Hace dos meses llegué a Medellín. Volví a empezar a trabajar en el hospital La María a los quince días de haber llegado. Todavía me aterro cuando abro la nevera de mi casa y veo tanta comida de tanta variedad. Salgo a caminar cada vez que puedo adonde puedo. Me paso horas viendo programitas de mala calidad, tirada en un sofá, tomando Lecherita. Estoy rodeada de familiares, colegas y amigos, y sin embargo… Extraño a mis afganos (y digo «mis» porque son míos). Yo ya les escrituré el corazón. Son míos con todas sus virtudes y limitaciones. Son míos a pesar de que les peguen a sus mujeres. Son míos porque se volvieron parte de mi felicidad y porque me devolvieron la capacidad de distinguir entre lo que es realmente un problema y lo que es un inconveniente.
Mi primer recuerdo de Afganistán es a los ocho años. Teníamos un juego de mesa que se llamaba Risk y que consiste en dominar el mundo por medio de estrategias militares, con un pequeño componente de azar. Una de las cartas más apetecidas en el juego era la de Afganistán por su estratégica ubicación. Hasta una niña de 8 años podía hacer el análisis de por qué era importante tener a Afganistán. Veintidós años más tarde entiendo su importancia en el contexto mundial. (Pensándolo bien, este juego parece inventado por Bush). Quisiera tener esa carta en la mano para volverla a jugar…
La saga continúa. Después de un prolongado silencio de Rest & Recuperation, escribo desde la tierra de Heidi. Estoy en Ginebra desde hace unas horas porque hasta el 15 voy a estar en entrenamiento para mi nueva misión. Aún no tengo ningún detalle porque hoy apenas me dieron unos papeles para llenar cuando fui directo del aeropuerto a entregar el pasaporte. En unos días salgo para Sudán del Sur. No sé nada de nada y ni siquiera me acuerdo si figuraba en el juego de Risk. A duras penas me tomé el trabajo de buscarlo en el atlas. (Qué vaina, yo tan tranquilamente ignorante). Y ¿por qué no quedarme en Colombia haciendo lo mismo?, me preguntó alguien. En realidad, las necesidades son casi iguales y al fin y al cabo esta es mi «tierra»; pero no he encontrado todavía cómo balancear las ganas de hacer algo, con la frustración de no poder hacerlo. Un día voy a volver… no sin antes haber vivido en África y contarles, a través de mails y de fotografías digitales, cómo lo ve esta médica paisa, ahora en una nueva misión.