Caligrafía
La mujer que abrió la puerta de la casa adosada de Hovseter tenía la espalda tan ancha como un luchador y era tan alta como Harry. Lo miraba con paciencia, como si estuviera acostumbrada a conceder a la gente unos segundos necesarios para sobreponerse.
—¿Sí?
Harry reconoció del teléfono la voz de Frida Larsen. Una voz gracias a la cual se había imaginado a una mujer dulce y menuda.
—Harry Hole —dijo—. Encontré la dirección a través del número de teléfono. ¿Está Felix en casa?
—Está fuera, jugando al ajedrez —dijo con voz monocorde, como si fuera una respuesta estándar—. Mándale un correo.
—Preferiría hablar con él.
—¿De qué?
La mujer ocupaba todo el vano de la puerta, de modo que era imposible ver el interior de la casa. Y no era solo por las dimensiones del cuerpo.
—Hemos encontrado piedras de lava en la comisaría. Me preguntaba si proceden del mismo volcán que las otras que le enviamos.
Harry estaba dos escalones por debajo de ella, con la piedrecilla en la mano. Pero ella no se movió del umbral.
—Imposible verlo —dijo—. Mándale a Felix un correo.
Hizo amago de ir a cerrar.
—Total, todas las lavas son iguales, ¿no? —dijo Harry.
Ella dudó un segundo. Harry esperaba. Sabía por experiencia que a los especialistas les cuesta no corregir a los que no lo son.
—Todos los volcanes tienen su lava, cada uno con una composición única —dijo la mujer—. Pero varía de una erupción a otra Tenéis que analizar las piedras. El contenido en hierro es muy relevante.
Tenía la cara inexpresiva y miraba con desinterés.
—Lo que yo quería, en realidad, es que me hablara un poco de la gente que viaja por el mundo visitando volcanes —dijo Harry—. No pueden ser muchos, así que me preguntaba si Felix no tendrá una lista de los que hay en Noruega.
—Yo diría que somos más de los que tú crees.
—Ah, ¿tú eres una de ellos?
La mujer se encogió de hombros.
—¿Cuál es el último volcán al que subisteis?
—El Ol Doinyo Lengai, en Tanzania. Y no subimos, estuvimos al lado. Estaba en erupción. Natrocarbonatita magmática. Esa lava es negra al salir, pero reacciona con el aire y, al cabo de unas horas, se vuelve totalmente blanca. Como la nieve.
De repente, se le reanimaron la cara y la voz.
—¿Por qué no quiere hablar tu hermano? —preguntó Harry—. ¿Es mudo?
Se puso rígida otra vez. Con voz apagada y muerta, dijo:
—Mándale un correo.
Fue tal el portazo que a Harry le entró polvo en los ojos.
Kaja aparcó en la calle de Maridalsveien, saltó el quitamiedos y bajó con cautela la escarpada pendiente que desembocaba en el bosque donde se encontraba la fábrica de Kadok. Encendió la linterna y se abrió paso entre los arbustos, apartando las ramas desnudas que le daban en la cara. El follaje era muy denso, las sombras se deslizaban como lobos silenciosos, e incluso cuando se detuvo para ver si oía o veía algo, las siluetas de los árboles se proyectaban unas sobre otras, y al final uno no sabía qué era qué, como en un laberinto de espejos. Pero Kaja no tenía miedo. En realidad, era curioso que a ella, que tanto miedo tenía a las puertas cerradas, no la asustara la oscuridad. Escuchó con atención el rumor del río. ¿Había oído algo? ¿Un sonido fuera de lugar? Continuó. Se agachó bajo un tronco derribado por el viento y volvió a parar. Pero, como antes, todos los sonidos cesaban cuando ella se paraba. Kaja respiró hondo varias veces y completó su razonamiento: como si alguien que no quería que lo descubrieran la estuviera siguiendo.
Se volvió y enfocó a su espalda con la linterna. Ya no estaba tan segura de no tener miedo a la oscuridad. Unas ramas se mecieron a la luz, pero era ella misma quien las había puesto en movimiento, ¿verdad?
Siguió hacia delante.
Soltó un grito al ver que la linterna iluminaba una cara pálida con los ojos como platos. Se le cayó la linterna al suelo y retrocedió un poco, pero aquel ser la siguió con un gruñido que recordaba a una risa. En la oscuridad, entrevió que se agachaba, se levantaba y, un segundo después, la luz deslumbrante de su linterna le daba en la cara.
Contuvo la respiración.
—Aquí —dijo la voz bronca del hombre, y la luz vaciló un poco.
—¿Aquí?
—Aquí tienes la linterna —dijo la voz.
Kaja la cogió y la enfocó hacia un lado para poder verlo sin deslumbrarlo. Tenía el pelo rubio y las mandíbulas prominentes.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Kaja.
—Truls Berntsen. Trabajo con Mikael.
Claro que había oído hablar de Truls Berntsen. La sombra. Beavis, ¿no era así como lo llamaba Mikael?
—Yo soy…
—Kaja Solness.
—Vaya, ¿cómo…? —Kaja tragó saliva y formuló otra pregunta—. ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú —dijo con voz monocorde y bronca.
—No me digas. ¿Y qué hago yo aquí?
Él gruñó aquella risa suya. Pero no respondió. Se quedó allí plantado delante de ella, con los brazos colgando y algo separados. Tenía un tic en un párpado, como si un insecto se hubiera quedado atrapado debajo.
Kaja exhaló un suspiro.
—Si has venido a lo mismo que yo, estás aquí para mantener la fábrica vigilada —dijo—. Por si apareciera otra vez.
—Sí, por si apareciera otra vez —dijo el tal Beavis sin apartar la vista de ella.
—No es tan improbable —dijo Kaja—. No es seguro que él sepa que se ha quemado.
—Mi padre trabajaba ahí —dijo Beavis—. Siempre decía que fabricaba PSG, tosía PSG y se convertía en PSG.
—¿Hay más gente de Kripos en la zona? ¿Os ha mandado venir Mikael?
—Ya no ves a Mikael, ¿verdad? ¿Ahora te ves con Harry Hole?
A Kaja se le heló el estómago. ¿Cómo era posible que aquel hombre lo supiera? ¿Habría hablado Mikael de ella con alguien, después de todo?
—Tú no estuviste en la cabaña Håvass —dijo, para cambiar de tema.
—¿Ah, no? —Gruñidos a modo de risas—. Será que libraba ese día. Por horas extra trabajadas. Le tocó a Jussi.
—Sí —dijo Kaja en voz baja—. Le tocó a él.
Vino una ráfaga de viento y Kaja volvió la cabeza al notar una rama que le raspaba la cara. ¿La habría seguido aquel hombre, o estaba allí antes de que ella llegara?
Fue a preguntarle, pero él ya no estaba. Enfocó la linterna por entre los árboles. Se había esfumado.
Eran las dos de la madrugada cuando aparcó en la calle, cruzó la verja y subió la escalera hasta la casa de color amarillo. Pulsó el botón que había encima del trozo de cerámica decorada donde se leía: FAM. HOLE con una caligrafía sinuosa.
Después de llamar tres veces, oyó un leve carraspeo a su espalda y se volvió a tiempo de ver cómo Harry guardaba el arma reglamentaria en la cintura. Habría doblado la esquina y se acercó sin hacer ruido.
—¿Qué pasa? —preguntó aterrada.
—Nada, solo soy más precavido de lo normal. Deberías haber llamado para avisar que venías.
—¿Es que… no debería haber venido?
Harry subió la escalera y abrió la puerta. Ella lo siguió, lo abrazó por detrás, se pegó a su espalda, cerró la puerta con el talón. Él le apartó los brazos, se dio la vuelta y pensaba decir algo, pero ella lo calló con un beso. Un beso hambriento que exigía ser correspondido. Le metió las manos frías bajo la camisa y supo por el calor de la piel que acababa de salir de la cama; sacó el revólver de la cinturilla del pantalón y lo dejó en la mesa de la entrada con un golpe.
—Te deseo —le susurró.
Le mordisqueó la oreja y le palpó con la mano por encima del pantalón. Tenía el miembro blando y caliente.
—Kaja…
—¿No me vas a dejar?
Kaja notó en él un asomo de duda, cierta resistencia. Le rodeó el cuello con la otra mano, lo miró a los ojos:
—Por favor…
Él sonrió. Luego relajó los músculos. Y la besó. Despacio. Más despacio de lo que ella quería. Dejó escapar un gemido de frustración, le desabotonó el pantalón. Le agarró fuerte la polla sin mover la mano, solo para notar cómo crecía.
—Joder contigo, Kaja —dijo Harry con un gemido, y la cogió en brazos.
La llevó escaleras arriba, abrió la puerta del dormitorio de una patada y la tumbó en la cama. En el lado de su madre. Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, notó cómo le iba quitando la ropa con destreza. Sintió el calor que irradiaba su piel unos segundos antes de que se tumbara encima de ella y le separase los muslos. Sí, pensó. Joder conmigo.
Estaba tumbada con la cara pegada a su pecho, oyendo los latidos de su corazón.
—¿Qué pensabas? —susurró ella—. Quiero decir, mientras estabas allí y sabías que ibas a morir.
—Que tenía que vivir —dijo Harry.
—¿Solo eso?
—Solo eso.
—¿Y no pensaste que… que ibas a ver otra vez a las personas a las que querías?
—No.
—Pues yo sí. Fue muy extraño. Tenía tanto miedo de que algo se rompiera en mil pedazos… Y luego se me pasó el miedo y me embargó la paz. Simplemente, me dormí. Entonces viniste tú. Y me despertaste. Me salvaste.
Harry le pasó el cigarrillo y ella dio una calada. Soltó una risita.
—Eres un héroe, Harry. Ni más ni menos, uno de esos a los que condecoran con medallas. ¿Quién lo habría dicho, verdad?
Harry meneó la cabeza.
—Créeme, querida, yo solo pienso en mí mismo. No te dediqué ni un pensamiento hasta que no llegué a la chimenea.
—Ya, pero una vez allí, seguías teniendo falta de aire. Y sabías que, si me sacabas, el aire se acabaría el doble de rápido.
—¿Qué quieres que diga? Soy un tío generoso.
Ella se echó a reír y le dio una palmada en el pecho.
—¡Un héroe!
Harry dio una buena calada al cigarro.
—Puede que el instinto de supervivencia engañase a la conciencia.
—¿Qué quieres decir?
—La persona a la que encontré primero era tan fuerte que casi podía tirar del bastón. Así que me figuré que debía de ser Kolkka, y que todavía estaba vivo. Sabía que era cuestión de segundos y de minutos, pero en lugar de sacarlo a él, me puse a clavar el bastón en la nieve hasta que te encontré a ti. Estabas totalmente inmóvil, creí que estabas muerta.
—¿Y?
—Pues que, en el fondo, quizá pensé que si sacaba antes a la persona que estaba muerta, el que todavía estaba vivo podría morirse mientras tanto. Y así me quedaría con todo el aire para mí solo. No es fácil saber qué sentimientos lo guían a uno.
Ella guardó silencio. Fuera, el traqueteo de una motocicleta ascendió y se perdió otra vez. Motos en febrero. Y hoy había visto un ave migratoria. Todo estaba fuera de control.
—¿Tú piensas siempre tanto? —preguntó.
—No. Puede. No lo sé.
Ella se pegó más aún a él.
—¿En qué estás pensando ahora?
—¿Cómo puede saber lo que sabe?
Ella suspiró.
—¿Nuestro asesino?
—Y por qué juega conmigo. Por qué me envía una parte del cuerpo de Tony Leike. Cómo piensa.
—¿Y cómo piensas averiguarlo?
Apagó el cigarrillo en el cenicero de la mesilla de noche. Respiró hondo y soltó el aire con un largo silbido.
—Pues eso es. Solo se me ocurre una forma. Tengo que hablar con él.
—¿Con él? ¿Con el Caballero?
—Con alguien como él.
Mientras se dormía vino aquel sueño. Estaba mirando un clavo. Sobresalía de la cabeza de un hombre. Pero esa noche había algo familiar en la cara del hombre. Un retrato conocido, y que tantas veces había visto. Lo había visto recientemente. Aquel objeto extraño estalló en la boca de Harry, que se estremeció. Estaba dormido.