Como la primavera ya llegó y el número de diarreas está incrementándose dramáticamente, decidí cambiar unos cuantos procedimientos en nuestro rudimentario laboratorio para evitar equivocaciones en los resultados de los coprológicos. Les recuerdo que aquí uno no tiene apellido, así que en un día cualquiera podemos tener cuatro o cinco Leilas, Adelas, Yamilas, Mohamades y Alíes. Alí Babá (no es un chiste, así se llama) es mi técnico de laboratorio y lo que tiene de querido y de obediente lo tiene de psicorrígido. Resulta, pues, que para evitar confusión en las muestras, le dije que cuando entregara el frasquito para la muestra de material fecal escribiera el nombre de la paciente. Esto me pareció una buena idea. Al día siguiente fui a chequear si el nuevo sistema estaba funcionando adecuadamente y encontré que sólo la mitad de los frasquitos tenían el nombre escrito. Fui adonde Alí Babá y él me dijo muy seriamente: «Doctora Nataliaján (nota: el sufijo ján significa ‘de mi cuerpo’ y se le añade a los nombres de los amigos o personas cercanas, así que mis amigos afganos me llaman ‘Natalia de mi cuerpo’), yo no le había dicho nada porque me daba pena pero este sistema de marcar los frasquitos no sirve».
Yo pensaba para mis adentros: «Pero ¿qué puede ser tan complicado y tan delicado que Alí Babá se niega a hacerlo?».
Pues resulta que en Afganistán hay dos tipos de nombres: los antiguos nombres persas de la época preislámica y los nombres de El Libro (el Corán). A mí personalmente me encantan los nombres persas porque son súper poéticos, por ejemplo:
Shirin Gul (dulce flor) Ronscha Gul (flor brillante)
Pekai (el mechón que cae sobre la frente) Shir (león)
Tienen para las mujeres estos nombres, por ejemplo: Granizo, Serenidad, Pétalo de Rosa, Luna Llena, Luna de la Noche, Rocío de la Noche, Amanecer, Flor Gentil, Riachuelo Verde, y mil otros fenómenos de la naturaleza.
Los nombres de El Libro (islámicos) son por ejemplo: Fátima, Mohamad, Alí, Ibrahim, Bismila (en nombre de dios).
Pero volviendo al tema, Alí Babá me dijo que sólo había podido escribir el nombre de algunas personas en el frasquito porque ¿a mí cómo se me ocurría pedirle que escribiera un nombre mencionado en El Libro y que luego le pidiera a un paciente que defecara en él? Así que en los frasquitos escribió sólo los nombres persas y dejó sin rótulo las muestras de los pacientes con nombres islámicos.
Yo no podía parar de reírme. Claro, como el islam prohíbe la adoración de imágenes, los musulmanes adoran los nombres de las personas y es como si yo le hubiera pedido a un paciente católico que recogiera una muestra de material fecal en una estampita de la Virgen. Cuando pude parar de reírme, le expliqué que había sido un error sin culpa, que yo no pretendía para nada ofenderlo a él o a su religión y él lo comprendió y se rio conmigo. Luego, decidimos que era mejor numerar las muestras y escribirle el número en el antebrazo al paciente para que pudiera reclamar el resultado.
Lo otro que me pareció muy gracioso fue la cara de las parteras cuando les pedí que llamaran por la noche al portero para que echara las placentas al pozo de material orgánico. Todas cinco me miraron aterradas y no podían creer que yo les estuviera solicitando eso. Les pedí que me explicaran cuál era el problema (porque, de día, echamos las placentas sin ningún problema en el mismo sitio). En realidad, estaban aterradas de que yo no supiera lo grave que es que un hombre le vea a uno la placenta. Mejor dicho, los hombres afganos nunca pueden ver una placenta porque es como si le estuvieran viendo el interior a la mujer y se pueden enfermar gravemente. Así que nada de pedirle al portero que se deshaga de las placentas porque puede ser su perdición. La solución que encontré fue comprarles un balde con tapa para que echen las placentas en la noche y al otro día la limpiadora las saque. Ahora que el clima es frío no es ningún problema, pero no me quiero ni imaginar los olores cuando empiece el verano.