DEL DIARIO DE LA VEJEZ

DE MILLÁS

Estoy frente al doctor Luzón, mi médico de cabecera, preguntándole si la colonoscopia es aconsejable o si se trata de una moda. Toda la gente de mi edad se ha hecho al menos una. No hay comida dominical en la que no se hable del asunto.

—A mí me quitaron dos pólipos —dice alegremente uno.

—A mí un tumor, pero tenía el tamaño de un grano de arroz —dice otro—. Según el médico, podría haber degenerado.

El doctor Luzón me devuelve la mirada con la expresión que utiliza, pienso yo, para relacionarse con los pacientes hipocondríacos. No soy hipocondríaco, pero él cree que sí y yo he ido respondiendo a esa imagen para no decepcionarle.

—Verás —me dice—, si tuvieras algún desajuste digestivo, por pequeño que fuera, te diría: háztela mañana mismo.

—Definamos desajuste digestivo —digo yo pensando en los ardores de estómago.

—Bah, Juanjo, no fastidies, tú sabes de qué hablo —dice el médico.

—¿Y si no tuviera ningún desajuste digestivo?

Luzón calla. Supongo que continúa haciendo cálculos. Por fin apunta:

—Bueno, lo cierto es que la colonoscopia, a tu edad, ha salvado muchas vidas.

—De la gente que yo conozco —añado—, a la que no le han descubierto un pólipo le han extirpado un tumor.

—De acuerdo —concluye—, dale una vuelta y si decides seguir adelante te recomendaré el mejor sitio.