36

Helicóptero

Mikael Bellman llegó a Lyseren en helicóptero. Las aspas de la hélice hacían algodón de azúcar con la niebla mientras él corría agachado desde el asiento del copiloto por detrás de la vía de la cordelería. Tras él iban Kolkka y Beavis, medio corriendo. En dirección contraria venían cuatro hombres que llevaban una camilla tipo nido. Bellman les dio el alto y apartó la manta. Mientras los porteadores miraban para otro lado, Bellman se inclinó sobre la camilla y examinó a conciencia el cadáver desnudo, blanco e hinchado.

—Gracias —dijo, y los dejó continuar hacia el helicóptero.

Bellman se detuvo al final de la pendiente y contempló a las personas que había entre la cordelería y el agua. Entre los buzos, que ya se quitaban el equipo y el traje, vio a Beate Lønn y a Kaja Solness. Y más allá, a Harry Hole, que estaba hablando con un hombre que sería Skai, el comisario provincial, supuso Bellman.

El jefe indicó a Beavis y a Kolkka que aguardasen allí y bajó la pendiente con agilidad y rapidez.

—Muy buenas, comisario —dijo Bellman mientras se sacudía unas ramitas del abrigo—. Soy Mikael Bellman, de Kripos, hemos hablado por teléfono.

—Sí —dijo Skai—. La misma noche que su gente encontró aquí la cuerda —dijo señalando a Harry con el pulgar.

—Y ya veo que ha vuelto —dijo Bellman—. La cuestión es, lógicamente, qué hace en mi escena del crimen.

—Bueno —dijo Harry, y carraspeó un poco—. Para empezar, no puede decirse que esto sea una escena del crimen; para continuar, estoy buscando a personas desaparecidas. Y, de hecho, parece que hemos encontrado lo que estábamos buscando. ¿Cómo va lo del triple asesinato? ¿Alguna pista? Te han hecho llegar nuestra información sobre la cabaña Håvass, ¿verdad?

Bellman le lanzó una mirada al comisario provincial, que se alejó con tanta discreción como diligencia.

Bellman contemplaba el lago mientras se pasaba el dedo índice por el labio, como si estuviera extendiendo una pomada.

—En fin, Hole, comprenderás que acabas de conseguir que tanto tú como tu jefe, Gunnar Hagen, no solo os quedéis sin trabajo, sino que además os acusen de desobediencia de funcionario público.

—¿No me digas? ¿Solo porque hacemos el trabajo que se nos encomienda?

—Yo creo que el gabinete del ministro de Justicia exigirá una explicación detallada de por qué os habéis puesto a buscar a una persona desaparecida justo delante de la cordelería de la que procede la cuerda con la que mataron a Marit Olsen. Os he dado una oportunidad, no os daré otra. Game over, Hole.

—Pues tendremos que darle al ministro una explicación detallada, Bellman. Dicha explicación tendrá que incluir, como es lógico, que nosotros averiguamos de dónde procedía la cuerda, dimos con la pista de Elias Skog y la cabaña Håvass, y nos enteramos de que había una cuarta víctima llamada Adele Vetlesen, a la que acabamos de encontrar aquí. Un trabajo que Kripos, con todos sus hombres y recursos, no ha sido capaz de llevar a cabo en más de dos meses. ¿Vale, Bellman?

Bellman no respondió.

—¿Temes que cambie la cosa cuando el ministro de Justicia reconsidere qué unidad es la más adecuada para investigar asesinatos en este país?

—No vayas de farol en esta mano, Hole. Puedo aplastarte así.

Bellman chasqueó los dedos.

—Bueno —dijo Harry—. Ninguno de los dos tiene una mano ganadora, así que ¿qué me dices de un cheque?

—¿Qué coño estás diciendo?

—Te lo damos todo. Todo lo que tenemos. Y no nos llevaremos los laureles.

Bellman lo miró con suspicacia.

—¿Y por qué ibas a ayudarnos?

—Muy sencillo —dijo Harry, y sacó el último cigarro del paquete—. A mí me pagan por atrapar al asesino. Es mi trabajo.

Bellman hizo una mueca y movió los hombros y la cabeza como si estuviera riéndose, pero sin sonido.

—Venga, Hole, ¿qué es lo que quieres?

Harry encendió el cigarrillo.

—Quiero que ni Gunnar Hagen ni Kaja Solness ni Bjørn Holm tengan que sufrir las consecuencias. Sus expectativas de futuro en el Cuerpo no deben cambiar un ápice.

Bellman se apretó el carnoso labio inferior entre el pulgar y el índice.

—Veré qué puedo hacer.

—Y quiero participar. Quiero que me deis acceso a todo el material que tengáis, y recursos para la investigación.

—¡Alto ahí! —dijo Bellman con la mano en alto—. ¿Es que estás sordo, Hole? Te he dicho que te mantengas apartado de este caso.

—Juntos podemos atrapar a este asesino, Bellman. Y en estos momentos, me parece que eso es más importante que quién coño mandará después, ¿no?

—¡No me hables…! —gritó Bellman, pero guardó silencio cuando vio que un par de cabezas se volvían hacia ellos. Se acercó un poco más a Harry y bajó la voz—: No me hables como si fuera idiota, Hole.

La orientación del viento cambió y el humo del cigarro de Harry le dio en la cara a Bellman, que no pestañeó. Harry se encogió de hombros.

—¿Sabes qué, Bellman? Yo creo que esto no va tanto de política y poder como de que tú eres un chaval que quiere ser el héroe del día. Así de sencillo. Y ahora tienes miedo de que yo ponga en peligro tu epopeya. Pero hay una forma muy simple de resolver esto. ¿Qué me dices si, aquí y ahora, ponemos punto final a todo comprobando quién es capaz de llegar con la meada hasta el barco de los buzos?

Esta vez, Mikael Bellman se rió alto y de buena gana, con ruido y todo.

—Deberías hacer caso de las advertencias, Harry.

Alargó la mano derecha tan rápido que Harry no pudo reaccionar, cogió el cigarrillo que tenía entre los labios y lo lanzó hacia el lago. Se oyó un chisporroteo cuando cayó al agua.

—Esto puede matarte. Que tengas un buen día.

Harry oyó que el helicóptero se ponía en marcha mientras veía flotar en el agua su último cigarro. El papel empapado y gris, el extremo negro y muerto.

Había empezado a anochecer cuando el barco del equipo de los buzos dejó a Harry, a Kaja y a Beate Lønn en tierra, junto al aparcamiento. Se advertían movimientos bajo los árboles y no tardaron en verse los destellos del flash. Harry levantó un brazo automáticamente y oyó la voz de Roger Gjendem que surgía de la oscuridad:

—Harry Hole, corre el rumor de que habéis encontrado el cadáver de una joven, ¿es verdad? ¿Cómo se llama y hasta qué punto estáis seguros de su relación con los demás asesinatos?

—No hay comentarios —dijo Harry, y echó a andar, medio cegado—. Por el momento, este es un caso de desaparición, y lo único que podemos decir es que hemos encontrado a una mujer que puede que sea la desaparecida. En cuanto a los asesinatos de los que supongo que hablas, tendrás que hablar con Kripos.

—¿El nombre de la mujer?

—Primero tenemos que identificarla e informar a los familiares.

—Pero no descartáis que…

—Como de costumbre, yo no descarto nada, Gjendem. Habrá una conferencia de prensa.

Harry se sentó en el coche, que Kaja ya había arrancado, con Beate Lønn en el asiento trasero. Y se alejaron de allí con los flashes a su espalda.

—Bueno —dijo Beate Lønn, y se inclinó entre los dos asientos delanteros—. Todavía no me habéis contado cómo se os ocurrió venir aquí precisamente a buscar a Adele Vetlesen.

—Pura y simple lógica deductiva —dijo Harry.

—Naturalmente —suspiró Beate.

—La verdad, es vergonzoso que no se me ocurriera antes —dijo Harry—. Andaba dándole vueltas a por qué el asesino se tomó la molestia de venir a una antigua cordelería ya cerrada solo para conseguir una cuerda. Sobre todo teniendo en cuenta que esa cuerda, a diferencia de la que hubiera podido comprar en una tienda, podía traernos hasta aquí. La respuesta era obvia. Aun así, hasta que no me vi contemplando las profundidades de un lago africano, no se me ocurrió. No caí en que no vino por la cuerda. Seguramente, la usó para algo una vez aquí, y luego se la llevó a casa (porque la llevaría encima por casualidad), donde, más tarde, la usó para matar a Marit Olsen. Y vino aquí porque ya tenía un cadáver del que deshacerse. El de Adele Vetlesen. El comisario Skai nos lo dijo clarísimo la primera vez que vinimos: esta es la parte profunda del lago. El asesino le llenó a Adele los bolsillos de piedras y le rodeó la cintura y las piernas con una cuerda, antes de dejarla caer por la borda.

—¿Cómo sabes que estaba muerta antes de llegar aquí? Pudo haberla ahogado.

—Tenía una gran herida en la garganta. Supongo que la autopsia demostrará que no había agua en los pulmones.

—Y que tiene ketamina en la sangre, igual que Charlotte y Borgny —dijo Beate.

—La ketamina es un estupefaciente anestésico muy potente de efecto rápido —dijo Harry—. Ahora que lo pienso, es raro que yo no hubiera oído hablar de él con anterioridad.

—No es tan raro —dijo Beate—. Es una antigua copia del ketalar, que se usa como anestésico, y que tiene la ventaja de que el paciente puede seguir respirando por sí solo. La ketamina se prohibió en la Unión Europea y en Noruega ya en los años noventa, por los efectos secundarios, así que ahora solo la usan en los países en vías de desarrollo. Fue la pista principal de Kripos al principio, pero no los condujo a ninguna parte.

Cuarenta minutos después, cuando dejaron a Beate en Bryn, en la Científica, Harry le pidió a Kaja que esperase un momento y salió del coche.

—Quiero preguntarte una cosa —dijo Harry.

—¿Sí? —dijo Beate tiritando y frotándose las manos.

—¿Qué hacías tú en una presunta escena del crimen? ¿Por qué no ha ido Bjørn?

—Porque Bellman lo ha enviado a misiones especiales.

—Ya, ¿y eso qué significa? ¿Limpiar letrinas?

—No, coordinación de la Científica e investigación operativa.

—¿Qué? —Harry enarcó las cejas, sorprendido—. Eso es un ascenso.

Beate se encogió de hombros.

—Bjørn es muy bueno. Ya era hora. ¿Algo más?

—No.

—Buenas noches.

—Buenas noches. O, bueno, espera un poco. Te llamé para que filtraras a Bellman que habíamos encontrado la cuerda en la cordelería. ¿Cuándo se lo dijiste?

—Como tú me llamaste a media noche, esperé un poco y lo llamé por la mañana temprano, ¿por qué?

—No, por nada —dijo Harry—. Por nada.

Cuando volvió al coche, Kaja acababa de guardarse el teléfono en el bolsillo.

—El hallazgo del cadáver ya está en la página web del Aftenposten —dijo.

—Ajá.

—Dicen que hay una foto tuya enorme, con el nombre completo, y que se refieren a ti como «jefe de la investigación». Y, naturalmente, lo relacionan con los otros asesinatos.

—No me digas. Vaya. Oye, ¿tú también tienes hambre?

—Bastante.

—¿Tienes planes? Porque si no, te invito a cenar.

—¡Estupendo! ¿Dónde?

—El restaurante de Ekeberg.

—Anda, qué lujo. ¿Y has elegido ese por alguna razón?

—Bueno, no. He pensado en él porque un viejo amigo me ha recordado una vieja historia.

—Cuenta.

—Nada del otro mundo, es una historia de adolesc…

—¡Adolescentes! ¡Cuenta!

Harry se rió por lo bajo. Y mientras se dirigían al centro y empezaban a subir las curvas de la colina de Ekeberg, Harry le habló de Killer Queen, la reina del restaurante de Ekeberg, en su día, el edificio funcionalista más bonito de Oslo. Y ahora, después de la restauración, volvía a serlo.

—Pero en los años ochenta, estaba tan deteriorado que la gente había perdido la esperanza. Se había convertido en un restaurante cutre con pista de baile, donde la gente invitaba a bailar a los que estaban en las mesas, procurando no tirar los vasos. Y luego se ponían a bailar arrastrando los pies apuntalándose mutuamente.

—Ya veo.

—Øystein, Tresko y yo solíamos andar por los búnkeres alemanes de Nordstrand, íbamos a beber cerveza mientras nos hacíamos adultos. Un día, cuando teníamos diecisiete años, nos atrevimos a ir al restaurante de Ekeberg, mentimos sobre la edad y entramos. No hacía falta que la mentira fuera buena, aquel sitio necesitaba todo el dinero que entrara. El grupo apestaba, pero tocaban «Nights in White Satin». Y tenían una atracción que actuaba casi todas las noches. La llamábamos Killer Queen. Una mujerona.

—¿Una mujerona? —rió Kaja—. ¿En el catalejo?

—Pues sí —dijo Harry—. Llegaba con toda la artillería, excesiva y de lo más intimidante. Equipada igual que una feria con aquellas curvas como la montaña rusa.

Kaja rió más aún.

—El parque de atracciones del pueblo, vamos.

—En cierto modo —dijo Harry—. Pero iba al restaurante de Ekeberg principalmente para que la vieran y solicitaran sus servicios, me parece. Y por las copas gratis de los reyes de la pista en retirada, claro. Nunca vieron a Killer Queen irse con ninguno. Quizá por eso nos fascinaba. Una mujer que había descendido una o dos divisiones en la calidad de los pretendientes, pero que seguía manteniendo el estilo de alguna manera.

—¿Pero?

—Øystein y Tresko me dijeron que me invitaban a un whisky cada uno si me atrevía a sacarla a bailar.

Giraron pasando por encima de las vías del tranvía y subieron la última pendiente hacia el restaurante.

—¿Y qué pasó? —dijo Kaja.

—Que me atreví.

—¿Y luego?

—Bailamos. Hasta que me dijo que ya estaba harta de que le pisara los pies y que prefería dar una vuelta. Ella salió primero. Era agosto, hacía calor y, como ves, esto está rodeado de bosque, con denso follaje y un montón de senderos que conducen a lugares olvidados. Yo estaba borracho, pero tan excitado que sabía que, si hablaba, se daría cuenta de que me temblaba la voz. Así que cerré el pico. Y mejor así, porque ella se encargó de la charla. Y de lo demás también. Luego me preguntó si quería ir a su casa.

Kaja soltó una risita.

—Huy, ¿y qué pasó?

—El resto te lo cuento durante la cena, ya hemos llegado.

Dejaron el coche en el aparcamiento, se bajaron y subieron la escalera hacia el restaurante. El maître les dio la bienvenida en la entrada del comedor y les pidió el nombre. Harry dijo que no habían reservado.

El chef se las arregló para no desvelar su opinión.

—Todo reservado los dos próximos meses —resopló Harry cuando salían, después de comprar tabaco en el bar—. Me parece que me gustaba más este sitio cuando el comedor tenía goteras y las ratas te chillaban desde detrás del váter. Bueno, por lo menos, hemos estado dentro.

—Vamos a fumar —dijo Kaja.

Caminaron junto al pequeño muro de piedra que había donde el bosque miraba a la ciudad. Al oeste, las nubes eran de color rojo y naranja, y las caravanas de la autopista centelleaban como ríos de fuego en la oscuridad de la noche. Era como si Oslo estuviera allí esperando, vigilándolos, pensó Harry. Un depredador camuflado. Sacó dos cigarros, los encendió y le pasó uno a Kaja.

—El resto de la historia —dijo Kaja, y dio una calada.

—¿Por dónde íbamos?

—Killer Queen te llevó a su casa.

—No, me preguntó si quería ir. Y yo le di las gracias educadamente y le dije que no.

—¿Que no? No es verdad. ¿Por qué?

—Eso me preguntaron Øystein y Tresko cuando volví. Les dije que no podía largarme cuando tenía a dos amigos esperándome con whisky gratis.

Kaja se rió y echó el humo al paisaje.

—Pero, naturalmente, era mentira —dijo Harry—. Aquello no tenía nada que ver con una cuestión de lealtad. La amistad no significa absolutamente nada para un hombre, siempre y cuando le hagas una oferta lo bastante tentadora. Nada de nada. La verdad es que no me atreví. Sencillamente, Killer Queen me resultaba de lo más intimidante.

Estuvieron un rato en silencio, escuchando el rumor de la ciudad y observando el humo que ascendía en remolinos.

—Estás pensando —dijo Kaja.

—Sí. Estoy pensando en Bellman. En lo bien informado que estaba. No solo sabía que volvía a Noruega, sino que sabía incluso en qué avión llegué.

—Puede que tenga contactos en la Comisaría General.

—Puede. Y hoy, en el Lyseren, el comisario Skai ha dicho que Bellman lo había llamado por lo de la cuerda la misma noche que estuvimos en la cordelería.

—¿Ajá?

—Pero Beate dice que ella no le habló a Bellman de la cuerda hasta el día siguiente de nuestra visita a Lyseren.

Harry siguió con la vista una hebra de tabaco ardiendo que bajó volando por la pendiente.

—Y a Bjørn lo han ascendido a coordinador de la investigación científica y la operativa.

Kaja se lo quedó mirando horrorizada.

—No puede ser, Harry.

Él no respondió.

—¡Bjørn Holm! ¿Iba a informar él a Bellman de lo que estábamos haciendo? ¡Con todo el tiempo que lleváis trabajando juntos Bjørn y tú, si sois… amigos!

Harry se encogió de hombros.

—Como te decía, yo creo… —Tiró la colilla y la pisó—… que la amistad no significa nada si la oferta es lo bastante tentadora. ¿Te atreves con el menú del Schrøder?

Ahora ya me paso todo el tiempo soñando. Era verano y yo la quería. Era tan joven…, y creía que si deseabas algo con la intensidad suficiente, lo conseguías.

Adele, tú tenías la misma sonrisa, el mismo pelo y el mismo corazón traicionero que ella. Y, según la web del Aftenposten, te han encontrado. Espero que estuvieras tan fea por fuera como lo eras por dentro.

También decía que el comisario Harry Hole está trabajando en el caso. Él fue quien atrapó al Muñeco de Nieve. Quizá haya esperanza, quizá la policía pueda salvar vidas, a pesar de todo, ¿quién sabe?

He sacado por la impresora la foto de Adele que había en la web del VG y la he puesto en la pared, al lado de la página del libro de visitas de la cabaña Håvass. Ya solo quedan en ella tres nombres, incluido el mío.