El estudio del sustantivo, que le había permitido tratar adecuadamente el problema de Mi madre tiene alambres en los párpados, produjo efectos indeseables en el estado de ánimo de Julia. Le empezó a resultar agobiante saber que estaba rodeada de sustantivos, que ella misma era un sustantivo en la medida en que se trataba de una chica o una joven o una mujer o una pescadera, daba igual, en todas sus versiones era un sustantivo, como la gente que la rodeaba en el metro, cuando iba a trabajar, como el vagón que los contenía a todos, lo mismo que sus ventanas y sus puertas, igual que las chaquetas de los hombres o sus relojes y las blusas de las mujeres, con sus botones, sustantivos también. Allá donde mirara, qué veía: rostros, cada uno de ellos con su boca y su nariz y sus ojos y sus orejas y su pelo, es decir, un sustantivo relleno de otros sustantivos (pensó en un pollo relleno de pollo). Y si bajaba la vista, ahí estaban los pies y los zapatos (sustantivos gemelos) y las piernas y los bolsos que colgaban de los hombros de las mujeres o las carteras que sujetaban los hombres en sus manos. No había un solo resquicio al que asomarse por el que no apareciera un sustantivo. El mismo olor del metro era un sustantivo, igual que el ruido que emitían sus ruedas o el rumor que le llegaba de las conversaciones. De repente comprendió la extraña decisión de Pobrema. No significar nada, de acuerdo, pero tampoco pertenecer a aquel rebaño infinito.
Aquel día, en medio de un ataque de ansiedad provocado por la invasión de sustantivos, abandonó el metro, salió a la superficie en cualquier estación y tomó aire sabiendo que tomaba, irremediablemente también, un sustantivo. Luego vagó por las calles, todas ellas sustantivos, y fue fijándose en los portales y en los automóviles aparcados, y dice que se detenía frente a los escaparates de los comercios, todavía apagados, pero acercaba los ojos al cristal para observar sus contenidos y todos los escaparates, sin excepción, estaban llenos de sustantivos. Perdió en este vagar la noción del tiempo y fue haciéndose de día y entró en un mercado donde vio sustantivos muertos y abiertos en canal y muchos de ellos convertidos en filetes, pero los filetes eran sustantivos también, como la carne de la que procedían. No importaba en cuántas partes despiezaras un animal, ni lo grande que fuera, porque todo lo que obtenías de él, incluido lo no aprovechable, era, lo quisieras o no, un conjunto de sustantivos. Había sustantivos con plumas, muchos de ellos sin cabeza, y sustantivos procedentes del mar, ese otro sustantivo gigante, del que procedía el sustantivo calamar, el sustantivo atún, el sustantivo sardina, el sustantivo rape, el sustantivo emperador, el sustantivo merluza, el sustantivo chirla, almeja, gamba, camarón, centollo… Y tanto si estaban muertos como si estaban vivos, si estaban congelados como frescos, eran sustantivos.
Abandonó el mercado ajena todavía a la hora y se le ocurrió la posibilidad de andar observándolo todo de forma minuciosa por si fuera capaz de hallar, entre todos los sustantivos de los que estaba compuesto el mundo, algo que escapara a esa condición gramatical, alguna grieta que la asomara a algo liberador, a algo que por fin fuera otra cosa. No era capaz de imaginarse la forma de ese algo, tampoco su función, pero enseguida comenzó a fantasear con la idea de que lo tomaba entre sus manos y se lo llevaba a su cuarto y que enseguida se corría la voz de que alguien, una chica modesta, de nombre Julia, empleada en la pescadería de una gran superficie, había hallado una cosa que, sin dejar de ser una cosa, no era un sustantivo. Y soñó que se organizaban colas para ver aquella rareza y que la invitaban a la televisión para que la mostrara al mundo y que todos los canales, excepto aquel en el que ella aparecía con su no-sustantivo, se quedaban aquella noche sin audiencia. Y que por la calle se acercaban a ella y le pedían autógrafos y la abrazaban por haber descubierto al fin un objeto que no era un sustantivo. Y luego le daban el Nobel, no sabía de qué, no tenía ni idea de en qué clase de Nobel podía encajar aquel hallazgo, quizá se tratara de un Nobel de nueva creación, un Nobel específico que se entregaría cada vez que alguien aportara al mundo el descubrimiento de una cosa que, sin dejar de ser una cosa, lograba no ser un sustantivo. Y con el dinero del premio montaba un laboratorio de investigación formado por personas de bata blanca que con las tecnologías más avanzadas se entregaban a la búsqueda de un universo paralelo al nuestro formado por entidades que, pese a ser entidades, no fueran sustantivos.
Mientras la fantasía se desarrollaba dentro de su cabeza, Julia había ido volviendo sin darse cuenta a su barrio, y fue al llegar a él cuando la ansiedad, prácticamente desaparecida gracias al recibimiento del Nobel, regresó con más fuerza al encontrarse rodeada de todos los sustantivos que le eran familiares. Sintiendo que le faltaba la respiración, se dirigió instintivamente al ambulatorio y pidió ser atendida en el servicio de urgencias.
—¿Qué le ocurre? —preguntó la doctora, que era muy joven, pero que parecía también muy perspicaz.
—Verá, doctora —dijo Julia casi al borde del jadeo—, me dirigía a mi trabajo en el metro cuando he tenido que salir porque…
—¿Tenía la sensación de ahogarse? —preguntó la doctora.
—En cierto modo, sí, verá, me agobiaba la idea de estar rodeada de sustantivos. No podía mirar a ninguna parte donde no hubiera un sustantivo. Las cabezas de las personas, sus ojos, sus orejas, su labios, los dientes de detrás de los labios y sus vestidos y sus bolsos y su zapatos y sus calcetines… Luego he entrado en un mercado lleno también de sustantivos de carne, ya sabe, corderos, y pollos y peces… Todo ello junto a la idea de que yo misma soy un sustantivo compuesta de sustantivos como el hígado o el páncreas o los pelos y las uñas y los dedos de las manos y de los pies, también sustantivos las manos y los pies…
La doctora observó a Julia con una mezcla de extrañeza y piedad. Luego se levantó de su sitio, detrás de la mesa, y fue a donde se encontraba sentada ella y le puso una mano en el hombro, como para comprobar si la paciente rechazaba su contacto.
—¿Te ocurre esto desde hace mucho tiempo?
—Desde que empecé a estudiar gramática.
—Bueno, no te apures. Has sufrido un ataque de ansiedad con efectos en la respiración. ¿Sabes en qué consiste hiperventilar?
—No, doctora.
—Bien, consiste en tomar más oxígeno del que nuestro cuerpo necesita. Sucede en situaciones de pánico como la que acabas de atravesar. ¿No notas que ahora mismo estás respirando más de lo normal?
—Sí, porque me falta el aire.
—La hiperventilación produce esa sensación, pero en realidad estás respirando por encima de tus necesidades. Procura relajarte y te encontrarás mejor.
La doctora tomó de un cajón de su mesa una bolsa de papel e indicó a Julia que se la aplicara a la boca y respirara dentro de ella.
—¿Para qué? —preguntó Julia.
—Ya verás como poco a poco, al respirar el anhídrido carbónico que sale de tus pulmones, te vas tranquilizando y recuperas el ritmo normal.
A los pocos minutos, el ataque de ansiedad había desaparecido o al menos se había replegado.
—Creo que ya estoy bien —dijo Julia con expresión de sorpresa. No había imaginado que fuera tan sencillo.
La doctora le recetó unos ansiolíticos, y le dio un volante para el especialista, recomendándole que acudiera a él si el pánico a los sustantivos atacaba de nuevo.
—Al psiquiatra —añadió para que quedara claro.
—¿Cree que estoy loca, doctora?
—No, son momentos por los que se atraviesa y para defendernos de ellos está la medicina. ¿Quieres que te dé la baja para que no vayas a trabajar en un par de días?
—No, deme solo una nota para justificar el retraso de hoy.
La doctora anotó en un papel que Julia había acudido esa mañana al servicio de urgencias por una indisposición pasajera, se lo entregó dentro de un sobre y la despidió estrechándole la mano con expresión de afecto.
—¿Puedo llevarme la bolsa del anhídrido carbónico? —preguntó Julia.
—Claro, tómala, pero sirve cualquiera. ¿No lo habías visto en ninguna película?
—Es que voy poco al cine —se disculpó.
Todos los médicos debían ser así, pensó Julia, agradecida, al abandonar la consulta.
Antes de meterse en el metro, entró en una farmacia y adquirió los ansiolíticos que le había recetado la doctora. Allí mismo abrió la caja, sacó uno y se lo tragó tras acumular en la boca un poco de saliva. A los diez minutos, ya dentro del vagón del metro, notó que la abundancia de sustantivos había dejado de importarle y pensó que era por la pastilla, otro sustantivo.