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Heel hook

Cuando Harry se despertó eran las nueve, la luz inundaba la habitación y a su lado no había nadie. Y tenía cuatro mensajes en el teléfono.

El primero era de Kaja, que decía que iba en el coche camino de casa antes de ir al trabajo. Y le daba las gracias por… No oyó lo que decía, solo una risa clara, antes de que colgara.

El segundo era de Gunnar Hagen, que le preguntaba por qué no había respondido a ninguna de sus llamadas, que la prensa lo acosaba por la detención sin fundamento de Tony Leike.

El tercero era de Günther, que repetía la broma de Harry Klein y le decía que la policía de Leipzig no había encontrado el pasaporte de Juliana Verni, por lo que no podían confirmar si tenía el sello de Kigali.

El cuarto era de Mikael Bellman, que sencillamente le pedía a Harry que se presentara en Kripos a las dos, que daba por hecho que Solness lo había informado.

Harry se levantó. Se sentía bien. Más que bien. Quizá estupendo. Miró a ver. Bueno, estupendo era exagerado.

Bajó, sacó un paquete de pan e hizo primero la llamada importante.

—Estás hablando con Søs Hole.

Sonó tan solemne que no pudo aguantarse la risa.

—Y tú estás hablando con Harry Hole —dijo.

—¡Harry! —Søs gritó el nombre dos veces más.

—Hola, Søs.

—¡Papá me ha dicho que habías vuelto! ¿Por qué no me has llamado antes?

—No estaba preparado, Søs. Ahora sí. ¿Y tú?

—Yo siempre estoy preparada, Harry. Ya lo sabes.

—Sí, es verdad. ¿Comemos en el centro antes de ir a ver a papá? Invito yo.

—¡Sí! Pareces contento, Harry. ¿Es por Rakel? ¿Has hablado con ella? Yo hablé con ella ayer. ¿Qué pasa? ¿Harry?

—Nada, el paquete de pan, que se me ha caído al suelo. ¿Qué quería?

—Preguntar por papá. Se había enterado de que está enfermo.

—¿Nada más?

—Sí. No. Me dijo que Oleg estaba bien.

Harry tragó saliva.

—Estupendo. Pues nos vemos luego.

—¡No te olvides! ¡Me alegro mucho de que estés en casa, Harry! ¡Tengo muchas cosas que contarte!

Harry dejó el teléfono en la encimera, y se agachó para recoger el pan cuando volvió a sonar. Søs siempre se acordaba de las cosas que quería decir después de colgar. Harry se levantó.

—¿Qué pasa?

Un carraspeo grave. Luego, alguien que se presentó como Abel. El nombre le resultaba familiar, y Harry rebuscó en la memoria. Allí tenía archivadores con los casos de asesinato primorosamente ordenados, con datos que nunca parecían borrarse: nombres, caras, direcciones, fechas, el sonido de una voz, el color y el modelo de un coche. Sin embargo, podía olvidar el nombre de un vecino que llevaba tres años viviendo en el mismo rellano, o la fecha del cumpleaños de Oleg. Lo llamaban memoria de investigador.

Harry escuchaba sin interrumpir.

—Comprendo —dijo al final—. Gracias por llamar.

Colgó y marcó otro número.

—Kripos —respondió una recepcionista cansada—. Has llamado a Mikael Bellman.

—Sí, soy Hole, de Delitos Violentos. ¿Dónde está Bellman?

La recepcionista lo informó de dónde se encontraba el jefe de grupo.

—Lógico —dijo Harry.

—¿Perdón? —dijo ella bostezando.

—A eso se dedica fundamentalmente, ¿no?

Harry se guardó el teléfono en el bolsillo. Se quedó mirando por la ventana de la cocina. El pan crujía bajo las suelas de los zapatos mientras se alejaba.

«Centro de escalada Skøyen», ponía en el cristal de la puerta que daba al aparcamiento. Harry la empujó y entró. Tuvo que detenerse cuando bajaba la escalera para dejar paso a un grupo de escolares alborotados que salían. Se quitó las botas junto al zapatero que había al pie de la escalera. En la gran sala había unas seis personas trepando por las paredes de diez metros de altura. Aunque las paredes se parecían más bien a aquellos peñascos tan raros de papier mâché de las películas de Tarzán que Harry y Øystein veían en el cine Symra cuando eran pequeños. Salvo que estas estaban llenas de coloridos agarradores y pernos con cuerdas y mosquetones. Un discreto olor a detergente y a sudor de pies ascendía de las alfombras azules que cubrían el suelo por el que caminaba. Se detuvo junto a un hombre zambo y bajito que miraba concentrado el techo. Desde el arnés salía una cuerda que llegaba hasta un hombre que, en aquel momento, colgaba balanceándose de un brazo a ocho metros del suelo. En lo más alto del movimiento pendular, subió un pie, apoyó el talón debajo de un asidero rosa con forma de pera, afianzó el otro pie y enganchó la cuerda en el ancla con un movimiento elegante.

Got you! —gritó, se echó hacia atrás en la cuerda y puso los pies en la pared.

—Buen heel hook —dijo Harry—. Tu jefe es un poco exhibicionista, ¿no?

Jussi Kolkka ni respondió ni se dignó mirar a Harry siquiera; simplemente, recogió la cuerda de freno.

—Me han dicho en el despacho que estabas aquí —le dijo Harry al hombre que bajaba hacia ellos.

—Todas las semanas, siempre a la misma hora —dijo Bellman—. Una de las pocas ventajas de ser policía es que puedes entrenar en horario laboral. ¿Cómo estás tú, Harry? Se te ve fuerte, eso sí. Muchos músculos por kilo, creo yo. Ideal para escalar, ¿sabes?

—Soy poco ambicioso —dijo Harry.

Bellman aterrizó con las piernas abiertas y soltó un poco de cuerda para deshacer el nudo.

—No lo entiendo.

—No le veo la gracia a lo de escalar tan alto. Yo subo a veces montañas más bajas.

—Escalada en solitario —dijo Bellman con desprecio, desabrochó el arnés y se lo quitó—. Sabrás que duele más caer desde dos metros sin cuerda que desde treinta con ella, ¿verdad?

—Sí —dijo Harry con media sonrisa—. Lo sé.

Bellman se sentó en uno de los bancos de madera, se quitó las zapatillas de escalar, que parecían zapatillas de ballet, y se frotó los pies mientras Kolkka bajaba la cuerda y empezaba a enrollarla.

—¿Has recibido mi mensaje?

—Sí.

—¿Y por qué tanta prisa? Hemos quedado a las dos.

—Eso es lo que quería aclararte, Bellman.

—¿Aclararme?

—Antes de que nos veamos con los demás. Que acordemos las premisas para que yo esté en el equipo.

¿El equipo? —Bellman se echó a reír—. Pero de qué hablas, Harry.

—¿Quieres que sea más claro? Tú a mí no me necesitas para llamar a Australia y convencer a esa mujer de que venga y haga de cebo, lo puedes hacer muy bien solo. Lo que me estás pidiendo es ayuda.

—Pero ¡Harry! Sinceramente, creo…

—Se te ve cansado, Bellman. Está empezando a afectarte, ¿verdad? La presión aumentó de un modo brutal después de lo de Marit Olsen. —Harry se sentó en el banco al lado del jefe de grupo. Le sacaba casi diez centímetros de estatura—. Feeding frenzy en la prensa todos los putos días. Imposible pasar delante de un expositor de prensa o encender el televisor sin que te recuerden el caso. Ese caso que tú no has conseguido resolver. Ese caso del que no para de hablar el jefe. Ese caso que exige una conferencia de prensa al día, para que los buitres se quiten la palabra unos a otros con una avalancha de preguntas. Ahora resulta que el hombre al que soltaste se ha esfumado. Los buitres de la prensa acuden en bandadas, algunos empiezan a hablar en sueco, en danés e incluso en inglés. Yo me he encontrado en la misma situación, Bellman. Ya mismo hablarán hasta en francés, coño. Porque se trata de un caso que tienes que resolver, Bellman. Y ese caso se ha estancado.

Bellman no respondió, pero se le veía la tensión en las mandíbulas. Kolkka ya había guardado la cuerda en el saco y se dirigía hacia ellos, pero Bellman le indicó que se fuera. El finlandés se dio media vuelta y se alejó hacia la salida como un terrier obediente.

—¿Qué quieres, Harry?

—Te ofrezco la posibilidad de resolver esto los dos solos, en lugar de arriba, en una reunión.

—¿Quieres que yo te pida ayuda a ti?

Harry vio que a Bellman se le ensombrecía un poco la cara.

—¿Es que te has creído que estás en posición de negociar, Harry?

—Bueno, creo que mi posición es mejor ahora que en mucho tiempo.

—Pues te equivocas.

—Kaja Solness no quiere trabajar para ti. A Bjørn Holm ya lo has ascendido, si lo mandas otra vez a investigar escenarios se alegrará. El único al que todavía puedes perjudicar es a mí, Bellman.

—¿Se te ha olvidado que puedo encerrarte y que no podrás ver a tu padre antes de que muera?

Harry meneó la cabeza.

—Ya no hay nadie a quien ver, Bellman.

Bellman lo miró sorprendido enarcando una ceja.

—Esta mañana me han llamado del hospital —dijo Harry—. Mi padre entró en coma anoche. Abel, su médico, dice que no se va a despertar. Así que lo que no le haya dicho a mi padre hasta ahora quedará sin decir.