DE MILLÁS
Me he desnudado, me he colocado una bata azul, de las de hospital, y estoy sentado en una de esas sillas de enfermería, acolchadas y blancas, detrás de un biombo que me aísla de una sala más grande. En el brazo extendido, una enfermera ha clavado una aguja por la que penetra en mi torrente sanguíneo un sedante muy suave, dice, para quitarme los nervios, los nervios que no tengo. Durante los tres últimos días, además de mantener una dieta muy estricta, he tomado laxantes para facilitar el trabajo del colonoscopio. Le he cogido gusto al ayuno. Me siento un poco por encima de las cosas. He releído con provecho a San Juan de la Cruz.
La enfermera regresa y me conduce a otra sala. Me invita a tumbarme en una camilla.
—Colóquese de medio lado —dice.
Me coloco de medio lado, con el culo más expuesto que un libro abierto por atrás. Entonces llega el médico, se sienta junto a mí, en un taburete, y anuncia que me va a sedar.
—¿Me va a hacer daño? —pregunto.
—No —dice él inyectándome algo en el brazo, con su cara muy cerca de la mía—, va a ser como una despedida de soltero.
Ahora estoy boca arriba, creo que en la misma sala. Me encuentro en paz conmigo mismo. Se asoma la enfermera.
—¿Cómo va eso? —pregunta.
—Bien —digo yo—, creo que ya me está haciendo efecto la anestesia.
—¿Cómo que ya le está haciendo efecto? Ya hemos acabado.
—¿Cómo dice?
—Que ya se ha dormido, ya le hemos hecho la intervención y ahora está despertándose.
Frente a mi gesto de perplejidad se acerca y, como si me confesara un secreto, dice que me han puesto Propofol.
—Es lo que utilizaba Michael Jackson para dormir —añade.
Al rato estoy vestido de nuevo, listo para recibir los resultados, que vienen de la mano del médico.
—Todo bien —dice pasándome un sobre grande.
—¿Y eso? —pregunto yo decepcionado.
—No hay nada.
—¿Ni siquiera un pólipo?
—Ni siquiera un pólipo —responde sorprendido por mi decepción—. ¿Qué esperaba que encontráramos?
Una novela. Eso es lo que esperaba que encontraran en esos lugares tan recónditos y a los que se accede de un modo tan poco respetable.
Vuelvo a casa con la impresión de haberme dejado dar por el culo para nada.