Hoy les escribo con un toquecito de tristeza. Hasta esta semana el hecho de ser colombiana no me había traído realmente problemas; es más, sin ser ultra patriótica, yo me sentía orgullosa de ser colombiana. Sin dramatismos, les cuento que tras haber permanecido en Kabul por cuatro meses y medio, ya me siento agotada. Oficialmente, cada tres meses es obligatorio salir a vacaciones (se llama R & R, que significa Rest and Recuperation). Todos los otros expatriados ya salieron a descanso, pero yo no he podido salir por múltiples razones. Principalmente no pedí descanso porque, como ya lo saben, a mi coordinadora de campo la devolvieron porque se la llevaba muy mal con el coordinador médico, así que por mes y medio me tocó asumir toda la parte médica, más la de enfermería, y mi responsabilidad compulsiva me impidió dejar todo tirado para irme de vacaciones.
Cuando finalmente llegó otra enfermera para ayudarme, me di a la tarea de escoger cuidadosamente mi destino de descanso. Quería ir a algún país caliente y no musulmán, pero MSF París mandó un mensaje diciendo que por motivos de seguridad y de aviones (porque recuerden que de este país sólo salen vuelos a Dubai, Irán, India y Turquía) sólo podíamos ir a Irán o a Turquía. Ambos musulmanes y ambos helados en el invierno. Sin mucho pensarlo, decidí escoger Turquía porque aunque se trata de un país musulmán, es mucho menos estricto que Irán. Me fui pasaporte en mano para la embajada (con mis presuntas compañeras de viaje: Dalila y Katrina) y oh sorpresa: ¡por ser colombiana, para darme la visa, tienen que mandar todos mis papeles por fax hasta Turquía y esperar un mes y sin garantías! Lo peor es que ni Katrina ni Dalila necesitan visa. Me puse muy triste, pero bueno, París autoriza a los que se van a quedar en misiones largas a ir hasta Sri Lanka. Nuevamente me llené de ilusiones, y empecé con Dalila a planear el viajecito. Una amiga nos dijo que hay un orfanato de elefantes buenísimo y yo estaba matada. Sin embargo, esa noche me acordé del atranque en Dubai cuando venía hacia Afganistán y le dije a París que verificara si me podían dar una visa a Sri Lanka en el aeropuerto al llegar. Como era de esperarse, la respuesta fue negativa, y en Afganistán no hay embajada de Sri Lanka y casi de ninguna parte. Y a desesperada, me fui para la embajada de India y me encontré con la triste noticia de que por tener visa pakistaní en el pasaporte no puedo entrar a India. (Para los que no lo saben, India y Pakistán están que se agarran a bombazos nucleares). Con la cola entre las patas me devolví para la casa y empecé a pensar en Dubai. Dubai es un emirato árabe que prácticamente lo único que tiene es un aeropuerto gigante en medio de una ciudad con diez años de vida. O sea, es un país: musulmán, costoso, feo (miamesco) y sin historia, y además tampoco sabía si me iban a dar la visa.
Después de mucho hablar con mis fieles compañeras de viaje, decidimos irnos para Irán. Pensándolo bien, a Irán por voluntad propia nunca pensaba ir. De todas maneras Persia es Persia y estando aquí pues cómo no aprovecho. Cuando los gringos ataquen a Irak en unos veinte días, el sentimiento anti-Occidente se tornará tan fuerte que por mucho tiempo el turismo en Irán no será viable. Así, muchachos, que el 2 de febrero salgo hacia Teherán, in shalá. No canto victoria porque puede ser que no me den la visa, pero por lo menos hoy me recibieron los 50 dólares para pagarla y me hicieron una entrevista (cosa que no hacen con nadie) y eso es un buen síntoma. Ser colombiano es como tener lepra turística y aeroportuaria. ¿Y yo qué culpa tengo?