46

Escarabajo rojo

Harry abrió los ojos y se quedó mirando un escarabajo rojo cuadrado y enorme que se le acercaba arrastrándose por entre las dos botellas vacías, ronroneando como un gato. Se detenía, ronroneaba otra vez, avanzaba a rastras otros cinco centímetros en dirección a él por la superficie cristalina de la mesa del salón, dejando un rastro diminuto en la ceniza. Harry alargó la mano, lo cogió y se lo llevó a la oreja. Oyó su propia voz resonar como un pedrusco al caer.

—Øystein, deja de llamarme.

—Harry…

—¿Quién es?

—Soy Kaja. ¿Qué haces?

Miró la pantalla para cerciorarse de que aquella voz decía la verdad.

—Descansar.

Notó que el estómago se preparaba para deshacerse de su contenido. Otra vez.

—¿Dónde?

—En el sofá. Si no es nada importante, voy a colgar.

—¿Quieres decir que estás en Oppsal, en tu casa?

—Bueno, voy a ver. El papel pintado es el mismo, desde luego. Oye, tengo que dejarte.

Harry soltó el teléfono a los pies del sofá, logró levantarse, se inclinó para desplazar hacia delante el centro de gravedad y avanzó dando traspiés mientras usaba la cabeza como antena y ariete. Todo ello lo llevó a la cocina sin encontronazos dignos de mención, y con el tiempo justo de agarrarse a ambos lados del fregadero antes de que le saliera el chorro de vómito por la boca.

Cuando abrió los ojos otra vez vio que el escurreplatos seguía en el fregadero. Un hilillo de vómito amarillo verdoso chorreaba hacia abajo por un único plato colocado de canto. Harry abrió el grifo. Una de las ventajas de ser un borrachín que vuelve a subirse al carro del alcohol es que, al segundo día, el vómito deja de taponar el sumidero.

Harry bebió un poco de agua directamente del grifo. No mucha. Otra ventaja de los alcohólicos expertos es que saben lo que su estómago es capaz de aguantar.

Volvió al salón, andando con las piernas separadas, como si se lo hubiera hecho encima. Algo que, por cierto, todavía no controlaba. Se tumbó en el sofá y oyó un débil pitido a la altura de los pies. Una vocecilla de una persona en miniatura gritaba su nombre. Tanteó entre los pies y se llevó otra vez a la oreja el teléfono de color rojo.

—¿Qué pasa?

Se preguntaba qué iba a hacer con la bilis que le ardía en la garganta como si fuera lava, si escupirla o tragársela. O dejarla que siguiera quemándolo, lo que, por cierto, se merecía.

Escuchó mientras ella le decía que quería verlo. Y que si quería quedar con ella en el restaurante de Ekeberg. Por ejemplo, ahora. O dentro de una hora.

Harry observó las dos botellas vacías de Jim Beam que había encima de la mesa y luego miró el reloj. Las siete. La tienda del Monopolet estaba cerrada. El bar de un restaurante.

—Ahora —dijo.

Colgó, y el teléfono volvió a sonar. Miró la pantalla y le dio a responder.

—Hola, Øystein.

—Hombre, por fin respondes. Joder, Harry, no puedes asustarme así, empezaba a preguntarme si habías hecho un Hendrix.

—¿Puedes llevarme al restaurante de Ekeberg?

—¿Por quién coño me tomas, por un puto taxista?

Dieciocho minutos después, Øystein estaba con el coche ante la escalera de la casa de Harry Hole y, con la ventanilla bajada, gritó entre risas:

—¿Quieres que te ayude a echar la llave a la puerta de la casa, crápula?

»¿A cenar? —dijo Øystein mientras cruzaban Nordstrand—. ¿Para follar o porque ya habéis follado?

—Relájate. Trabajamos juntos.

—Precisamente. Como decía la que fue mi mujer: «Deseamos aquello que vemos a diario». Lo habría leído en alguna revista femenina. Solo que ella no se refería a mí, sino a la rata aquella que tenía en la oficina de al lado.

—Øystein, tú no has estado casado nunca.

—Pero podría. El tío llevaba una chaqueta de punto típica noruega y corbata y hablaba nynorsk. No un dialecto, sino esa mierda de nuevo noruego de Ivar Aasen, lo digo en serio. ¿Te imaginas lo que es acostarte solo y pensar que, en esos momentos, están follándose a la que podría haber sido tu mujer en la mesa de una oficina? Como si estuvieras viendo una chaqueta de punto sobre el trasero blanco de un campesino que le está metiendo todo lo que puede, hasta que se para y como que encoge la piel del culo y el tío grita: ¡Que me corrooo!

Øystein miró a Harry, pero este no reaccionó.

—Joder, Harry, es supergracioso. ¿Tan borracho estás?

Kaja estaba sentada junto a la ventana, contemplando la ciudad inmersa en sus pensamientos cuando un leve carraspeo llamó su atención. Era el maître, que la miraba con esa expresión de «Sé que está en la carta pero en la cocina dicen que no lo tenemos», y se había inclinado un poco, pero hablaba tan bajo que apenas oía lo que le decía:

—Siento tener que decirle que su acompañante acaba de llegar. —Antes de sonrojarse, se corrigió—: Quiero decir que lo siento, pero no hemos podido dejarlo entrar. Está un poco… animado de más, sintiéndolo mucho. Y, en esos casos, nuestra política…

—No pasa nada —dijo Kaja, y se puso de pie—. ¿Dónde está?

—La está esperando fuera. Me temo que ha pedido una copa al entrar en el bar, y que se la ha llevado al salir. Podemos perder la licencia de venta de bebidas alcohólicas por una cosa así, ¿comprende?

—Por supuesto, tráeme el abrigo, por favor —dijo Kaja, y cruzó el restaurante rápidamente, seguida del maître.

Kaja salió y vio a Harry. Estaba tambaleándose al lado del muro bajo de piedra junto al que estuvieron hablando la vez anterior.

Llegó hasta donde se encontraba. Había un vaso vacío encima del muro.

—Está visto que no vamos a comer en este restaurante —dijo—. ¿Alguna propuesta?

Él se encogió de hombros y tomó un trago de su petaca.

—El bar del Savoy. A menos que tengas mucha hambre.

Kaja se ciñó más el abrigo.

—En realidad, no tengo mucha hambre. ¿Por qué no me enseñas esto? Tú te criaste aquí, ¿no? Y tengo coche. Podrías enseñarme los búnkeres a los que solíais ir.

—Frío y feo —dijo Harry—. Aquello apesta a orines y a cenizas mojadas.

—Podemos fumar —dijo Kaja—. Y ver las vistas. ¿O tienes algo mejor que hacer?

Un crucero, iluminado como un árbol de Navidad, se deslizaba despacio y silencioso en la noche del fiordo rumbo a la ciudad. Se habían sentado sobre el cemento húmedo, en lo alto del búnker, pero ni Harry ni Kaja notaron el frío que los traspasaba. Kaja dio un sorbito de la petaca que le había ofrecido Harry.

—Una petaca de vino tinto —dijo Kaja.

—Era lo único que había en la licorera de mi padre. De todos modos, eran provisiones de reserva. A ver, ¿tu actor favorito?

—Te toca empezar a ti —dijo Kaja, y dio un trago más grande.

—Robert De Niro.

Ella hizo una mueca.

—¿En Una terapia peligrosa? ¿En Los padres de él?

—Juré fidelidad eterna después de Taxi Driver y El cazador. Pero sí, me ha costado. ¿Y el tuyo?

—John Malkovich.

—Ya. Bueno. ¿Y por qué?

Kaja reflexionó un instante.

—Creo que representa una maldad refinada. No es una cualidad que me guste, pero me encanta cómo lo lleva él.

—Y además, tiene una boca femenina.

—¿Eso es bueno?

—Pues sí. Los mejores actores tienen siempre la boca femenina. Y/o una voz clara y femenina. Kevin Spacey, Philip Seymour Hoffman.

Harry sacó el paquete de tabaco y le ofreció uno.

—Si me lo enciendes tú —dijo Kaja—. Esos hombres no son de lo más masculino, precisamente.

—Mickey Rourke. Voz de mujer. Boca de mujer. James Woods. El morro como una rosa obscena.

—Pero no tiene la voz clara.

—Quebrada. Como una oveja. Hembra.

Kaja se echó a reír y cogió el cigarro encendido.

—Venga, los tíos machotes en las películas tienen voces profundas y broncas. Mira Bruce Willis.

—Sí, mira Bruce Willis. Ronca, sí, pero ¿profunda? Hardly. —Harry entornó los ojos y susurró en falsete dirigiéndose a la ciudad—: From up here it doesn’t look like you’re in charge of jack shit.

Kaja estalló en una carcajada, el cigarro se le cayó y fue rebotando por el muro hasta caer entre los arbustos, mientras las ascuas volaban en todas direcciones.

—¿Mal?

—Espantoso —dijo Kaja jadeando—. Jolines, por tu culpa se me ha olvidado el nombre del actor machote con voz femenina que iba a decir yo.

Harry se encogió de hombros.

—Ya te acordarás.

—Even y yo también teníamos un lugar como este —dijo Kaja, y aceptó un segundo cigarrillo, que sostuvo entre el índice y el pulgar como si fuera un clavo—. Un lugar para nosotros solos, que creíamos que nadie más conocía, donde podíamos olvidarnos y contarnos secretos.

—¿Tienes ganas de contármelo?

—¿El qué?

—Lo de tu hermano. Lo que pasó.

—Murió.

—Sí, ya lo sé. Pensaba que a lo mejor querías contarme el resto. Bueno…, ¿por qué lo has canonizado, por ejemplo?

—¿Yo?

—¿Ah, no?

Kaja se lo quedó mirando.

—Vino —dijo.

Harry le pasó la petaca y ella dio un buen trago.

—Dejó una nota —dijo—. Even era tan sensible y vulnerable… Había temporadas en que no hacía otra cosa que reír y sonreír, era como si la luz del sol entrara a raudales por donde él pasaba. Si tenías problemas, era como si desaparecieran cuando él llegaba, como…, pues eso, como el rocío al sol. Y en los periodos más negros era al contrario. Todo callaba a su alrededor, era como si en el aire flotara desatada la tragedia, y podías oírla en su silencio. Música en tono menor. Hermoso y terrible al mismo tiempo, ¿me comprendes? Pero también era como si un poquito de luz hubiera quedado almacenada en su mirada, porque los ojos seguían riendo. Era tremendo.

Kaja se estremeció.

—Fue en verano, un día soleado, uno de esos días que solo Even podía crear. Estábamos en la casa de campo de Tjøme, y yo me levanté y me fui directamente a la tienda a comprar fresas. Cuando volví ya estaba listo el desayuno y mi madre llamó a Even para que bajara de la planta de arriba. Pero él no respondió. Dimos por hecho que seguía durmiendo, solía quedarse en la cama hasta tarde. Yo subí a coger una cosa en mi dormitorio y di unos golpecitos en su puerta al pasar y dije «Fresas». Seguí atenta por si respondía hasta que abrí la puerta de mi habitación. Cuando entras en tu dormitorio no miras a tu alrededor, solo lo que vas buscando, la mesita de noche, donde has dejado el libro por el que has ido; o el poyete de la ventana y la caja de anzuelos. No lo vi a la primera, solo noté que allí dentro la luz era distinta. Así que miré a un lado y entonces vi los pies desnudos. Me sabía aquellos pies de memoria, él solía pagarme una corona por hacerle cosquillas, le encantaba. Seguí hacia arriba con la mirada, llevaba el jersey celeste que yo le había hecho. Se había colgado de la lámpara del techo, con un cable. Debió de esperar hasta que oyó que me iba, y luego entraría en mi habitación. Yo quería salir corriendo, pero no conseguía moverme, era como si se me hubieran fundido las piernas con el suelo. Así que me quedé allí mirándolo, y estaba tan cerca de mí, y llamé a mi madre a gritos, hice todo lo que hay que hacer para proferir un grito, pero de mi boca no salía el menor sonido.

Kaja bajó la cabeza y sacudió la ceniza. Tomó aire temblando.

—Del resto solo recuerdo fragmentos. Me administraron fármacos, tranquilizantes. Cuando volví en mí, tres días después, ya lo habían enterrado. Dijeron que era mejor que no estuviera, que sería demasiada tensión. Poco después me puse enferma y estuve en cama con fiebre la mayor parte del verano. Siempre me pareció que aquel entierro fue demasiado rápido, como si hubiera algo vergonzoso en su manera de morir, ¿no?

—Ya. ¿Y dices que escribió una nota?

Kaja contempló el fiordo.

—La había dejado en mi mesita de noche. Decía que estaba enamorado de una chica que sabía que jamás iba a corresponderle, que no deseaba vivir, y pedía perdón por el sufrimiento que iba a causarnos, y que sabía que lo queríamos.

—Ya.

—Aquello me sorprendió un poco. Even nunca me había hablado de ninguna chica, y solía contármelo casi todo. De no ser por Roar…

—¿Roar?

—Sí. Aquel verano conocí a mi primer novio. Era tan mono y tan paciente…, venía a verme casi todos los días cuando estuve enferma, y me escuchaba mientras le hablaba de Even.

—Sobre la persona tan divina y maravillosa que era.

—Exacto.

Harry se encogió de hombros.

—Yo hice lo mismo con mi madre cuando murió. Øystein no era tan paciente como Roar. Me preguntó sin contemplaciones si es que pensaba fundar una nueva religión.

Kaja rió bajito y dio una calada.

—Yo creo que Roar se dio cuenta de que el recuerdo de Even desplazaba todo y a todos, él incluido. Fue una relación breve.

—Ya. Pero Even seguía allí.

—Detrás de cada puerta que abría.

—Entonces, es por eso, ¿verdad?

—Aquel verano, cuando volví a casa del hospital y fui a entrar en mi habitación, no me atrevía a abrir la puerta. Sencillamente, no era capaz. Porque sabía que, cuando lo hiciera, me lo encontraría allí colgado otra vez. Y sería por mi culpa.

—Ya, siempre es culpa nuestra, ¿verdad?

—Siempre.

—Y nadie puede convencernos de lo contrario, ni siquiera nosotros mismos.

Harry apagó el cigarro cortándole la punta con los dedos. Encendió otro.

El barco que veían a sus pies había entrado ya en el muelle.

Una ráfaga de viento sopló gélida y lúgubre por las troneras.

—¿Por qué lloras? —preguntó Harry en voz baja.

—Porque es culpa mía —susurró Kaja entre lágrimas—. Todo es culpa mía. Lo has sabido todo el tiempo, ¿verdad?

Harry dio una calada. Se quitó el cigarro de la boca y sopló echando el humo en la punta.

—No todo el tiempo.

—¿Desde cuándo?

—Desde que le vi la cara a Bjørn Holm en la puerta de la casa de Holmenveien. Bjørn es un buen técnico criminalista, pero no es ningún De Niro. Y parecía sorprendido de verdad.

—¿Fue solo por eso?

—Fue suficiente. Por la cara que puso, supe que ni sospechaba que yo iba tras la pista de Leike. Ergo no había encontrado esa información en mi ordenador, y tampoco fue él quien se lo dijo a Bellman. Y si el soplón no era Holm, solo podía ser otra persona.

Kaja se secó las lágrimas.

—¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no hiciste nada? ¿Por qué no me cortaste la cabeza?

—¿Para qué? Supuse que tenías una buena razón.

Ella meneó la cabeza sin dejar de llorar.

—No sé lo que te habrá prometido —dijo Harry—. Me figuro que un alto cargo en la nueva, todopoderosa Kripos. Y me figuro que yo tenía razón cuando te dije que el tipo por el que estás colgada está casado y dice que va a dejar a su mujer y a sus hijos, pero que no los deja.

Kaja sollozaba con el cuello ladeado, como si le pesara mucho la cabeza. Como una flor cargada de lluvia, pensó Harry.

—Lo que no me explico es por qué querías verme esta noche —dijo mirando el cigarro con disgusto. ¿No debería cambiar de marca?—. Primero pensé que era porque querías contarme que tú eras el topo, pero me he dado cuenta enseguida de que no era por eso. ¿Estamos esperando a alguien? ¿Va a pasar algo? Quiero decir que ya estoy fuera de juego, ¿qué daño puedo haceros ya?

Kaja miró el reloj. Se sorbió la nariz.

—¿Por qué no vamos a tu casa, Harry?

—¿Para qué? ¿Hay alguien esperándonos?

Kaja asintió.

Harry apuró el resto de la petaca.

La puerta estaba forzada. Las virutas de madera que había en los peldaños indicaban que la habían abierto con una palanca. Ningún refinamiento, ningún amago de buenos modales. Asalto policial con violencia.

Harry se volvió en la escalera y miró a Kaja, que se había bajado del coche y esperaba con los brazos cruzados. Y entró.

El salón estaba a oscuras, la única luz procedía del mueble bar, cuya puerta estaba abierta. Pero era suficiente para que reconociera a la persona que había sentada en la penumbra, junto a la ventana.

—Bellman —dijo Harry—. Te has sentado en el sillón de mi padre.

—Sí, me he concedido el permiso yo mismo —dijo Bellman—, porque el sofá huele muy raro. Ni el perro quería acercarse.

—¿Quieres tomar algo? —Harry señaló el mueble bar y se sentó en el sofá—. ¿O te has servido ya tú solo?

Harry entrevió que el jefe de grupo meneaba la cabeza.

—Yo no, pero el perro sí.

—Vaya. Doy por hecho que tienes la orden de registro, pero tengo curiosidad por saber la razón.

—Un soplo anónimo de que habías introducido droga en el país, a través de un inocente, y de que cabía la posibilidad de que la tuvieras en casa.

—¿Y era así?

—El perro ha encontrado algo, una bola de una sustancia color ocre envuelta en papel de aluminio. No se parece a nada de lo que solemos encontrar en el país, así que por ahora no sabemos de qué se trata exactamente. Claro que estamos sopesando la posibilidad de analizarlo.

—¿La estáis sopesando?

—Bueno, podría ser opio, o podría ser una bola de plastilina o de barro. Depende.

—¿Y de qué depende?

—De ti, Harry. Y de mí.

—¿Ah, sí?

—Si aceptas hacernos un favor, yo podría inclinarme por considerar que se trata de plastilina, y no lo enviaré a analizar. Todo jefe debe priorizar los recursos, ¿no?

—Tú eres el jefe, ¿cuál es el favor?

—Contigo no hay que andarse con rodeos, Harry, así que te lo diré claramente: quiero que aceptes el papel de cabeza de turco.

Harry vio que quedaba un resto de líquido ámbar en el fondo de una de las botellas de Jim Beam que había en la mesa del salón, pero resistió la tentación de llevársela a la boca.

—Nos hemos visto obligados a soltar hace un rato a Tony Leike, tenía una coartada perfecta para dos de los asesinatos, por lo menos. Lo único que tenemos es una llamada telefónica que hizo a una de las víctimas. Nos hemos pasado un poco de listos con la prensa. Junto con Leike y su futuro suegro, podrían ponernos las cosas muy difíciles. Tenemos que hacer público un comunicado esta noche. Y en ese comunicado revelaremos que la detención se llevó a cabo con la orden que tú, el controvertido Harry Hole, conseguiste de un fiscal de lo más inexperto. Que tú y nadie más que tú has actuado por tu cuenta, y que asumes toda la responsabilidad. Que el papel de Kripos en este caso ha sido que, en primer lugar, sospechamos alguna irregularidad después de la detención, intervinimos y, tras mantener una conversación con Leike, lo soltamos de inmediato. Tú estarás presente y firmarás el comunicado y no volverás a pronunciarte sobre el particular, ni una palabra más. ¿Entendido?

Harry pensó otra vez en las gotas que quedaban en la botella.

—Una orden muy dura. ¿Tú crees que la prensa se tragará ese cuento después de haberte pavoneado por el éxito de la detención?

—Asumí la responsabilidad, eso es lo que dirá el comunicado. Que, como jefe, consideré mi responsabilidad dar la cara por la detención, aunque sospechaba que un policía había cometido un error. Pero que después, cuando Harry Hole insistió en tener protagonismo, lo permití no solo porque es un comisario con experiencia, sino porque ni siquiera trabaja para Kripos.

—Y tengo que aceptar porque, si no firmo el comunicado, me acusarás de tráfico y tenencia de drogas, ¿no?

Bellman juntó las yemas de los dedos y se balanceó en el sillón.

—Exacto. Aunque el motivo más importante para ti quizá sea que puedo ordenar la privación de libertad inmediata. Una pena, dado que sé que quieres estar con tu padre, que, por lo que también sé, se está muriendo. Me parece tristísimo.

Harry se retrepó en el sofá. Sabía que debería estar indignado. Que el viejo —el joven— Harry Hole habría reaccionado así. Pero el Harry Hole de ahora solo quería hundirse en aquel sofá que apestaba a vómito y sudor, cerrar los ojos y confiar en que se fueran todos, que se largaran: Bellman, Kaja, las sombras junto a la ventana. Sin embargo, su cerebro continuó automáticamente por los consabidos derroteros.

—Aparte de mí —se oyó decir—, ¿por qué iba Leike a respaldar esa versión? Él sabe que fue Kripos quien lo detuvo y lo interrogó.

Harry conocía la respuesta antes de que Bellman se la diera.

—Pues porque es consciente de que la desagradable sombra de la sospecha sigue pesando siempre sobre una persona a la que han detenido. Y más desagradable aún resultará para un hombre como Leike, que trata de ganarse la confianza de los inversores. La mejor forma de deshacerse de esa sombra es respaldar una versión según la cual la detención fue cosa de un solo jugador, un elemento poco serio dentro de la policía, que se ha dedicado a desbarrar por su cuenta, ¿vale?

Harry asintió.

—Además, se trata también del Cuerpo… —comenzó Bellman.

—Ya. Asumiendo toda la culpa, protejo al Cuerpo de Policía —dijo Harry.

Bellman sonrió.

—Siempre he sabido que eres un hombre muy inteligente, Hole. Entonces ¿quiere decir que hemos alcanzado un acuerdo?

Harry reflexionó. Si Bellman se largaba ya, podría averiguar si de verdad quedaban unas gotas de whisky en la botella. Asintió.

—Este es el comunicado de prensa. Quiero que estampes ahí tu nombre.

Bellman empujó sobre la mesa el documento con un bolígrafo encima. Estaba demasiado oscuro para poder leerlo. Daba igual. Harry firmó.

—Estupendo —dijo Bellman, cogió el papel y se levantó. La luz de una de las farolas de la calle le daba en la cara iluminando sus pinturas de guerra—. En términos generales, es lo mejor para nosotros. Piensa en ello, Harry. Y procura descansar un poco.

La preocupación condescendiente del vencedor, pensó Harry, cerró los ojos y notó que el sueño le daba la bienvenida. Luego abrió los ojos otra vez, se levantó como pudo y siguió a Bellman a la escalera. Kaja seguía allí, al lado del coche, de brazos cruzados.

Harry vio que Bellman le hacía una seña, y ella se encogió de hombros por toda respuesta. Luego cruzó la calle, se metió en un coche, el mismo que Harry vio aparcado en la calle de Lyder Sagen aquella noche, lo vio arrancar y alejarse. Kaja se había acercado al pie de la escalera. Aún le resonaba el llanto en la voz.

—¿Por qué atacaste a Bjørn Holm?

Harry se volvió para entrar, pero ella fue más rápida, subió los peldaños de dos zancadas, se interpuso entre él y la puerta y le impidió el paso. Él notó su aliento acelerado y cálido en la cara.

—Cuando te diste cuenta de que era inocente lo golpeaste, ¿por qué?

—Vete ya, Kaja.

—No pienso irme.

Harry se la quedó mirando. Sabía que era algo que no podía explicar. Lo mucho que le había dolido comprender lo que ocurría. Tanto como para darle un puñetazo con todas sus fuerzas a aquella cara de luna extrañada e inocente, el reflejo de su propia ingenuidad.

—¿Qué quieres saber? —preguntó, y oyó el sonido metálico de la rabia en su tono de voz—. De verdad que creía en ti, Kaja. Así que solo me cabe felicitarte. Felicidades por un trabajo bien ejecutado. Y ahora, ¿por qué no te quitas de en medio?

Vio que otra vez le afloraban las lágrimas a los ojos. Ella se apartó a un lado y él entró con paso vacilante y cerró la puerta de golpe. Se quedó plantado en la entrada, en el vacuo silencio que había dejado el portazo, la paz repentina, el vacío, la idílica nada.