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Extinción total

La oscuridad de la noche se extendió sobre Nydalen. Harry tenía una manta en los hombros y un vaso de papel de los grandes en la mano, mientras, en compañía de Bjørn Holm, veía a los buceadores de humos adentrarse y salir corriendo con los últimos cubos de PSG que saldrían de la fábrica Kadok.

—Entonces ¿tenía fotos de todas las víctimas clavadas en la pared? —dijo Bjørn Holm.

—Pues sí —dijo Harry—. Menos de la prostituta de Leipzig, Juliana Verni.

—¿Y la hoja? ¿Estás seguro de que era del libro de visitas de la cabaña Håvass?

—Sí. Vi ese libro cuando estuve allí, y la página era exactamente igual.

—¿Y dices que estuviste a medio metro de la hoja en la que, seguramente, figuraba el nombre del séptimo hombre, y no lo viste?

Harry se encogió de hombros.

—Puede que necesite gafas de cerca. Todo fue muy rápido, Bjørn. Y mi interés por ese papel disminuyó un poco cuando vi que el colega empezaba a rociarlo todo con gasolina.

—No, si ya, no quería decir que…

—También había cartas. Por lo que alcancé a leer, parecían cartas de chantaje. Puede que ya lo haya descubierto alguien.

Uno de los bomberos se les acercó. Le rechinaba y le protestaba la ropa al caminar.

—Kripos, ¿verdad? —gruñó el hombre, con un tono que encajaba perfectamente con el casco y las botas, y con unos gestos que decían «jefe».

Harry dudó un instante, pero luego asintió, no tenía ningún sentido complicar las cosas.

—¿Qué ha pasado ahí dentro?

—Pues esperaba que tus hombres puedan contárnoslo en su momento —dijo Harry—. Pero, más o menos, yo creo que podemos decir que el que se alquiló una oficina gratis ahí dentro tenía una idea muy clara de lo que ocurriría si recibía una visita no deseada.

—¿Ah, sí?

—Debería haber comprendido que algo no encajaba cuando vi los fluorescentes del techo. Si hubieran servido, no habría necesitado ningún flexo. El interruptor estaba conectado a otra cosa. Una especie de mecanismo de ignición.

—Así que eso es lo que crees, ¿no? Bueno, pues enviaremos a algún experto mañana temprano.

—¿Cómo está eso? —preguntó Holm—. ¿Cómo está la habitación donde empezó el incendio?

El bombero escrutó a Holm.

—PSG en paredes y techo, muchacho. ¿Cómo crees que está?

Harry estaba cansado. Cansado de golpes, cansado de tener miedo, cansado de quedarse atrás. Pero en aquel preciso momento estaba cansado de los adultos que nunca se cansaban de jugar a ser el rey del castillo. Harry habló en voz baja, tan baja que el bombero tuvo que inclinarse un poco.

—Si no tienes un sincero interés por lo que mi técnico criminalista pueda creer de la habitación de la que acaban de salir un puñado de tus buceadores, te sugiero que escupas ahora mismo una respuesta concisa y satisfactoria. Verás, es que, ahí dentro, se ha dedicado un tío a planear siete u ocho asesinatos. Que ha perpetrado, por cierto. Y tenemos muchas ganas de saber si vamos a encontrar algún rastro que nos permita atrapar a ese hombre tan malo. ¿Ha sido fácil de entender?

El bombero se irguió un poco. Carraspeó.

—El PSG es extremadamente…

—Escúchame. Nos interesa el resultado, no la causa.

La cara del bombero tenía un color que no se debía solo al calor del PSG en llamas.

—Carbonizado. Todo carbonizado. Papeles, muebles, ordenador, todo.

—Gracias, jefe —dijo Harry.

Los dos policías se quedaron mirando la espalda del bombero al alejarse.

—¿Mi técnico criminalista? —repitió Holm con cara de asco, como si se hubiera metido en la boca algo que supiera mal.

—Es que tenía que parecer que yo también era algo así como un jefe.

—Mola eso de ningunear a otro cuando acaban de ningunearte a ti, ¿no?

Harry asintió y se abrigó un poco más con la manta.

—Ha dicho «carbonizado», ¿verdad?

—Carbonizado. ¿Cómo te encuentras tú?

Harry miró desanimado el humo que aún salía de las ventanas de la fábrica y entraba anillándose en los focos de los bomberos.

—Como si me hubieran jodido en Nydalen —respondió, y tiró el resto del café ya frío.

Harry se fue de Nydalen, pero no había hecho más que llegar al semáforo en rojo de la calle de Uelandsgate cuando Bjørn Holm lo llamó otra vez.

—El forense ha analizado la mancha de esperma hallada en los pantalones de esquí de Adele Vetlesen, y tenemos un perfil de ADN.

—¿Tan pronto? —dijo Harry.

—No es un perfil completo, pero suficiente para decir que tenemos una coincidencia con el noventa y tres por ciento de garantía.

Harry se irguió en el asiento.

«Coincidencia». La más maravillosa de cuantas palabras hubiera. Quizá aún pudieran salvarle el día.

—¡Venga, suéltalo! —dijo Harry.

—Tienes que aprender a disfrutar de las pausas dramáticas —dijo Holm.

Harry soltó un suspiro.

—Vale, vale. Encontraron la coincidencia en el perfil del ADN de un pelo del peine de Tony Leike.

Harry se quedó perplejo.

Tony Leike había violado a Adele Vetlesen en la cabaña Håvass.

Harry no se lo habría imaginado. ¿Tony Leike? Le costaba asimilarlo. Un hombre violento, de acuerdo, pero ¿violaría a una mujer que estaba en la cabaña en compañía de otro hombre? Elias Skog dijo que lo había visto taparle la boca a Adele, y llevarla a la letrina. ¿Y si no era una violación, después de todo?

Y entonces —de repente— se le hizo la luz.

Harry lo vio claro.

No había sido una violación. Y ahora lo tenía: el móvil.

Los coches empezaron a pitar detrás de él. Ya tenía luz verde.