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La oscuridad esclarecedora

18 de diciembre

Los días son cortos. Fuera todavía hay luz, pero aquí, en el interior de mi sala de recortes la oscuridad es eterna. A la luz del flexo, las personas de las fotos que hay en la pared resultan irritantes con sus caras alegres e ingenuas. Tan llenas de expectativas, como si fuera una obviedad tener la vida por delante, lisa y sin alteraciones, como un mar de tiempo en calma absoluta. He sacado el recorte del periódico, he recortado las historias lacrimógenas de la familia, que está conmocionada, he eliminado los detalles sangrientos del hallazgo del cadáver. Solo he seleccionado la foto inevitable que un familiar o un amigo le habrá dado a algún periodista pesado, la foto en la que ella estaba en su mejor momento, cuando sonreía como si fuera a ser inmortal.

La policía no sabe apenas nada. Todavía no. Pero pronto tendrán más con lo que trabajar.

¿Qué es, dónde radica aquello que convierte a una persona en asesino? ¿Es congénito, depende de un gen, una posibilidad que se hereda, que unos tienen y otros no? ¿O es algo que se produce necesariamente, que se desarrolla en el encuentro con el mundo, una estrategia de supervivencia, una enfermedad que te salva la vida, una locura racional? Porque, así como la enfermedad es el pistoletazo febril del cuerpo, la locura es la retirada necesaria del ser humano a un lugar donde atrincherarse de nuevo.

Personalmente, pienso que la capacidad de asesinar es fundamental en todo hombre sano. Nuestra existencia es una lucha por las cosas buenas, y aquel que no es capaz de matar a su prójimo no tiene derecho a existir. Matar es, pese a todo, anticipar lo inevitable. La muerte no hace excepciones, y mejor así, porque la vida es dolor y sufrimiento. Visto de ese modo, todo asesinato es un acto de compasión. Solo que no lo vemos cuando el sol nos calienta la piel, cuando el agua nos refresca los labios y sentimos a cada latido ese absurdo deseo de vivir; e incluso por unas migajas de tiempo estamos dispuestos a pagar con todo lo que hemos conseguido en la vida: dignidad, posición, principios. En ese momento debemos ir hasta el fondo, dejar atrás la luz que nos desorienta y nos ciega. Hasta la oscuridad fría y esclarecedora. Y sentir la dureza del núcleo. La verdad. Que era lo que yo debía encontrar. Que fue lo que encontré. Lo que hace de una persona un asesino.

¿Y qué pasa con mi vida? ¿Acaso creo yo como los demás que es un mar de tiempo sin alteraciones?

Desde luego que no. Dentro de poco, yo también acabaré en el vertedero de la muerte, junto con otros intérpretes de este drama insignificante. Pero, con independencia de en qué nivel de descomposición se encuentre mi cadáver, aunque solo quede el esqueleto, tendré la sonrisa en la boca. Porque para eso vivo ahora, esa es la única razón de mi existencia, la posibilidad que tengo de purificarme, de liberarme de toda la ignominia.

Pero este es solo el principio. Ahora pienso apagar la lámpara y salir a la luz del día. La poca que queda.