Una tropa de viudas

En vista de que el número de pacientes en mi pequeño servicio de maternidad estaba aumentando mucho, me vi en la obligación hace unos días de contratar tres limpiadoras para que acompañaran y ayudaran a las parteras de la noche. Conseguir mujeres que trabajen en Afganistán es bien difícil, pero conseguir mujeres que puedan trabajar durante la noche es aún peor. Mis «muchachas» son: ocho parteras normales y una partera jefe. Todas estudiaron por lo menos tres años en la universidad, y la que menos experiencia de obstetricia tiene es doce años. La mayoría empezaron en este oficio como ayudantes de la mamá, quien era simplemente una partera en las montañas sin ningún entrenamiento. Por ejemplo, Adela (la menor de mis parteras) tiene 25 años pero desde los 13 está atendiendo partos. Y a se imaginarán lo experimentada que es. Cada que nos embalamos con una paciente, Adela sale con algún truco que generalmente funciona y que yo nunca he leído en ningún libro. Son cosas muy absurdas pero que obran. Adela me dice: «Voltéela para la izquierda y dígale que cuando tenga la contracción grite lo más duro que pueda». Yo la dejo hacer lo que ella quiera (siempre y cuando no sea muy peligroso) y generalmente sale bien.

Para ser sincera, estas peladas me dan sopa y seco en cuanto a maniobras en partos complicados. Y o, por mi parte, les enseño a atender el parto de una manera más higiénica, a usar antibióticos racionalmente, a usar la oxitocina y a prevenir hemorragias. Mejor dicho, nos enseñamos mutuamente trucos todo el día.

La mayoría de las parteras son solteras y provienen de familias muy liberales, que les permitieron salir de la casa a estudiar. Pero como durante la noche el número de partos es muy alto (por aquello de que los humanos somos mamíferos y parimos de noche para evitar que los depredadores se nos coman las crías), tuve que contratar limpiadoras para poder maximizar las dos salitas de parto.

Me puse a pensar quién sería la persona más apropiada para ocupar este cargo. Nota: en MSF cuando uno pide que le dejen contratar más gente, tiene que hacer un job description y justificar quién y por qué.

Resulta que la mayoría de mis parteras no viven cerca a la clínica, porque esta queda en el equivalente a Niquitao en Medellín y toca traerlas en taxi desde el centro de la ciudad. Las limpiadoras tienen que ser del barrio porque es muy complicado organizarles transporte. El peligro de contratar mujeres que vivan cerca de la clínica es que cada vez que al marido le da la gana, viene y se la lleva de la clínica, ya sea para que le haga el almuerzo, para que le sirva el té o para que cuide a los niños. Pensamos entonces que tenían que ser mujeres sin marido. Las únicas mujeres sin marido son las solteras o las viudas. Yo quería que fueran solteras para que fueran bien jóvenes y aprendieran bien rápido. Luego caí en cuenta de que si son solteras, son vírgenes; si son vírgenes, no saben nada de nada y menos de reproducción; como no saben nada de reproducción, si ayudan en la sala de partos se les contamina la pureza y quedan muy perjudicadas para conseguir marido.

Nota: atender partos se considera algo muy sucio, y cada noche las parteras se tienen que bañar en un rito de ablución porque, según ellas, en el Corán está escrito.

Descartadas las solteras, sólo me quedó la opción de las viudas. En Afganistán, como consecuencia de la guerra, hay bonanza de viudas y no fue sino que yo le dijera a una paciente que me mandara a las vecinas viudas para que al otro día tuviera ocho aspirantes a limpiadora de maternidad.

Les hice una entrevista básica con unas preguntas muy ridículas pero como yo no sé nada de entrevistar limpiadoras afganas, esto fue lo que les pregunté:

Nombre

Edad

¿Sabe leer o escribir? (respuesta negativa, ocho de las ocho)

¿Se sabe los números? (algunos)

¿Cuántos hijos tiene?

¿Qué le pasó a su marido?

¿La dejan los suegros trabajar de noche?

Y otras preguntas para evaluar qué tan limpias son.

Recuerden que aquí no hay agua y por lo tanto el concepto de «limpio» es muy distante del nuestro. Les pregunté:

¿Cada cuántas tazas de té hay que lavar el vaso?

¿Cada cuántos días hay que lavar la ropa?

¿Cada cuántos días cambia usted las sábanas de su cama? Las respuestas fueron múltiples y sorprendentes.

Una de ellas pensaba que era suficiente lavar el vaso una vez al día sin importar cuántas personas habían tomado en él. Otra me respondió que la ropa se lava cada semana y que usa el mismo balde de agua para trapear y para limpiar la casa y la cocina.

Mi criterio de selección fue bastante subjetivo y probablemente injusto. Contraté a las tres más limpias, que no tuvieran más de cinco hijos pero todos menores de doce años. Parece cruel pero si contrataba una con muchos hijos, de pronto iba a estar muy cansada para trabajar por la noche, y el trabajo en la maternidad es duro.

Mis limpiadoras son mujeres muy fuertes y muy sufridas. Se llaman: Momena, Mohbuba y Aua Gul (flor del aire). A las tres les mataron el marido en la guerra, y dos de ellas tienen hijos muertos por rockets. Nunca habían «trabajado», pero cuando uno se mira las manos (propias) y luego se las mira a ellas se da cuenta de quién es la que nunca ha «trabajado».

Durante dos días les hice un entrenamiento exhaustivo acerca de limpieza. Nos pusimos los guantes, llenamos los baldes y a limpiar se dijo. Les mandamos a hacer uniformes, con pañoleta y sandalias. Estaban matadas. Por una parte, con la platica que les pagamos pueden alimentar a los hijos, pero por otra trabajar y aportar dinero a la casa donde viven las pone en una situación menos desventajosa.

El entrenamiento no fue nada fácil. Hacerles entender que cada vez que uno limpia una cama hay que lavar el trapo me costó mucho pero, además, convencerlas de que no se tenían que preocupar por cuánta agua estaban gastando fue casi imposible. Luego les enseñamos a mezclar el cloro para desinfectar la sala de partos, a lavar los uniformes todos los días y finalmente a lavar los vasos y los platos cada vez que alguien los usara. Quién creyera, pero mi tropa de viudas ya son unas expertas. Claro que a veces se descachan y me toca regañarlas. Cuando llego por la mañana, cojo una gasa blanca, la mojo y la paso por las camas y si encuentro sangre o mugre, les toca repetir todo el trabajo. Yo sé que parece un poquito drástico, pero la higiene de la maternidad no se puede negociar porque si las mujeres se infectan porque nosotros somos sucios entonces estamos haciendo iatrogenia.

A veces me pillo que meten a lavar la ropa de los hijos junto con la de la maternidad porque son tan pobres que no tienen jabón y para sacar la mugre ponen una piedra y golpean la ropa con un palo y la juagan. Yo me hago la loca y las dejo contrabandear la ropa de los hijos. Dentro de unos días nos va a llegar una lavadora que le pedimos a los alemanes y el trabajo se les va a hacer más fácil.

Estoy llegando a la conclusión de que en Afganistán el estado civil más ventajoso es la viudez. Pueden trabajar, nadie les pega, y tarde o temprano los hijos crecen y las cuidan hasta que se mueren.