Bueno, ladronzuelo y codicioso
—Estaba por la zona —dijo Harry—, pero ya veo que vas a salir, ¿no?
—Qué va —sonrió Kaja, que estaba en la puerta con un grueso anorak—. Estaba sentada en la terraza, pasa. Ponte esas zapatillas.
Harry se quitó los zapatos y la siguió por la sala de estar. Se sentaron en unas sillas de madera enormes que había en la terraza acristalada. En la calle de Lyder Sagen reinaban la calma y el silencio, tan solo se veía un coche allí aparcado. Pero en la segunda planta de la casa de enfrente, Harry vio la silueta de un hombre a través de una ventana iluminada.
—Es Greger —dijo Kaja—. Ya tiene ochenta años. Y lleva ahí siguiendo todo lo que ha ocurrido en esta calle desde la guerra, me parece a mí. Me gusta pensar que cuida de mí.
—Sí, es algo que necesitamos —dijo Harry, y sacó el paquete de tabaco—. Creer que hay alguien que cuida de nosotros.
—¿Tú también tienes un Greger?
—No —dijo Harry.
—¿Puedo echarme uno?
—¿Un cigarrillo?
Kaja se echó a reír.
—Sí, a veces fumo. Yo creo que… me tranquiliza.
—Vale. ¿Has pensado en lo que vas a hacer? O sea, después de estas cuarenta y ocho horas.
Ella negó con la cabeza.
—Volver al grupo. Con los pies en la mesa. Esperar a que haya un asesinato lo bastante insignificante como para que no nos lo quite Kripos.
Harry sacó a golpecitos dos cigarros, se los puso en la boca, los encendió a la vez y le dio uno a Kaja.
—La extraña pasajera —dijo ella riendo—. ¿Cómo se llamaba el que hacía eso…, Hen…, Hen…?
—¿Henreid? —dijo Harry—. Paul Henreid.
—¿Y la mujer a la que le encendía el cigarrillo?
—Bette Davis.
—Killer film. ¿Quieres un chaquetón de más abrigo?
—No, gracias. Por cierto, ¿por qué estás en la terraza? No es precisamente una noche tropical.
Ella le enseñó un libro.
—Mi cerebro funciona mejor cuando hace frío.
Harry leyó la portada.
—Monismo materialista. Ajá. Esto me huele a Examen Philosophicum.
—Exacto. El materialismo afirma que todo es materia y fuerzas. Todo lo que ocurre es parte de un gran cálculo, una reacción en cadena, las consecuencias de algo que ya ha sucedido.
—¿Y el libre albedrío es una ilusión?
—Pues sí. Nuestros actos vienen determinados por la composición química del cerebro, que viene determinada por quién eligió a quién para tener niños, lo cual a su vez viene determinado por la química del cerebro. Y así sucesivamente. Por ejemplo, todo puede remontarse al Big Bang e incluso más atrás en el tiempo. Hasta el hecho de que se escribiera este libro y lo que estás pensando en estos momentos.
—Sí, lo recuerdo —dijo Harry, y expulsó el humo al aire de la noche—. Me trajo a la memoria al meteorólogo aquel que decía que si tuviera todas las variables relevantes, podría predecir el tiempo de todo el futuro.
—Y nosotros podríamos impedir un asesinato antes de que se cometiera.
—Y adivinar que a las agentes de policía que piden tabaco iba a gustarles ponerse a leer libros caros de filosofía en una terraza helada.
Kaja se echó a reír.
—Este libro no lo he comprado yo, estaba en la estantería. —Dio una calada al cigarro arrugando la boca y le entró el humo en los ojos—. Yo nunca compro los libros, los pido prestados. O los robo.
—La verdad, no te imagino robando.
—Ya, nadie me imagina, por eso nunca me pillan —dijo, y dejó el cigarrillo en el cenicero.
Harry carraspeó antes de preguntar:
—¿Y por qué robas?
—Solo le robo a la gente que sé que puede permitírselo. No es que sea avariciosa, solo un poco tacaña. Cuando era estudiante robaba los rollos de papel higiénico de los servicios de la facultad. Por cierto, ¿has caído ya en el título de aquel libro tan bueno de Fante?
—No.
—Mándame un SMS cuando te acuerdes.
Harry se echó a reír.
—Sorry, yo nunca mando SMS.
—¿Y eso por qué?
Harry se encogió de hombros.
—No lo sé. No me gusta el concepto. Como los indígenas, supongo, que no quieren que les hagan fotos porque creen que pierden parte del alma.
—¡Ya sé! —dijo ella con entusiasmo—. Es porque no quieres dejar ninguna huella. Ninguna prueba irrefutable de quién eras. Quieres saber que vas a desaparecer del todo.
—Has dado en el clavo —dijo Harry secamente, y dio una calada—. ¿Quieres entrar? —le dijo señalándole las manos, que Kaja había metido entre las piernas y el asiento.
—No, solo tengo frío en las manos —dijo ella sonriendo—. El corazón está calentito. ¿Y tú?
Harry miró la valla, la carretera. El coche que había allí aparcado.
—¿Y yo?
—Que si tú también eres bueno, ladronzuelo y codicioso.
—No, yo soy malo, sincero y codicioso. ¿Y tu marido?
Sonó mucho más brusco de lo que pretendía, como si quisiera ponerla en su sitio, puesto que… Puesto que ¿qué? ¿Puesto que estaba allí tan tranquila y tan guapa, y le gustaban las mismas cosas que a él y le había prestado unas zapatillas que pertenecían a un marido cuya existencia parecía estar ignorando?
—¿Qué pasa con él? —preguntó Kaja con una sonrisita.
—Los pies los tiene grandes, eso desde luego —se oyó decir Harry, y sintió el deseo inmediato de darse con la cabeza en la mesa.
Ella se echó a reír. Una risa que cruzó aleteando el silencio que se extendía sobre las casas de Fagerborg, sobre los jardines, sobre los garajes. Los garajes. Todo el mundo tenía uno. Solo había un coche aparcado en la calle. Naturalmente, podía estar allí por mil razones.
—No tengo marido —dijo ella.
—O sea…
—O sea que las zapatillas que llevas puestas son de mi hermano.
—¿Y las de la escalera?
—También son de mi hermano, y las dejo ahí porque me gusta creer que los zapatos de caballero del número cuarenta y seis surten cierto efecto disuasorio en los hombres peligrosos que traen planes indecentes.
Clavó en Harry una mirada difícil de interpretar. Optó por pensar que era una ambigüedad involuntaria.
—Así que vives con tu hermano.
Ella negó con la cabeza.
—Está muerto. Murió hace diez años. Esta es la casa de mi padre. Los últimos años, cuando Even estaba estudiando en Blindern, él y mi padre vivían aquí.
—¿Y tu padre?
—Murió poco después de Even. Y para entonces yo ya me había mudado aquí, así que me quedé con la casa.
Kaja subió las piernas al asiento, apoyó la cabeza en las rodillas. Harry contempló el cuello fino, el hueco que se formaba en la nuca, cuya piel tensaba el pelo recogido, aunque con un par de mechones sueltos.
—¿Piensas mucho en ellos? —preguntó Harry.
Ella levantó la cabeza.
—En Even, sobre todo —dijo—. Mi padre se fue cuando éramos muy pequeños y mi madre vivía en una burbuja, así que Even se convirtió en madre y padre, todo en uno. Me ayudó, me animó, me educó, fue mi modelo. A mis ojos, nada de lo que hacía estaba mal. Cuando has tenido una relación así con alguien, no lo olvidas nunca. Nunca.
Harry asintió.
Kaja se aclaró la garganta discretamente.
—¿Cómo está tu padre?
Harry examinó el ascua del cigarrillo.
—¿A ti no te parece extraño? —dijo—. Me refiero a que Hagen nos haya dado cuarenta y ocho horas. Podríamos haber despejado el despacho en dos.
—Pues sí, ahora que lo dices.
—Quizá pensara que podríamos invertir en algo útil los dos últimos días de trabajo.
Kaja se lo quedó mirando.
—No en investigar el asesinato, naturalmente, eso se lo dejamos a Kripos. Pero el grupo de Personas Desaparecidas necesita ayuda, tengo entendido.
—¿Qué quieres decir?
—Adele Vetlesen es una joven que, hasta donde yo sé, no tiene ninguna vinculación con ningún asesinato.
—¿Quieres decir que…?
—Quiero decir que mañana a las siete vayamos a trabajar —dijo Harry—. Y veamos si podemos hacer algo de provecho.
Kaja Solness dio una calada. Echó el humo y dio una más.
—¿Te quedas más tranquila? —preguntó Harry con media sonrisa.
Kaja meneó la cabeza sosteniendo el cigarro a unos centímetros de la cara.
—Me gustaría conservar mi puesto de trabajo, Harry.
Harry asintió.
—Es una reunión voluntaria. Bjørn también iba a pensárselo.
Kaja dio otra calada. Harry apagó su cigarro.
—Hora de irse —dijo—. Te castañetean los dientes.
Al salir, Harry trató de fijarse en si había alguien en el coche aparcado en la calle, pero era imposible verlo sin acercarse más.
En Oppsal lo aguardaba la casa. Grande, vacía y llena de ecos.
Se tumbó en la cama de su dormitorio de niño y cerró los ojos.
Y soñó el sueño que tantas veces soñaba. De un puerto de Sidney, la cadena que alguien va subiendo, la medusa que asciende a la superficie, pero que no es una medusa sino el pelo rojizo de ella, que ondea alrededor de su cara pálida. Luego, el otro sueño. El nuevo. Surgió por primera vez en Hong Kong, poco antes de Navidad. Él estaba tumbado mirando un clavo que sobresalía de la pared y atravesaba una cara, la cara de una persona de aspecto sensible y con un bigote muy cuidado. En el sueño, Harry tenía algo en la boca, algo que le parecía que iba a reventarle la cabeza. ¿Qué era? ¿Qué era? Era una promesa. Harry se estremeció. Tres veces. Luego, se quedó dormido.