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Llamadas perdidas

A las dos y cuarto aterrizó el helicóptero en Fornebu, el aeropuerto fuera de servicio que se encontraba a doce minutos del centro. Cuando Harry y Bjørn Holm cruzaron la puerta de Kripos y aquel le preguntó a la recepcionista por qué no respondían al teléfono ni Bellman ni ningún otro investigador, le dijeron que todos estaban reunidos.

—¿Y por qué demonios no nos han convocado a nosotros? —preguntó Harry entre dientes mientras se apresuraba por el pasillo, con Bjørn pisándole los talones.

Empujó la puerta sin llamar. Siete cabezas se volvieron hacia ellos. La octava, Mikael Bellman, no tuvo que moverse, ya que se encontraba en la cabecera de la mesa, de cara a la puerta, y a él era a quien miraban todas las demás.

—El Gordo y el Flaco —dijo Bellman chistoso, y Harry comprendió que habían estado hablando de ellos in absentia—. ¿Dónde os habéis metido?

—Pues, mientras vosotros, Blancanieves y los siete enanitos, estabais reunidos, nosotros hemos ido a la cabaña de Tony Leike —dijo Harry, y se sentó en la silla libre que había en el otro extremo de la mesa—. Y tenemos noticias. No es Altman. Hemos cogido al tío equivocado. Es Tony Leike.

Harry no sabía qué reacción se esperaba, pero, desde luego, no aquella: ninguna reacción en absoluto.

El jefe de Kripos se retrepó en la silla con una sonrisa de amable curiosidad.

—¿Hemos cogido al tío equivocado? Si no recuerdo mal, fue el comisario Skai quien pensó que había que detener a Sigurd Altman. Y respecto al valor de esa noticia, es bastante limitado. En lo que a Tony Leike se refiere, solo podemos decirte «Bienvenido al club».

Harry fue mirando a Ærdal, al Pelícano y luego otra vez a Bellman, mientras el cerebro le trabajaba sin cesar. Hasta que sacó la única conclusión posible.

—Altman —dijo Harry—. Altman os ha contado que fue Leike. Lo ha sabido todo el tiempo.

—No solo lo sabía —dijo Bellman—. Al igual que Leike provocó la avalancha que arrasó la cabaña Håvass, Altman provocó toda esta serie de asesinatos, sin ser muy consciente de ello. Skai detuvo a un hombre inocente, Harry.

—¿Inocente? —Harry negó con la cabeza—. Yo vi las fotos que había en la fábrica Kadok, Bellman. Altman está implicado, aunque todavía no sé cómo.

—Pero nosotros sí —dijo Bellman—. Así que, si a partir de ahora nos dejas esto a nosotros…

Harry casi oyó en la boca de Bellman las palabras «los adultos», pero lo que dijo fue:

—… que tenemos toda la información del caso, podrás incorporarte luego, cuando te hayas puesto al día, Harry. ¿De acuerdo? Bjørn, ¿tú también? Pues entonces seguimos. Vamos a ver, estaba diciendo que no podemos descartar que Leike tuviera un cómplice, alguien que llevó a cabo como mínimo dos de los asesinatos, los dos para los que Leike tiene coartada. Sabemos que Leike estaba en una reunión de negocios con varios testigos cuando mataron a Borgny y a Charlotte.

—Un tío listo —dijo Ærdal—. Naturalmente, Leike sabía que la policía iba a relacionar todos los asesinatos. Si se procuraba una coartada sólida para dos de ellos, quedaría libre de sospecha en los demás.

—Sí —dijo Bellman—. Pero ¿quién es el cómplice?

Harry oyó cómo se sucedían propuestas, comentarios y preguntas de los presentes.

—El móvil de Tony Leike para matar a Adele Vetlesen no pudo ser la cantidad de cuatrocientas mil coronas que le pidió al chantajearlo —dijo el Pelícano—. Sino el miedo de que saliera a la luz que había dejado embarazada a una mujer y Lene Galtung cortara con él, porque entonces podía despedirse de los millones de Galtung para el proyecto congoleño. Es decir, debemos preguntarnos quién tenía un móvil parecido.

—Los otros inversores en el proyecto congoleño —saltó el escurridizo—. ¿Qué tenemos de sus socios del bloque de oficinas?

—A Tony Leike se le derrumba el proyecto en el Congo —dijo Bellman—. Pero ninguno de los otros cachorros de las finanzas mataría a dos personas para garantizarse una participación del diez por ciento en un proyecto, esos muchachos están acostumbrados a ganar y perder dinero. Además, Leike tendría que colaborar con alguien en quien pudiera confiar tanto en lo personal como en lo profesional. Además, no olvidéis que el arma homicida fue la misma tanto con Borgny como con Charlotte. ¿Cómo se llamaba, Harry?

—La manzana de Leopoldo —dijo Harry taciturno, aún desconcertado.

—Más alto, por favor.

—La manzana de Leopoldo.

—Gracias. De África. El mismo lugar donde Leike fue mercenario. De ahí que resulte lógico que Leike haya recurrido a uno de sus antiguos colegas, y por ahí creo yo que debemos empezar.

—Y si se ha servido de un profesional a sueldo para los asesinatos dos y tres, ¿por qué no para todos? —preguntó el Pelícano—. Así habría tenido coartada para todos.

—Y, seguramente, le habrían hecho un buen descuento —dijo el investigador del bigote—. De todos modos, a los asesinos a sueldo no les puede caer más que cadena perpetua.

—Bueno, habrá consideraciones que se nos escapen —dijo Bellman—. Razones banales, como por ejemplo que la persona en cuestión no tuviera tiempo o que Leike no pudiera permitírselo. O la más común de todas las razones en los casos de asesinato: que, simplemente, salió así.

Todos asintieron conformes; incluso el Pelícano pareció contentarse con la respuesta.

—¿Más preguntas? ¿No? En ese caso, aprovecho para agradecerle a Harry Hole el habernos acompañado hasta el momento. Puesto que ya no necesitamos sus conocimientos y experiencia, volverá a Delitos Violentos con efecto inmediato. Ha sido interesante ver de cerca otro punto de vista sobre cómo trabajar en casos de asesinato, Harry. En esta ocasión no has resuelto ninguno, pero ¿quién sabe? Quizá en Grønland te espere algún caso interesante, aunque no sea de asesinato. Así que, gracias otra vez. En fin, ahora me espera una conferencia de prensa.

Harry miró a Bellman. No podía por menos de admirarlo. Igual que a una cucaracha a la que acaba de arrastrar en el váter el agua de la cisterna, pero que se las arregla para salir arrastrándose otra vez. Y otra. Y, al final, hereda el mundo.

Junto a la cama del Rikshospitalet transcurrían los minutos, los cuartos y, poco a poco, también las horas, en una monotonía lenta y ondulante. Una enfermera iba y venía. Søs estuvo allí y se fue. Las flores se aproximaban a la cama imperceptiblemente.

Harry había visto a muchos familiares que no soportaban la espera cuando se acercaba el último suspiro de sus seres queridos; había visto cómo, al final, rogaban y suplicaban que se personase la muerte liberadora. Pensando en su propia liberación. Pero para Harry era al contrario. Nunca se había sentido tan unido a su padre como en aquella habitación sin palabras donde todo eran suspiros y latidos. Porque ver a Olav Hole allí tumbado era como estar allí tumbado él mismo, en aquella pacífica existencia entre la vida y la nada.

Los investigadores de Kripos habían visto y entendido muchas cosas, pero no el vínculo más obvio. Lo que esclarecía todo aquello mucho más. El vínculo entre la granja de los Leike y el pueblo de Ustaoset. Entre los rumores sobre el fantasma de un chico desaparecido de la finca de los Utmo y un hombre que llamaba a la altiplanicie de alrededor «su paisaje». Entre Tony Leike y el joven de la fotografía, con aquel padre tan feo y aquella madre tan guapa.

De vez en cuando Harry miraba el móvil y veía una llamada perdida. Hagen. Øystein. Kaja. Kaja otra vez. Tendría que responder pronto. Marcó su número.

—¿Puedo ir a tu casa esta noche? —preguntó Kaja.