Motor de búsqueda
—Primero probé con los tres nombres que me pasaste —dijo Katrine Bratt—. Borgny Stem-Myhre, Charlotte Lolles y Marit Olsen. Pero la búsqueda no dio ningún resultado útil. Así que añadí a todas las personas desaparecidas en Noruega en los últimos doce meses. Y entonces sí que obtuve algo sobre lo que seguir trabajando.
—Espera —dijo Harry, que ya estaba totalmente despabilado—. ¿De dónde coño has sacado a los desaparecidos?
—De la intranet del distrito policial de Oslo, grupo de personas desaparecidas. ¿Qué te creías?
Harry soltó un gruñido, y Katrine continuó:
—El caso es que apareció un nombre que vincula a las otras tres. ¿Estás preparado?
—Sí…
—La mujer desaparecida se llama Adele Vetlesen, veintiocho años, con domicilio en Drammen. Su pareja denunció la desaparición en noviembre. Ahí encontramos una coincidencia con el sistema de billetes de los ferrocarriles noruegos. El 7 de noviembre, Adele Vetlesen reservó por internet un billete de tren de Drammen a Ustaoset. El mismo día, Borgny Stem-Myhre sacó un billete de tren de Kongsberg al mismo lugar.
—Ustaoset no es precisamente el ombligo del mundo —dijo Harry.
—No es un pueblo, es una montaña. Es el lugar en el que las familias de Bergen con dinero de toda la vida han construido sus cabañas, y la Asociación de Turismo las ha construido en la cima, de modo que los noruegos preserven la herencia de Amundsen y Nansen y puedan ir esquiando de una cabaña a otra con veinticinco kilos a la espalda y cierto miedo a morir rondándoles la cabeza. El súmmum en esta vida, ya sabes.
—Da la impresión de que hubieras estado allí.
—El que fue mi marido tiene allí la cabaña familiar. Son tan honorablemente ricos que no tienen ni electricidad ni agua. Solo los advenedizos tienen sauna y jacuzzi.
—¿Y las otras conexiones?
—No encontré ningún billete registrado a nombre de Marit Olsen. En cambio, apareció un pago con tarjeta realizado el día anterior en el vagón restaurante del tren correspondiente. La hora del pago, las catorce horas trece minutos; según el horario, el tren debía de estar entonces entre Ål y Geilo, es decir, antes de Ustaoset.
—Esta es menos sólida —dijo Harry—. Ese tren llega hasta Bergen, puede que fuera el destino de Marit Olsen.
—¿Te has creído… —replicó rápidamente Katrine Bratt, pero calló un instante, esperó unos segundos y continuó con un tono más comedido—… que soy tonta? El hotel de Ustaoset tiene registrada una noche en habitación doble a nombre de un tal Rasmus Olsen, que, en el censo, figura con el mismo domicilio que Marit Olsen. Así que supuse que es…
—Sí, es su marido. ¿Por qué hablas tan bajito?
—Porque acaba de pasar el vigilante nocturno, ¿vale? Bueno, escucha, hemos localizado a dos víctimas y se trata de una persona desaparecida en Ustaoset el mismo día. ¿A ti qué te parece?
—Desde luego, una coincidencia extraordinaria, aunque no podemos descartar que haya sido casualidad.
—Estoy de acuerdo. Pero espera a oír el resto. Hice una búsqueda con Charlotte Lolles y Ustaoset, que no dio ningún resultado. Así que me concentré en la fecha para ver dónde estuvo Charlotte Lolles el día en que las otras tres personas se encontraban en Ustaoset. Dos días antes, pagó una cuenta de combustible diésel en una gasolinera cercana a Hønefoss.
—Eso está lejos de Ustaoset.
—Pero en la dirección correcta desde Oslo. Traté de localizar un vehículo que estuviera registrado a su nombre o a nombre de su posible pareja. Si tuvieran tarjeta de pago para los peajes y hubieran pasado por varios, podrían seguirse sus movimientos.
—Claro.
—El problema es que Charlotte no tenía ni coche ni pareja o, al menos, nada que esté registrado.
—Tenía novio.
—Es posible. Pero el motor de búsqueda localizó un coche aparcado en el garaje del Europark de Geilo, pagado por Iska Peller.
—Eso no está a muchos kilómetros. Pero ¿quién es esa… Iska Peller?
—Según la tarjeta de crédito, reside en Bristol, Sidney, Australia. Lo interesante es que, si haces una búsqueda relacionada de los dos nombres, el suyo y el de Charlotte Lolles, obtienes muchos resultados.
—¿Una búsqueda relacionada?
—Sí, son las que vinculan por ejemplo a la gente que, en los últimos años, ha pagado con tarjeta de crédito en el mismo restaurante y a la misma hora, lo que indica que las personas en cuestión podrían haber comido juntas y pagado a medias. O que son miembros del mismo gimnasio y se matricularon en la misma fecha, que han viajado en avión con asientos contiguos en más de una ocasión… ¿Comprendes la idea?
—Comprendo la idea —confirmó Harry en el noruego de Bergen—. Y estoy convencido de que has comprobado de qué tipo de coche se trata y que funciona con…
—Pues sí, funciona con diésel, ya te digo —respondió Katrine secamente—. ¿Quieres oír el resto o no?
—Por favor.
—En las cabañas de la Asociación de Turismo no se puede reservar plaza de antemano, no hay personal. Si todas las camas están ocupadas, te acuestas en un colchón en el suelo o en un saco de dormir, sobre la colchoneta que has de llevar tú mismo. Solo cuesta ciento setenta por noche, y puedes pagar al contado, dejando el dinero en una caja que hay en la cabaña, o dejar un sobre con una autorización de un solo uso para que lo carguen en tu cuenta.
—En otras palabras, es imposible ver quién ha estado en qué cabaña ni cuándo.
—Lo es, si pagan al contado. Pero si dejan la autorización, se producirá una transacción bancaria de la cuenta de la persona en cuestión a la de la Asociación de Turismo. E incluirá la información de en qué cabaña se alojó y la fecha objeto del cargo.
—Quiero recordar que no resultaba fácil hacer búsquedas por transacciones bancarias.
—Salvo que un cerebro humano inteligente le proporcione al motor los criterios de búsqueda adecuados.
—Y eso lo tenemos aquí, ¿no?
—Así me gusta. El 20 de noviembre se cargaron en la cuenta de Iska Peller dos camas en cuatro cabañas de la Asociación de Turismo, las cuatro situadas a un día de caminata de la siguiente.
—Una marcha montañera de cuatro días.
—Sí. Y en la última, la cabaña Håvass, estuvieron el 7 de noviembre. Está solo a media jornada de Ustaoset.
—Interesante.
—Lo verdaderamente interesante es que hay otras dos cuentas en las que se cargó la noche del 7 de noviembre en la cabaña Håvass. Adivina cuáles.
—Bueno, no puede ser la de Marit Olsen ni la de Borgny Stem-Myhre, porque supongo que Kripos habría averiguado que las dos víctimas habían pasado recientemente la misma noche en el mismo sitio. Así que una tiene que ser la mujer desaparecida, ¿cómo se llamaba?
—Adele Vetlesen. Y tienes razón, pagó por dos personas, aunque, como es lógico, no sé quién es la otra.
—¿Quién es la otra persona que pagó mediante autorización?
—Eso no es tan interesante. Es de Stavanger.
A pesar de todo, Harry fue a buscar un bolígrafo y anotó el nombre y el lugar de residencia de la persona en cuestión, y también los datos de Iska Peller en Sidney.
—Parece que te ha gustado el motor de búsqueda —dijo.
—Pues sí —respondió ella—. Es como volar con un bombardero antiguo. Un poco oxidado y difícil de poner en marcha, pero una vez en el aire… ni te imaginas. ¿Qué te parecen los resultados?
Harry reflexionó un instante.
—Lo que has conseguido es situar en el mismo lugar y a la misma hora a una mujer desaparecida y a una mujer que probablemente no tenga nada que ver con el caso. En sí misma, la información no es para tirar cohetes. Pero sí has presentado como probable el que una de las víctimas, Charlotte Lolles, estuviera con la segunda. Y has colocado a dos de las víctimas, Borgny Stem-Myhre y Marit Olsen, en las proximidades de Ustaoset. O sea…
—¿O sea?
—O sea que te felicito. Has cumplido tu parte del trato. En cuanto a la mía…
—Cierra la boca y borra esa sonrisita que sé que tienes ahora mismo. No quería decir eso. Soy una persona trastornada, ¿es que no te has enterado?
Y Katrine colgó el teléfono.