17

Fibras

Eran las 06.58. Harry Hole, Kaja Solness y Bjørn Holm iban por el túnel, un pasaje subterráneo de cuatrocientos metros de longitud que unía la Comisaría General con la prisión de Oslo. Lo utilizaban a veces para trasladar a los internos a la comisaría para interrogarlos; a veces, para entrenarse para alguna carrera en invierno y, antiguamente, en tiempos oscuros, para dar palizas de lo más extraoficiales a presos particularmente obstinados.

Del techo caían gotas de agua que se estrellaban contra el cemento como besos húmedos, resonando con un eco en el interior del penumbroso pasadizo.

—Aquí —dijo Harry cuando llegaron al final del túnel.

—¡¿Aquí?! —preguntó Bjørn Holm.

Tuvieron que inclinar la cabeza para pasar por debajo de la escalera que conducía a las celdas de la prisión. Harry giró la llave en la cerradura y abrió la puerta metálica. El olor a humedad viciada y caliente le dio en la cara.

Pulsó el interruptor. La luz azul y fría de un fluorescente bañó el cemento de la habitación cuadrada, cuyo suelo estaba cubierto de una capa de linóleo y en cuyas paredes no había nada.

El local no tenía ventanas, ni estufas, ni ninguna de las comodidades que uno espera encontrar en un local que se supone que va a servir de despacho a tres personas.

Aparte de los escritorios y las sillas, y de los ordenadores. En el suelo había una cafetera requemada y un bidón de agua.

—Las calderas de la calefacción central de toda la prisión están en la habitación contigua —dijo Harry—. Por eso hace tanto calor.

—A decir verdad, es bastante acogedor —dijo Kaja, y se sentó ante uno de los escritorios.

—Ya, claro, recuerda un poco al infierno —dijo Holm, se quitó la chaqueta de ante y se desabrochó un botón de la camisa—. ¿Habrá cobertura?

—Claro —dijo Harry—. Y conexión a internet. Tenemos todo lo que necesitamos.

—Ya, excepto tazas para el café —dijo Holm.

Harry meneó la cabeza. Sacó de los bolsillos del abrigo tres tazas blancas y colocó una en cada mesa. Luego sacó un paquete de café y se dirigió a la cafetera.

—Te las has llevado de la cantina —dijo Bjørn, cogiendo la taza que Harry le había puesto delante—. ¿Hank Williams?

—Escrito con rotulador, así que ten cuidado —dijo Harry, y abrió el paquete de café con los dientes.

—¿John Fante? —dijo Kaja, leyendo el nombre de su taza—. ¿Y tú qué te has puesto?

—Por ahora, nada —dijo Harry.

—¿Por qué no?

—Porque voy a ir poniendo el nombre de nuestro principal sospechoso en cada momento.

Ninguno de los dos dijo nada. El agua empezó a borbotear en la cafetera.

—Quiero tres teorías encima de la mesa antes de que esté hecho —dijo Harry.

Iban por la mitad del segundo café y por la séptima teoría cuando Harry interrumpió la sesión.

—Vale, esto ha sido el calentamiento, solo para movilizar las circunvoluciones del cerebro.

Kaja acababa de lanzar la idea de que el móvil de los asesinatos era sexual, que el asesino habría sufrido condena anteriormente por algo similar, sabía que la policía tenía su ADN y que por esa razón no derramaba su semilla en la tierra, sino que se masturbaría en una bolsa o algo así antes de abandonar el escenario, y que deberían empezar a buscar en el archivo de condenas y hablar con la gente del grupo de Delitos Sexuales.

—Pero ¿no crees que tenemos algo con lo que empezar? —preguntó Kaja.

—Yo no creo nada —dijo Harry—. Estoy tratando de mantener el cerebro vacío y receptivo.

—Algo tienes que creer, ¿no?

—Sí. Creo que estos tres asesinatos los ha cometido la misma persona, o quizá las mismas personas. Y creo que es posible que encontremos un vínculo que, a su vez, nos conduzca a un móvil que, a su vez, si tenemos mucha suerte, nos lleve al culpable o a los culpables.

—¿Mucha suerte? Dicho así, parece que tenemos pocas posibilidades.

—Bueno. —Harry se retrepó en la silla con las manos cruzadas en la nuca—. Hay ensayos para llenar varios metros de estantería sobre lo que caracteriza a los asesinos en serie. En las películas, la policía llama a un psicólogo que, después de haber leído un par de informes, les da un perfil que coincide sin excepción. La gente cree que el retrato de Henry, el asesino en serie, es una descripción general. Pero, en realidad, los asesinos en serie son tan distintos como todas las demás personas. Solo hay una cosa que los diferencia de los demás delincuentes.

—¿Que es…?

—Que a ellos no los cogen.

Bjørn Holm se echó a reír, se dio cuenta de que era inadecuado y cerró el pico.

—Pero eso no es del todo cierto —dijo Kaja—. ¿Qué pasa con…?

—Estás pensando en todos los casos en que vemos a un monstruo y atrapamos a la persona que hay detrás. Pero piensa en todos esos asesinatos sin esclarecer que aún se tienen por casos individuales, en los que nunca se ha descubierto un vínculo. Miles.

Kaja miró a Bjørn, que le dio la razón asintiendo.

—¿Tú crees que hay un vínculo? —preguntó Kaja.

—Pues sí —dijo Harry—. Y lo tenemos que encontrar sin seguir el camino de los interrogatorios, que puede delatarnos.

—Y ese camino es…

—Cuando simulábamos amenazas terroristas en los Servicios de Inteligencia, no hacíamos otra cosa que buscar posibles vínculos, sin hablar con nadie. Disponíamos de un motor de búsqueda desarrollado por la OTAN, mucho antes de que nadie hubiese oído hablar de Yahoo ni de Google. Y con él podíamos infiltrarnos en todas partes y sondear prácticamente todo lo que tuviera siquiera aunque fuese media conexión a internet. Y eso mismo tendremos que hacer ahora. —Miró el reloj—. Y por eso tomaré un avión rumbo a Bergen dentro de hora y media. Y dentro de tres horas, hablaré con una colega que está en paro y que espero que pueda ayudarnos. Así que vamos a ver si terminamos con esto. Kaja y yo hemos dicho muchas cosas, pero ¿qué dices tú, Bjørn?

—¿Yo? Pues… me temo que no mucho.

Harry se frotó despacio la mandíbula.

—Seguro que algo tienes.

—Qué va. Ni nosotros, los de la Científica, ni los investigadores operativos tienen ni una cagada de mosca, ni en el caso de Marit Olsen ni en ninguno de los otros dos.

—En dos meses… —dijo Harry—. Venga ya.

—Puedo hacerte un resumen sin problemas —dijo Bjørn Holm—. Nos hemos pasado dos meses analizando, examinando y mirando hasta la ceguera fotos, análisis de sangre, cabellos, uñas y lo que tú quieras. Hemos repasado veinticuatro teorías de cómo y por qué las dos primeras víctimas presentaban veinticuatro agujeros en la boca, de modo que los veinticuatro señalaran a un mismo punto central. Sin respuesta. Marit Olsen también tenía heridas en la boca, pero se las habían causado con un cuchillo y de mala manera, con violencia. En pocas palabras: nada.

—¿Qué hay de las piedrecitas del sótano donde encontraron a Borgny?

—Analizadas. Mucho hierro y magnesio, poco aluminio y sílice. Del tipo de roca llamada ígnea. Porosa y negra. ¿Ahora sabes más?

—Tanto Borgny como Charlotte tenían hierro y coltán en la cara interna de los molares. ¿Qué significará eso?

—Que las mataron con el mismo artilugio de los cojones, pero esa conclusión no nos acerca al autor de los hechos.

Pausa.

Harry carraspeó.

—Vale, Bjørn, suéltalo.

—¿El qué?

—Eso a lo que veo que llevas dando vueltas desde que llegamos.

El técnico empezó a tirarse de la barba de las mejillas mientras miraba a Harry. Carraspeó una vez. Y otra. Miró a Kaja, como buscando ayuda. Abrió la boca, volvió a cerrarla.

—Bueno —dijo Harry—. Entonces, pasemos a…

—Es la cuerda.

Los dos dirigieron la vista a Bjørn.

—He encontrado restos de concha en la cuerda.

—¿Ah, sí? —dijo Harry.

—Pero nada de sal.

Harry y Kaja seguían mirándolo.

—Es bastante extraño —continuó Bjørn—. Conchas. En agua dulce.

—¿Y qué?

—Pues que lo he comprobado con un limnólogo. Esa concha es de un molusco que se llama náyade de Jutlandia, la más pequeña de las conchas de agua dulce, y solo se da en dos lagos de Noruega.

—¿Y los candidatos son?

—El Øyeren y el Lyseren.

—En la región de Østfold —dijo Kaja—. Lagos vecinos. Grandes.

—De una región muy poblada —dijo Harry.

Sorry —dijo Holm.

—Bueno. ¿Alguna marca en la cuerda que nos diga dónde la compraron?

—Pues no, precisamente, eso es —dijo Holm—. No tiene marcas. Pero no se parece a ninguna cuerda que haya visto. Compuesta solo de fibras orgánicas, sin nailon ni ningún otro material artificial.

—Cannabis —dijo Harry.

—¿Qué?

—Cannabis. Las cuerdas y el hachís se hacen del mismo material. Si te apetece una calada, no tienes más que bajar al puerto y quemar las amarras del transbordador a Dinamarca.

—No es cannabis —dijo Bjørn Holm, tratando de ignorar las risas de Kaja—. Son fibras de olmo y de tilo. Sobre todo olmo.

—Una cuerda noruega de fabricación casera —dijo Kaja—. Así era como se hacían las cuerdas en las granjas antiguamente.

—¿En las granjas? —dijo Harry.

Kaja asintió.

—Cada comarca tenía por lo general un cordelero. Simplemente, dejas los troncos en agua por un periodo de un mes, retiras la corteza y utilizas la fibra que hay debajo. La retuerces hasta convertirla en cuerda.

Harry y Bjørn giraron las sillas hacia la de Kaja.

—¿Qué pasa? —preguntó, desconcertada.

—Bueno —dijo Harry—. ¿Eso es cultura general y debería saberlo todo el mundo?

—Ah, eso —dijo Kaja—. Es que mi abuelo era cordelero.

—Ah. Y para hacer cuerdas se usan el olmo y el tilo, ¿no?

—En principio puedes usar las fibras de las maderas que quieras.

—¿Y la proporción de la mezcla?

Kaja se encogió de hombros.

—Pues no soy ninguna especialista, pero yo creo que no es normal usar fibras de varios tipos de madera para la misma cuerda. Recuerdo que Even, mi hermano mayor, decía que el abuelo solo usaba madera de tilo porque absorbe un poco el agua. Así no tenía que embrear la cuerda.

—Ya. ¿Cómo lo ves, Bjørn?

—Si las cuerdas con mezcla de fibras son inusuales, será más fácil averiguar dónde se ha fabricado, naturalmente.

Harry se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. Las suelas de goma emitían un hondo suspiro cada vez que pisaban el suelo de linóleo.

—O sea que podemos suponer que la producción de dicha cuerda fue limitada y la venta, de ámbito local. ¿A ti te parece razonable la suposición, Kaja?

—Sí, supongo.

—Y también podemos suponer que el lugar de producción y el lugar de uso están cerca el uno del otro. Estas cuerdas de fabricación casera no habrán hecho un largo viaje.

—Eso también parece lógico, pero…

—Así que vamos a adoptar ese punto de partida como nuestro. Vosotros empezáis a localizar a los productores de cuerda nacionales en las proximidades del Lyseren y el Øyeren.

—Pero es que ya nadie hace cuerdas así —protestó Kaja.

—Haced lo que podáis —dijo Harry; luego miró el reloj, cogió el abrigo del respaldo de la silla y se encaminó a la puerta—. Descubrid dónde se ha fabricado la cuerda. Parto de la base de que Bellman no está al corriente de los moluscos de Jutlandia, ¿verdad, Bjørn?

Bjørn Holm le respondió con una sonrisa forzada.

—¿Te parece bien que indague en la teoría del delito sexual? —dijo Kaja—. Puedo hablar con uno al que conozco en Delitos Sexuales.

—Negativo —dijo Harry—. La norma general de cerrar el pico acerca del caso en el que trabajamos se aplica en particular a nuestros queridos colegas de la Comisaría General. Parece que hay alguna filtración entre ellos y Kripos, así que el único con el que podemos hablar es Gunnar Hagen.

Kaja abrió la boca, pero la cerró otra vez al ver la mirada de Bjørn.

—Lo que sí puedes hacer es localizar a un experto en volcanes. Y enviarle el resultado de los análisis de las piedrecitas.

Bjørn enarcó las cejas rubias hasta casi la mitad de la frente.

—Roca porosa, negra e ígnea —dijo Harry—. Apuesto por lava. Volveré de Bergen sobre las cuatro.

—Saluda a los de la comisaría de Bergen —soltó Bjørn levantando la taza.

—No voy a visitar la comisaría —dijo Harry.

—¿Ah, no? ¿Y adónde vas?

—Al hospital de Sandviken.

—Sand…

La puerta se cerró de golpe al salir Harry. Kaja observó a Bjørn Holm, que seguía mirando hacia la puerta con perplejidad.

—¿A qué irá allí? —preguntó Kaja—. ¿A ver a un forense?

Bjørn negó con la cabeza.

—El hospital Sandviken es un psiquiátrico.

—No me digas… Entonces, irá a ver a algún psicólogo especialista en asesinos en serie o algo así, ¿no?

—Sabía que debía haber dicho que no —susurró Bjørn, aún con la vista clavada en la puerta—. Está como una cabra.

—¿Quién está como una cabra?

—Trabajamos en una cárcel —dijo Bjørn—. Estamos arriesgando el puesto, si el jefe se entera de lo que estamos haciendo, y la colega de Bergen…

—¿Sí?

—Está loca de verdad.

—¿Quieres decir que está…?

—Loca de atar y encerrada en el psiquiátrico.