Trueno
Bjørn Holm y Beate Lønn estaban delante del amplio banco de acero del laboratorio observando los pantalones de esquí azul marino que tenían debajo de la potente lámpara.
—Eso, sin lugar a dudas, es una mancha de esperma —dijo Beate.
—O una raya de esperma —dijo Bjørn Holm—. Mira la marca de arrastre.
—Demasiado poco para una eyaculación. Parece más bien como si hubieran frotado un pene erecto y húmedo contra el trasero de quien llevara los pantalones. ¿No decías que seguramente Bruun era homosexual?
—Sí, pero dice que no los ha usado desde que se los prestó a Adele.
—En ese caso, yo diría que estamos ante una mancha de esperma típica de una violación. Ya podemos enviarla para el análisis de ADN, Bjørn.
—Estoy de acuerdo. ¿Qué te parece esto?
Holm señaló los pantalones azul claro de enfermera, dos manchas refregadas justo debajo de los dos bolsillos traseros.
—¿Qué es?
—Unas manchas de algo que no se va con el lavado. Es un material con base de nonilfenol que se llama PSG. Se utiliza en diversos productos para coches, entre otras cosas.
—Pues se ve que se sentó encima.
—No solo se sentó, las fibras se han impregnado totalmente, tuvo que restregarse con él. Fuerte. Así.
Movió las caderas adelante y atrás.
—Ya. ¿Alguna teoría de por qué?
Se quitó las gafas y miró a Holm, cuya boca se retorcía para pronunciar unas palabras que su cerebro ideaba y rechazaba al mismo tiempo.
—¿Meneando las caderas como si estuviera follando? —preguntó Beate.
—Sí —dijo Holm con alivio.
—Ya. ¿Y dónde y cuándo se sienta a hacer eso una mujer vestida de enfermera que no trabaja en un hospital?
—Muy sencillo —dijo Bjørn Holm—. Durante una cita nocturna en una fábrica de PSG cerrada.
Las nubes se dispersaron y otra vez los bañaba el embrujo del resplandor azul en el que todo, incluso las sombras, era fosforescente, estático como en una foto fija.
Kolkka se había acostado, pero Harry suponía que el finlandés tenía los ojos abiertos y el resto de los sentidos en alerta máxima.
Kaja miraba por la ventana con la barbilla apoyada en la mano. Llevaba puesto un jersey blanco de lana gruesa, ya que solo tenían encendidos los radiadores eléctricos. Pensaron que sería sospechoso que saliera humo de la chimenea las veinticuatro horas del día cuando solo había allí dos personas.
—Si echas de menos el cielo estrellado de Hong Kong, aprovecha y mira ahora —dijo Kaja.
—No recuerdo ningún cielo estrellado —dijo Harry, y encendió un cigarro.
—¿No echas de menos nada de Hong Kong?
—Los fideos de Li Yuan —dijo Harry—. A diario.
—¿Estás enamorado de mí?
Había bajado la voz solo un poco, y lo miraba con atención mientras se recogía el pelo con una goma.
Harry lo pensó un instante.
—Ahora mismo no.
Ella se echó a reír con expresión de sorpresa.
—¿Ahora mismo no? ¿Qué significa eso?
—Que esa parte está clausurada mientras nos encontremos aquí.
Ella meneó la cabeza.
—Tú no estás bien, Hole.
—De eso, precisamente —dijo Harry con una sonrisita—, no cabe ninguna duda.
—¿Y cuando hayamos terminado con este trabajo dentro de…? —Kaja miró el reloj—. ¿Diez horas?
—Entonces puede que vuelva a estar enamorado de ti —dijo Harry. Y puso la mano en la mesa, al lado de la suya—. Si no antes.
Kaja observó las manos. Se dio cuenta de lo grande que era la de Harry. De lo fina que era la suya. De lo pálida y huesuda que era la de él, con venas gruesas que se enroscaban por todo el dorso.
—¿Así que podrías enamorarte antes de que termine el trabajo, a pesar de todo?
Le cogió la mano.
—Quería decir que el trabajo puede haber terminado antes de que haya pasado…
Ella retiró la mano.
Harry la miró sorprendido.
—Lo que quería decir es que…
—¡Escucha!
Harry contuvo la respiración y aguzó el oído. Pero nada.
—¿Qué es?
—Parecía un coche —dijo Kaja echando una ojeada afuera—. ¿Tú qué crees?
—Lo dudo —dijo Harry—. Hay más de una milla hasta la carretera transitable más próxima. ¿Qué me dices de un helicóptero? ¿O una motonieve?
—¿O será mi cerebro, que está hiperactivo? —suspiró Kaja—. Ya no se oye. Bien mirado, seguro que no era nada. Perdona, es que es fácil estar hipersensible cuando tienes miedo y…
—No —dijo Harry, y sacó el revólver de la funda—. No es miedo, no estás hipersensible. Describe el sonido.
Harry se levantó y se acercó a la otra ventana.
—¡Te digo que no es nada!
Harry entreabrió la ventana.
—Tú tienes mejor oído que yo. Escucha por los dos.
Se quedaron atentos en la oscuridad. Pasaban los minutos.
—Harry…
—Chsss.
—Siéntate aquí otra vez, Harry.
—Está aquí —dijo Harry a media voz, como si estuviera hablando consigo mismo—. Ya está aquí.
—Harry, ahora eres tú el hipersens…
Se oyó un estruendo sordo. El sonido era bajo, profundo y como redondo y lento, sin ímpetu, como una tormenta lejana. Pero Harry sabía que rara vez había truenos a siete grados bajo cero con el cielo despejado.
Contuvo la respiración.
Y luego, lo oyó. Otro rumor, distinto del estruendo, pero también en baja frecuencia, como las ondas sonoras de un altavoz de graves, ondas sonoras que desplazaban el aire, que se notaban en el estómago. Harry solo había oído aquel sonido una vez, pero sabía que lo recordaría el resto de su vida.
—¡Una avalancha! —gritó, y echó a correr hacia la habitación de Kolkka, que daba a la montaña—. ¡Una avalancha!
La puerta del dormitorio se abrió y allí estaba Kolkka, totalmente despierto. Sentían temblar los cimientos. Era una avalancha enorme. Pero aunque la cabaña hubiera estado bien cimentada y hubiera tenido sótano, Harry sabía que no les daría tiempo de bajar. Porque detrás de Kolkka volaban a toda velocidad los cristales de la ventana, presionados por el aire que las grandes avalanchas impulsan hacia delante.
—¡Cogedme la mano! —gritó Harry para hacerse oír en medio del fragor, y alargó las manos hacia Kaja y Kolkka.
Los vio precipitarse hacia él cuando todo el aire de la cabaña fue aspirado, como si la avalancha hubiera respirado, exhalando primero, después inhalando. Notó la mano de Kolkka agarrarse fuerte a la suya y esperó la de Kaja. Luego, el muro de nieve se estrelló contra la cabaña.