Orden de muerte
El general G., dejando escapar una tremenda obscenidad, dio un sonoro golpe con la palma de la mano sobre el escritorio.
—Camarada, ya lo creo que hay «un hombre que se llama Bond», como dice usted. —Su voz era sarcástica—. James Bond. —Pronunció el nombre como «Shems»—. ¡Y nadie, yo incluido, ha sido capaz de pensar en el nombre de ese espía! Estamos realmente olvidadizos. No es de extrañar que el apparat sea objeto de críticas.
El general Vozdvishensky pensó que debía defenderse a sí mismo y a su departamento.
—Hay incontables enemigos de la Unión Soviética, camarada general —protestó—. Cuando quiero saber sus nombres, se los pido al índice Central. Desde luego que conozco el nombre de ese Bond. Ha sido un gran problema para nosotros en diferentes ocasiones. Pero hoy tengo la cabeza llena de otros nombres, nombres de personas que están creándonos problemas ahora, esta semana. Me gusta el fútbol, pero no puedo recordar el nombre de todos los extranjeros que han marcado un gol contra el Dynamo.
—Le gusta hacer bromas, camarada —contestó el general G. para hacer hincapié en este comentario fuera de lugar—. Este es un asunto serio. Para empezar, yo admito mi fallo al no recordar el nombre de este agente. No me cabe duda de que el camarada coronel Nikitin nos refrescará la memoria aún más, pero recuerdo que este Bond ha frustrado las operaciones de SMERSH en al menos dos ocasiones. Es decir —añadió—, antes de que yo asumiera el control del departamento. Hubo aquel asunto de Francia, en la ciudad de aquel casino. Fue con Le Chiffre. Un soberbio dirigente del Partido en Francia. Se metió tontamente en problemas de dinero. Pero habría salido de ellos de no haber interferido ese tal Bond. Recuerdo que el departamento tuvo que actuar con rapidez para liquidar al francés. El ejecutor debería haberse encargado del inglés al mismo tiempo, pero no lo hizo. Luego estuvo lo de aquel negro nuestro de Harlem. Un gran hombre… uno de los más grandes agentes extranjeros que jamás hayamos tenido, y con una vasta red para respaldarlo. Había algún asunto relacionado con un tesoro en el Caribe. He olvidado los detalles. Este inglés fue enviado por los servicios secretos y destruyó toda la organización, además de matar a nuestro hombre. Fue un enorme revés. También en este caso, mi predecesor debería haber procedido de modo implacable contra este espía inglés.
El coronel Nikitin intervino.
—Nosotros tuvimos una experiencia similar en el caso del alemán, Drax, y su cohete.
Recordará el asunto, camarada general. Una konspiratsia de la máxima importancia. El Estado Mayor estaba profundamente implicado. Se trataba de un asunto de alta política que podría haber dado decisivos frutos. Pero, una vez más, fue ese Bond quien frustró la operación. El alemán resultó muerto. Hubo graves consecuencias para el Estado. Siguió un período de grandes apuros que pudo solucionarse sólo con enormes dificultades.
El general Slavin, del GRU, creyó que debía decir algo. El cohete había sido una operación del Ejército y su fracaso había sido atribuido al GRU. Nikitin sabía eso perfectamente bien. Como de costumbre, el MGB estaba intentando crearle problemas al GRU, sacando a relucir viejas historias de esa manera.
—Solicitamos que su departamento le ajustara las cuentas a ese hombre, camarada coronel —declaró con tono gélido—. No recuerdo que se emprendiera ninguna acción a consecuencia de nuestra solicitud. De haber sido así, ahora no tendríamos que estar preocupándonos por él.
Las sienes del coronel Nikitin palpitaron de furor. Pero se controló.
—Con el debido respeto, camarada general —dijo con voz alta, sarcástica—, la solicitud del GRU no fue confirmada por la Suprema Autoridad. No deseábamos más situaciones incómodas con Inglaterra. Tal vez ese detalle se le haya olvidado. En cualquier caso, si una solicitud semejante hubiese llegado al MGB, se le habría remitido a SMERSH para su ejecución.
—Mi departamento no recibió tal solicitud —declaró el general G. con tono cortante—, o la ejecución de ese hombre se habría producido muy poco después. De todas formas, este no es momento para investigaciones históricas. El asunto del cohete tuvo lugar hace tres años. Tal vez el MGB pueda hablarnos de las actividades más recientes de este hombre.
El coronel Nikitin mantuvo una rápida conversación susurrada con su ayudante de campo.
Luego se giró otra vez hacia la mesa.
—Tenemos muy poca información adicional, camarada general —respondió, a la defensiva—. Creemos que estuvo implicado en algún asunto de contrabando de diamantes. Eso fue el año pasado. Entre África y América. El caso no nos concernía. Desde entonces no hemos tenido más noticias de él. Tal vez haya información más actual en su expediente.
El general G. asintió con la cabeza. Levantó el receptor del teléfono que tenía más cerca. Era el llamado Kommandant Telefon del MGB. Todas las líneas eran directas y no pasaban por ninguna centralita. Marcó un número.
—¿Índice Central? Aquí el general Grubozaboyschikov. El zapiska de Bond, espía inglés.
Emergencia. —Escuchó hasta oír el instantáneo «de inmediato, camarada general», y colgó el receptor. Miró con aire de autoridad a los que ocupaban la mesa—. Camaradas, desde muchos puntos de vista, este espía parece un blanco adecuado. Da la impresión de ser un peligroso enemigo del Estado. Su liquidación será beneficiosa para todos los departamentos de nuestro apparat de Inteligencia. ¿Es así?
Los reunidos gruñeron.
—Su pérdida también será sentida por el servicio secreto. Pero ¿logrará algo más? ¿Los perjudicará gravemente? ¿Contribuirá a destruir ese mito del que hemos estado hablando? ¿Ese hombre es un héroe de su organización y su país?
El general Vozdvishensky decidió que esta pregunta iba dirigida a él, así que intervino.
—Los ingleses no sienten interés por los héroes a menos que sean futbolistas, jugadores de cricket o jinetes de carrera. Si un hombre escala una montaña o corre muy rápido, también es un héroe para algunas personas, pero no para las masas. La reina de Inglaterra también es una heroína, y Churchill. Pero los ingleses no se muestran muy interesados en los héroes militares.
Ese tal Bond es desconocido para el público. Y aunque fuera conocido, tampoco sería un héroe.
En Inglaterra, ni las guerras abiertas ni las secretas son asuntos heroicos. No les gusta pensar en la guerra, y después de una guerra los nombres de sus héroes son olvidados lo antes posible. Dentro del servicio secreto, puede que este hombre sea un héroe, o puede que no. Eso dependerá de su apariencia y características personales. Sobre eso, yo no sé nada. Podría ser gordo, adulón y desagradable. Nadie convierte a un hombre semejante en héroe, por mucho éxito que tenga.
Entonces intervino Nikitin.
—Los espías ingleses que hemos capturado hablan maravillas de este hombre. No cabe duda de que es muy admirado dentro del servicio secreto. Se dice de él que es un lobo solitario, pero un lobo muy apuesto.
El teléfono interno de la oficina emitió un suave ronroneo. El general G. levantó el receptor, escuchó durante un instante y dijo:
—Tráigamelo.
Se oyó un golpe en la puerta. El ayudante de campo entró con un expediente abultado de tapas de cartón. Atravesó la habitación, depositó el expediente sobre el escritorio ante el general G. y volvió a salir, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
El expediente tenía una lustrosa cubierta negra. Una ancha franja blanca la atravesaba en diagonal desde la esquina superior derecha a la inferior izquierda. En el espacio superior de la izquierda se veían las letras «S. S.» impresas en blanco, y debajo de ellas las palabras «SOVERSHENNOE SEKRETNO», el equivalente de «Alto Secreto». De través y en el centro estaban, pulcramente impresas en blanco, las palabras «JAMES BOND» y, debajo, «Angliski Spion».
El general G. abrió el expediente y sacó de él un gran sobre que contenía fotografías, el cual vació sobre la superficie de vidrio del escritorio. Las fue cogiendo una a una. Las miraba de cerca, a veces a través de una lupa que sacó de un cajón, y se las pasaba a Nikitin, que se hallaba al otro lado del escritorio, el cual les echaba una mirada y se las entregaba al que tenía a su lado.
La primera estaba fechada en 1946. Mostraba a un hombre joven, moreno, sentado en la soleada terraza de un café. Junto a él, sobre la mesa, había un vaso largo y un sifón de soda. Su brazo derecho estaba apoyado sobre la mesa y sujetaba un cigarrillo entre los dedos de la mano correspondiente, que colgaba con negligencia del borde. Tenía las piernas cruzadas en esa actitud que sólo adopta un inglés: con el tobillo derecho apoyado sobre la rodilla izquierda y la mano izquierda rodeando el tobillo. Era una postura descuidada. El hombre no sabía que estaban fotografiándolo desde un punto situado a unos seis metros de distancia.
La siguiente estaba fechada en 1950. Se trataba de un rostro y unos hombros, borrosos, pero del mismo hombre. Era un primer plano y Bond estaba mirando algo con atención y con los ojos entrecerrados. Probablemente el rostro del fotógrafo, justo por encima del objetivo. Una cámara miniaturizada de botón, supuso el general.
La tercera era de 1951. Tomada desde su izquierda, desde bastante cerca, mostraba al mismo hombre vestido con un traje oscuro, sin sombrero, caminando por una ancha calle desierta.
Pasaba ante una tienda que tenía las contraventanas cerradas y cuyo letrero decía: «Charcuterie».
Parecía dirigirse con urgencia a alguna parte. El perfil limpiamente tallado estaba dirigido hacia delante, y la flexión del codo derecho sugería que tenía la mano correspondiente en el bolsillo de la chaqueta. El general G. reflexionó que probablemente la fotografía había sido tomada desde un coche. Pensó que la expresión decidida del hombre y la resuelta inclinación de su figura, que caminaba a grandes zancadas, parecían peligrosas, como si se encaminara con presteza hacia algo malo que sucedía calle abajo.
La cuarta y última fotografía tenía la inscripción «Passe. 1953». Un ángulo del sello real y las letras «… REIGN OFFICE», en el segmento de un círculo, se veían en la esquina derecha inferior.
La fotografía, que había sido ampliada a 10 por 15 centímetros, debía de haber sido hecha en una frontera, o por el recepcionista de un hotel cuando Bond había entregado su pasaporte. El general G. recorrió atentamente el rostro con su lupa.
Se trataba de una cara morena, de rasgos bien definidos, con una cicatriz blanquecina de unos siete centímetros que le bajaba por la bronceada mejilla derecha. Los ojos eran grandes y horizontales, coronados por unas cejas negras más bien largas. El cabello era negro, peinado con raya a la izquierda, y echado descuidadamente hacia atrás de modo que un grueso mechón negro caía sobre la ceja derecha. La nariz recta y algo larga descendía hasta un labio superior corto bajo el cual había una boca ancha y finamente cincelada, pero cruel. La línea de la mandíbula era recta y firme. Un trozo de traje oscuro, camisa blanca y corbata negra de punto, completaban la imagen.
El general G. sujetó la foto en alto con el brazo estirado. Decisión, autoridad, implacabilidad… esas cualidades podía verlas. No le importaba qué más sucedía dentro de aquel hombre. Pasó la fotografía a los que estaban ante la mesa y volvió su atención hacia el expediente, recorriendo la página rápidamente con los ojos de arriba abajo y pasando con brusquedad a la siguiente.
Las fotografías volvieron a sus manos. Marcó con el dedo el punto donde estaba leyendo, y alzó brevemente la mirada.
—Parece un tipo peligroso —comentó con aire ceñudo—. Su historial lo confirma. Les leeré algunos extractos. Luego tendremos que tomar la decisión. Está haciéndose tarde.
Volvió a la primera página y comenzó a leer los puntos que le parecían importantes.
—Nombre de pila: JAMES. Estatura: 183 centímetros; peso: 76 kilos; constitución delgada; ojos: azules; cabello: negro; cicatrices a lo largo de la mejilla derecha y en el hombro izquierdo; señales de cirugía plástica en el reverso de la mano derecha (ver Apéndice «A»); atleta destacado en todos los aspectos; tirador experto con pistola, boxeador, lanzador de cuchillos; no usa disfraces. Idiomas: francés y alemán. Fuma muchísimo (N. B.: cigarrillos especiales con tres bandas doradas); vicios: bebida, aunque no en exceso, y mujeres. Se cree que no acepta sobornos.
El general G. pasó la página y continuó.
—Este hombre va invariablemente armado con una Beretta automática calibre 25 que lleva en una sobaquera bajo el brazo izquierdo. Cargador de ocho balas. Se ha sabido que lleva un cuchillo sujeto al antebrazo izquierdo; ha usado zapatos con punta de acero; conoce las llaves básicas del judo. En general, lucha con tenacidad y tiene un elevado índice de tolerancia al dolor (ver Apéndice «B»).
El general G. fue pasando más páginas y leyendo extractos de los informes de algunos agentes, de los que se habían sacado estos datos. Llegó a la última página antes de los apéndices, que daba detalles de los casos en los que se habían encontrado con Bond. La recorrió hasta el final con los ojos y leyó:
—Conclusiones. Este hombre es un peligroso terrorista y espía profesional. Ha trabajado para el servicio secreto británico desde 1938, y ahora (ver expediente de Highsmith de diciembre de 1950) tiene el número secreto «007» en ese servicio. El doble cero significa un agente que ha matado y que tiene permiso para matar en el servicio activo. Se cree que sólo hay otros dos agentes británicos que tengan esta autoridad. El hecho de que este agente fuera condecorado con la CMG[21] en 1953, condecoración que habitualmente sólo se otorga cuando un agente se retira del servicio secreto, constituye una medida de lo que vale. Si se le encuentra en el terreno, el hecho y todos los detalles deben ser informados al cuartel general (ver SMERSH, MGB y GRU. Órdenes vigentes desde 1951).
El general G. cerró el expediente y dio una palmada con decisión sobre la cubierta.
—Bueno, camaradas. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí —respondió el coronel Nikitin, en voz alta.
—Sí —contestó el general Slavin con tono de aburrimiento.
El general Vozdvishensky se contemplaba las uñas de las manos. Estaba harto de asesinatos.
Se lo había pasado bien cuando estuvo en Inglaterra.
—Sí —respondió—, supongo que sí.
La mano del general G. se dirigió al teléfono interno. Habló con su ayudante de campo.
—Orden de muerte —dijo con aspereza—. Escrita a nombre de «James Bond». —Deletreó nombre y apellido—. Descripción: Angliski Spion. Crimen: enemigo del Estado. —Devolvió el receptor a su sitio y se inclinó hacia delante en la silla—. Y ahora todo será cuestión de trazar la konspiratsia correcta. ¡Y que sea una que no pueda fracasar! —Les dedicó a todos una sonrisa severa—. No podemos permitirnos otro de esos asuntos Khoklov.
La puerta se abrió y entró el ayudante de campo con una hoja de papel amarillo brillante. La depositó ante el general G. y se marchó. El general G. la recorrió con los ojos y escribió: «Debe ser asesinado. Grubozaboyschikov», en lo alto del amplio espacio en blanco que había al pie. Le pasó la hoja al hombre del MGB, que lo leyó y escribió: «Asesinarlo. Slavin». Uno de los ayudantes de campo le pasó la hoja al hombre vestido de paisano que se encontraba junto al representante del RUMID. El hombre lo depositó ante el general Vozdvishensky y le entregó un bolígrafo.
El general Vozdvishensky leyó el documento con cuidado. Alzó los ojos con lentitud hasta fijarlos en los del general G., que estaba observándolo, y, sin bajarlos hacia el papel, escribió:
«Asesinarlo» más o menos debajo de las otras firmas, a continuación de lo cual garabateó su nombre. Luego apartó las manos del documento y se puso de pie.
—Si eso es todo, camarada general… —retiró la silla de la mesa.
El general G. estaba satisfecho. Lo que su instinto le había dicho acerca de este hombre era correcto. Tendría que ponerle vigilancia y comunicarle sus sospechas al general Serov.
—Un momento, camarada general —dijo—. Tengo algo que añadir a la orden.
Le entregaron el papel. Sacó su bolígrafo y tachó lo que había escrito. Volvió a escribir, pronunciando las palabras en voz alta a medida que lo hacía.
—Debe ser asesinado CON IGNOMINIA. Grubozaboyschikov.
Alzó los ojos y sonrió complacido a los presentes.
—Gracias, camaradas. Eso es todo. Les comunicaré la decisión que el Presidium tome con respecto a nuestra recomendación. Buenas noches.
Cuando los asistentes se hubieron marchado, el general G. se puso de pie, se desperezó y profirió un sonoro bostezo controlado. Volvió a sentarse ante su escritorio, apagó el magnetófono y llamó a su ayudante de campo. El hombre entró y se detuvo junto al escritorio.
El general G. le entregó la hoja amarilla.
—Envíeselo de inmediato al general Serov. Averigüe dónde está Kronsteen y hágalo traer en coche. No me importa si está en la cama. Tendrá que venir. Otdyel II sabrá dónde encontrarlo. Y veré a la coronel Klebb dentro de diez minutos.
—Sí, camarada general. —El hombre salió de la oficina.
El general G. cogió el receptor de V. Ch. y preguntó por el general Serov. Habló en voz baja durante cinco minutos. Al final, concluyó:
—Y estoy a punto de encomendarle la tarea a la coronel Klebb y al jefe de Planificación Kronsteen. Discutiremos las líneas generales de la konspiratsia adecuada, y ellos me entregarán mañana las propuestas con todo detalle. ¿Le parece bien, camarada general?
—Sí —fue la respuesta queda del general Serov, del Presidium Supremo—. Mátenlo. Pero que sea de realización excelente. El Presidium ratificará la decisión por la mañana.
La línea quedó muerta. Sonó el teléfono interno.
—Sí —dijo el general G. por el receptor, y luego colgó.
Un momento más tarde, el ayudante de campo abrió la voluminosa puerta y se quedó de pie en ella.
—La camarada coronel Klebb —anunció.
Una figura que parecía un sapo ataviado con un uniforme color verde oliva y que lucía la cinta roja sencilla de la Orden de Lenin, entró en la oficina y avanzó hasta el escritorio con rápidos pasos cortos.
El general G. alzó la mirada e hizo un gesto hacia la silla más cercana de la mesa de conferencias.
—Buenas noches, camarada.
La boca rechoncha se partió en una sonrisa quirúrgica.
—Buenas noches, camarada general.
La máxima autoridad de Otdyel I, el departamento de SMERSH a cargo de operaciones y ejecuciones, se subió un poco las faldas y se sentó.