Felicidad
Gunnar Hagen se aferraba a un lápiz y observaba a Harry, que, por una vez, estaba sentado —y no medio tumbado— en la silla delante del escritorio.
—Desde un punto de vista técnico, te han trasladado a Kripos y, por tanto, estás incluido en el equipo de Bellman —dijo el jefe de grupo—. Ergo, cualquier detención que tú llevaras a cabo significaría una victoria de Bellman.
—¿Y si yo (seguimos con las hipótesis) os informara y dejara la detención en manos de alguien de Delitos Violentos, digamos Kaja Solness o Magnus Skarre?
—Me vería obligado a rechazar incluso una oferta tan generosa como esa, Harry. He cerrado un acuerdo vinculante.
—Ya. Bellman sigue teniéndote en un puño, ¿no?
Hagen dejó escapar un suspiro.
—Si lograra hacer una pirula y arrebatarle a Bellman la detención del caso de asesinato más importante de Noruega, el Ministerio de Justicia se enteraría de todo en el acto. Por ejemplo, averiguarían que desoí sus instrucciones y fui a buscarte para que lo investigaras. Lo verían como desobediencia. Y sería perjudicial para todo el grupo. Lo siento, Harry, pero no puedo.
Harry se quedó absorto en sus pensamientos.
—Vale, jefe —dijo al fin, se levantó de la silla y enfiló raudo hacia la puerta.
—¡Espera!
Harry se paró.
—¿Por qué me preguntas eso ahora? ¿Está pasando algo que debería saber?
Harry negó con un gesto.
—Estaba poniendo a prueba una hipótesis, jefe. Después de todo, ese es nuestro trabajo, ¿no?
Harry invirtió la hora siguiente, hasta las tres, en hacer llamadas. La última fue a Bjørn Holm, que, sin pensárselo dos veces, le dijo que lo llevaba en el coche.
—No te he dicho ni adónde ni por qué —dijo Harry.
—No hace falta —dijo Bjørn, y continuó, haciendo hincapié en cada sílaba—: Confío en ti.
Se hizo un silencio.
—Seguramente me lo merezco —dijo Harry.
—Sí —dijo Bjørn.
—Tengo la sensación de que ya te he pedido perdón, pero ¿lo sentía de verdad?
—Para nada.
—¿Ah, no? Vale. Per… Per… Per… Joder, qué difícil. Per… Per…
—Suenas como cuando se cala un coche, tío —dijo Bjørn, pero Harry sabía que estaba sonriendo.
—Lo siento —dijo Harry—. Espero encontrar unas huellas para que las compruebes antes de irnos a las cinco. Digamos que, si no coinciden, no tendrás que conducir.
—¿Por qué tanto secreto?
—Porque confías en mí.
Eran las tres y media cuando Harry llamó a la puerta del cuarto de guardia del Rikshospitalet.
Le abrió Sigurd Altman.
—Hola, ¿podrías echarle un vistazo a esto?
Le dio al enfermero un puñado de fotografías.
—Están pegajosas —dijo Altman.
—Acaban de salir de la sala de revelado.
—Ya. Un dedo cortado. ¿Qué tiene de particular?
—Sospecho que a su dueño le administraron una fuerte dosis de ketamina. Me pregunto si tú, que eres experto en anestesia, podrías decirme si sería posible encontrar algún rastro en el dedo.
—Sí, claro, con el torrente sanguíneo se perfunde por todo el cuerpo. —Altman hojeó las fotos—. A ese dedo parece que le han sacado la sangre, pero, en teoría, con una gota es suficiente.
—Entonces la próxima pregunta es si puedes participar en una detención esta noche.
—¿Yo? ¿No tenéis ningún forense que…?
—Tú sabes más que ellos sobre este tema en concreto. Y necesito a alguien en quien pueda confiar.
Altman se encogió de hombros, miró el reloj y le devolvió las fotos.
—Termino el turno dentro de dos horas, así que…
—Estupendo. Vendremos a recogerte. Vas a formar parte de la historia noruega del crimen, Altman.
El enfermero sonrió sin entusiasmo.
Mikael Bellman llamó cuando Harry entraba en la Científica.
—¿Dónde has estado, Harry? Te he echado en falta en la reunión matinal.
—Por ahí.
—Por ahí, ¿dónde?
—En nuestra amada ciudad —dijo Harry al tiempo que dejaba un sobre grande en el mostrador, delante de Kim Erik Lokker, y se señalaba la yema del dedo para indicarle que quería que analizara las huellas.
—Cuando ni siquiera estás en el espectro del radar durante todo un día, me pongo nervioso, Harry.
—¿Es que no te fías de mí, Mi-ka-el? ¿Temes que vuelva a beber?
Se hizo el silencio al otro lado.
—Tienes que rendirme cuentas a mí, y quiero que me mantengas al corriente, eso es todo.
—Te informo de que no hay nada de lo que informar, jefe.
Harry cortó la comunicación y entró en el despacho de Bjørn. Beate ya estaba allí esperando.
—¿Qué es lo que quieres contarnos? —preguntó la colega.
—Una verdadera historia de policías y ladrones —dijo Harry antes de sentarse.
Iba por la mitad de la historia cuando Lokker asomó la cabeza con un folio de acetato con las huellas.
—Gracias —dijo Bjørn.
Cogió el folio, lo colocó en el escáner y se sentó al ordenador. Luego cogió la carpeta con las huellas latentes que habían encontrado en la calle de Holmenveien y puso en marcha el programa de localización de coincidencias.
Harry sabía que no llevaría más que unos segundos, pero cerró los ojos. El corazón se le aceleró, a pesar de que lo sabía, lo sabía. El Muñeco de Nieve lo sabía. Y le había contado a Harry lo poco que necesitaba, había formulado las palabras adecuadas, había creado la onda sonora necesaria para provocar la avalancha.
Tenía que ser así.
No debería llevar más que unos segundos.
El corazón le martilleaba en el pecho.
Bjørn Holm carraspeó un poco. Pero no dijo nada.
—Bjørn —dijo Harry, aún con los ojos cerrados.
—Sí, Harry.
—¿Es esta una de esas pausas dramáticas que quieres que aprenda a disfrutar?
—Sí.
—¿Y ha terminado ya, so liante?
—Sí. Y tenemos una coincidencia.
Harry abrió los ojos. La luz del sol. Entró a raudales en el despacho, lo inundó de tal manera que, literalmente, podían nadar en ella. Felicidad. Puta felicidad.
Los tres se levantaron al mismo tiempo. Se miraron con la boca abierta en un grito mudo de alegría. Luego se dieron los tres un abrazo torpe, con la pobre Beate tan menuda aplastada entre Bjørn y Harry. Continuaron ahogando los gritos de júbilo, entrechocando las manos con cuidado, y Bjørn Holm terminó con algo que Harry supuso debía de ser mucho más de lo que podría esperarse de un admirador de Hank Williams, un moon-walk perfecto.