Reclutamiento
Bjørn Holm entró en la sala de reuniones de la Científica, en Bryn. Al otro lado de las ventanas, el sol estaba retirándose por las fachadas para abandonar la ciudad a la oscuridad de la tarde. El aparcamiento estaba a rebosar y, ante la entrada de Kripos, al otro lado de la calle, había un autobús blanco con un plato de sopa en el techo y el logotipo de la radio nacional noruega en un lateral.
La única persona que había en la sala era la jefa, Beate Lønn, una mujer de una palidez insólita, grácil y callada. Sin conocerla, podría pensarse que a una mujer así le costaría trabajo dirigir a un grupo de técnicos criminalistas adultos, muy profesionales, pagados de sí mismos, siempre algo especiales y nunca reacios al conflicto. Conociéndola, uno sabía que era la única persona capaz de hacerles frente. No porque se mantuviera en pie después de haber entregado a dos policías a la guardia eterna, primero a su padre y luego al padre de su hijo; sino porque era la mejor de todos e irradiaba una invulnerabilidad, una integridad y una gravedad tales que cuando Beate Lønn susurraba una orden bajando la vista con el rubor en las mejillas, dicha orden se cumplía en el acto. Así que Bjørn Holm había acudido allí en cuanto se lo ordenaron.
Ella estaba en una silla cerca del televisor.
—Es la emisión en directo de la conferencia de prensa —dijo sin volverse a mirar—. Siéntate.
Holm reconoció enseguida a las personas que había en la pantalla. De pronto se le ocurrió pensar que era extraño estar allí viendo unas señales de televisión que habían viajado miles de kilómetros por el espacio alrededor del mundo para volver al lugar de origen, solo para mostrarle lo que estaba ocurriendo al otro lado de la calle.
Beate Lønn subió el volumen.
—Exacto —dijo Mikael Bellman, y se acercó al micrófono que tenía delante, en la mesa—. Seguimos sin tener ni pistas ni sospechosos. Y lo diré una vez más: no descartamos que la víctima se haya suicidado.
—Pero has dicho que… —comenzó una voz del grupo de periodistas.
Bellman la interrumpió.
—He dicho que estamos investigando la muerte como posible homicidio, estoy seguro de que estás familiarizado con la terminología. De lo contrario, deberías…
Dejó la frase sin terminar y señaló a alguien que había detrás de la cámara.
—Del Stavanger Aftenblad —dijo una voz lenta con acento de Rogaland—. ¿Existe según la policía alguna relación entre esta muerte y los dos casos de…?
—¡Vale! Si hubieras estado atento, te habrías enterado de que no descartamos que estén vinculados.
—Sí, si lo he entendido —continuó el del dialecto de Rogaland, con una lentitud imperturbable—. Pero a nosotros nos interesa más saber qué creéis que saber qué no descartáis.
Bjørn Holm veía perfectamente cómo Bellman clavaba la vista en el hombre mientras la impaciencia le chorreaba por la boca. Una mujer uniformada que estaba al lado de Bellman tapó el micrófono con la mano, se inclinó hacia él y le susurró algo. El comisario se puso muy serio.
—Mikael Bellman está asistiendo a un curso acelerado de cómo tratar a los medios —dijo Bjørn Holm—. Primera lección, dales para el pelo, sobre todo, al diario local.
—Es que está un poco verde en el puesto —dijo Beate Lønn—. Ya aprenderá.
—¿Tú crees?
—Sí. Bellman es de los que aprenden.
—La humildad no es fácil de aprender, según dicen.
—La auténtica no, pero saber arrastrarse cuando conviene es el catecismo básico de la comunicación moderna. Eso es lo que Ninni le está diciendo ahora. Y Bellman es lo bastante listo para comprenderlo.
Bellman soltó una tosecilla, dibujó una sonrisita forzada casi pueril y se acercó al micrófono:
—Siento haber sonado un poco brusco, pero ha sido un día muy largo para todos, y espero que comprendáis que estamos impacientes por volver enseguida a la investigación de este trágico suceso. Será mejor que lo dejemos aquí, pero si alguno de vosotros tiene cualquier otra pregunta, podéis entregársela a Ninni, y os prometo que trataré de estar con vosotros otra vez esta noche. Antes del dead line. ¿Os parece bien?
—¿Qué te había dicho? —dijo Beate con una sonrisa triunfal.
—A star is born —dijo Bjørn Holm.
La imagen de la pantalla se disipó y Beate Lønn se dio la vuelta.
—Ha llamado Harry. Quiere que le ceda tus servicios.
—¿Me quiere a mí? —dijo Bjørn Holm—. ¿Para qué?
—Ya sabes para qué. Me han dicho que fuiste con Gunnar Hagen al aeropuerto cuando llegó Harry.
—Vaya.
Holm sonrió mostrando los dientes de arriba y los de abajo.
—Supongo que Hagen quería utilizarte en la operación Persuasión, puesto que sabe que tú eres uno de los pocos con los que a Harry le gusta trabajar.
—No hubo que llegar a eso, porque Harry dijo que no se encargaba del caso.
—Ya, pero ahora ha cambiado de opinión.
—¿Ah, sí? ¿Y quién lo ha convencido?
—Eso no me lo ha dicho. Lo único que ha dicho es que le parecía correcto consultarlo conmigo.
—Obvio, tú eres la jefa aquí.
—Nada es obvio tratándose de Harry. Lo conozco bastante bien, como ya sabes.
Holm asintió. Lo sabía. Sabía que a Jack Halvorsen, novio de Beate, lo habían asesinado antes de que naciera su hijo cuando trabajaba para Harry. Un gélido día de invierno, en plena calle, en Grünerløkka, lo degollaron. Holm llegó al lugar un poco después. La sangre caliente, que se filtró por el duro hielo. La muerte de un policía. Nadie culpó a Harry. Salvo el propio Harry, naturalmente.
Holm se pasó la mano por la barba.
—¿Y qué le dijiste?
Beate soltó el aire y miró a los periodistas y fotógrafos que salían apresuradamente de las oficinas de Kripos.
—Lo mismo que te estoy diciendo a ti. Que el ministerio nos ha indicado que Kripos tiene preferencia, y que, por consiguiente, no tengo la menor posibilidad de cederle un técnico criminalista a nadie que no sea Bellman para este caso.
—¿Pero?
Beate Lønn tamborileó sonoramente con un bolígrafo Bic sobre la mesa.
—Pero hay otros casos, aparte del doble homicidio.
—El triple homicidio —dijo Holm y, al ver cómo lo miraba Beate, añadió—: Créeme.
—No sé qué es lo que está investigando el comisario Hole pero, de todos modos, no es ninguno de esos asesinatos, en eso estamos totalmente de acuerdo los dos —dijo Beate—. Y para ese o para esos casos, que yo desde luego no sé cuáles son, acabo de cederte desde este instante. Catorce días. Quiero en la mesa una copia del primer informe del caso en el que trabajéis dentro de cinco días laborables a contar desde hoy. ¿Entendido?
Kaja Solness estallaba de alegría y sintió una necesidad casi irresistible de dar una vuelta o dos en la silla del despacho.
—Si Hagen dice que sí, por supuesto que me apunto —dijo tratando de controlarse, aunque se le notaba en la voz lo contenta que estaba.
—Hagen dice que sí —dijo el hombre, que estaba apoyado en el marco de la puerta con el brazo por encima de la cabeza, de modo que parecía una diagonal cruzando el vano—. O sea, que solo seremos Holm, tú y yo. Y el caso en el que vamos a trabajar es confidencial. Empezamos mañana, reunión a las siete en mi despacho.
—¿A… las siete?
—A las siete. Las siete. Cero-siete-cero-cero.
—Bueno, vale. ¿En qué despacho?
El hombre sonrió burlón y respondió.
Ella lo miró incrédula.
—¿Vamos a tener la oficina en una cárcel?
La diagonal se despegó de la puerta.
—Ven preparada. ¿Preguntas?
Kaja tenía muchas, pero Harry Hole ya se había esfumado.
El sueño ha empezado a presentarse de día también. A lo lejos puedo oír al grupo que seguía tocando «Love Hurts». He tomado nota de que unos tíos se han instalado por aquí, pero ellos no intervienen. Bien. Yo me dedico a mirarla. «Mira lo que has hecho», trato de decirle. Míralo ahora, ¿todavía lo quieres? Dios, cómo la odio, tanto que quiero arrancarle el cuchillo de la boca y clavárselo, agujerearla, ver cómo salen y fluyen: la sangre, los intestinos, las mentiras, la necedad, esa autosuficiencia suya tan ridícula. Alguien debería demostrarle lo perversa que es por dentro.
He visto la conferencia de prensa en la tele. ¡Menudos inútiles! ¿Ninguna pista, ningún sospechoso? Esas primeras cuarenta y ocho horas tan preciosas, la arena que cae en el reloj, daos prisa, daos prisa. ¿Qué queréis que haga? ¿Que lo escriba con sangre en la pared?
Sois vosotros, no yo, quienes permitís que continúe toda esta matanza.
La carta ya está escrita.
Daos prisa.