La calma

Y a que la guerra está por terminar, las reglas de seguridad están menos estrictas y ya me dejan salir a caminar por el barrio siempre y cuando vaya acompañada por un hombre. Me dejan ir al bazar a comprar pañoletas y champú y a comprar sandías y melones para el desayuno. Aquí se come lo que esté en temporada. Hace un mes era pura papa y frutas secas, hace dos meses era la coliflor, este mes es el pepino y la sandía. ¡Qué dicha poder volver a salir a caminar!

Hace más de dos semanas que no matan a ningún forastero en la ciudad y que los atentados están disminuyendo.

Para colmo de la felicidad, logramos rehabilitar una mesa de ping-pong para jugar en el jardín ahora que el clima está más calentito, y el nuevo logístico trajo raquetas de badminton para jugar en la jaula.

No veo la hora de poder salir corriendo hacia la terminal del sur, montarme en una busetica y perderme dos o tres días en Jericó. Quiero caminar y caminar y caminar. Caminar sin pensar en que voy a pisar una mina. Caminar y caminar y caminar aunque en el fondo sepa que en esta tierra mía me puedan secuestrar.