Visita a domicilio
Kaja estaba tumbada de costado mirando en la oscuridad del dormitorio. Había oído un ruido junto a la verja, y ahora pasos en la grava de la entrada. Luego, el timbre. Salió de la cama, se puso la bata y se acercó a la ventana. Volvió a sonar el timbre. Abrió un poco la cortina. Y suspiró.
—Policía borracho —dijo en voz alta.
Se puso las zapatillas y se arrastró por el pasillo hasta la puerta. Abrió y se quedó plantada en el umbral con los brazos cruzados.
—Buenash, hermosha —saludó arrastrando las palabras el policía.
Kaja se preguntaba si aquello sería una parodia de un número cómico. O si sería el triste original.
—¿Qué te trae por aquí a estas horas? —dijo Kaja.
—Oye, ¿puedo entrar?
—No.
—Pero si dijiste que podía venir si me sentía solo… Y me sentía solo.
—Aslak Krongli —dijo—. Ya estaba en la cama. Vete al hotel. Mañana nos tomamos un café.
—Es que creo que necesito el café ahora. Diez minutos. Luego llamamos a un taxi, ¿vale? Podemos hablar de asesinatos y de asesinos en serie. ¿Qué te parece?
—Perdona —dijo Kaja—. Es que no estoy sola.
Krongli se irguió enseguida con un movimiento que hizo sospechar a Kaja que no estaba tan borracho como había dado a entender en un principio.
—Vaya, o sea que está aquí, ¿no? Me refiero al policía ese en el que estás interesada.
—Puede.
—¿Son suyos? —preguntó el comisario despacio, y le dio con el pie a los zapatones que había al lado del felpudo.
Kaja no respondió. Había algo en la voz de Krongli, o más bien detrás de la voz… Algo que no había oído antes. Parecido a una baja frecuencia, un gruñido apenas audible.
—¿O solo los has puesto ahí para espantar a las visitas? —Llanto y risa en la mirada—. No hay nadie contigo, ¿verdad, Kaja?
—Mira, Aslak…
—El policía ese, Harry Hole, se ha llevado un chasco hace un rato. Se presentó en el Justisen como una cuba, iba buscando camorra y la encontró. Luego vino un coche patrulla y lo llevó a casa. Así que creo que esta noche estás libre, ¿no?
A Kaja empezó a acelerársele el corazón, ya no tenía frío a pesar de llevar solo la bata.
—¿Y si lo han traído aquí? —dijo, y se dio cuenta de que también su voz sonaba ahora diferente.
—No, me llamaron y me dijeron que lo habían llevado al quinto demonio colina arriba, donde pensaba visitar a alguien. Cuando se dieron cuenta de que iba al Rikshospitalet y se lo desaconsejaron, Harry se bajó del coche en un semáforo. Me gusta el café cargado, ¿vale?
Tenía un brillo intenso en la mirada, el mismo que solía tener Even cuando no estaba bien.
—Aslak, vete ya. Hay taxis en la calle de Kirkeveien.
Él alargó la mano y, antes de que ella pudiera reaccionar, le agarró el brazo y la empujó por el pasillo. Ella trató de soltarse, pero él la rodeó con el brazo y la sujetó.
—¿Es que te vas a comportar como ella? —le susurró al oído—. ¿Vas a escabullirte, te vas a largar? ¿Vas a ser igual que todas, unas…?
Ella soltó un lamento y se retorció, pero Aslak era fuerte.
—¡Kaja!
La voz resonó desde el dormitorio, cuya puerta estaba abierta. Una voz de hombre firme, exigente, que, en otras circunstancias, Krongli seguramente habría reconocido. Dado que la había oído en el Justisen hacía tan solo una hora.
—¿Qué pasa, Kaja?
Krongli ya la había soltado y la miraba boquiabierto con los ojos como platos.
—Nada —dijo Kaja sin apartar la vista de Krongli—. Un campesino borracho de Ustaoset que se vuelve para su pueblo.
Krongli retrocedió hacia la puerta, la abrió. Salió a la calle y cerró de un portazo. Kaja echó la llave y apoyó la frente en la madera fresca. Tenía ganas de llorar. No de miedo, ni por los nervios. Sino de desesperación. De ver que todo se desmoronaba a su alrededor. Que todo aquello que creía limpio y auténtico empezaba a mostrarse con su naturaleza verdadera. Que ya llevaba tiempo mostrándose así, solo que ella no había querido verlo. Porque lo que Even le decía era verdad: nadie es como parece y, salvo la traición pura y dura, todo es mentira y falsedad. Y el día que descubrimos que nosotros también somos así, ese día se nos quitan las ganas de vivir.
—¿Vienes o no, Kaja?
—Sí.
Se apartó de la puerta por la que tantas ganas tenía de salir. Entró en el dormitorio. La luz de la luna se filtraba por las cortinas y bañaba la cama, la botella de champán que él había llevado para celebrarlo, el tronco de él, desnudo, en forma, la cara, que un día le pareció la más atractiva del mundo. Las manchas blancas de la piel brillaban como tintura fosforescente. Como si ardiera por dentro.