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La oferta

Harry encontró a Kaja en Delitos Violentos, en la zona verde de la sexta planta. Se le iluminó la cara al ver a Harry en el umbral.

—¿Siempre tienes la puerta abierta? —preguntó Harry.

—Siempre. ¿Y tú?

—Cerrada. Siempre. Pero veo que, como yo, tú también has quitado la silla para las visitas. Chica lista. A la gente le encanta hablar.

Kaja se rió.

—¿Algo interesante que hacer?

—En cierto modo —dijo Harry, entró y se apoyó en la pared.

Ella puso las dos manos en el borde de la mesa, se dio impulso y la silla rodó hasta el archivo. Abrió un cajón, sacó una carta y se la dio a Harry.

—He pensado que te gustaría saber esto.

—¿Qué es?

—El Muñeco de Nieve. Su abogado ha solicitado que lo trasladen a Ullersmo, a un hospital normal, por razones de salud.

Harry se sentó al filo de la mesa y leyó:

—Esclerodermia. Evoluciona rápido. Espero que no demasiado rápido. No se lo merece.

Levantó la vista y comprobó que Kaja parecía contrariada.

—Mi tía abuela murió de esclerodermia —dijo—. Una enfermedad terrible.

—Y un hombre terrible —dijo Harry—. Por lo demás, estoy totalmente de acuerdo con los que piensan que la capacidad de perdón de una persona dice algo de su calidad humana. Yo pertenezco a la última categoría.

—No tenía intención de criticarte.

—Prometo ser mejor en mi próxima vida —dijo Harry, miró al suelo y se frotó la nuca—. En la que, si los hinduistas no se equivocan, me encarnaré en un escolitino. Pero seré un escolitino bueno.

Levantó la vista y comprobó que lo que Rakel llamaba «su dichoso encanto infantil» todavía surtía algún efecto.

—Kaja, he venido porque tengo una oferta que hacerte.

—¿Ah, sí?

—Sí. —Harry se percató de la solemnidad de su tono de voz. La voz de un hombre sin capacidad de perdonar, sin contemplaciones, sin la menor consideración hacia nada que no fueran sus propios fines. Y continuó con la técnica de persuasión inversa con la que triunfaba con demasiada frecuencia—: Una oferta que te recomiendo que rechaces. Es que tengo cierta tendencia a destrozar la vida de las personas con las que me relaciono.

Vio con sorpresa que Kaja se ponía colorada como un tomate.

—Pero pienso que no era justo hacer esto sin ti —continuó—. Ahora que estamos tan cerca.

—¿Cerca… de qué?

Ya se le había pasado el rubor.

—Tan cerca de detener al culpable. Voy a ver al fiscal para pedirle una orden de arresto.

—Ah… claro.

—¿Claro?

—Quiero decir, ¿a quién vas a arrestar? —Kaja volvió a acercar la silla al escritorio—. ¿Y por qué?

—A nuestro asesino, Kaja.

—¿De verdad?

Harry vio que se le dilataban las pupilas despacio, como una pulsión. Y supo lo que estaba pasándole. El chute de adrenalina que precede al cierre, a la sentencia condenatoria de la presa. La detención. Que terminaría por figurar en su currículo. ¿Cómo iba a resistirse?

Harry asintió.

—Se llama Tony Leike.

Kaja volvió a ruborizarse.

—Me resulta familiar.

—Va a casarse con la hija de…

—Ah, sí, es el novio de la hija de Galtung. —Kaja frunció el entrecejo—. ¿Quieres decir que tienes pruebas?

—Indicios. Y coincidencias.

Harry vio que las pupilas se le contraían un poco.

—Estoy seguro de que es nuestro hombre, Kaja.

—Convénceme —dijo ella, y Harry notó las ansias de saber.

El deseo de engullirlo todo crudo, de que le dieran un motivo para tomar la decisión más disparatada de su vida. Y él no tenía la menor intención de protegerla de sí misma. Porque la necesitaba. Era perfecta para los medios: joven, inteligente, mujer, ambiciosa. Con una cara y un historial atractivos. En resumen, tenía todo lo que le faltaba a él. Una Juana de Arco a la que el Ministerio de Justicia no se atrevería a quemar en la hoguera.

Harry respiró hondo antes de referirle la conversación que había mantenido con Tony Leike. Con todo detalle. Sin pensar que se lo estaba contando todo literalmente. A sus colegas, esa capacidad siempre les parecía algo extraño.

—Håvass, el Congo y Lyseren —dijo Kaja cuando Harry hubo terminado—. Ha estado en todos esos lugares.

—Sí. Y tiene una condena por agresión. Y reconoce que tenía intención de matar.

—Es fuerte. Pero…

—Lo fuerte viene ahora. Llamó a Elias Skog. Dos días antes de que lo encontráramos muerto.

Las pupilas de Kaja eran ya dos soles potentes.

—Lo tenemos —dijo en voz baja.

—¿Ese «tenemos» significa lo que yo creo?

—Sí.

Harry suspiró.

—Eres consciente del riesgo de participar en esto, ¿verdad? Aunque tenga razón en lo que a Leike se refiere, no es seguro que esta detención y el esclarecimiento del caso sean suficientes para inclinar la balanza de poder a favor de Hagen. Y tú serás la cabeza de turco.

—¿Y tú? —Se inclinó sobre la mesa. Le brillaban los dientecillos de piraña—. ¿Por qué crees que vale la pena correr ese riesgo?

—Yo soy un policía acabado que no tiene mucho que perder, Kaja. Para mí es esto o nada. No puedo trabajar en Estupefacientes ni en Delitos Sexuales, y Kripos no me hará ninguna oferta. Pero para ti es, seguramente, una mala elección.

—Yo suelo elegir mal —dijo ella muy seria.

—Bien —dijo Harry—. Voy a buscar al fiscal. Estate preparada.

—Aquí estaré, Harry.

Harry se levantó y, al darse la vuelta, se encontró con la cara de un hombre que, al parecer, llevaba un rato en el umbral.

—Perdón —dijo el hombre con una amplia sonrisa—. Iba a tratar de tomarla prestada un rato.

Señaló a Kaja con la risa en la mirada.

—Adelante —dijo Harry, respondió al hombre con su versión abreviada de sonrisa y se alejó rápidamente por el pasillo.

—Aslak Krongli —dijo Kaja—. ¿Qué trae al muchacho del pueblo a los peligros de la gran ciudad?

—Lo normal, supongo —dijo el comisario de Ustaoset.

—¿La emoción, las luces de neón y el rumor de la multitud?

Aslak sonrió.

—El trabajo. Y una mujer. ¿Puedo invitarte a un café?

—Ahora mismo no —dijo Kaja—. Hay cosas en marcha y tengo que quedarme en el fuerte. Pero me encantará invitarte en la cantina. Está en el último piso. Si te adelantas, hago una llamada mientras tanto.

Krongli levantó el pulgar y se fue.

Kaja cerró los ojos y, temblando, respiró hondo.

El despacho del fiscal estaba en la zona roja de la sexta planta, así que Harry no tuvo que andar mucho. La fiscal, una joven a la que, al parecer, habían contratado desde la última vez que Harry estuvo por allí, lo miró por encima de las gafas al verlo entrar.

—Necesito una orden —dijo Harry.

—¿Y tú quién eres?

—Harry Hole, comisario.

Le enseñó la identificación, aunque por la expresión algo estresada de su cara comprendió que ya había oído hablar de él. Desde luego, podía imaginarse qué había oído, y no dijo nada. Ella, por su parte, anotó su nombre en el formulario de detenciones y registros domiciliarios mientras miraba el carnet con concentración exagerada, como si fuera un nombre extremadamente complicado.

—¿Dos cruces? —preguntó la fiscal.

—Sí, por favor —dijo Harry.

La joven marcó detención y registro y se retrepó en la silla con una postura que, según supuso Harry, debía de ser una imitación de la de otros fiscales más expertos al adoptar la postura de «Tienes treinta segundos para convencerme».

Harry sabía por experiencia que el primer argumento era el más importante, el que determinaba la decisión del fiscal; por eso empezó diciéndole que Leike había llamado a Elias Skog dos días antes del asesinato. Y eso, a pesar de que, en su conversación con Harry, Leike le había hecho creer que no conocía a Skog, o que solo había hablado con él en la cabaña Håvass. El argumento número dos era la condena por agresión que, según había confesado el propio Leike, fue un intento de asesinato; y con eso vio Harry que el permiso era ya suyo. De ahí que lo aderezara con las coincidencias del Congo y Lyseren, sin entrar en detalles.

La fiscal se quitó las gafas.

—En principio, me inclino por ello —dijo—. Pero tengo que pensarlo un poco.

Harry soltó un taco para sus adentros. Un fiscal con más experiencia lo habría autorizado allí mismo, pero aquella joven estaba tan verde que no se atrevería sin consultarlo con alguno de sus colegas. Deberían haberle puesto en la puerta un letrero de «En prácticas», así él habría ido directamente a cualquiera de los otros fiscales; ahora ya era demasiado tarde.

—Hay prisa —dijo Harry.

—¿Por qué?

Y ahí lo pilló. Harry hizo un movimiento con la mano en el aire, como queriendo decir que con eso lo decía todo, pero sin decir nada.

—Tomaré la decisión en cuanto haya almorzado… —miró el formulario con gesto teatral—, Hole. En caso afirmativo, dejaré la orden en tu casillero.

Harry se mordió la lengua, para asegurarse de que no respondía precipitadamente. Porque sabía que ella hacía exactamente lo correcto. Como era lógico, sobrecompensaba el hecho de ser joven, inexperta y mujer en un entorno dominado por los hombres. Sin embargo, la joven dejó clara su voluntad de ganarse el respeto, de demostrar a la primera oportunidad que a ella no la engatusaba nadie. Bien. A Harry le entraron ganas de quitarle las gafas y hacerlas añicos.

—¿Podrías llamarme al número interno cuando te hayas decidido? —preguntó—. Hoy por hoy, tengo el despacho bastante lejos del casillero.

—De acuerdo —respondió ella con generosidad.

Harry estaba en el túnel, aproximadamente a cincuenta metros del despacho, cuando oyó que se abría la puerta. Vio salir a una figura que cerró rápidamente, se volvió y echó a andar en dirección a él. Al ver a Harry, se quedó de piedra.

—¿Te has asustado, Bjørn? —dijo Harry en voz baja.

La distancia entre los dos seguía siendo de más de veinte metros, pero el sonido rebotó en las paredes, que llevaron las ondas hasta Bjørn Holm.

—Un poco —dijo el de Toten, y se colocó bien el gorro de rastafari que le cubría la roja cabellera—. Si apareces sin hacer ruido…

—No me digas. ¿Y tú?

—Yo ¿qué?

—Que qué haces aquí. Creía que ya tenías bastante trabajo en Kripos. Te han dado un puesto nuevo de lo más fino, ¿no?

Harry se detuvo a dos metros de Holm, que estaba claramente desconcertado.

—Fino, lo que se dice fino… —dijo Holm—. No me dejan trabajar en lo que más me gusta, así que…

—¿Y qué es?

—Técnico criminalista. Ya me conoces.

—¿Seguro que te conozco?

—¿Qué? —Holm frunció el ceño—. Coordinación de la investigación técnica y operativa. ¿Eso qué es? Llevar mensajes de un lado a otro, convocar reuniones, enviar informes…

—Es un ascenso —dijo Harry—. El comienzo de algo mejor, ¿no?

Holm resopló insatisfecho.

—¿Sabes lo que creo yo? Creo que Bellman me ha colocado ahí para mantenerme alejado del centro de los acontecimientos, para que no tenga acceso a información de primera mano sobre ningún caso. Porque sospecha que, si me hubiera enterado de algo, no se lo diría a él antes que a ti.

—Ya, pero en eso se equivoca, ¿no? —dijo Harry, y se le plantó delante.

Bjørn Holm parpadeó asombrado.

—¿Qué coño pasa, Harry?

—Sí, eso, ¿qué coño pasa? —Harry se dio cuenta de que la voz le sonaba forzada y metálica de pura rabia—. ¿Qué coño estabas haciendo en el despacho, Bjørn, si ahí ya no tienes nada?

—¿Qué estaba haciendo? —dijo Bjørn—. Coger esto. —Levantó la mano derecha y le enseñó un libro—. Me dijiste que ibas a dejarlo en recepción, ¿no te acuerdas?

Hank Williams: The Biography.

Harry notó que se sonrojaba hasta las cejas.

—Mmm…

—Mmm… —lo imitó Bjørn.

—Lo llevaba entre las cosas que sacamos de aquí —dijo Harry—. Pero nos volvimos cuando íbamos por la mitad del túnel y nos instalamos otra vez. Y se me olvidó.

—Vale. ¿Puedo irme ya?

Harry se apartó y oyó cómo Bjørn se alejaba por el túnel maldiciendo.

Entró en el despacho.

Se desplomó en la silla.

Miró a su alrededor.

El bloc de notas. Lo hojeó. No había escrito nada de la conversación, nada que pudiera desvelar que Tony Leike fuera sospechoso. Abrió los cajones del escritorio para ver si habían rebuscado en ellos. Todo estaba intacto. ¿Se habría equivocado? ¿Podía abrigar la esperanza de que Holm no le hubiera dicho nada a Bellman?

Miró el reloj. Esperaba que la fiscal comiera deprisa. Pulsó una tecla y la pantalla del ordenador volvió a encenderse. Allí seguía la última búsqueda en Google. En el campo de búsqueda relucía el nombre: Tony Leike.