Despacho
Cuando Harry abrió los ojos otra vez, llevaba dos horas tumbado en el catre del calabozo y Gunnar Hagen estaba al otro lado, trasteando con las llaves para abrir la puerta.
—Lo siento, Harry, estaba en una reunión.
—Me ha venido estupendamente, jefe —dijo Harry, y se estiró en el catre bostezando—. ¿Me vas a soltar?
—He estado hablando con el abogado de la policía y dice que no hay problema. El calabozo es retención, no prisión. Me han dicho que han sido dos tíos de Kripos los que te han encerrado. ¿Qué pasa?
—Yo esperaba que me lo dijeras tú.
—¿Yo?
—Kripos me ha estado siguiendo desde que aterricé en Oslo.
—¿Kripos?
Harry se sentó en el catre y se pasó la mano por el cepillo que tenía por cabellera.
—Me han seguido al Rikshospitalet. Me han arrestado por un formalismo. ¿Qué es lo que está pasando, jefe?
Hagen levantó la barbilla y se tiró de la papada.
—Mierda, tendría que haberlo previsto.
—¿Prever el qué?
—Que se filtraría la información de que estábamos tratando de localizarte. Que Bellman querría impedirlo.
—Sin subordinadas, por favor.
—Como ya te dije, es bastante complicado. Cuestión de recortes y de racionalización en la policía. De jurisdicción. La guerra de siempre, Delitos Violentos contra la Policía Judicial. Si en un país tan pequeño hay recursos suficientes para dos cuerpos profesionales con competencias paralelas. El debate surgió cuando llegó a Kripos un nuevo segundo de a bordo, un tal Mikael Bellman.
—Háblame de él.
—¿De Bellman? Escuela Superior de Policía, un breve periodo de servicio en Noruega antes de entrar en la Europol, en La Haya. Volvió a Noruega a trabajar con Kripos como una especie de wonderboy, dispuesto a subir como la espuma. Hubo discusiones desde el primer día, porque quiso contratar a un colega de la Europol, un extranjero.
—¿No será un finlandés, por casualidad?
Hagen asintió.
—Jussi Kolkka. Formación policial en Finlandia, pero no posee ninguno de los requisitos para tener el estatus de policía en Noruega. En el sindicato se enfadaron. Como es lógico, lo solucionaron contratando a Kolkka temporalmente como intercambio. La siguiente jugada de Bellman fue dejar muy claro que la normativa debía interpretarse así: en casos de asesinato de envergadura, será Kripos quien decida si es asunto suyo o del distrito policial, y no al revés.
—¿Y?
—Y, lógicamente, eso es inaceptable. En esta Comisaría General tenemos el mayor grupo de homicidios del país, nosotros somos los que debemos decidir de cuáles nos encargamos en Oslo, para qué necesitamos ayuda y lo que queremos dejar en manos de Kripos. Kripos se creó para ayudar a los distritos policiales con el peritaje en casos de homicidio, pero Bellman ha llegado y así, sin más, le ha dado a su grupo estatus imperial. Involucraron al Ministerio de Justicia, que, naturalmente, vio enseguida la posibilidad de consumar lo que tanto tiempo llevamos evitando: concentrar las investigaciones de homicidios en un núcleo competente. No hacen caso de nuestros argumentos sobre el peligro de uniformidad y endogamia, sobre la importancia del conocimiento del entorno y la diversificación de la competencia, del reclutamiento y…
—Gracias, a mí no tienes que convencerme.
Hagen levantó la mano.
—Vale, pero el Ministerio de Justicia está trabajando ya con una proposición…
—¿Cuál?
—Dicen que quieren ser pragmáticos. Que se trata de utilizar los escasos recursos de la mejor manera posible. Y si resulta que Kripos presenta los mejores resultados actuando de forma independiente de los distritos policiales…
—… Bryn tendrá todo el poder —dijo Harry—. Y Bellman un gran despacho. Y adiós al grupo de Delitos Violentos, ¿no?
Hagen se encogió de hombros.
—Algo así. Cuando encontraron muerta a Charlotte Lolles detrás de ese Datsun y observamos las similitudes con el asesinato de la joven en el sótano de aquel edificio en obras, estalló la cosa. Kripos sostenía que, aunque los cadáveres hubieran aparecido en Oslo, un doble asesinato es asunto de Kripos, no del distrito policial de Oslo, e iniciaron la investigación por su cuenta. Son conscientes de que el apoyo del ministerio dependerá de este caso.
—O sea, que se trata de resolverlo antes que Kripos, ¿no?
—Como te decía, es complicado. Kripos se niega a compartir información con nosotros, aunque están estancados. En cambio, se pusieron en contacto con el ministerio. El comisario jefe de esta comisaría recibió una llamada telefónica en la que lo informaron de que el ministerio «prefería» que Kripos se encargara del caso hasta que ellos pudieran adoptar una decisión sobre la distribución de responsabilidades para el futuro.
Harry meneó despacio la cabeza.
—Ahora lo veo claro. Estabais desesperados…
—No quisiera utilizar ese término.
—Lo bastante desesperados como para desenterrar al viejo Hole, el cazador de asesinos en serie. Un marginado que ya no figura en nómina y que podría investigar el caso tranquilamente. Por eso no debía decirle nada a nadie.
Hagen dejó escapar un suspiro.
—De todos modos, es obvio que Bellman se enteró. Y mandó a alguien para que te vigilara.
—Y así comprobar si hacíais caso omiso de la amable recomendación del ministerio. Y me pillaban con las manos en la masa mientras leía informes antiguos o interrogaba a algún testigo.
—O algo más eficaz todavía: dejarte fuera de juego. Bellman sabe que un mal paso, una cerveza estando de servicio, una violación del reglamento habrían bastado para que te suspendieran.
—Ya. O que me resista al arresto. Piensa seguir adelante con eso, el muy gilipollas.
—Yo hablaré con él. Abandonará el asunto cuando le diga que, de todos modos, tú no quieres el caso. No tiene sentido arrastrar a un policía por el barro sin motivo. —Hagen miró el reloj—. Tengo trabajo, vamos a sacarte de aquí.
Salieron de los calabozos, cruzaron el aparcamiento y se detuvieron a la entrada de la comisaría, cuyo edificio de cemento y acero coronaba la cima del parque. A un lado, unidos a la comisaría mediante un túnel subterráneo, se alzaban los muros grises de Botsen, la prisión de Oslo. A sus pies se extendía el barrio de Grønland hacia el fiordo y el puerto. Las fachadas presentaban una palidez invernal y estaban sucias, como si les hubieran llovido cenizas. Las grúas del puerto parecían horcas con el cielo de fondo.
—No es una vista muy bonita que digamos, ¿no?
—No —dijo Harry aspirando el aire.
—De todos modos, esta ciudad tiene algo.
Harry asintió.
—Sí, algo tiene.
Se quedaron allí un rato, balanceándose sobre los talones y con las manos en los bolsillos.
—Hace frío —dijo Harry.
—La verdad es que no.
—Bueno, no, pero es que yo todavía tengo el termostato de Hong Kong.
—Ya, claro.
—¿No vas a invitarme a un café ahí arriba? —Harry señaló la sexta planta—. ¿O tenías trabajo? ¿El caso de Marit Olsen?
Hagen no respondió.
—Ya —dijo Harry—. O sea que Bellman y Kripos se han quedado con ese caso también.
Harry fue recibiendo algún que otro saludo comedido mientras caminaba por el pasillo de la zona roja de la sexta planta. Cierto que era una leyenda, pero nunca fue un hombre apreciado en aquella casa.
Pasaron por delante de una puerta en la que habían pegado un folio con el texto: I SEE DEAD PEOPLE.
Hagen carraspeó un poco.
—He tenido que dejar que Magnus Skarre se quede con tu despacho, está todo abarrotado.
—Faltaría más —dijo Harry.
Se fueron a la cocina cada uno con un vaso de papel con el tristemente famoso café colado.
Ya en el despacho de Hagen y como en tantas ocasiones, Harry se sentó en la silla que había delante del escritorio del comisario jefe.
—Veo que todavía lo conservas —dijo Harry señalando el pequeño pedestal que había encima de la mesa y que, a primera vista, parecía un signo de exclamación de color blanco.
Era el hueso de un dedo meñique disecado. Harry sabía que había pertenecido a un comandante japonés de la Segunda Guerra Mundial. Durante la retirada, el comandante se había cortado el dedo meñique en presencia de sus hombres a modo de disculpa por no poder volver y recuperar a los caídos. Hagen era muy aficionado a recurrir a aquella historia cuando instruía a los subjefes sobre el liderazgo.
—Y yo veo que tú ya no.
Hagen señaló la mano de Harry que sostenía el vaso de papel y a la que le faltaba el dedo corazón.
Harry asintió y tomó un sorbo. También el café era el mismo de siempre. Sabía a asfalto fundido.
Harry hizo una mueca.
—Necesito un equipo de tres personas.
Hagen bebió despacio y dejó el vaso en la mesa.
—¿No necesitas más?
—Siempre me preguntas lo mismo. Ya sabes que yo no trabajo con equipos de investigación numerosos.
—En esta ocasión, no voy a protestar. Un grupo reducido supondrá menos oportunidades de que Kripos y el Ministerio de Justicia se enteren de que estamos investigando el doble asesinato.
—Triple asesinato —dijo Harry, y soltó un bostezo.
—Más despacio, todavía no sabemos si Marit Olsen…
—Mujer sola que sale de noche, trasladada a un lugar donde le quitan la vida de un modo nada convencional. Por tercera vez en Oslo, una ciudad minúscula. Triple. Créeme. Pero, aunque seamos pocos, sabes que será difícil evitar que nuestros caminos se crucen con los de Kripos en este caso.
—Sí —dijo Hagen—. Eso lo tengo claro. De ahí que una de las condiciones sea que, si llega a descubrirse la investigación, no pueda vincularse con Delitos Violentos.
Harry cerró los ojos. Hagen continuó:
—Lógicamente, lamentaremos la implicación de cualquiera de los nuestros, pero dejaremos muy claro que es algo que Harry Hole, conocido por ir por libre, ha emprendido por su cuenta y riesgo, sin que la dirección del grupo lo supiera.
Harry volvió a abrir los ojos y se quedó mirando a Hagen.
Hagen le sostuvo la mirada.
—¿Alguna pregunta?
—Sí.
—Adelante.
—¿Dónde está la fuga?
—¿Perdona?
—¿Quién es el informante de Bellman?
Hagen se encogió de hombros.
—A mí no me da la impresión de que tengan conocimiento sistemático de lo que hacemos. Lo de que íbamos a traerte puede haberlo pillado de varias fuentes.
—Sé que a Magnus Skarre le gusta hablar a todas horas.
—No más preguntas, Harry.
—Vale. ¿Dónde establecemos el cuartel general?
—Exacto, exacto. —Gunnar Hagen asintió varias veces, como si fuera algo de lo que acabasen de hablar—. Por lo que al despacho se refiere…
—¿Sí?
—Como te decía, aquí no cabe un alfiler, así que tendremos que encontrar un despacho externo por aquí cerca.
—Bueno. ¿Dónde?
Hagen miró por la ventana. Hacia los muros grises de Botsen.
—Estás de coña —dijo Harry.