Hasem Kafi tiene pelotas. Yo nunca he tenido ninguna duda acerca de la valentía de los hombres afganos. Se hacen matar por el honor o por la religión o por un chisme o por una cabra. Sin embargo, hay una sola cosa a la que los afganos le tienen mucho miedo y que no se atreven a cuestionar por ningún motivo: la mamá. Es decir, los hombres afganos son capaces de caminar kilómetros y kilómetros a través de la nieve, cruzar sin temor alguno las líneas de fuego, tolerar toda clase de procedimientos sin anestesia, pero eso sí, lo que diga la mamá es la verdad absoluta y ni siquiera se les ocurriría insinuar que no están de acuerdo con alguna de sus decisiones. Como ya lo saben, las mujeres de aquí, aparte de asar el nan, lavar la ropa y torturarse las unas a las otras, se pasan la vida pensando en el futuro de sus hijos. Cuando una mamá dice: «Es hora de casarse, mijito», es porque ya tiene la res amarrada y el negocio cerrado. En cuestión de quince días el muchacho tiene mujer, tapete y obligaciones.
Es así como hace cinco años, Hasem Kafi (un nuevo integrante de mi equipo) se casó por primera vez. Hasem tiene 25 años y nació en Afganistán pero hace quince se fue para Pakistán desplazado por la guerra. Allí estudió medicina e inglés y llegó nuevamente a Afganistán porque Pakistán, en un intento por deshacerse de los afganos, sacó una ley según la cual les prohíben a los médicos afganos tratar a pacientes pakistaníes aun cuando hayan estudiado toda la vida en Pakistán. Es bastante paradójico. Hasem no puede ser médico en Pakistán por ser afgano y no puede ser médico en Afganistán por haber estudiado en Pakistán. Ambos países están llevados del berraco en cuanto a salud, pero ambos inventan reglas estúpidas para entorpecer los servicios de salud. Hasem llegó a MSF en busca de trabajo como médico, pero como el Ministerio de Salud es muy corrupto, para poder trabajar aquí le toca pagar mucha plata y esperar mucho tiempo. Como tiene muy buen nivel de inglés, yo le propuse que se quedara como traductor. Al principio no quería porque le habían ofrecido varios puestos mejor pagos como traductor. Naciones Unidas paga 400 dólares por mes y nosotros 207. Finalmente decidió que era mejor ser traductor en una ONG médica que en una oficina de la ONU.
A Hasem le decimos «Mulá Hasem» porque es súper beato. Se la pasa rezando y rezando y cumple todos los preceptos islámicos. Un día cualquiera, Hasem nos pidió ayuda. Nos contó que en parte se había devuelto porque la esposa no había podido tener hijos a pesar de los muchos tratamientos, y que la familia (de él, por supuesto) lo estaba presionando para que se casara de nuevo. A pesar de que su primer matrimonio no fue por amor, Hasem dice, y yo le creo, que quiere profundamente a su esposa y que aunque ella no pueda tener hijos, él no la va dejar. Huyendo de la maldita suegra, se vinieron para Kabul. Durante tres meses las cosas mejoraron y la esposa de Hasem estaba menos deprimida. Al principio a ella le dio muy duro venirse porque como había vivido tantos años en Pakistán, se le había olvidado lo precaria que es la vida diaria en esta ciudad: nada de electricidad, acueducto o alcantarillado. Sin embargo, hace veinte días cayó un rocket al lado de la casa de Hasem y se le explotaron todos los vidrios y se le dañaron todas las ventanas (como en nuestra época de Pablo Escobar). La esposa de Hasem se empanicó hasta tal punto que llamó al papá a Pakistán y este vino a recogerla. Hasem se puso muy triste y enojado porque él se había peleado con su propia familia por ella y ella lo había abandonado.
Ni corta ni perezosa, la maldita mamá de Hasem lo llamó desde Pakistán y le dijo que ya le tenía la segunda esposa lista. Hasem, en medio de su tristeza y su desilusión, se fue para Pakistán a preparar la fiesta de compromiso. Pero ¿adivinen a quién se encontró en la carretera?: a la esposa, que venía de vuelta. Como en Pakistán lo estaban esperando con la otra muchachita, Hasem siguió su camino, después de mandar a su esposa para la casa, dispuesto a enfrentar el problemita.
La familia de la muchachita le dijo de inmediato: «Le damos esta niña sólo si se divorcia de la otra». Hasem dijo: «No». La mamá de Hasem dijo: «No hay ningún problema; como ella no le ha dado hijos, él está en su derecho de dejarla». Pero como Hasem tiene pelotas, reiteró su negativa, empacó y se vino para Afganistán. Yo estoy completamente segura de que Hasem tiene más cojones que la mitad de los hombres de este país.
En Afganistán hay que tener más pelotas para escoger a quien se quiere que para matar a quien se odia.