Perfil
El menú del Schrøder era pyttipanne, servido con huevos fritos y cebolla cruda.
—Qué rico —dijo Kaja.
—Parece que el cocinero está sobrio hoy —dijo Harry, y señaló el televisor—. Mira.
—¡Atiza! —dijo Kaja.
La cara de Mikael Bellman ocupaba toda la pantalla, y Harry le hizo una seña a Nina para que subiera el volumen. Observó cómo se movía la boca de Bellman. Los rasgos suaves, casi femeninos. El destello en la mirada intensa de ojos castaños, debajo de unas cejas bien formadas. Las manchas blancas, como aguanieve sobre la cara, no lo afeaban, al contrario, lo hacían más interesante a la vista, como un animal exótico. Si, como la mayoría de los investigadores, no tenía número de teléfono secreto, se le llenaría el buzón de mensajes calenturientos después de aquella aparición. Nina subió el volumen.
—… en la cabaña Håvass la noche del 7 de noviembre. Por lo que pedimos que, quienes estuvieran allí esa noche, se pongan en contacto con la policía lo antes posible.
Luego se oyó de nuevo al presentador, que abordó otra noticia.
Harry apartó el plato y pidió el café.
—Bueno, dime qué piensas del asesino ahora que hemos encontrado a Adele Vetlesen. Dame el perfil.
—¿Para qué? —dijo Kaja, y tomó un trago de agua—. A partir de mañana, trabajaremos en otros casos.
—Solo por diversión.
—O sea que el perfil de los asesinos en serie se incluye en tu concepto de diversión, ¿no?
Harry chupaba un palillo de dientes.
—Sé que para eso hay una buena respuesta, pero no sé cuál es.
—Estás enfermo.
—Bueno, dime, ¿quién es este tío?
—Para empezar, sigue siendo un tío. Y sigue siendo un asesino en serie. No creo que Adele fuera la primera.
—¿Por qué no?
—Porque lo hizo de un modo tan impecable que tuvo que mantener la cabeza fría en todo momento. La primera vez que matas, no conservas esa calma. Además, la escondió tan bien que, desde luego, no tenía planes de que la encontráramos. Lo que significa que puede estar detrás de varias personas desaparecidas que, por ahora, solo figuran en las estadísticas.
—Bien. Más.
—Pues…
—Venga, acabas de decir que escondió muy bien a Adele. La primera de las víctimas, que sepamos. ¿Cómo se desarrollan los asesinatos?
—Se vuelve más valiente, más seguro de sí mismo. Deja de esconderlas. Charlotte aparece detrás de un coche, en el bosque, y Borgny en el sótano de un edificio de oficinas en pleno centro.
—¿Y Marit Olsen?
Kaja se quedó un buen rato pensando.
—Es demasiado exagerado. El asesino ha perdido el control sobre sí mismo, falla.
—Eso o… —dijo Harry—. O ha pasado al siguiente nivel. Quiere demostrarle a todo el mundo lo listo que es, y empieza a exhibir sus asesinatos. El de Marit Olsen en los baños de Frognerbadet fue como reclamar atención a gritos, pero hay pocos indicios de falta de control en el modo de proceder. La cuerda que utilizó fue, en el peor de los casos, un descuido, pero por lo demás no ha dejado el menor rastro. ¿No estás de acuerdo?
Kaja reflexionó unos instantes y meneó la cabeza.
—Y Elias Skog —dijo Harry—. ¿Algo diferente en ese caso?
—Tortura a la víctima con una muerte lenta —dijo Kaja—. Descubrimos al sádico que llevaba dentro.
—La manzana de Leopoldo también es un instrumento de tortura —dijo Harry—. Pero estoy de acuerdo en que es la primera vez que vemos el sadismo. Al mismo tiempo, es una elección consciente, no es que lo descubramos. Él sigue llevando la batuta y el control.
En ese momento les sirvieron la cafetera y las tazas.
—Pero… —dijo Kaja.
—¿Qué?
—¿No desentona que un asesino sádico deje el lugar de los hechos sin ser testigo del sufrimiento de la víctima y de su muerte? La casera oyó los golpes de la bañera después de que se hubiera ido la visita. O sea, se largó renunciando a… la diversión.
—Bien pensado. O sea, ¿qué tenemos? ¿Un falso sádico? ¿Por qué fingir en eso?
—Porque sabe que trataremos de establecer un perfil, tal y como estamos haciendo en estos momentos —dijo Kaja con entusiasmo—. Y así lo buscaremos en el lugar equivocado.
—Ya. Puede ser. En ese caso, es un asesino sofisticado.
—¿Qué opinas tú, oh, gran sabio?
Harry sirvió los cafés.
—Si de verdad se trata de un asesino en serie, creo que la relación entre los asesinatos es demasiado endeble.
Kaja se inclinó por encima de la mesa y sus dientes afilados lanzaron un destello cuando susurró:
—¿Es que no crees que sea un asesino en serie?
—Bueno. Me falta la firma. Por lo general, hay en el asesinato ciertos detalles que provocan al asesino en serie, y por eso hay en la ejecución características que se repiten. Aquí no hay indicios de prácticas sexuales del asesino en relación con los asesinatos. Y ninguna similitud en los métodos, aparte de Borgny y Charlotte, a las que seguramente asesinó con la manzana de Leopoldo. Los lugares de los hallazgos son totalmente distintos, igual que las víctimas. Son de los dos sexos, tienen distinta edad, se dedican a cosas distintas y tienen aspecto físico diferente.
—Pero no las ha elegido al azar, todas las víctimas pasaron la misma noche en la misma cabaña.
—Exacto. Y esa es la razón por la que no estoy tan seguro de que se trate de un asesino en serie clásico. O mejor dicho, es el móvil lo que no es clásico. Para los asesinos en serie el asesinato suele ser un móvil en sí. El hecho de que, por ejemplo, sean prostitutas no se debe por lo general a su condición de pecadoras, sino a que son víctimas más fáciles. Solo conozco a un asesino en serie cuyo criterio de selección de víctimas tiene que ver con las propias víctimas.
—El Muñeco de Nieve.
—No creo que los asesinos en serie elijan a las víctimas de una página cualquiera del libro de visitas de una cabaña turística. Y si en esa cabaña pasó algo que le haya dado al asesino un móvil, no estamos ante unos asesinatos en serie clásicos. Además, el ritmo al que se ha dejado ver es demasiado rápido para un asesino en serie normal.
—¿A qué te refieres?
—Ha enviado a una mujer a Ruanda y al Congo para ocultar un asesinato y, al mismo tiempo, adquirir el arma del siguiente. Luego, mata a esa mujer. En otras palabras, ha hecho un esfuerzo enorme por ocultar dicho asesinato. En el siguiente, unas semanas después, no hace nada de nada. Y en el siguiente es como un torero que nos enseña los huevos mientras sacude la capa. Se ha producido un cambio de personalidad acelerado. No encaja.
—¿Crees que puede haber varios asesinos, cada uno con su método?
Harry negó con la cabeza.
—Existe una similitud. Este asesino no deja huellas. Si los asesinos en serie son algo extraordinario, uno que no deja ningún rastro es una ballena blanca. En este caso solo hay uno.
—Ajá. Entonces ¿qué quieres decir? —preguntó Kaja—. ¿Que es un asesino en serie con personalidad múltiple?
—Una ballena blanca con alas —dijo Harry—. En fin, no lo sé. Y lo mismo da; bien mirado, esto solo era diversión. Ahora el caso es de Kripos. —Apuró la taza de café—. Voy a coger un taxi para ir al hospital.
—Si quieres te llevo.
—No, gracias, vete a casa y prepárate para nuevas tareas interesantes en el trabajo.
Kaja dejó escapar un suspiro.
—Lo de Bjørn…
—Ni lo mientes —dijo Harry—. Buenas noches.
Altman salía de la habitación del padre de Harry cuando este llegó al Rikshospitalet.
—Está dormido —dijo el enfermero—. Le he dado diez miligramos de morfina. Puedes quedarte con él si quieres, pero tardará horas en despertarse.
—Gracias —dijo Harry.
—No pasa nada, mi madre también…, en fin, también tuvo que soportar más dolor del necesario.
—Ya. ¿Fumas, Altman?
Por el peso de la culpa que le vio en la cara, Harry comprendió que sí y lo invitó a salir. Los dos hombres fumaban mientras Altman, cuyo nombre de pila era Sigurd, le contaba que, gracias a su madre, se especializó en el campo de la anestesia.
—O sea que al ponerle esa inyección a mi padre…
—Tú di que ha sido un favor, de un hijo a otro —sonrió Altman—. Pero tranquilo, lo había aprobado el médico, naturalmente. Me gustaría conservar mi trabajo, como comprenderás.
—Muy sensato —dijo Harry—. Ya me gustaría ser tan sensato como tú.
Terminaron de fumar y Altman ya se iba cuando Harry le preguntó:
—Ya que eres enfermero anestesista, quizá puedas decirme dónde consigue uno ketamina.
—Uf —dijo Altman—. En realidad, no debería responder a esa pregunta.
—Lo entiendo —dijo Harry sonriendo a medias—. Pero es por el caso de asesinato en el que estoy trabajando.
—Ah, eso es otra cosa. Para quienes no trabajan en este campo, es muy difícil conseguir ketamina en Noruega. Surte el mismo efecto que una bala, literalmente, los pacientes se caen redondos. Pero los efectos secundarios, la úlcera, son terribles. Además, hay riesgo de paro cardiaco en caso de sobredosis; de hecho, se ha utilizado en casos de suicidio. Pero ya no, la ketamina se prohibió en la Unión Europea y en Noruega hace ya varios años.
—Lo sé, pero ¿adónde irías para conseguirla?
—Pues… A los antiguos estados de la Unión Soviética. O a África.
—¿Al Congo, por ejemplo?
—Desde luego. Los productores venden a precios de risa después de la prohibición en Europa, y cuando esto ocurre, la droga acaba en los países pobres, es lo que pasa siempre.
Harry se sentó junto a la cama de su padre y contempló el pecho escuálido que se movía debajo del pijama. Al cabo de una hora, se levantó y se fue.
Esperó a haber entrado en el apartamento para encender el móvil, después de haber puesto «Don’t Get Around Much Anymore», uno de los discos de Duke Ellington que tenía su padre, y fue por la bola marrón. Vio que Gunnar Hagen le había dejado un mensaje, pero no pensaba escucharlo, porque sabía más o menos de qué iba. Que había tenido a Bellman encima otra vez, que a partir de ahora no podían acercase al caso, por buenas que fueran las excusas que se sacaran de la manga. Y que Harry tenía que presentarse al servicio ordinario si quería seguir trabajando en la policía. Bueno, puede que lo último no. Era hora de viajar. Y el viaje empezaría allí, en ese momento, esa noche. Cogió el encendedor con una mano mientras pulsaba con la otra el botón para leer los mensajes. El primero era de Øystein. Le proponía una «noche de chicos» en un futuro próximo, y que invitaran a Tresko, que, seguramente, era el más pudiente de los tres. El otro era de un número que Harry no conocía. Harry abrió el mensaje.
Veo en la web del Aftenposten que estás a cargo del caso.
Yo puedo echarte una mano. Elias Skog habló antes de quedar pegado a la bañera.
C.
A Harry se le cayó el encendedor, que hizo mucho ruido al caer en la mesa de cristal, y notó que el corazón le latía más rápido. En los casos de asesinato siempre había muchas personas que enviaban soplos, consejos, especulaciones. Gente dispuesta a jurar que habían visto, oído o sabido algo, ¿no podía la policía dedicar unos minutos a escucharlos? Por lo general eran las mismas personas en todos los casos, pero siempre había algún charlatán nuevo y chiflado. Harry sabía que este no era uno de ellos. En la prensa habían escrito mucho sobre el caso, los lectores tenían mucha información. Pero nadie sabía que a Elias Skog lo habían pegado a la bañera con pegamento. Ni tampoco el número de teléfono sin registrar de Harry Hole.