la cazadora, se la dio al vigilante y levantó los brazos para que lo cacheara.
—Cinco minutos. Ni uno más, ¿de acuerdo?
Harry asintió.
—Voy contigo —dijo el vigilante, que no podía apartar la vista de las heridas de la cara de Harry.
Él enarcó una ceja.
—Son las reglas para las visitas de civiles —dijo el vigilante—. Nos hemos enterado de que has dejado tu cargo en la policía.
Harry se encogió de hombros.
El hombre se había levantado de la cama y estaba sentado junto a la ventana.
—Lo hemos pillado —dijo Harry, y arrastró una silla para sentarse a su lado. El vigilante se quedó en la puerta, pero podía oírlos—. Gracias por ayudarnos.
—Yo he cumplido mi parte del acuerdo —dijo el hombre—. ¿Y tú?
—Rakel no ha querido venir.
El hombre no hizo el menor gesto, pero se encogió como si lo traspasara un golpe de viento helado.
—Encontramos un frasco en la cabaña del Caballero, en el armario de las medicinas —dijo Harry—. Ayer mandé analizar una gota del contenido. Ketamina. La misma sustancia que utilizaba con sus víctimas. ¿La conoces? Es mortal en grandes dosis.
—¿Por qué me cuentas eso?
—Me pusieron un poco no hace mucho. En cierto modo, me gustó. Pero, claro, a mí me gusta cualquier tipo de colocón. Aunque tú ya lo sabes, ya te conté lo que hacía en los servicios del Landmark en Hong Kong.
El Muñeco de Nieve observó a Harry. Luego miró de reojo al vigilante, y a Harry otra vez.
—Sí —dijo con voz monótona—. En el retrete que estaba al fondo a…
—La derecha —dijo Harry—. Pero, en fin, gracias. Y evita los espejos.
—Tú también —dijo el hombre, y le tendió una mano blanca y huesuda.
Harry se la quedó mirando un instante. Y se la estrechó.
Cuando se cerró a su espalda la puerta que daba al pasillo, Harry se volvió y alcanzó a ver al Muñeco de Nieve caminar titubeante con el guardia. Antes de que los dos entraran en los servicios.